"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

2 de diciembre de 2017

José Utrera Molina, ejemplo de lealtad.

Texto de la intervención de Luis Felipe Utrera-Molina Gómez en la Cena anual de la Fundación Nacional Francisco Franco que tuvo lugar el 1 de diciembre de 2017.


En la tarde del día 29 de diciembre de 1974, un niño de seis años entraba de la mano de su padre en el despacho del Jefe del Estado, Francisco Franco Bahamonde. En la retina de aquél niño quedaron para siempre grabadas la imagen de una mano temblorosa y una mesa atiborrada de libros y papeles en aparente desorden.  Y en su memoria, las últimas palabras que escuchó de aquél hombre: «Sólo te pido una cosa: que seas tan bueno como tu padre»

Aquél niño de 6 años era yo y su padre, José Utrera Molina un hombre extraordinario del que hoy quisiera hacer recuerdo y homenaje y que no ha podido acudir a esta cita por haber tenido que atender a la llamada del Señor pero que estoy seguro vela por nosotros y por España desde su lucero. 

La mayor parte de vosotros habéis conocido a mi padre. Y era cómo lo veíais: un hombre íntegro, transparente, dispuesto siempre a decir una palabra agradable a todos, sin doblez alguna y rebosante de una bondad que era su principal seña de identidad. En una ocasión, Muñoz Grandes cogió a mi madre en un aparte y le preguntó: Oye Margarita, ¿tu marido es bueno? Mi madre, sorprendida por la pregunta le dijo que sí a lo que él le dijo: Pues si no lo es, nos tiene muy engañados a los dos. Y es que puedo decir con convicción jamás he conocido una persona tan esencialmente buena como mi padre.

Pero sin duda la virtud que mejor define a mi padre es la lealtad. Decía Ortega que la lealtad es la distancia más corta entre dos corazones y mi padre desde muy joven decidió unir el suyo al de dos hombres que marcaron su vida política y su trayectoria vital: José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco.

Lealtad al pensamiento de José Antonio. Una lealtad que impregnó su juventud de poesía y de estilo; de dolorido amor a España y de espíritu de servicio y que convirtió su vocación política en una búsqueda incesante de la justicia social que desde el principio canalizó hacia la construcción de viviendas sociales, centros escolares y universidades laborales; una justicia social en cuya ausencia debe buscarse una de las principales causas de la guerra que truncó dramáticamente la infancia de los de su generación -la de los niños de la guerra-; una guerra en la que mi padre vivió el drama de la división en el seno de su propia familia y que sin duda influyó en que hiciera de la reconciliación entre los hijos de los que mataron y los hijos de los que murieron, no una proclama retórica sino una constante y una realidad tangible a lo largo de toda su trayectoria vital.

Una fidelidad al ideario de José Antonio que plasmó con su particular estilo poético en su diario –que he podido leer recientemente- el 30 de marzo de 1959, tras llevar sobre sus hombros el féretro del Fundador de la Falange: “Me he sentido noble y alegremente prisionero de mi fe falangista y he vuelto a jurar en silencio fidelidad hasta el fin de mis días a su doctrina, a su pensamiento, a su estilo y a su ejemplo”. A fe que lo hizo, hasta el final.  


Lealtad a su viejo y único capitán: Francisco Franco, a quien sirvió siempre con orgullo y honestidad. Con enorme admiración, pero al mismo tiempo con infinita alergia hacia la adulación interesada que le dispensaban muchos otros que acabaron vendiendo su alma por treinta monedas tan pronto como la losa de granito selló su última morada.  Un Francisco Franco que, al despedirse de él en un largo y emocionado abrazo le dijo: “Sólo le pido que no cambie; que continúe fiel a los ideales que ha servido. Una lealtad como la suya no es frecuente.”. Hoy, cuarenta y dos años después de la muerte del Caudillo, me atrevo a decir sin temor a equivocarme que no ha habido en España durante estas cuatro décadas ninguno de sus colaboradores que, haya defendido la memoria y la obra de Francisco Franco con el rigor, el coraje, la dignidad, la constancia y la lealtad con que lo hizo mi padre. 

Lealtad a España a la que amó apasionadamente hasta el final, a cuyo servicio entregó los mejores años de su vida y por la que sacrificó siempre su bienestar y comodidad personal pues era consciente de que su vida no tenía sentido si no era capaz de transformar y mejorar el legado que había recibido de sus mayores.  Para él, la política no era otra cosa que la emoción de hacer el bien y su patriotismo no estaba hecho de complacencias, sino de rigores críticos acendrados. Era un patriotismo dolorido, pero inasequible al desaliento. Y es que, pese al dolor que en los últimos años le produjo la desintegración moral de nuestra Patria, jamás perdió la esperanza en nuestro porvenir como nación ni la fe en el alma inmortal de España. 

Y finalmente, dignidad y coraje. Porque fue mucho lo que le ofrecieron a cambio de demasiado.  Con 50 años y 8 hijos pequeños, no dudó un instante en renunciar a la comodidad cuando muchos corrían a alistarse en las filas de la apostasía, para librarse del oprobio que estaba reservado para los que no estaban dispuestos a abjurar de sus lealtades.


No quiso ejercer de capitán araña, consciente de su responsabilidad ante quienes había arrastrado en su trayectoria política y ante su propia conciencia.  Prefirió seguir fiel a sí mismo rechazando tentadoras recompensas por dejar de serlo. 

Decidió no confundirse con el paisaje ni alistarse en la nutrida cofradía del silencio. Y todo ello lo hizo con amargura por tantas inesperadas deserciones, pero sin asomo alguno de rencor.

Y pronto se convirtió en una de las pocas voces que durante estos últimos cuarenta años no conoció jamás el desaliento a la hora de reivindicar la verdad de una época de la Historia de España que tuvo, como todas sus luces y sus sombras, pero que ha sufrido como pocas la infamia, la manipulación y la mentira. Una España que era consciente de su excepcionalidad y también de su destino. Una España que decidió levantarse de su postración y mirar al futuro con dignidad y esperanza y que, por sus extraordinarios resultados, algún día cuando el odio y los complejos se marchiten, será juzgada como una de las etapas más prósperas de nuestra historia. Una España en la que gracias al trabajo, al sacrificio y a la labor apasionada de muchos hombres como mi padre se hizo posible el sueño de la paz y de la reconciliación. Un sueño ahora de nuevo amenazado por quienes siguen empeñados en reabrir otra vez las heridas que hace 80 años sembraron de dolor y sangre nuestra Patria.

Recuerdo bien que en una ocasión, al hilo de un comentario sobre uno de tantos como se aprestaron a cambiar de camisa buscando no dejar de pisar mullidas alfombras, le dije con sinceridad, que lo que él había hecho en el año 1976, cuando pese a ser consciente de la necesidad de un cambio decidió votar NO a la Ley de la Reforma Política, aun sabiendo que dicha posición le cerraría todas las puertas y le haría pasar apuros económicos, era una heroicidad que no puede serle exigible a todos los mortales.

