"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

2 de julio de 2015

«Ningún afán de beneficio propio» por José Utrera Molina

A continuación, reproduzco el artículo aparecido hoy en ABC cuyo título original es "La gloriosa División Azul de Voluntarios"


«Fueron a la muerte cantando, algo incomprensible para aquellos que tienen la desfachatez, la indignidad y la desvergüenza de atacar ahora la memoria de esos españoles, la mayoría de los cuales reposan bajo las tierras de Rusia y de España.»

Yo tenía catorce años cuando me acerqué al Cuartel de capuchinos de Málaga con la decidida intención de alistarme en las filas de la División Azul. El Brigada Espinosa, que tomaba nota, nos rechazó a mí y a un amigo con cajas destempladas por imberbes e insensatos. De eso hace ya muchísimos años.  Desde entonces no he dejado de proclamar en todas las ocasiones donde me fue posible mi delirante devoción por aquel grupo de españoles sin tacha, que ofrecieron generosamente su vida por España combatiendo el comunismo. Todos eran jóvenes, apenas si habían cumplido los 20 años pero tenían el corazón henchido de patriotismo y la voluntad acorde con el coraje de los mejores soldados.

Tuve la ocasión de tener relación y amistad con muchos de los que partieron a Rusia, entre ellos el laureado Capitán Palacios, el Comandante Oroquieta, el inolvidable teniente Miguel Altura y así podría seguir y me faltaría la tinta para grabar sus nombres. No hubo en aquél grupo de espléndidos muchachos el menor afán de beneficio propio. Nada que no fuese ilustre movía las almas de aquellos españoles. Un afán limpio, no de aventura, sino de nobleza movía los resortes íntimos de sus jóvenes corazones. Yo los vi partir emocionado cuando se dirigían al frente. Todos con una sonrisa, todos con una canción, todos bajo una bandera.

Fueron a la muerte cantando, algo incomprensible para aquellos que tienen la desfachatez, la indignidad y la desvergüenza de atacar ahora la memoria de esos españoles, la mayoría de los cuales reposan bajo las tierras de Rusia y de España.

Aquellos 45.000 españoles escribieron algunas de las gestas más gloriosas de toda la historia del ejército español y causaron la admiración y el respeto de todas las naciones. Podría relatar hechos verdaderamente increíbles realizados por las gentes de la División Azul. No cabrían en un libro, ni en un anecdotario interesado. Desbordan todo límite, toda relación de prudencia que pudiera establecerse entre los que iban a combatir y a morir por España.

Hoy me dicen que alguien cuyo nombre no quiero ni siquiera nombrar aquí, ha ofendido a todos los que marcharon a la División Azul, incluidos los más de 5.000 muertos cuyos cuerpos quedaron para siempre en las heladas estepas rusas.  Y una vez más, como haré mientras me quede algo de vida, no me resigno a permanecer callado. Desde mis casi noventa años  alzo mi voz, levanto mis nervios, tenso mis ya frágiles músculos para denunciar esta infame provocación realizada por el jefe de esos que dicen llamarse “Podemos”.

Nosotros sí que podemos defender una bandera, podemos cumplir con nuestro honor, podemos envidiar la hermosa muerte de tantos jóvenes españoles y sublevar nuestro ánimo maltrecho contra los que cobardemente son capaces de herir, no ya a los muertos enterrados sino a aquellos que todavía tienen en su corazón un último latido en sus pechos combatientes. Admiro y lo proclamo con toda la fuerza de mi corazón a aquella fuerza militar que tanta gloria nos supuso. Aquél puñado de jóvenes que se adelantaron a su tiempo grabando en las picas de la posición intermedia el valor y la dignidad de toda una nación; que no tuvieron otro horizonte que el de honrar y enriquecer con sus pechos y con sus manos la eterna canción que nos consuela frente a tanta bellaquería e indignidad como la que estamos ahora presenciando.



JOSÉ UTRERA MOLINA

25 de junio de 2015

Sin Biblia ni Crucifijo

Durante siglos, políticos y gobernantes españoles han jurado sus cargos sobre la Biblia y frente al crucifijo.  Muchos de ellos carecerían de fe, algunos tendrían otro credo, pero todos ellos asumían con normalidad su presencia porque España no podía entenderse sin la huella indeleble del cristianismo que se sitúa en las raíces de su propia identidad como nación.

Ayer fue el alcalde marxista de Cádiz quien de forma ostentosa apartó la cruz de su presencia para hacer profesión de laicismo militante. Hoy, Cristina Cifuentes, representante de este partido popular desnatado, se ha ocupado de que Biblia y crucifijo no estuviesen presentes en su promesa como Presidenta de la Comunidad de Madrid. Hace un año, hizo lo propio el Rey de España en su juramento como rey.

Sería un error interpretar el gesto en clave personal. Es una manifestación más del proyecto descristianizador de la nueva y decadente Europa que, abjurando de lo mejor de su historia y con la única amalgama de la eliminación de aranceles y monedas vaga desorientada en busca de una identidad perdida, que asiste impasible a la masacre cruel y despiadada de cristianos por el islamismo radical, que recluta sus huestes en sus barrios, en sus ciudades y en una juventud sin valores ni referencias.

