Hoy, mi madre, Margarita Gómez Blanco, cumple 86 años. Nacida
en los años 30 recuerda con viveza los tiempos duros que le tocó vivir siendo
niña. Sin embargo, nunca ha tenido un miedo excesivo ni al presente ni al
futuro. Esa ausencia de miedo o más bien su confianza en la realidad de cuyo
origen divino nunca dudó, pese a sus durezas, explica muchas cosas: entre
ellas, que su esposo, José Utrera Molina, permaneciera siempre fiel a sus ideas,
estilo y trayectoria; también la unión de toda la familia en torno a su casa familiar;
y la propia existencia del que hoy escribe. Ser el octavo hijo de una familia,
resulta, visto con perspectiva, el fruto de una actitud inmune a la mentalidad
corriente, tanto entonces como ahora.
Me
he preguntado, a menudo, de dónde procede esa valiente confianza de mi madre. Pertenece
a la primera generación de una estirpe que volvió al catolicismo en una familia
malagueña de raigambre protestante. Una rareza dentro de una singularidad
histórica. Mi madre y sus hermanas tuvieron estudios superiores cuando eso en
España no era lo común para las mujeres. De hecho, ella ha sido: madre,
profesora, administradora, chófer, cocinera, enfermera, Depósitum Fidei, abuela
por décadas, bisabuela reciente, y especialmente para mi padre: mástil en la
tormenta, asilo tras el combate, esperanza tras la derrota. Me aventuro a
pensar que la fe y la Gracia han sido sus compañeras, el lugar de su reposo, la
fuente secreta de su fuerza. Algunos podrían pensar que la fe de mi madre es estricta,
pues es cierto que nunca ha cedido un milímetro en aquello que su Iglesia le
enseñó. El tiempo ha desvelado que su firmeza ha sido la gruta donde se ha
incubado la fe de sus hijos, que su fidelidad es la marca de verdades que no
caducan, que su ausencia de temor es obediencia a un destino del que no ha
desconfiado.
Ojalá
que los de tu estirpe sepamos inspirarnos en tu vida. Ojalá que seamos tan
fieles a lo verdaderamente importante como tú lo has sido. Ojalá que en
nuestros corazones habite la ternura y la firmeza, el amor y la confianza de
una mujer como tú. Fuerte como las mujeres de Israel, luminosa como la bahía de
Málaga que te vio crecer, humilde y hermosa como los jazmines que habitan tu
jardín.
La
mirada de los niños, a veces, desvela con dulzura y lucidez las realidades que
conocen y aman. Vega, la menor de sus nietas, de 7 años, en el último desayuno
de este verano le dijo espontáneamente: “Abuela cuando tú estás, todos están
bien” y su abuela sonrío complacida. A lo que su nieta apostilló: “…porque
siempre dices sí”. En ese momento, en la penumbra del porche contiguo al
comedor donde tenía lugar esta conversación dio la impresión de que asentía la efigie
de piedra de la Virgen del Carmen, que custodia, silenciosa, el jardín de
Margarita.
César Utrera-Molina Gómez
Otoño 2019.
Otoño 2019.