Él sospechaba que lo que se estaba sometiendo a votación en aquél momento no era una apuesta por el futuro de España, sino un retorno a lo peor de nuestro pasado. Pero sus sospechas se convirtieron en certezas cuando comprobó la forma en la que quisieron convencerle de unirse al carro de los vencedores. Había que tener una integridad temeraria para jugarse así el bienestar de su amplia familia y había que tener también una mujer excepcional al lado que le apoyase sin reservas en su sacrificio, como hizo entonces mi madre, su eterna y enamorada compañera, sin la cual su maravillosa aventura vital no habría sido posible.  Recuerdo que me dijo: Luis, no tenía alternativa. Si no lo hubiera hecho, si hubiera cedido a las tentaciones que se me ofrecieron, me hubiera traicionado a mí mismo y no habría podido seguir mirándoos a los ojos.  Acaso no era consciente del extraordinario valor de lo que hizo. Humilde hasta el final, nos dio a sus hijos y sus nietos el ejemplo de integridad más extraordinario que se pueda concebir, sin presumir jamás, con humildad, pero manteniendo hasta el final su fe y su lealtad a sus convicciones.  Y algo más difícil: mi padre fue leal incluso a quienes no lo habían sido con él afirmando así su formidable humanidad y su profundo cristianismo. 

No podía encontrar un mejor resumen de su vida que el que él mismo hizo en el prólogo de su libro:

“No estoy dispuesto a olvidar lo que fui, ni me arrepiento por tanto de lo que soy. El ayer, el hoy y el mañana enlazan mi irrevocable filiación falangista. Me reconforta la seguridad de que mi vida no ha sido una promesa incumplida o un destino traicionado y que todavía no tengo que poner en mi esperanza ninguna negra colgadura. No podría, pues, hacer cuenta nueva porque las cifras serían las mismas y, fatal o felizmente, el resultado habría de ser también invariable; morir sin cambiar de bandera es el sueño que acaricio día tras días y hora tras hora. Ante la realidad actual de la vida política española, que frecuente contemplo con ojos atónitos, donde toda gallardía es inexorablemente condenada y toda lealtad a lo que fue nuestro pasado maldecida y proscrita, Dios quiera que este último sueño al menos se cumpla con honor y, si es posible, también con ventura.”

Hoy podemos decir que su sueño se cumplió, con honor y también con ventura, como también se cumplió su última voluntad que nos dejó escrita para el recuerdo:

“Quiero ser enterrado con mi camisa azul. No es un gesto romántico sino la postrera confirmación de que muero fiel al ideal que ha llenado mi vida. (…) “Quiero pedir perdón a cuantos ofendí en mi vida y reiterar mi creencia en Cristo y mi fe en España, cuya bandera ha de ser mi sudario”. 

Y termino con un párrafo de gracias. Como solía decir mi padre, dar las gracias no es un mero formalismo social, sino que la gratitud es una de las expresiones más nobles del hombre, porque cuando es auténtica nace de lo más profundo del alma. Y yo quiero aquí, delante de todos vosotros, daros las gracias en su nombre por el cariño y lealtad que le habéis profesado durante tantos años. Y dar las gracias a Dios por el enorme privilegio de haber tenido un padre como José Utrera Molina, un hombre esencialmente bueno al que me gustaría parecerme, pero, sobre todo, un triunfador. Porque es un triunfador quien ha sabido mantener contra corriente una profunda fidelidad a sus ideas hasta el último aliento de su vida; es un triunfador quien jamás dobló la rodilla ante el poder, no se alistó en el cómodo pelotón de los invisibles ni cedió a la tentación del silencio.

Es un triunfador quien ha conseguido construir a su alrededor una familia unida en la que su ejemplo brilla con luz propia en la mirada orgullosa de sus hijos y sus nietos.

Un hombre que ha conseguido querer y ser querido con tanta intensidad y vivir hasta el último día con la serenidad de quien jamás renunció a hacerlo con la luz de la esperanza puesta en Dios y en España, es, no lo dudéis, un triunfador.

Ardoroso y abnegado, idealista y soñador, no tuvo nunca arrugas en el alma, no odió jamás, no engañó nunca, no le fatigó la envidia ni conoció la ruindad. Era definitivamente limpio y verdadero. Por eso pienso que sólo así se puede coger el cielo con las manos. 

Mi padre siempre me decía que la verdadera tumba de los muertos está en el corazón de los vivos. Y bien sabe él que somos muchos quienes sentimos cada día su aliento en el corazón y su palabra en nuestra memoria. Mi padre goza ya de la eternidad, pero vive también para siempre en el corazón de todos los que le recordamos con amor y especialmente en el corazón de los que tratamos de llevar su apellido con decoro y dignidad.

Por eso, porque le conocí bien durante estos últimos años en los que tuve el privilegio de ayudarle, estoy seguro de que me permitirá que de vez en cuando le busque y le interrogue, porque estoy seguro de encontrarle cada noche, con luz y nombre propio, erguido y firme todavía ante el asombro azul de las estrellas.


Muchas gracias

29 de noviembre de 2017

Carta a un Millenial sobre la Segunda República española

Me dirijo a ti, que has nacido en el siglo XXI y tienes un legítimo interés  y una obligación moral en conocer la historia reciente de España al margen de las manipulaciones que la dictadura del “pensamiento único” y de lo políticamente correcto vienen realizando en libros de texto y medios de comunicación escritos y audiovisuales.  Lejos de mi intención pretender que tomes estas líneas como la verdad absoluta. Tan sólo pretendo ofrecerte un punto de vista distinto y distante del que estás acostumbrado a recibir cada día, con el objeto de que procedas a contrastarlo para acercarte un poco más a la verdad. 

Decía Albert Camus que el mayor enemigo de la libertad es la mentira, tras la cual se anuncia la tiranía, y el tiempo que vivimos, en el que gozamos de amplias libertades formales, está presidido en cambio por una terrible forma de esclavitud marcada por la manipulación, la mentira descarada y lo que es peor, por el intento de algunos de imponer por ley una determinada visión de la historia, a gusto de una mayoría.

Es propio de gobernantes mediocres denigrar a sus predecesores, tanto más cuanto más ilustres y benéficos han sido. Ya en la Roma antigua, era frecuente que los que accedían al poder dictasen una “Damnatio memoriae” ordenando borrar toda huella de sus predecesores. Esta es la razón por la que muchas estatuas clásicas han llegado decapitadas a nuestros días, pues la cabeza era intercambiable en función de quien gobernase en cada momento. Pues bien, algo parecido sucede con lo que algunos historiadores llaman “la era de Franco”, que abarca 40 años de nuestra historia reciente, protagonizada por vuestros abuelos y bisabuelos y sin la cual no se explican muchas de las cosas que nos rodean y que algunos están empeñados en borrar de un plumazo de nuestra conciencia colectiva.