La excepción, una vez más, la establece Gran Bretaña, recelosa por muchos motivos de una Unión Europea que trate de arrancarle su identidad. La reciente felicitación de Pascua del primer ministro Cameron reivindicando la identidad y tradición cristianas de su nación  es todo un ejemplo de claridad, de orgullo nacional y de falta de complejos, precisamente lo contrario de lo que sucede en nuestra querida España, que cada día nos duele más.


LFU

18 de junio de 2015

Mi hermana Vito

Lo poco que de bueno haya en mí se lo debo en buena parte a mis siete hermanos, una de las mayores bendiciones que he recibido en esta vida y para los que todo tributo es poco.

Victoria, la sexta y mi predecesora, la única con la que de niño podía pelearme, ha sido siempre el retrato de la sensatez. Callada, discreta, a veces impenetrable, siempre ha tenido los pies en el suelo y la cabeza en su sitio, guiada por un corazón alegre, desprendido y jamás indiferente.

De su oposición a fiscal casi nos enteramos cuando tuvo su primer destino. Jamás una queja, una tribulación o un desvarío. Acaso reservara su inquietud  para sus amigas, que son probablemente, quienes mejor la conocen.

Su mano izquierda raramente conoce lo que hace su derecha. Los que conocen bien su enorme generosidad saben bien de lo que hablo. Siempre está ahí para los que la necesitan, pero jamás hace público o privado recuento de favores.

Rodeada siempre de la excelencia, su discreción y su humildad nunca es impostada. Es sin duda su mayor virtud y una inequívoca señal de su bondad y de su enorme inteligencia. Pocas cosas tan difíciles en esta vida como saber estar y en eso mi hermana Vito, fina, elegante, prudente y maestra de la empatía, es capitán general.

José Miguel y sus hijos, José Miguel, Jaime y Luis (sus grandes pasiones), tienen razones de sobra para presumir. Y yo también para quererla y admirarla tanto como lo hago aquí, en este cuaderno que hoy se viste de gala para celebrar el cumpleaños de mi hermana Vito.

Que Dios te guarde, hermana y recibe un beso enorme de tu hermano pequeño.

LFU


17 de junio de 2015

Un rosario de migas de pan. Mi encuentro con Ortega Lara

La oración, para no dejarse vencer por la desesperanza;  
el cuidado y aseo personal para no perder la dignidad,
y la familia, la imaginaria conversación con sus seres queridos, para no dejarse arrastrar por el fantasma de la soledad.

Fueron esos tres factores los que ayudaron a José Antonio Ortega Lara a sobrevivir a 532 días de horrible cautiverio en un agujero inmundo que rezumaba humedad en el que tan solo disfrutaba de la iluminación de una mustia bombilla durante siete horas diarias, cuando sus perros guardianes no le castigaban prolongando su oscuridad durante días.

El relato de su secuestro estremece y te adentra en la historia de una fortaleza admirable de la que sin duda Dios no fue ajeno. En aquel agujero de 2.40 por 1.70 que recorría a oscuras sin tropezarse rezando ocho rosarios diarios se notaba la presencia de Dios, que nunca le abandonó, pero también de la tentación que se infiltraba cada mañana por las pequeñas rendijas de la ventilación.

Carecía de espejo, pero afilando el arco metálico de unos auriculares consiguió mantener un aspecto de cierta dignidad, cortándose el cabello con frecuencia. Se fabricó su propio rosario -su mejor arma contra la tristeza- insertando unas migas de pan en los hilos de los quesitos que le daban de vez en cuando sus captores.

Consiguió salir con vida cuando sus captores habían decidido dejarle morir y lo primero que le preguntó al Guardia civil que asomó la cabeza por el agujero fue: ¿Estamos a 1 de julio?.  Entonces se dio cuenta de que había triunfado. Había conseguido no convertirse en un guiñapo desorientado. Había ganado la batalla a quienes querían despojarlo de su dignidad y utilizarlo como un pelele. En 532 días no le arrancaron ninguna declaración deshonrosa, no consiguieron doblegarle ni derrotarle. Hablaba con ellos, discutía con sus mentes cerradas y adoctrinadas y pese a su fragilidad, a veces pavorosa, era capaz de exasperarlos obteniendo castigo tras castigo, música durante 48 horas, oscuridad prolongada, etc.

Tuvo momentos de terrible tribulación y a punto de estuvo en dos ocasiones de dejarse vencer por la desesperanza. Pero Dios quiso que una breve anotación en una libreta llevase a la pista que le devolvería la luz del sol.

Hoy vive para contarlo y aunque nunca desaparecerán algunas cicatrices de aquella gesta, ha podido encontrar la paz tras haber podido perdonar.

