"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

14 de diciembre de 2015

José Antonio: el amigo. Por Agustín de Foxá



José Antonio solía decirnos: “A mí lo que me gustaría verdaderamente sería estudiar Derecho Civil e ir a la caída de la tarde a un café o a Puerta de Hierro a charlar con unos amigos.”
Toda su vida -heroica, abnegada, llena de fantasía y de ímpetu- estaba impregnada de esta nostalgia un poco entre burguesa y literaria, del trabajo metódico y de la charla íntima. Se daba cuenta, sin embargo, de que estaba marcado ya por el destino, de que ya no era posible retroceder, de que tenía que renunciar a todo. Y esta pesadumbre amarga de su responsabilidad, era la que ponía melancolía en su mirada.
¡Tragedias de las vidas hermosas y arriesgadas! El hombre vulgar, que lee estas vidas al amor de la chimenea encendida, rodeado de sus hijos, o degustando el coñac con los buenos amigos, ignora, seguramente, que el gran hombre a quien envidia hubiera sido también feliz con esa vida sencilla y que si quedó solo, en la intemperie de la noche y de los combates, fue rasgándose el corazón.
Porque hay que escoger entre la obra y la felicidad. Y José Antonio optó por la primera. A todos nos gustaría conquistar el Perú, pero a condición de poderlo contar aquella misma noche a los amigos. Porque José Antonio era un amigo magnífico, lleno de humor, de imaginación, de ironía, de frases; cogía una conversación a ras del suelo y la elevaba, sin pedantería, hasta las nubes.
A veces era algo arbitrario y un poco cruel, pero razonaba enseguida con desbordante generosidad. ¡Lo he conocido en tantos sitios y en el mismo lugar a horas tan diferentes!
“Nunca hemos estado aquí -me decía una vez en la tasca-, porque ayer estuvimos de noche y hoy entramos por la mañana. El tiempo debe tener la misma categoría que el espacio. Se está en otro sitio, aunque sea el mismo, cuando en él se penetra a la hora diferente.”
Le gustaban mucho estas sutilezas y juegos de espíritu.

Yo lo recuerdo en ” La ballena Alegre “, debajo de los cetáceos azules, en caricatura, con su copa de anís en la mano, hablando del tamaño de la luna, de literaturas exóticas, de Florencia, de cacerías. Y en las medievales cenas de Carlomagno, mundano, de smoking, entre las velas encendidas del Hotel de París, redactando un telegrama de invitación al alcalde de Aquisgram, paladeando con citas de Plinio una sopa de tortuga.
Frecuentaba los salones; lo recuerdo bajo las pantallas verdes y el óleo de la duquesa Leticia. Allí leíamos comedias, versos. José Antonio hablaba agudamente de política. Aunque no eran aquellos sus temas preferidos. Describía los partidos centristas. “Quieren hacer en frío lo que nosotros hacemos en caliente. Son como la leche esterilizada, no tienen microbios, pero tampoco vitaminas.”
Tenía una gran vocación literaria y se ufanaba de los cinco capítulos de una novela suya que no terminaría nunca.
A veces, en el seno de la confianza, nos leía sus trabajos. No olvido su alegría cuando nos leyó la carta que dirigió a Ortega Gasset, ecuánime, noble, lleno de admiración hacia el viejo Maestro. “Cuando vea el desfile de nuestras Falanges, don José tendrá que exclamar: ¡Esto es, esto es!” 
Y luego las excursiones, tenía un auto pequeño que él mismo conducía y huíamos del Madrid plebeyo, dominguero, lleno de humos, de nieblas, de cigarros, de cines, de grises muchedumbres vomitadas por el metro, de cafés, de arrastres de pies, de ciegos con bandurrias, de vendedores de loterías o piedras para los mecheros.

El no amaba el tipismo cochambroso, galdosiano, de la vieja España. 
José Antonio con sus amigos se iba  los domingos al campo y a las viejas ciudades.
¡Lluvia triste del canalón de la Catedral de Sigüenza, hecha espuma sucia, en la boca diabólica de Gárgola! El coche José Antonio corre por los fríos descampados de la meseta de Barahona, donde el vuelo aviador de las avutardas, da origen a leyendas de brujas, atisbadas desde las campanas de la Catedral.