Para ello, trataré de desmontar en breves líneas, algunos de los mitos que se han venido fabricando durante décadas por los medios de comunicación y la historiografía de izquierdas infiltrada en las editoriales de enseñanza.

La II República, una frustración colectiva dinamitada por la izquierda.-

En el primer tercio del siglo XX, España vivía aún bajo la influencia del pesimismo nacido a raíz de la humillante pérdida de nuestras últimas colonias, Cuba y Filipinas en 1898, en las que la clase política española hizo gala de una colosal indignidad abandonando a su suerte a los soldados que allí luchaban por España. Dicho pesimismo, unido al hartazgo del sistema parlamentario arrastrado desde la restauración constituyó, el mejor caldo de cultivo para los movimientos obreros fundamentalmente de carácter anarquista y socialista, que incrementaron exponencialmente la conflictividad en las empresas y en la calle. A esta situación se unió la mala gestión de la guerra de Marruecos y el elevado número de víctimas entre soldados de remplazo, sólo paliada en parte por la creación del Tercio de Extranjeros como primera unidad profesional de primera línea a partir del año 1920. El deterioro de la situación en Marruecos fue minando la credibilidad del sistema y de la Corona, provocando el golpe de estado de Primo de Rivera en el año 1923 que puso fin a la guerra de Marruecos con una operación conjunta hispano-francesa en la Bahía de Alhucemas. 

La Dictadura de Primo de Rivera supuso un fuerte impulso para la modernización de España, sobre todo en infraestructuras y en el municipalismo con la aprobación del Estatuto municipal en 1924 que supuso una revolución en cuanto a la autonomía financiera de los municipios. Consiguió la paz social, atrayendo a los socialistas y declaró la guerra al caciquismo, logró pacificar el protectorado marroquí.

Sin embargo, Primo de Rivera fue paulatinamente perdiendo apoyos de propios y extraños, por lo que el rey Alfonso XIII, que había sido su principal valedor, le dejó caer en 1930 tras no apoyar una reforma constitucional impulsada por el General.  Este sería el principio del fin de una corona que se había instalado en al descrédito más absoluto, cuya agonía duraría un año más, con una serie de gobiernos incompetentes que abrieron paso a la II República. 

Fueron unas elecciones municipales las que trajeron la II República. Aunque el escrutinio arrojó una derrota de los partidos republicanos en el conjunto de la nación, las grandes ciudades votaron mayoritariamente a los partidos republicanos, lo que unido a la adecuada planificación  y explotación del éxito por parte de éstos, previamente reunidos en el Pacto de San Sebastián, provocó la caída de la Monarquía y la proclamación de la República.

La alegría del 14 de abril
El 14 de abril fue un día de alegría colectiva. Se recibió a la República como símbolo de modernidad y de esperanza, pero esa alegría duraría un mes escaso, pues ya en el mes de mayo de 1931, la masiva quema de conventos e Iglesias en gran parte de España ante la pasividad de la fuerza pública y de las autoridades, dio al traste con cualquier ilusión colectiva, al constatarse que la izquierda había decidido instaurar un régimen sectario hecho a su medida. Los ataques a la religión –que tuvieron su máxima expresión en la expulsión de la Compañía de Jesús en el año 1932 y la incautación de sus centros de enseñanza-  la aprobación de una Constitución laicista de inspiración claramente masónica en la que se declara que España es “una República de trabajadores de toda clase, que se organizan en régimen de Libertad y de Justicia” y la sustitución de la bandera rojigualda por la bandera tricolor -roja, amarilla y morada (reputando morado el pendón de Castilla en un error histórico)- expulsaron de hecho a una buena parte de los españoles del sentimiento republicano. 

El golpe de Estado revolucionario de octubre de 1934
Saqueos en la Revolución de Asturias



La evolución tumultuaria y anticlerical de la república provocó una situación inédita en las elecciones generales de 1933, en las que, en parte gracias al voto de las mujeres -recientemente reconocido pese a la severa oposición de la izquierda-  la derecha ganó las elecciones, aunque no se atrevió a formar gobierno, por lo que el Presidente de la República, el centrista Alcalá Zamora, encargó formar gobierno al partido radical de Alejandro Lerroux, con el apoyo parlamentario de la CEDA que había ganado las elecciones. La izquierda había configurado la República de forma sectaria y jacobina, de tal forma que sólo pudiese ser gobernada por  las fuerzas de la izquierda, con exclusión de la derecha a la que consideraban antirrepublicana. 

El Gobierno de la Generalidad de Cataluña encarcelado
Por eso, cuando en octubre de 1934, la CEDA le retira su confianza al gobierno centrista de los radicales de Lerroux y exige participación, incluyendo a tres ministros en el Gabinete, la izquierda, con importantes dirigentes del PSOE y la UGT, como Largo Caballero o Indalecio Prieto y con el apoyo de los anarquistas (Confederación Nacional del Trabajo, la Federación Anarquista Ibérica, y el Partido Comunista de España), decide dar un golpe de Estado. Aunque los principales focos de la rebelión se produjeron en Cataluña (donde Companys, Presidente de la Generalidad proclamó el Estado catalán) y en Asturias, donde tuvieron lugar los sucesos más graves, finalmente, la decidida actuación del gobierno, que no dudó en emplear el ejército y fundamentalmente a la Legión, consiguió sofocar una rebelión que dejó entre 2.000 y 3.000 muertos y que constituyó el germen y antecedente de la futura guerra civil.

Las Elecciones de Febrero de 1936 y el Frente Popular

Francisco Largo Caballero , el "Lenin español"
Sofocada la rebelión y procesados y condenados sus principales cabecillas, la izquierda no dudó en utilizar todo su aparato propagandístico para magnificar la “represión” de las fuerzas militares sobre los elementos revolucionarios, provocando un clima de crispación y violencia en toda España que culminó con la disolución de las cámaras y la convocatoria de unas nuevas elecciones generales en febrero de 1936, en la que la izquierda, coaligada en torno al denominado Frente Popular obtuvo una victoria más que discutible sobre la derecha, dada la falsificación de gran parte de las actas –muy recientemente acreditada por un estudio riguroso y objetivo sobre el escrutinio- y el clima de coacción y violencia que la izquierda impuso en gran parte del territorio nacional.  El gobierno del Frente Popular no dudó el pisotear el estado de derecho, al liberar de las cárceles a los condenados por la revolución de octubre, prohibir partidos de la oposición y detener a sus líderes (como sucedió con Falange Española, acto que sería revocado finalmente por el Tribunal de Garantías Constitucionales en plena contienda) y sustituir de forma ilegal al Presidente de la República Alcalá Zamora, por el líder de Izquierda Republicana, Manuel Azaña, que de esta manera accedió a la Presidencia en una maniobra ciertamente ilegal.  A partir de ese momento, un clima revolucionario se apoderaría de todo el país, con persecuciones y cierres arbitrarios de diarios y partidos políticos.

