A Victor Barrio, in memoriam
Decía Ortega que sólo dos
cosas pueden realizarse con garbo: la historia y el toreo. La historia hoy se
hace sin gloria, con mediocridad, con miedo y enormes dosis de mentira. El
toreo, por el contrario, cada vez se hace mejor.
Si uno repasa las viejas
películas en blanco y negro de Joselito y Belmonte puede imaginarse sin mucho
esfuerzo, el aluvión de almohadillas e imprecaciones que recibirían esas dos glorias del toreo
si bregasen con un astado como solían en los años 20 y 30 del siglo XX.
Belmonte fue el primero que se paró, que eligió pisar sus terrenos y no los del
toro, pero nada comparado con cualquier torero de hoy. El toreo ha ido
creciendo en armonía y en belleza, en temple y en quietud. Pero en esencia, el
peligro al que se enfrenta un torero hoy es el mismo que hace 150 años.
Cierto que gracias a Fleming
y a los avances de la medicina moderna, la mortalidad de los toreros ha
decrecido en gran medida en las últimas décadas. Pero la cornada mortal de Victor Barrio nos
recuerda la cruda realidad de quienes se juegan la vida delante de un toro cada
tarde.
En un tiempo en el que la
juventud destaca por su indolencia y su falta de compromiso, en el que el
progreso material proporciona enormes comodidades a amplias capas de la
sociedad, resulta admirable la afición de los jóvenes que deciden arriesgar su
vida por un sueño. Hace 60 años, los futbolistas no eran estrellas rutilantes y
multimillonarios y los pocos mercedes y haigas que se veían eran las más de las
veces, de las figuras del toreo. Era el sueño de los niños, de los jóvenes, de
los más humildes, alcanzar el triunfo y la gloria vestido de luces y cortándole
las dos orejas a un pabloromero. Hoy resulta infinitamente más rentable y menos
arriesgado triunfar dando patadas a un balón y el ideal de los niños es jugar
como Ronaldo para tener un Ferrari como el suyo. Y no hablemos de los que gracias a la
telebasura viven pingüemente de los asuntos de la entrepierna y del mal gusto.
Por todo eso, y por mucho
más, yo me quito el sombrero ante los matadores de toros, ante los novilleros,
ante los hombres de plata. Son de otra galaxia, tienen otros sueños, se
recuperan en dos días de una cornada que a cualquiera de nosotros nos hundiría
en el abismo, porque son sus sueños, sus ganas de triunfar en una plaza lo que
mueve su corazón.
A Victor Barrio un toro le ha
partido el corazón en el albero de Teruel, recordándonos a todos el valor que
tiene ponerse delante de un toro –en eso no ha cambiado nada- y el respeto que
merece cualquier hombre que se viste de luces. Tan sólo atisbo la congoja y el
dolor de los suyos, pero también su orgullo. Un toro ha roto sus sueños pero eso
formaba parte de la partida que había decidido jugar con la vida, lo que había dado sentido a su existencia.
No dedicaré más que mi
desprecio infinito a los miserables que se alegran de la muerte de un torero.
Victor Barrio era joven, recién casado y tenía toda la vida por delante. La gloria
le ha llegado al fin, pero de otra forma. Le ha faltado tiempo para cumplir el
sueño de ser figura del toreo, pero su nombre ya está en la historia y es probable
que con su muerte preste un servicio más grande a la fiesta a la que tanto amaba.
Su joven sacrificio tapará muchas bocas y abrirá nuevos capotes entre una juventud
necesitada de modelos de carne y hueso que se juegan la vida por una pasión,
por una ilusión, por un sueño.
Brindo por ti Víctor
Barrio, torero que ya eres eterno, porque brindar por ti es brindar por la fiesta y por España.
Luis Felipe Utrera-Molina
Luis Felipe Utrera-Molina