Allí hay un viento marinero que nace de las salinas y penetra en las iglesias. Altares de Puerto de Mar como los de la Catedral de Palma.
En el hotel comemos con José Antonio unas codornices de trigal y surco, engrasadas por un tocino de rubia corteza. A José Antonio le gustaban los buenos platos, el vino de la tierra y las conversaciones. Él no quería una España triste y aburrida. Decía en broma: “Queremos una España faldi-corta.”
Al fin de la comida se acercó a nuestra mesa el camarero. Nos dice que unos muchachos quieren saludar al jefe. Son muy pocos. Quince o veinte. Los únicos falangistas de Sigüenza. José Antonio se frota infantilmente las manos; exclama dándonos palmadas en los hombros: “Ya empezamos a ser conocidos.”

Luego paseamos bajo la lluvia. Un camarada mantiene el paraguas abierto sobre su cabeza. Son los días de la guerra de Etiopía. Le decimos en broma. “Pareces el Negus.” Se ríe.
Entramos en la Catedral. Rafael ha inventado una teoría con el sepulcral doncel de alabastro, que lee su  libro de piedra a la luz de las vidrieras. José Antonio la amplifica. “El doncel fue un falangista del siglo XV. Un señorito que dejó de jugar a la pelota en las paredes del palacio de su pariente el Obispo para irse a la guerra de Granada y morir ahogado entre las huertas.” Rafael añade: “Se fue con los hombres del pueblo, con los toscos y sencillos guerreros que bajaban de Soria, todavía vestidos de lana.”
Y José Antonio propone que la Falange de Sigüenza lleve la imagen del doncel sobre su bandera. Yo, desde estas líneas, suplico a nuestro Jefe Nacional y a Raimundo Fernández-Cuesta, que sea realidad aquel deseo.  
Volvemos en un vagón de tercera. Nos despiden, brazo en alto -¿Qué fue de ellos durante los meses del dominio marxista?”, los Falangistas de Sigüenza.
Otro día vamos a Toledo. Ya hemos visitado las acartonadas momias de Illescas, y hemos contemplado los amarillos de tormenta de los apóstoles del Greco. Bajamos a comer unas perdices a la venta del aire. En la sobremesa hablamos del valor. 
“Mi hermano Fernando -nos dice- es el más valiente de la familia.”
Le interrumpo: “Tú también lo eres.”
Nos responde, con amistosa timidez: “¡BAH!; es cuestión de la adrenalina; yo tengo una reacción lenta.”Así, él tan espiritualista, disfrazaba elegantemente con pura fisiología, su impresionante valentía.
Llegó un crepúsculo frío y rosa, sobre el oro fúnebre de los girasoles de la vega, donde está el Cristo del brazo desclavado.
Arriba, puntiagudo, El Alcázar; abajo, José Antonio. No imaginábamos sus amigos que estábamos contemplando a las dos víctimas más altas de futura guerra civil. Que las consignas y los sueños de aquella cabeza endurecían, aquellas viejas piedras, hasta hacerlas invencibles.

Otra tarde fuimos a La Granja. Leímos versos en un bello jardín, bajo unas velas encristaladas, que daban cita todas las mariposas de los pinares; allí recitó un joven poeta entonces desconocido.
En auto marchamos bajo la luna a contemplar el Alcázar. Se le caló el motor. Le dijimos en broma.
Cuando triunfes no te podremos llamar “Duce” o “Conductor”, porque lo haces bastante mal.”
“En efecto; no es mi fuerte.”

Daba la luna en las torres de pizarra; a nuestros pies el río y el fresco frutal de los árboles. Parecía el Alcázar un dibujo de Gustavo Doré.
José Antonio, ganado por el ambiente, traicionó sus tendencias clásicas.
“En el fondo, esto es lo nuestro; el Partenón está demasiado lejos; es simplemente arqueología.” A la vuelta a Madrid se iba durmiendo sobre el volante. Se golpeaba la frente. Fue un verdadero suplicio. Al llegar a Rosales, me dijo:
Por nada del mundo volvería ahora a la Granja.”
Le respondí:
“¿Ni por un millón de pesetas? ¿Ni por un gran amor?”
“Ni por eso.”
“¿Por el triunfo de la Falange?”