Hay que reconocer que el líder socialista Francisco Largo Caballero (que hoy tiene una estatua en Madrid y su nombre adorna las calles en las principales ciudades de España), no escondía que la intención del PSOE era ir a la Guerra Civil e imponer una tiranía de corte soviético como en la URSS:

“Quiero decirles a las derechas que si triunfamos colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las derechas nuestra labor habrá de ser doble, colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la Guerra Civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos”.[1]
“La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la revolución”.[2]
“La transformación total del país no se puede hacer echando simplemente papeletas en las urnas… estamos ya hartos de ensayos de democracia; que se implante en el país nuestra democracia”.[3]
“Si los socialistas son derrotados en las urnas, irán a la violencia, pues antes que el fascismo preferimos la anarquía y el caos”.
“Se dirá: ¡Ah esa es la dictadura del proletariado! Pero ¿es que vivimos en una democracia? Pues ¿qué hay hoy, más que una dictadura de burgueses? Se nos ataca porque vamos contra la propiedad. Efectivamente. Vamos a echar abajo el régimen de propiedad privada. No ocultamos que vamos a la revolución social. ¿Cómo? (Una voz en el público: ‘Como en Rusia’). No nos asusta eso. Vamos, repito, hacia la revolución social… mucho dudo que se pueda conseguir el triunfo dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas habrá que obtenerlo por la violencia… nosotros respondemos: vamos legalmente hacia la revolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente (Gran ovación). Eso dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil… Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil… No nos ceguemos camaradas. Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar. El 19 vamos a las urnas… Más no olvidéis que los hechos nos llevarán a actos en que hemos de necesitar más energía y más decisión que para ir a las urnas. ¿Excitación al motín? No, simplemente decirle a la clase obrera que debe prepararse… Tenemos que luchar, como sea, hasta que en las torres y en los edificios oficiales ondee no la bandera tricolor de una República burguesa, sino la bandera roja de la Revolución Socialista”[4].

La subida al poder del Frente Popular supuso la quiebra definitiva del estado de derecho en la República. Se decretó la amnistía de los condenados por el golpe de 1934, en su mayor parte, socialistas y separatistas catalanes, y una ola desbordada de violencia y la intimidación por parte de grupos radicales de izquierda se apoderó de las calles, provocando al poco tiempo la respuesta de grupos de derechas y falangistas creando un clima guerra-civilista de enfrentamientos y asesinatos de corte político todas las semanas. Las autoridades se vieron desbordadas por los grupos anarquistas y comunistas y se produjeron incautaciones de fincas y asaltos y saqueos a Iglesias y monasterios y otras propiedades privadas. La situación de excepcionalidad la dibujaron certeramente José María Gil Robles, líder del CEDA (Confederación Española de derechas Autónomas) y José Calvo Sotelo (Renovación Española) en el Congreso de los Diputados en la sesión plenaria de 16 de junio de 1936, cuya lectura del Diario de Sesiones recomiendo vivamente para pulsar el ambiente que se respiraba en las Cortes[5]:

Intervención de José María Gil Robles (CEDA):

«Habéis ejercido el Poder con arbitrariedad, pero, además, con absoluta, con total ineficacia. Aunque os sea molesto, Sres. Diputados, no tengo más remedio que leer unos datos estadísticos. No voy a entrar en el detalle, no voy a descender a lo meramente episódico. No he recogido la totalidad del panorama de la subversión de España, porque, por completa que sea la información, es muy difícil que pueda recoger hasta los últimos brotes anárquicos que llegan a los más lejanos rincones del territorio nacional.
Desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio, inclusive, un resumen numérico arroja los siguientes datos:
Iglesias totalmente destruidas, 160.
Asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto, 251.
Muertos, 269.
Heridos de diferente gravedad, 1.287.
Agresiones personales frustradas o cuyas consecuencias no constan, 215.
Atracos consumados, 138,
Tentativas de atraco, 23.
Centros particulares y políticos destruidos, 69.
Ídem asaltados, 312.
Huelgas generales, 113.
Huelgas parciales, 228.
Periódicos totalmente destruidos, 10.
Asaltos a periódicos, intentos de asalto y destrozos, 33.
Bombas y petardos explotados, 146.
Recogidas sin explotar, 78 (Rumores).

Intervención de José Calvo Sotelo:

«España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa, esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa...
"Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad. Ese problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones, fracasos y perversión del sentido de autoridad desde entonces producidos en España entera.
"... España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde os lleva a todos el Frente Popular. (Rumores.)
Pero tu ley de la turbamulta es la ley de la minoría disfrazada con el ademán soez, y vociferante y eso es lo que está imperando ahora en España; toda la vida española en estas últimas semanas es un pugilato constante entre la horda y el individuo, entre la cantidad y la calidad, entre la apetencia material y los resortes espirituales, entre la avalancha hostil del número y el impulso selecto de la personificación jerárquica, sea cual fuere la virtud, la herencia, la propiedad, el trabajo, el mando; lo que fuere; la horda contra el individuo.
"Y la horda triunfa porque el Gobierno no puede rebelarse contra ella o no quiere rebelarse contra ella, y la horda no hace nunca la Historia, Sr. Casares Quiroga; la Historia es obra del individuo. La horda destruye o interrumpe la Historia y SS. SS. son víctimas de la horda; por eso SS. SS. no pueden imprimir en España un sello autoritario. (Rumores.)
"Y el más lamentable de los choques (sin aludir ahora al habido entre la turba y el principio espiritual religioso) se ha producido entre la turba y el principio de autoridad, cuya más augusta encarnación es el Ejército. Vaya por delante un concepto en mí arraigado: el de la convicción de que España necesita un Ejército fuerte, por muchos motivos que no voy a desmenuzar... (Un Sr. Diputado: Para destrozar al pueblo, como hacíais.)
"... Sobre el caso me agradaría hacer un levísimo comentario. Cuando se habla por ahí del peligro de militares monarquizantes, yo sonrío un poco, porque no creo —y no me negaréis una cierta autoridad moral para formular este aserto— que exista actualmente en el Ejército español, cualesquiera que sean las ideas políticas individuales, que la Constitución respeta, un solo militar dispuesto a sublevarse en favor de la Monarquía y en contra de la República. Si lo hubiera, sería un loco, lo digo con toda claridad (Rumores), aunque considero que también sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía..." (Grandes protestas y contraprotestas.)

