EL HONOR DE SEVILLA
Hace
45 años la Diputación de Sevilla concedió a un hombre bueno la medalla de oro
de la provincia. Sevilla saldó entonces una deuda de gratitud con quien durante
más de siete años dirigió los ásperos caminos de la dirección política de la provincia. Desde
la Roda a Sanlucar la Mayor, desde el Cuervo a Cazalla de la Sierra, toda la
provincia sintió en las más diversas circunstancias la enorme carga humana,
esperanzadora y emotiva de quien fue su Gobernador Civil entre 1962 y 1969. De
la misma manera se pateo la ciudad de Sevilla desde el Cerro del Águila o
Torreblanca al Tardón, desde San Jerónimo a Heliópolis, no quedando barriada,
casa, escuela, asilo, hospital o guardería que no haya sentido en alguna
ocasión la alegría de su presencia, escuchando primero y disponiendo después,
dentro o fuera de sus limitadas posibilidades, lo necesario para solucionar los
problemas humanos más urgentes.
Los
hombres y mujeres de Sevilla,
estudiantes y obreros, pobres y ricos, comerciantes, agricultores y ganaderos,
los círculos y las cofradías encontraron siempre abierta la puerta de un
gobernador que no cejó ni un solo día en la tarea de buscar soluciones a los
que acudían a él con el corazón atribulado. Su labor como gobernante no tuvo
más fallos que aquellos que la realidad imponía a sus desbordados deseos de
buscar lo mejor para Sevilla y para los sevillanos.
Hace
45 años, Sevilla entendió que, con buena o mala fortuna, un hombre joven se
entregó apasionadamente a un servicio en el que dejó lo mejor de su vida. Desde
aquel 14 de agosto -fecha que cada año recuerda con lágrimas en sus ojos-, en
que iniciara su andadura en tierras hispalenses, supo identificarse plenamente
con el sentir y el espíritu sevillano. Vivió horas de esperanza y muchas de zozobra,
sufriendo como suyos los problemas de los sevillanos. En Sevilla dio la medida
de su hombría y de su humanidad sin ningún puritanismo frío, y sin otra sonrisa
que la que sale de la pureza de intenciones. Y allí gobernó con la llama
intelectual y la acción decidida, como decía Ortega. Para comprobar todo esto
no tienen más que asomarse a la hemeroteca de aquellos años, como yo hago hoy,
al conocer hoy la indignidad cometida por la diputación hispalense.
Emotivas
visitas a viviendas en ruinas que se erradicaron y sustituyeron por nuevos y
decorosos hogares. Brenes y la Rinconada salen en la prensa por las mejoras en
urbanización y pavimento para sus términos municipales, También se reflejan los
continuos desplazamientos por Constantina, Carmona, Gerena, La Luisiana y
Olivares, necesitadas de urgentes mejoras. Durante su mandato, se inicio el
polo de desarrollo y la magna obra del canal de Sevilla-Bonanza que repercutió
notablemente en la estructura sociológica de la provincia y sobre todo en la
mejora de su bienestar. Nunca estuvo ajeno a los difíciles problemas de
Villanueva del Río y Minas, y con resueltas y decisivas decisiones solucionó
muchos de los problemas que angustiaban a los hombres que trabajaban en las
minas. Por ello fue reconocido como hijo adoptivo de Villanueva del Río y
Minas, también de Morón de la Frontera y de Utrera. Se crearon nuevos
ambulatorios y parques infantiles tan pioneros como el de tráfico. Pasó
noches a la interperie con los afectados por las inundaciones de 1962, y no
faltó nunca su aliento y compañía cuando la desgracia hizo acto de presencia en
accidentes mineros y de otra índole.
Mi
padre no cejo jamás en su lucha por dejar una Sevilla mejor que la que había
encontrado. No se conformó con lo preciso de su deber, con pasar desapercibido.
Se comprometió en cuerpo y alma, fomentó el acceso del pueblo a la cultura con
la creación de centros de estudios y universidades laborales que adecuaran la
formación de los hombres a la exigencia de los nuevos tiempos; luchó con
denuedo y fue su máxima preocupación la justicia social como base para la
convivencia, y no desfalleció en su lucha para que la juventud tuviese un papel
activo en la tarea integradora. En el ámbito puramente económico consiguió
subvenciones y auxilios económicos del orden de 170 millones de las antiguas
pesetas.
A
Sevilla, ciudad milenaria, de cultura vieja, excelsa sensibilidad e ingenio
fino, llegó un hombre bueno el 14 de agosto de 1962, estrenando una nueva
dimensión de su alma sensible. Luchó por ella con desvelo, escapando de la
gestión política para entrar en el terreno de la obra humanitaria. Hoy,
la Diputación de esta misma ciudad, cuyos nuevos integrantes distan mucho de
participar en lo que ha sido tradicionalmente la esencia hispalense, ha
decido retirar los honores que le había concedido a José Utrera Molina en
el año 1970, cuando se le otorgó la Medalla de Oro, “por sus excepcionales cualidades personales de
inteligencia y de carácter que han marcado un
estilo y acción difícilmente inigualables en el cumplimiento de sus funciones”.
Nadie
le regaló nada. Sevilla no le concedió la medalla de su provincia por adulación
o protocolo, sino como muestra de gratitud, por una exigencia de justicia. La
prueba es que fue el único gobernador de toda la era de Franco que recibió tal
distinción. Hoy, 45 años más tarde y a punto de cumplir 90 años, tiene que contemplar
con tristeza cómo otros sevillanos, quizás los nietos de sus testigos, sin
conocerle de nada, han decidido que todos sus desvelos y sus realizaciones
sociales no merecen reconocimiento alguno. Ninguna justificación han alegado
para aprobar la moción presentada por Izquierda Unida y Participa Sevilla, que
salió adelante con los votos a favor de PSOE y Ciudadanos, y con la cobarde y
miserable abstención del Partido popular.
Nadie
puede dar lo que no tiene. Los diputados provinciales de hoy podrán borrar
reconocimientos oficiales, pero jamás podrán administrar honores que les son
ajenos. Desgraciados ellos que no saben
que el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios.
Reyes
Utrera