MI PEPE UTRERA
MANUEL
ALCÁNTARA
23 abril 201701:02 (Diario SUR)
Hay gente que se muere y otra que se nos muere y nos mutila con su ausencia.
El excelentísimo señor don José Utrera Molina, que conocía muchas cosas, jamás
conoció el rencor. Era bueno por naturaleza, no por ejercicio de la bondad.
Quiero recordarle ahora, de vuelta de Nerja, donde he ido a decirle un adiós
que se parece mucho a un hasta pronto. Creía él en algunas cosas, sobre todo en
la lealtad, y yo no creo en ninguna, ni siquiera en los leales. De niños,
paseábamos los dos por la calle de la Victoria, que debe su nombre no a ningún
episodio bélico, aproximadamente interminable, sino a la Virgen María, de la
que nos aseguraban que hay que seguir creyendo, no sin correr para ponernos a
prudente distancia. Los dos éramos inocentes, pero yo siempre tendí al
descreimiento o a esa segunda inocencia que consiste en no creer en nada, sobre
todo en las promesas de otra vida, que sin duda será mejor, si es verdad que no
se parece a esta más que en algunas cosas.
Dejando a un lado «la metafísica de las
amapolas», quiero recordar, o sea, a volver a pasar por el corazón, al mejor de
los amigos imaginable, que es por un donativo de los volubles dioses, el que
precisamente he tenido. No me ha sido negado, después de tantas carencias, el
llamado 'don de lágrimas', pero es una lata tratar de impedir que salgan, con
el duelo, corriendo, y ya no estamos, cerca de los 90 años, para hacer
esfuerzos. Nos llamábamos por teléfono todos los días, unas veces él y otras
yo. Lo que más le dolía a este malagueño era que Sevilla, su bien amada
Sevilla, le hubiera quitado el nombramiento de 'Hijo Predilecto'. Lo que se da
no se quita, pero ya sabemos cómo es Santa Rita y cómo son los concejales,
según el turno que les corresponda. Le quitaron los honores, pero no el honor.
Así son las cosas, mientras los jueces condenen otros saqueos. No dan abasto,
los pobres.