Tras esta intervención, el Presidente del Consejo de Ministros, Sr. Casares Quiroga advirtió a Calvo Sotelo que le haría responsable de cualquier cosa que pudiera pasar en España, a lo que éste replicó con un bellísimo párrafo que sería el último que pronunciaría en el parlamento antes de ser asesinado:

«Yo tengo, Sr. Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de S. S. Me ha convertido S. S. en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, Sr. Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria (Exclamaciones.) y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: "Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis." Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio. (Rumores.) Pero a mi vez invito al Sr. Casares Quiroga a que mida sus responsabilidades estrechamente, si no ante Dios, puesto que es laico, ante su conciencia, puesto que es hombre de honor; estrechamente, día a día, hora a hora, por lo que hace, por lo que dice, por lo que calla. Piense que en sus manos están los destinos de España, y yo pido a Dios que no sean trágicos. Mida S. S. sus responsabilidades, repase la historia de los veinticinco últimos años y verá el resplandor doloroso y sangriento que acompaña a dos figuras que han tenido participación primerísima en la tragedia de dos pueblos: Rusia y Hungría, que fueron Kerensky y Karoly. Kerensky fue la inconsciencia; Karoly, la traición a toda una civilización milenaria. Su señoría no será Kerensky, porque no es inconsciente, tiene plena conciencia de lo que dice, de lo que calla y de lo que piensa. Quiera Dios que S. S. no pueda equipararse jamás a Karoly. (Aplausos.)»

Finalizada ésta intervención, la diputada comunista Dolores Ibarruri, más conocida como  “Pasionaria”, cuyo nombre aparece hoy en día en muchas calles de España, le gritó: “Este ha sido tu último discurso”.  

Asesinato de Calvo Sotelo y alzamiento cívico militar del 18 de julio

Cadáver de José Calvo Sotelo
Y la amenaza se cumplió, pues en la madrugada del 13 de julio un grupo de oficiales y guardias de asalto –en su mayor parte de la escolta del Ministro socialista Indalecio Prieto- se presentó en su casa en un coche del Gobierno. Antes habían ido a por Gil Robles, pero este se encontraba de viaje, así que decidieron ir a por su segundo objetivo.  Calvo Sotelo fue obligado a acompañarles. Antes se despidió de su mujer, sospechando lo que le esperaba. A la mañana siguiente, su cuerpo aparecería en el Cementerio de la Almudena (entonces “Cementerio del Este”) con dos tiros en la nuca que le habían disparado nada más salir de su casa desde el asiento trasero de la furgoneta de la Guardia de Asalto.[6]
Este crimen fue la gota que colmó el vaso y que precipitó la decisión de buena parte del ejército y de la sociedad civil no frentepopulista, de alzarse contra el estado revolucionario en que el Frente Popular había convertido la IIª República Española, un alzamiento que comenzaría en Ceuta y Melilla el 17 de julio y se extendería a toda España el 18 de julio de 1936. El fracaso de dicho alzamiento en las principales ciudades de España, provocaría una sangrienta guerra civil que duró tres años y cuyo análisis merece un capítulo aparte.
Milicianos comunistas fusilando al Sagrado Corazón de Jesus
en el Cerro de los Ángeles
En definitiva, el 18 de julio de 1936 no se produjo ningún golpe militar “fascista”. En primer lugar, porque no fue exclusivamente militar sino cívico militar. En segundo lugar, porque el fascismo no tenía fuerza alguna en España y finalmente porque el alzamiento fue apoyado por todas las fuerzas monárquicas, tradicionalistas, la derecha parlamentaria, el centro (Lerroux) y la Falange (todos ellos llamados “fascistas” por la izquierda), que si inicialmente tuvo una influencia del fascismo, pronto la abandonó quedando tan sólo la influencia estética de dicho movimiento europeo.


Saqueos en Iglesias y Conventos y profanación de cadáveres

Esta es la verdad, sin ambages, ni adornos. Muy resumida, pero todo lo que aquí he escrito es verdad. Pero esto no es, querido joven, lo que habrás leído en los textos de historia que has manejado hasta ahora, que están pasados por el tamiz del pensamiento único dictado por la izquierda, que ha reescrito la historia convirtiendo la II República en un paraíso democrático y el alzamiento del 18 de julio en una asonada golpista para acabar con la democracia urdida por Francisco Franco, precisamente, el ultimo general en unirse a la sublevación al comprobar, tras el asesinato vil de Calvo Sotelo por fuerzas gubernamentales, que no era posible la paz.  Pero la mentira tiene las patas muy cortas y al final, dentro de no mucho tiempo, la verdad triunfará.

LFU

  
  





[1] 19-01-1936 en un acto electoral en Alicante, y recogido en El Liberal, de Bilbao, 20-01-1936.
[2] Mitin en Linares el 20-01-1936
[3] 10-02-1936, en el Cinema Europa.
[4] El Socialista, 09-11-1933.
[5] https://www.uv.es/ivorra/Historia/SXX/Actas2.html

2 de noviembre de 2017

España libre


Artículo publicado en el Blog del General Dávila

Si yo fuera un hombre verdaderamente libre , proclamaría, sin temor a ser tachado de fascista o cavernícola y ser excluido de la impostada corrección política, que el origen de la gravísima situación a la que se ha llegado en Cataluña está en los vicios del llamado “consenso constitucional” de la transición que posibilitaron la nefasta redacción del artículo 2 de la Constitución y el modelo de organización territorial del Estado reflejado en el Título VIII de la Carta Magna.