Afirmó rotundo:
“Por eso sí; ahora mismo.”
Y así, bajo las encinas monásticas del Pardo, y otra tarde junto a la piscina en piedra labrada de don Álvaro de Luna, en Cadalso de los Vidrios, y en el atardecer, con olor a césped regado, del polo de Puerta de Hierro y en la barra de Bakanik antes de cenar. Algunos le criticaban esto último y él protestaba: “Un obrero después del trabajo puede irse con sus amigos a una taberna, y a mí me critican porque voy con los míos a un bar.”
No es posible encerrar en un artículo todas las sugerencias, las frases certeras, las metáforas, con que José Antonio nos regalaba en la intimidad.
Yo sólo sé que los conceptos más fundamentales de mi vida sobre la Patria, la Religión, el amor, la literatura o el matrimonio, a él se los debo. Que mejoró mi espíritu, lo maduró y me salvó del peligro de las tertulias derrotistas y sovietizantes, que nos acechaban. Por ello mi agradecimiento entrañable.

José Antonio, sin proponérselo, convertía a sus amigos en discípulos suyos. Yo, antes que falangista, fui amigo de José Antonio; y ya sé que para los teóricos puros, para los que ponen a la razón y la doctrina por encima de todo, esto constituirá un reproche.

Pero no es mal camino para llegar a la verdad, este de la amistad y afecto; yo lo prefiero.
José Antonio no olvidó nunca a sus amigos. En la soledad de su celda de Alicante, rodeado por un mar de odio, tuvo el pulso sereno para escribir las cartas llenas de serena conformidad y aliento.
Nosotros no lo olvidaremos nunca. Pasarán los años; cambiarán las ideas, es posible que haya nuevas fórmulas políticas. Pero yo guardo avaramente, para mi vejez, estas palabras que me llenan de orgullo y que nadie podrá arrebatarme: “Yo fui amigo de José Antonio.”
POR AGUSTÍN DE FOXÁ
De “DOLOR Y MEMORIA DE ESPAÑA” Ediciones Jerarquía, 1939. Págs. 217 a 220.
Obras Completas de Agustín de Foxá- Editor: Editorial Prensa Española, 1972, Madrid.

11 de diciembre de 2015

EL FRENTE DE JUVENTUDES. Por José Utrera Molina



Enrique Sotomayor que fue sin duda un prototipo de rigor falangista y por tanto, amante con delirio y rigor de una España que a él no le gustaba, lanzó a los vientos la denominación de Frente de Juventudes, que allá por los años 40 ocupó calles y plazas con canciones que aún perduran en nuestros oídos y en nuestras almas.

Creo sinceramente que esta organización que surge de las nobles ideas de este falangista que he nombrado, tuvo una enorme repercusión en la vida española. El Frente de Juventudes fue una llamada a la unidad de la juventud española, sin distinción de ideologías ni de clases. Todos los valores hispánicos resucitaron al compás de las canciones que poblaban el aire de España. La exaltación de la patria como factor esencial, el sentido del honor, la verdad del sacrificio, el ajuste anti retórico que su organización tenía, dieron a España un nuevo mensaje de juventud decidida y vibrante. Todos los pueblos de nuestra geografía conocieron la  bravura de aquellas gentes que componían el Frente de Juventudes. Bravura y dignidad en sus gestos, seria profundidad en sus objetivos, sueños prometedores en sus múltiples horizontes, poesía y amor en su entrega fervorosa a una España que todavía no nos gustaba.

