Mucha gente debe hacerse mirar cuál es su actitud ante los
episodios de violencia que estamos viviendo en España, si se siente aludida por
el célebre poema de Niemöller. Hace unos días, unas bestias independentistasapalearon a dos chicas y arrasaron el puesto en el que defendían el derecho a
ver a la selección española en la vía pública. Ayer nos enteramos de la palizaque unos cobardes “antifascistas” propinaron a un hombre que llevaba en la
manga de su chaqueta una bandera nacional.
Ni una ni otra noticia ha merecido una portada en los medios
de comunicación, aunque el empuje de las redes sociales hace que las noticias se
hagan hueco en los periódicos.
Lo que estamos recogiendo no es sino el fruto de la
tolerancia suicida de un sistema ante los constantes ataques a España, a sus
símbolos, a su identidad como nación y a su unidad. Y corolario lógico de la cobardía
de amplias capas de la sociedad, empeñadas en ponerse de perfil y mirar para
otro lado mientras todo esto sucede ante sus narices. Y me gustaría
equivocarme, pero pronostico que este tipo de situaciones arreciará con el tiempo.
Acostumbro a lucir a diario en mi solapa los colores de la
enseña nacional y me entristece contemplar cómo a muchos les llama la atención
y lo consideran casi una extravagancia propia de “ultras”, sentimiento que no
albergan cuando ven a Obama lucir en su solapa la bandera americana o a Hollande
la tricolor.
Los españoles tenemos sobrados motivos de orgullo para
convertir en normal el homenaje a nuestra bandera y hacerlo viral. Hasta que no
nos sacudamos los complejos impuestos con el paso de los años por una izquierda
heredera de lo más rancio de la internacional comunista que sigue reivindicando
la bandera de la nefasta II República como símbolo del progreso, asistiremos a episodios de violencia contra los pocos
españoles que seguimos luciendo con orgullo nuestra bandera y proclamando
ufanos nuestra condición de españoles. Y, algunos se darán cuenta, como en el poema de Niemöller, demasiado tarde.
LFU