Si yo fuese un español libre y no temiera ser condenado ad perpetuam al exilio interior por los cansinos voceros de la impostada moderación y la componenda, pediría la supresión del Estatuto de autonomía en aquellas comunidades o regiones en las que no estuviera suficientemente garantizada la lealtad a España y a su unidad territorial. Porque la descentralización administrativa debe servir para acercar el Estado a los ciudadanos y no para alejar a éstos de su nación, crear naciones inexistentes y centrifugar para siempre el Estado nacional.
Si yo fuese libre y no esperara las represalias de sectarios e intolerantes y el azoramiento de los blanditos, exigiría que se respetase mi derecho constitucional a utilizar la lengua española en todo el territorio nacional, a dirigirme a todos los tribunales y administraciones autonómicas y municipales en español y a que se me conteste en dicha lengua oficial común de todos los españoles. En definitiva, a sentirme igual de español en todos los rincones de mi patria.
Si yo fuera verdaderamente libre o tuviera una Constitución como la de la República Federal Alemana, exigiría la inmediata ilegalización de todos aquellos partidos políticos y organizaciones que propugnen la secesión e inciten al odio a España y a sus instituciones y señalaría con el dedo acusatorio a todos los políticos y gobernantes que desde hace cuarenta años han mirado para otro lado por intereses electorales cortoplacistas, mientras los genios de la disgregación urdían cuidadosamente sus planes para destruir nuestra vieja y gloriosa unidad mediante la manipulación de la historia común y el adoctrinamiento de los niños en las escuelas.
Si hubiera en España políticos libres que no vivieran atenazados por el cálculo electoral, reclamarían sin complejos la reasunción por el Estado de las competencias de educación y seguridad en todo el territorio nacional y establecerían un plan de choque para españolizar a todos los ciudadanos españoles, porque hoy más que nunca es vital que todos conozcan la verdad de nuestra doliente y gloriosa historia, con sus luces y sus sombras y puedan sentir el legítimo orgullo de ser español. Hora es ya de destapar las mentiras que durante décadas han difundido impunemente los nacionalistas vascos, catalanes, gallegos, valencianos y baleares para extirpar de niños y mayores el sentimiento de pertenencia a la nación española.
Si España no viviese bajo el imperio de la corrección política, podríamos reivindicar sin  complejos aquella frase escrita por José Antonio Primo de Rivera hace 83 años advirtiendo que “sin la presencia de la fe en un destino común, todo se disuelve en comarcas nativas, en sabores y colores locales”
 Pero de nada sirve mortificarnos lamentando los errores del pasado sin proponer soluciones de futuro. España hace tiempo que renunció a una empresa colectiva reafirmando su condición de nación más antigua de Europa y al tiempo, de referente cultural, histórico y evangelizador para Hispanoamérica. Aquí seguimos rumiando las leyendas negras inventadas por Antonio Pérez y Guillermo de Orange y se cuentan por miles los estúpidos que califican de genocidas a los conquistadores españoles para guasa de nuestros vecinos franceses que, para más inri, disfrutan cada vez más de nuestra fiesta nacional mientras nosotros no somos capaces de protegerla de los ataques de tanto descerebrado. Aquí seguimos subvencionando películas ordinarias y sectarias sobre la guerra civil y ridiculizando a los héroes de Baler, en lugar de llevar al cine epopeyas como la de Blas de Lezo, Hernán Cortés, Guzmán del Bueno o Moscardó, conocidas en el mundo entero menos aquí, porque el patriotismo, de ser una noble virtud se ha convertido en rancio baldón propio de carcas o fachas. Y, por supuesto, seguimos bajo la estúpida engañifa de la multiculturalidad renunciando a la reivindicación de las raíces cristianas de nuestra civilización.
España está huérfana de referentes del patriotismo, porque merced a la saña de unos y a la cobardía de otros, se está borrando la huella de insignes intelectuales españoles que, como Ramiro de Maeztu, Unamuno, Ortega o Marañón se mostraron en abierta rebeldía contra la decadencia de una España que navegaba sin rumbo a la deriva de su propia destrucción. Una España a la que amaban porque no les gustaba, con afán de perfección.
Si en España triunfa algún día la verdad sobre la mentira, y se abre paso la verdadera libertad, reflexiones como éstas se escucharán y debatirán sin complejos en unas Cortes convertidas hoy, por diputados de la izquierda radical y de los partidos  separatistas, en un patio de Monipodio en el que se miente con contumacia, se insulta impunemente a España, y se falta clamorosamente el respeto a quienes pagamos con nuestro esfuerzo diario un sueldo que no merecen cobrar, ni ellos, ni quienes con su cobardía han colocado a nuestra patria a los pies de los caballos.

Luis Felipe Utrera-Molina Gómez

20 de octubre de 2017

Cartas a mi padre (I)

Querido Papá:

          Hace apenas seis meses que emprendiste, con emocionante serenidad,  tu última marcha por etapas con destino a los luceros, donde recibirías el abrazo alegre de tantos amigos cuyos nombres recitabas en el silencio de cada noche antes de dormir. A medida que ibas despidiendo a tus amigos y camaradas, solías repetir que envejecer no es otra cosa que quedarse sin testigos. Pero a pesar de que fueron legión los que te precedieron en el tránsito, tú jamás envejeciste porque tu corazón, aunque maltrecho, seguía enamorado, continuaba latiendo con arrebatada pasión por tu mujer, por tu familia, por tus amigos (aún por el último y más recientemente adquirido en una tienda cualquiera, en un vivero o en una frutería), pero sobre todo, por España a la que serviste con lealtad hasta el último aliento de tu vida.

               Desde entonces, no ha habido un solo día en que no haya añorado tu voz, extrañado tu aliento y anhelado tu apoyo y tu consejo. He tenido la inmensa fortuna de conocerte a fondo en estos últimos veinte años de mi vida y a medida que te ibas desnudando ante mi madurez, iba creciendo mi admiración por tu figura, por tu entrega incondicional a todas las causas nobles, por haber sabido vivir con el corazón en la palma de la mano, sin miedo a otra cosa que no fuera vivir en la impostura.

               Ahora que me adentro en la intimidad de tus diarios quisiera arrancarle horas a la vida para abrumarte con preguntas, llenar de palabras el espacio de tantos silencios a tu lado y contarte muchas cosas de mí que acaso tú adivinabas con sólo mirarme a los ojos. Y me doy cuenta de la profundidad de tus reflexiones, de la autenticidad de tus sentimientos y del coraje de tus actuaciones, en definitiva, de lo lejos que estoy de llegarte a la suela de los zapatos.
        
Pero hoy quiero hablarte de lo que sucede en España.  Lo único que puedo celebrar es que tú nos contemples hoy con la distancia y ternura metafísica de quien ya ha conocido la Verdad, porque tu corazón mortal no habría podido soportar el triste espectáculo al que día tras día asistimos desde hace meses en Cataluña que no es sino el desenlace previsible de lo que tú advertías ya cuando se discutía el texto constitucional en 1978 mientras ABC estrenaba contigo aquél pie de página en el que no se hacía responsable de la opinión vertida en el artículo.  El monstruo nacionalista alimentado durante décadas por los grandes partidos de gobierno se ha hecho mayor y ya no se contenta con dinero, competencias o apaños judiciales.

Ante el anunciado desafío por parte de la Generalidad que se ha situado al margen de la ley aprobando leyes de desconexión con España, celebrando un referéndum ilegal y controlando una fuerza armada fuertemente politizada de 17.000 hombres, el gobierno de la nación ha mostrado una debilidad balbuceante y una manifiesta falta de previsión, actuando siempre a remolque de las actuaciones del montaraz gobierno catalán. Más interesado en preservar sus perspectivas electorales que en garantizar el cumplimiento de la ley, el gobierno ha tratado de eludir responsabilidades, primero tratando de que jueces y tribunales le hiciesen el trabajo y asegurándose después de no tomar decisión alguna que contase con el beneplácito del Partido socialista que busca pescar en aguas revueltas y juega como siempre a dos bandas por lo que pudiera suceder.

Pero si el gobierno está mostrando una irritable debilidad frente a los sediciosos golpistas, te gustará saber que, ante los balbuceos del gobierno y –lo que es más importante- contra su expresa voluntad, el rey de España supo estar a la altura de las circunstancias, lanzando un mensaje de firmeza en la defensa de la unidad de España y exigiendo el inmediato restablecimiento de la legalidad.  El rey habló a los españoles diciendo la verdad sin ambajes, llamando a las cosas por su nombre –lo que no hacen ninguno de los políticos al uso- y exigiendo el inmediato restablecimiento del orden.   Más te gustará saber de la emocionante reacción patriótica del pueblo español que ha inundado de banderas nacionales los balcones de las ciudades, salió en masa en Barcelona al grito de “Cataluña es España” y reventó las previsiones de asistencia de público en el desfile del 12 de octubre que se convirtió en toda una reivindicación de españolidad y homenaje al Ejército y a las Fuerzas del orden.

