Todo empezó el primer día del año, un trágico, oscuro día
después de la celebración de un nuevo año, una nueva etapa.
Recuerdo ese día con plenitud, cómo no, es ese día tan
especial que tienes la oportunidad de ser una nueva persona, una mejor persona.
Estaba recostada en el sofá, con mis padres al lado. Ya
era mediodía cuando le pusieron un mensaje a mi padre. Yo aún no lo sabía, pero
mi vida estaba a punto de cambiar.
En el instante que mi padre leyó ese mensaje su rostro cambió,
yo estaba preocupada por él, y no dude en preguntarle que le estaba pasando. Al
informarnos, mi padre soltó unos sollozos; mi abuelo había tenido un infarto, y
estaba en estado crítico. Yo, muy ingenua, fui a animarle creyendo que la gente
solo muere en las películas, ya que no me hacía a la idea que él se pudiera ir.
No paraba de repetirle que todo saldría bien, que él era mi abuelo, y que él no
se iría. Puede que yo ya tuviera la suficiente consciencia para saber lo que
podía pasar, pero a pesar de eso no me lo quería imaginar, prefería imaginarme
que mi abuelo era inmortal.
Estuve todos los días rezando por él, suplicando que se
pusiera bien, y a pesar de que las circunstancias fueran difíciles, yo creía en
él, yo creía en que se iba a recuperar. Tengo memoria de algunos días hablando con mi prima por
teléfono, estábamos preocupadas, tristes, porque no queríamos que le pasara
nada al abuelo. Quince días después sucedió un milagro. ¡Mi abuelo se estaba
recuperando! Aunque para ser sinceros, yo ya lo sabía, sabía que no me iba a dejar
sola, al menos no todavía.
Poco, a poco todo fue volviendo a ser como antes, o casi
todo. Mi abuelo, volvió a mi casa con mi abuela, que le esperaba con ansia. Yo no pude ver a mi abuelo hasta que fue la boda de mi
primo, ya que él vivía en Madrid, al igual que el resto de mi familia.
La boda de mi primo fue la primera vez, después del
infarto, que mi abuelo pasaba una jornada tan larga fuera de su casa. Todos
creíamos que se iba a agotar enseguida debido a su débil estado de fuerza y ánimo.
Sin embargo nos sorprendió a todos, como siempre. Hizo un discurso al terminar la misa, y pasó mucho tiempo
ensayándolo. Estaba muy nervioso, muchos días nos decía que no podía, pero
cuando llegó la hora de subirse al púlpito
no cogió el papel, ni dijo el discurso que tanto había preparado, subió
allí, y lo improvisó, dijo un discurso de lo más sincero, y lo más importante,
desde su corazón.
Todos nos quedamos atónitos, ya que por su estado de
salud era algo increíble lo que había hecho. Siempre admiré su facilidad para
expresarse, pero lo que había hecho ese día, sinceramente, no tenía palabras.
Semana Santa
siempre ha sido una fecha que al igual que a mí, a mi abuelo y a mi
padre les encantaban. Cada año voy a ver las procesiones, lo que me hace emocionarme
de lo bellas que son las esculturas, y de los pasos tan bien elaborados que
hacen. A mi abuelo le encantaban, pero debido a su avanzada edad, no podía
meterse en las procesiones, ya que hay mucho escándalo, y mucha “bulla”. Pero
no se perdía ni una por la televisión, siempre que le miraba, los ojos le
brillaban al ver las cofradías de la virgen, etc… Me acuerdo que siempre nos
llamaba a todos y nos decía que nos sentáramos para que las viéramos con él.
Al abuelo, aparte de encantarle todo lo relacionado con
la Semana Santa, le encantaba los toros. Yo no compartí la pasión con él hasta
que me llevaron a mi primera corrida de toros, y allí entendí porque le gustaba
tanto a mi abuelo, era algo asombroso.
Para mí ese día no fue importante solo porque fuera la
primera vez que veía una corrida de toros, fue importante porque fue la primera
vez, y por desgracia la última, que fui con mi abuelo. Ese día me lo pase
fenomenal, y aunque no me senté al lado de mi abuelo, porque teníamos
diferentes sitios, pude disfrutar de como disfrutaba él, y sencillamente, me
encantó.
Esta Semana Santa noté como mi abuelo no estaba igual que
siempre, estaba diferente, en muchos aspectos. Le costaba respirar, y cada vez
tenía que esforzarse más para andar. Ya nada era lo mismo. A cada minuto se
dormía, yo creía que era por los medicamentos, o simplemente porque tenía
sueño, y yo con mi ingenuidad le seguía diciendo a mi padre que todo iba a
salir bien, pero esta vez no fue así. Mi abuelo se fue al hospital, yo aún no
me había enterado de la gravedad del asunto, hasta que mis padres me lo
contaron. Me dijeron que no creían que el abuelo se pusiera mejor.
Estábamos en la Península y nuestro avión partía el día
siguiente, mi madre y yo íbamos a partir rumbo a Canarias, y mi padre se
quedaría allí, acompañando a mi abuelo. Yo insistía en querer quedarme, pero
debido que tenía colegio, me tuve que ir. Mi padre estuvo aproximadamente una
semana allí, toda las noches nos llamaba y nos
decía que tal iba todo. A mitad de semana parecía que se estaba recuperando, yo
estaba muy contenta, parecía que todo iba bien, pero el sábado de esa misma
semana me desperté, y mi madre me dijo que mi abuelo se había muerto. En el
momento que me lo dijo mi mundo se desmoronó, yo no sabía cómo reaccionar,
estuve segundos sin hablar, paralizada, con la noticia que creía que nunca me iba
a llegar. Pasado un minuto empecé a llorar, a llorar, nunca había tenido esa
sensación de dolor en el corazón, es ese tipo de dolor cuando sabes que alguien
te falta en tu vida, y no le podrás volver a recuperar.
Siempre había creído que cuando alguien que aprecias y
quieres de verdad muere, solo lloras porque le añoras, pero ahora que me ha
pasado a mi es más que eso, una sensación indescriptible, que a menos que la
pases no la entenderás. A partir del día que murió, ya no he vuelto a ser
igual, sé que está con Dios, y sé que siempre estará acompañándome en mis
mejores y en mis peores momentos, pero esa sensación tan reconfortante de
llegar a Madrid y darle un fuerte abrazo, contarle todo lo que me está pasando,
desapareció. Cada día siento un hueco que se agranda más en mi corazón, pero sé
que el tiempo lo curará, y aunque pasen muchos años nunca me olvidaré de mi
abuelo.
Pepe Utrera Molina ha hecho grandes cosas por España,
de lo que me siento gratamente orgullosa, y aún me siento más afortunada de
poder llamarle abuelo.
Finalmente mi abuelo era una persona muy previsora, ya
que él escribía poesías, y hay una que destaca sobre todas, es la que hizo a mi
abuela para cuando muriera, empieza así:
Si de la muerte
regresar pudiera,
volvería a decirte
que te quiero,
cuídame amor el
cedro y el romero,
y guárdame una rosa
en primavera.
Te quiero
muchísimo abuelo. Este escrito va dedicado para ti.
Tu nieta, ANA UTRERA-MOLINA