Franco, Caudillo de España fue exaltado y alzado en el aire por las canciones que hablaban de él. Recuerdo una frase de una de las canciones: “Franco a ti te juramos seguir hasta la victoria o morir”. Estas expresiones verbales estaban encarnadas en la memoria y en la acción de aquella juventud inolvidable. Cuando muchos seguían anclados en el rencor y volvían la cabeza a la historia, el Frente de Juventudes levantó banderas de emoción, de esperanza y de fe donde había depresión y cansancio, el Frente de Juventudes elaboró y sirvió una doctrina que agrupaba al común de todos los españoles. Yo recuerdo haber mandado y fundado la primera centuria de Andalucía, que llevó el título de Cardenal Cisneros y fue la primera en inaugurar una actividad sugestiva y alentadora como eran las llamadas “marchas volantes”. Al son de las canciones, con la vista puesta en el futuro, levantando un ánimo fraterno frente a los que todavía propiciaban la dejadez y el desentendimiento, el Frente de Juventudes cubrió una etapa inolvidable y fecunda de la vida española. Hoy cuando están tan lejos aquellos primeros tiempos vuelven a nuestra memoria y encogen nuestro corazón aquellas canciones y aquellos gestos. El principio de la camaradería servido con un aire de hermandad y casi de delirio fraterno, agruparon con la camisa azul las tierras de España. Sin odio al enemigo, sin rencor al adversario, llevando nada más en los macutos almacenados la voluntad de servicio de una nueva gente.

Estos recuerdos están tan vivos en mi corazón que a veces perturban la tranquilidad de mi presente, pero lo alteran con gozo y libertad, con poesía y voluntad de servicio. El Frente de Juventudes fue un bloque de sueños apretados y apasionadoramente servidos. Ahora ya tan lejanos aquellos tiempos, todavía se conservan sus guiones, sus recuerdos y sus banderas. Ahí están todavía tensos y no arrugados los uniformes azules de los montañeros de Madrid, que aún se reúnen rindiendo culto a la amistad antigua. No con el estímulo de la nostalgia sino con una determinación que llega hasta la muerte de servir pensando en una Patria unida en un afán común. ¿Cuánto debe a España aquel esfuerzo por muchos incomprendido de lo que fue el Frente de Juventudes?

A veces pienso que estoy viviendo una alucinación perturbadora.  En otras ocasiones siento el escalofrío que me proporcionan los recuerdos de las altas montañas, de los largos ríos, de las playas inmensas, del calor y el frío, la cara de muchos campesinos asombrados, el tono de aquellas canciones que nos daban la vida y nos trasladaban a tierras ideales de comprensión y de fe. Aquellos que servimos hace ya tantísimos años en el Frente de Juventudes, estamos ya de retirada, camino de los luceros, pero aquella doctrina de amor y de esperanza sigue floreciendo cada día en el corazón de sus miembros y hoy como un mensaje a nuestros nietos y a nuestros hijos se alza de nuevo en nuestro corazón la bandera roja y negra que servimos y el ímpetu que llenó nuestras vidas de servicio y de verdad.

JOSÉ UTRERA MOLINA

Antiguo Jefe de la Centuria Santa María, Cardenal Cisneros y Garra Hispánica del Frente de Juventudes.



2 de diciembre de 2015

Una nueva campaña, más de lo mismo

Asistimos nuevamente a una impúdica subasta de promesas electorales que de antemano sabemos -los que ya peinamos canas- que no se cumplirán. El desprestigio y la falta de formalidad de la clase política española es generalizado. La memoria es el mejor antídoto contra la ingenuidad.

¿Se acuerdan del aborto libre de Aido? ¿la alianza de civilizaciones?, ¿la memoria histórica? ¿Educación para ciudadanía?. Todos los "logros” del proyecto sectario de zp han sido consolidados por el Pp.  En otros países alguno no podría volver a presentarse por engañar y mentir de forma descarada.

Pero si lo del Partido popular es obsceno, lo del resto es aún peor. Ayer me desayuno con la intención de Ciudadanos de regular los vientres de alquiler y apoyar el cambio de sexo en menores de edad. Un verdadero asco. Y qué decir del Psoe, que sigue anclado en un antifranquismo retrospectivo, sin un discurso que ofrecer a la izquierda.

Y si nos vamos a los partidos que más se aproximan a lo que uno defiende, nos encontramos con que con tal de salir en los medios, son capaces de fichar a toda la carcundia de los realitis de Telecinco.