Ese pueblo español, dormido durante décadas, no se siente representado hoy por ninguno de los partidos mayoritarios que mercadean de forma vergonzante con el respeto a la ley y la unidad de España  sin atreverse a emplear contra los golpistas toda la fuerza de la ley.  Ese pueblo español contempla anonadado cómo se ofrece continuamente diálogo a los golpistas en lugar de ordenar su detención, cómo mantienen sus puestos, sueldos públicos y el control de las instituciones, desde las que planifican el próximo ataque a la nación y cómo cualquier sospecha de acuerdos claudicantes se torna verosímil. Ojalá toda esa energía nacional liberada pudiera ser encauzada por alguna fuerza política libre de las ataduras de lo políticamente correcto. Ojalá la catarsis que se avecina por la anunciada resistencia de los golpistas pueda ser aprovechada para comenzar sin complejos a desandar un camino centrifugador  hacia el abismo que comenzó hace décadas con vergonzosa irresponsabilidad.

Por mi parte, sólo decirte que, aunque me abruma la responsabilidad, estoy dispuesto a recoger tu testigo. Mi pluma y mi voz no descansarán en defensa de la esencialidad y la grandeza de España y prometo mantener alzada la bandera que con tan limpia dignidad honraste durante toda tu vida, mientras me quede sangre en las entrañas.  

Un abrazo muy fuerte papá.

LFU

10 de octubre de 2017

Los criminales, a prisión.

Puigdemont, Junqueras, Forcadell y Trapero deben ir a prisión, más pronto que tarde, independientemente de lo que hagan hoy, porque los delitos cometidos son gravísimos y el Estado de Derecho no admite excepciones ni privilegios en función de las circunstancias que rodean la comisión del delito. Lo único que pueden hacer hoy es acelerar su detención y provocar la declaración del estado de excepción en Cataluña para proteger los intereses generales de todos los catalanes y españoles. 
Debe quedar meridianamente claro que con los criminales y con los golpistas decididos a quebrar nuestra convivencia y subvertir el orden jurídico no hay nada que dialogar ni negociar. 
Que haya estúpidos demagogos que no sepan contar y prefieran presentar a Pablo Casado como un pirómano por recordar lo que pasó hace 83 años es algo consustancial a una parte de la sociedad que ha perdido el norte, la decencia y la dignidad.
Yo no sé qué pasará esta tarde, pero no puede tolerarse otro espectáculo de fracaso en la previsión, en la coordinación y en la eficacia de la fuerza por parte del gobierno. Y si hay violencia será culpa del miedo y de la falta de determinación del gobierno en impedir ex ante un plan revolucionario ideado al detalle por los nacionalistas desde hace años. Si asistimos a escenas de violencia serán debidas a la planificación revolucionaria y a la falta de coraje para aplicar las leyes y defender la libertad atacada por unos iluminados a los que la sociedad catalana, ahora aterrada ante el precipicio al que se asoma, ha venido dando alas desde hace decenios.

LFU

4 de octubre de 2017

El Silencio culpable . José Utrera Molina

Ante la gravísima hora que vive España, amenazada en su unidad, rescato el artículo que mi  publicó el 22 de junio de 1978 en ABC. Se estaba elaborando la Constitución, concretamente el Título VIII y el artículo -que fue tachado de alarmista y dio origen al primer pie de artículo de ABC desvinculándose del contenido del artículo- resulta leído hoy estremecedoramente profético.  Lo advirtió en 1978, lo siguió haciendo hasta que Dios le dio vida y no había que ser un visionario para verlo. Tan sólo había que ser decente y honrado, cosa que no eran la gran mayoría de los políticos de la transición.

Hay silencios limpios, serenos, honorables, y hay, por el contra­rio, mutismos envilecedores, oscuros y serviles. Hay silencios claros, como el que Maragall ponía en el alma de los pastores. Silencios respetuosos, emocionados, pero hay también silencios sombríos y culpables, silencios del alma, silencios escandalosos, capaces de arruinar, por sí solos, el sentido de toda una vida y de desmentir la autenticidad  de muchas de las lealtades que ayer se proclamaban estentóreamente,  con risueña comodidad, sin la presencia de adversarios amenazantes.

Callar en esta hora significa no solamente desentenderse por completo de un pasado que, de alguna forma, honrosamente nos obliga, sino también una huida de las exigencias del presen­ te y un volver la espalda al reto del futuro. Se atribuye al viejo filósofo Lao Tse la propiedad de una sentencia tan significativa como sobrecogedora: Los más grave padecimientos  -escribía-que gravitan sobre el corazón del hombre, los constituyen el dolor de la indiferencia y el silencio de la cobardía.

Creo que somos  muchos los españoles  que,  sin tener  el ánimo propicio a pronosticar catástrofe, coincidimos en considerar los momentos que vive hoy nuestra patria como graves y decisivos.

La Constitución española se está elaborando en estos días. En el seno de la Comisión Parlamentaria, constituida al efecto, han pasado sus preceptos en medio de silencios estruendosos, hurtados, contra todo pronóstico y esperanza, al gran debate nacional. La consecuencia es que la Constitución no sólo no despierta  ningún entusiasmo  -lo que la época  romántica  del constitucionalismo-, sino que está sumiendo a nuestro pueblo en la confusión y en la perplejidad, al ofrecerle ambigüedades sospechosas que, a cambio de oportunistas consensos de hoy, anuncian larvados enfrentamientos de mañana.

Son muchas las cuestiones graves que han quedado así aplazadas a una interpretación  más o menos audaz de los Gobiernos y los legisladores venideros. No voy a referirme a temas como el divorcio, la libertad  de enseñanza, la estructura  del poder judicial y otros que han sido enunciados.  Hay uno, sin embargo,  que es el que,  en estos momentos,  como español, más me duele y me preocupa,  más me indigna y desasosiega: La sospecha de que esta Constitución pueda ser instrumento liquidador de algo tan sustantivo como nuestra propia identidad nacional.  Atentar contra  ella supone  un crimen sin remisión posible y una traición a nuestra propia naturaleza histórica. Pienso, pues, que la esencialidad española  debe quedar siempre al margen de cualquier alternativa y fuera,  por tanto,  de diferencias ideológicas.

Una Constitución sólo se justifica en el intento de articular la concordia de un pueblo y no propiciar antagonismos  y enfrentamientos. Una Constitución ha de estar dotada  de un ver dadero sincronismo y no acierto a ver en su articulado actual una auténtica confluencia conciliadora; la normativa existente nada tiene que ver con el consenso,  porque  mientras aquélla se asienta  en  los principios -acaso pocos,  pero  imprescindibles- que deben configurar el ser nacional y la voluntad de un proyecto común de futuro, más allá de las opiniones de los partidos, éste se establece sobre la ambigüedad y el travestismo político de las palabras  aptas  para  acoger,  bajo su equívoco ropaje, los más escandalosos cambios de sexo. No se pretende la exaltación de la diversidad,  sino el puzzle. No se busca  la necesaria descentralización, sino el mosaico gratuito. Estamos asistiendo a una malversación de fondos históricos.

