SONETO
FRANCISCO
CORREAL
24 abril 2017 (Diario de Sevilla)
Hoy no me llamará para darme las gracias
por este artículo. Puede que otros me llamen para recriminarme que lo haya
escrito. Con su descanso eterno igual también descansan los que hace un tiempo
emprendieron una tabarra contra José Utrera Molina para que retirasen todo
símbolo que recordara su paso por la política, incluso por este mundo que llenó
de hijos y, por lo visto, de muy buenos amigos. Entre los mejores, el decano de
los articulistas, Manolo Alcántara, omnipresente en dedicatorias, poemas y
objetos en la casa que Utrera Molina tenía en Nerja y donde fui a entrevistarlo
en febrero de 2013. "Yo le sigo llamando José Utrera / a querer lo que
siempre se ha querido", escribe Alcántara en un soneto con el que su
destinatario cerraba el libro Sin cambiar de bandera que me regaló dedicado al
final de aquel encuentro.
Conocí a Utrera Molina gracias a la
memoria histórica. A partir de una pista que me facilitó el historiador Juan Ortiz
Villalba para dar con Pepita Barbero, hija de Emilio Barbero, concejal del
Ayuntamiento de Sevilla asesinado la misma noche del 10 al 11 de agosto de 1936
en el kilómetro 4 de la carretera de Carmona en la que fusilaron a Blas
Infante. Di con Pepita Barbero en su casa de la calle Jamaica del barrio de
Heliópolis y justo cuando se cumplían 75 años de la muerte de su padre me
contaba en el periódico que no quería morirse sin tener la ocasión de darle las
gracias a José Utrera Molina. Siendo ministro de Vivienda, puso todos los
medios para que a la huérfana de Emilio Barbero no la echaran de la casa en la
que nació y de la que un día de julio del 36 se llevaron a su padre para
matarlo. Cuando leyó la historia, Utrera Molina me llamó por teléfono para que le
pusiera en contacto con aquella mujer. Me encantó propiciar aquel abrazo entre
las dos Españas.
He oído que el motivo para borrarlo del
callejero fueron sus crímenes de guerra. Hijo de su tiempo, no me cabe duda de
que como gobernador civil, igual que facilitó vivienda a muchas familias
afectadas por la riada del Tamarguillo, fue implacable con sindicalistas y con
la incipiente izquierda curtida en las fábricas y en las aulas. Pero Utrera
tenía diez años recién cumplidos cuando Franco volteó la República. No estará
en el callejero, pero sigue en el soneto de su amigo Manuel Alcántara.