El panorama es desolador. Lo peor de todo es que, cada día que pasa, uno se siente más bicho raro en esta sociedad en la que cualquier disparate se convierte en verosímil.

Es evidente que no podemos confiar en los partidos para cambiar la sociedad, ya que éstos tienden a adaptarse como un guante a las tendencias de cada momento. Nuestra es la misión de cambiar a la sociedad, influir en ella, dar testimonio para que ésta haga cambiar a los partidos. Cada cual en su puesto, con la palabra y con la acción y, sobre todo con el ejemplo. De los partidos, nada bueno se puede esperar si no somos capaces de levantar conciencias adormiladas y reivindicar los valores de la familia, la vida, la patria y la verdadera libertad.


LFU

24 de noviembre de 2015

Franco, ejemplo de gobernante católico

(Publicado en "Adelante la fe")

Quizás suene a destiempo histórico la nominación de un Jefe del Estado con la calificación de cristiano. Nadie parece tener en cuenta que Europa no se explica a sí misma sin la religión católica, aunque desde hace décadas esté empeñada en renegar de su propia identidad.  Por eso hoy parece disonante encontrar una titulación que vinculara a un poder público con la religión católica.

Franco fue un católico ferviente, nada amanerado, nunca se perdió en ninguna clase de rutina al uso, mantuvo la dignidad de su imagen vinculada por esencia y por fe a lo que constituía para él la verdad esencial del cristianismo.
Su régimen no fue en modo alguno el nacional baluarte de una iglesia asediada, pero como creyente proyectó su actividad pública en beneficio de la Iglesia. Templos, ciudades, universidades, centros de enseñanza y todo aquello que era medularmente importante en la vida de España, tuvo la impronta del catolicismo, que fue siempre lo que respaldó todos sus actos humanos, atento siempre a un fin de misericordia, no a una voluntad de agresividad, ni a una actitud de hiriente combate.
Nadie en su sano juicio puede negar la inmensa aportación de Franco a la reconstrucción de una Iglesia dañada por el odio. Los signos de todas las realizaciones del régimen no desecharon nunca la significación de la cruz en el proyecto de la historia.
Tuve con él por imperativo de las responsabilidades de mi cargo, conversaciones que han quedado para siempre grabadas en mi alma. Hubo algunas en las que actuaba más como confesor que como poseedor de cualquier clase de radical autoritarismo. Franco sabía siempre perdonar, nadie debería juzgarle como gobernante frío y desconectado de los dolores del pueblo. Siempre demostró un interés apasionado por aquellas personas en situación de deficiencia laboral, por un imperativo y exigencia de justicia social.
Su obra ha de ser imperecedera, sus frases finales contenidas en su testamento dan asiento de verdad a lo que fue su vida.

José Utrera Molina
Madrid, 22 de noviembre de 2015

23 de noviembre de 2015

La búsqueda del Padre


Es muy infrecuente escuchar en la televisión declaraciones que resuenen más allá de la inmediatez del asunto, testimonios que producen ecos que no se silencian con facilidad. Lo cierto es que Manuel Díaz, el Cordobés, en una entrevista emitida el pasado 18 de noviembre, testimonió con sencillez y claridad, cómo un hombre no puede renunciar a saber de su origen, a conocer y a tratar a quién es su padre, siendo esta ausencia algo imposible de aceptar. Resultó especialmente emocionante cómo explicó que, precisamente, esa ausencia y la confianza y defensa de la palabra y recuerdo de su madre, fueron el acicate, estímulo y esperanza para hacerse hombre en la difícil profesión de matador de toros y buscar la plenitud personal fundando una familia, donde no faltara el padre.

El momento en que se emitieron esas palabras amplifican su importancia. Manuel Díaz estaba contando su historia, su verdad, como dijo con énfasis y empeño, pero es imposible no pensar que la ausencia del padre, no sólo le ha ocurrido a él. Sucede de continuo a muchos otros hombres como él, les sucede a muchos inocentes cuyos padres se desentienden y no sólo a ellos. Los sucesos de París han puesto, de nuevo, de manifiesto que hay un continente entero, una civilización milenaria que hace siglos que comenzó a dejar de mirar al Padre y que renuncia vergonzosamente a su origen. Es Occidente que pese a toda su opulencia y fuerza camina sin rumbo. Un rumbo perdido porque no se puede caminar sin saber quién se es, sin asumir la historia que nos precede y aprender de la herencia que se recibe como hijo.