Tal es el caso del término “nacionalidades”, auténtica bomba de relojería, situada,  consciente o inconscientemente,  por los muñidores del consenso, bajo la línea de flotación de la unidad nacional.

No pretendo entrar en disquisiciones semánticas o históricas que, por otra parte, se han hecho ya y se harán -así lo espero-con mucha mayor autoridad. Como político o como simple español de a pie no puedo ver en ese término otra cosa que la enquistada pretensión de una explotación futura amparada  en su reconocimiento constitucional.

El que afirma que el problema de aceptar o no la voz nacionalidades se reduce a una cuestión terminológica, o no tiene sentido de la política, ni de la Historia, o no obra de buena fe. En política no hay palabras  inocuas cuando se pretende  con ellas movilizar sentimientos. El término nacionalidad  remite a nación o Estado. Cuando alguien dice recientemente que Cataluña es la nación europea, sin Estado, que ha sabido mantener mejor su Identidad,   resulta  muy difícil no ver, por  no decir imposible, que se está denunciando una «Privación del ser», que  tiende  «A ser colmado  para  alcanzar  su  perfección»,  y preparando  una sutil concienciación para reclamar un día ese estado independiente a que la imparable dinámica del concepto de nacionalidad  habrá de conducir hábilmente  manejada.  El propuesto cantonalismo generará la hostilidad entre vecinos, la rencilla aldeana y el despilfarro del común  patrimonio. Se está haciendo  la artificial desunión  de España  y, además,  sin explicarle al pueblo lo que le van a costar las tarifas. Se quiere parcelar lo que está agrupado,  malbaratando siglos de Historia. Cuando  otros se esfuerzan en aglutinar lo distinto, aquí se pretende  desguazar lo aglutinado y cuando se sueña  con una Europa  unida aquí parece como si se persiguiera el establecimiento de pasaportes  interiores que habría que mostrar cada vez que cruzáramos una región.

Frente a esta peligrosa ambigüedad  hay que afirmar, una y mil veces, que la nación española es una y no admite, por tanto, subdividirse en nacionalidades. España  creó hace siglos una nueva fórmula de comunidad humana, basada en una realidad geográfica, cultural e histórica. Fue un hallazgo moderno,  con sentido de universalidad. Cambiar el curso de la Historia, incorporando a la nueva Constitución estímulos fragmentadores, es mucho más que un disparate colosal, es alentar hoy la traición de mañana,  y me anticipo a negar mi acto de fe en una Constitución que se inicia con esta amenaza.

Creo que hay que robustecer el hecho regional, que hay que descentralizar a ultranza, que hay que armonizar la unidad  y la diversidad,  pero creo que  nadie  puede  romper  la unidad nacional  porque  eso representaría  el secuestro  de la libertad de España y la dolorosa hipoteca de su destino.

Pienso, finalmente, que hay quienes tienen derecho a su silencio; hay quienes  no pueden,  en modo alguno, ser ofendidos por su mutismo; hay quienes pueden callar con humildad y compostura,  y hay, también, quienes ya tienen helados sus silencios porque la muerte les acogió sin que conocieran esta posible  y próxima  desventura, pero  creo  que  los que  ayer repitieron hasta la afonía, desde tribunas públicas notorias, la invocación de España una, los que hicieron la fácil retórica de la unidad, los que nos explicaron sus valentías a los que, por razón de edad,  no conocimos  contiendas ni trincheras,  no tienen derecho al silencio. Podrán, tal vez padecer el dolor de la indiferencia, en cuyo caso son dignos de compasión  y de lástima, pero si se callan hoy por miedo o se esconden por utilidad y conveniencia, no encontrarán  en los demás justificación posible y, por supuesto, ellos mismos no podrán redimirse del drama íntimo de su autodesprecio.

Callar cuando la unidad de España está en peligro sería la peor de las cobardías. Yo, al menos, no quiero dejar de sumar mi voz a las que, con escándalo y alarma, se levantan frente al riesgo clarísimo de perdería. Quiero que se sepa que no todos los españoles estuvimos de acuerdo en quedarnos  sin Patria.


(ABC, 22 de junio de 1978)

2 de octubre de 2017

Delenda est España

El denigrante espectáculo de ayer, en el que un gobierno cobarde desamparó a unas fuerzas de seguridad que se emplearon de forma impecable en cumplimiento de las órdenes judiciales, tras ser traicionadas de forma vergonzosa por los Mozos de Escuadra, cuyo control debía haber asumido el Gobierno días atrás; en el que un gobierno medroso, agazapado tras jueces y fiscales e incapaz de dar la cara ante la más grave situación que ha sufrido la unidad de España en sus últimos doscientos años, salió a decir algo así como que nada había pasado y ofreciendo diálogo a quienes quieren destruir España;  en el que los golpistas siguen en sus despachos planificando el próximo ataque mortal contra nuestra patria, cobrando su sueldo de todos los españoles; en el que el rey de España ha desaparecido por completo enviando el insólito mensaje de que ha despejado su agenda; en el que a la mayoría de los españoles les importa una higa lo que le suceda a España porque sólo piensan en donde van a pasar el próximo puente del Pilar; en las que no ha habido un solo militar que recuerde en voz alta cual es la misión del ejército consagrada en el ordenamiento constitucional, nos dice muy claro que España no tiene ya quien la defienda.

Esta semana veremos de nuevo cómo desde un balcón se hiere de muerte a la nación española y tampoco pasará nada, porque lo primero es pensar en las próximas elecciones antes que pensar en España, lo primero, recibir la nómina a fin de mes y luego ya veremos.

A mí me duele España, me duelen las entrañas y me atenaza la tristeza. Pero soy, somos muy pocos quienes lo sentimos y nada podemos hacer nada frente a la indolencia de una sociedad que sigue pensando que España es algo que se puede votar cada 100 años,  que no es algo que no nos pertenece, que hemos recibido de nuestros mayores y tenemos la obligación de legársela a nuestros hijos. Una sociedad que ha sido incapaz de plantarle cara a la mentira y la sinrazón de un separatismo al que se ha vendido España por treinta monedas.

Estamos a punto de ver desaparecer a nuestra patria y son muy pocos los que alzan su voz en esta hora triste para una de las naciones más antiguas del mundo. Responderán ante Dios y ante la historia porque hoy ya no queda apenas ninguna esperanza. Malditos quienes faltan a su juramento mientras España desaparece por el desagüe de su cobardía y su indignidad.  Yo no pienso faltar jamás a un juramento que hice dos veces ante Dios y ante mi Patria a la que seguiré amando y defendiendo aunque se desangre.

¡Arriba España!   


LFU