No sería justo decir que esas palabras surgieron espontáneamente. La amistad y la confianza de un matrimonio, Bertín y Fabiola, le dieron la oportunidad al Maestro, Manuel Díaz y éste, con coraje y autenticidad, no la dejó pasar. Gracias, Maestro, por tu verdad. Gracias, Bertín y Fabiola, por hacerla posible. Digo una cosa más, tu confesión, que es una verdad y también una oración implícita, Maestro, no se pierde, Dios no lo quiere.


César Utrera-Molina Gómez
Abogado, alumno Máster Juan Pablo II de Familia.    

11 de noviembre de 2015

Arriba España

No ha tardado mucho la dirigente del Pp andaluz en pedir disculpas por haber dicho que el proyecto de su partido, único para toda la nación no era otro que "Arriba España". Imagino la angustia y la tribulación que habrán asaltado a esta pobre criatura tras ser asaeteada por propios y extraños (seguro que no faltó la llamada de la merdellona Villalobos) por pronunciar una expresión tan políticamente inconveniente.  

Y es que, al fin y al cabo, comprendo perfectamente la reacción de la dirección de su propio partido. No hay más que recordar las bellas palabras con las que José María Pemán explicaba la síntesis de un grito hoy tan denostado:   

“No servimos para cosas bajas, pequeñas o menudas. No servimos más que para las cosas altas y grandes. Por eso cuando decimos ‘Arriba España’, en esas dos palabras, a un tiempo, resumimos nuestra Historia y ciframos nuestra esperanza. Porque lo que queremos es que España vuelva a ‘su sitio’: al sitio que la Historia le señala. Y el sitio es ese: ‘Arriba’. Es decir, cerca del espíritu, del ideal, de la fe… Cerca, sobre todo, de Dios“.

Ese no es el proyecto del Pp, un partido que ha renunciado a defender y reivindicar lo mejor de nuestra historia y, sobre todo, a situarla cerca de Dios. La llamada derecha vive aún secuestrada por el mundo ideológico construido hace decenios por la  izquierda española más sectaria, que al no poder derribar a Francisco Franco en vida, terminó identificando a España con el franquismo por puro resentimiento. De ahí la alergia de buena parte de la izquierda hacia los colores nacionales, de ahí la proliferación de tricolores y los eufemismos de "país" o "estado" para evitar pronunciar la palabra España. Una alergia tan contagiosa que ha llevado a una representante de la derecha a pedir perdón por decir Arriba España. 

Por esa misma razón, sin complejos ni disculpas que valgan hoy grito muy alto, para que me oigan: ¡Arriba España!

LFU

9 de noviembre de 2015

Rajoy y las siete plagas

Impávido. Así se muestra el presidente mientras un parlamento autonómico desafía descaradamente a toda la nación saltándose la propia legalidad que lo ampara. El pueblo español está harto de la tomadura de pelo de unos golfos apandadores que han secuestrado una parte de nuestro territorio para robar a manos llenas y llevarse calentito lo que hemos pagado todos.

España clama por una actuación contundente del gobierno y la respuesta que se encuentra es que van a recurrir, una vez más al propio Tribunal Constitucional al que el parlamento catalán ha decidido por votación que le va a hacer una peineta como una catedral.

Me recuerda la imagen de aquél Ramses II que, tras cada plaga, reunía a sus notables para encontrar una solución plaga, sin decidirse nunca a hacer lo que tenía que hacer para que cesase el tormento divino.

Rajoy es así. No tiene redaños ni personalidad para tripular la nave de España en medio de una de sus peores tormentas. El tiempo, otrora su aliado para dejar las cosas como están, ahora corre en su contra. O se decide de una vez a aplicar la ley de una vez por todas en Cataluña caiga quien caiga, o quien acabará cayendo, con deshonor y vergüenza, será él mismo, a quien todos pediremos responsabilidad por la ruptura de España.

LFU