Cuando volvía a casa, aún conmocionado por todo lo que había escuchado, caí en la cuenta de que los tres factores que permitieron sobrevivir a Ortega Lara en aquél terrible agujero (oración, dignidad y familia) son precisamente los que  pueden hacer feliz a cualquier persona.

Que Dios te bendiga, José Antonio.


LFU

28 de mayo de 2015

Indignidad y derrota. Por Fco. José Soler

A continuación, me hago eco, con su autorización, de la magnífica reflexión de Francisco José Soler en Infocatólica, que hago mía sin ningún tipo de matices. Tras darle muchas vueltas al resultado de las elecciones del domingo, con esto queda dicho todo. El que tenga oídos para oír que oiga.

Nunca, en la historia de la democracia española, había comenzado un gobierno con tanto respaldo en el parlamento, en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos como lo tuvo el gobierno de Mariano Rajoy al iniciar su andadura tras las elecciones de noviembre de 2011.
Ciertamente, ese respaldo era necesario, puesto que el nuevo ejecutivo se hallaba ante una tarea ingente: la de recuperar el equilibrio y la sensatez en todos los asuntos desequilibrados insensatamente por el gobierno de Rodríguez Zapatero.
Entre ellos se encontraba, sin duda, como uno de los asuntos prioritarios, la economía. Pero no era la economía lo único sacado de quicio por las ocurrencias y los delirios de ingeniería social del anterior presidente. En el legado de éste se encontraba también una ley que convierte en derecho la muerte de seres humanos en sus primeras semanas de vida. Una ley que, con toda razón, había sido recurrida por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional (… por cierto, ¿existe el Tribunal Constitucional?...) En el legado de Zapatero se encontraba también una ley que priva a los niños de su derecho a tener un padre y una madre. Y también esta había sido recurrida, con toda razón, por el Partido Popular ante el Tribunal Constitucional (… por cierto, ¿existe el Tribunal Constitucional?...). Y otra ley que decide por vía parlamentaria quiénes fueron los buenos y los malos en nuestra contienda civil. Y obliga a todos a aceptar ese decreto de damnatio memoriae, sin el menor respeto a la libertad de pensamiento de cada uno.
El ejecutivo de Mariano Rajoy tenía ante sí, qué duda cabe, una importante y difícil misión: Por una parte, estabilizar y reconducir la economía, y por otra parte recuperar los derechos y libertades perdidas como consecuencia del talante despótico del anterior presidente de gobierno. Ésta era su doble misión, y este era también el compromiso que los populares habían adquirido con sus votantes al recurrir las leyes zapateristas más inicuas ante el (¿inexistente?) Tribunal Constitucional.
Sin embargo, dar marcha atrás en el experimento de ingeniería social de Rodríguez Zapatero conllevaba un riesgo. Pues ello significaba oponerse a la máxima, aceptada en nuestro país como un dogma de fe, de que es la izquierda la que dictamina el bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo políticamente correcto y lo incorrecto. Significaba, por tanto, hacer frente a la izquierda en una batalla cultural, una batalla de argumentos sobre los derechos de los más débiles: el derecho a la vida, los derechos de los niños. Y también sobre el derecho de todos a la libertad de pensamiento.
Esa batalla se podía ganar, o se podía perder, y con ella el gobierno. Pero había también una tercera posibilidad: La de olvidarse de todo esto, y no arriesgar el poder por cuestiones de tan poca monta. A fin de cuentas, lo importante es la economía, y no unas abstrusas e intrincadas cuestiones morales y teóricas, que no interesan ni a veinticinco. Esta tercera alternativa tenía un nombre: indignidad.
De manera que el gobierno más respaldado en la historia de la democracia española, debía decidirse. Sus miembros y su presidente, Mariano Rajoy, debían decidir qué harían con la confortable mayoría en las dos cámaras del parlamento, en los parlamentos regionales y en los ayuntamientos de las ciudades más importantes. Hacia qué la encaminarían.
Y las alternativas eran, en el fondo, estas dos: Tenían que escoger entre la indignidad y una batalla cultural con posibilidad de derrota. Escogieron la indignidad, y con ellos queda. Y ahora van a tener también la derrota.

Francisco José Soler
Doctor en filosofía de la física por la Universidad de Bremen

26 de mayo de 2015

"Coptos. Viaje al encuentro de los mártires coptos."

Autor: Fernando de Haro
Encuadernación: Tapa blanda
Editorial: ENCUENTRO
ISBN: 9788490550878

Un documental, dirigido y producido por el periodista Fernando de Haro, sobre los coptos, la comunidad cristiana más numerosa presente en Egipto, parece el detonante para escribir este libro. Walking next to the Wall, es el título del documental que ha contado con el patrocinio y la asistencia de la Fundación Ignacio de Larramendi y el Instituto de Estudios Históricos de la Universidad San Pablo CEU y que ha permitido profundizar en la situación de los cristianos perseguidos con un segundo documental, esta vez relativo a los cristianos sirios.

El libro que comentamos discurre a caballo entre el libro de viajes, el reportaje largo y una crónica introspectiva. El tono personal, sobrio y descriptivo que Fernando de Haro utiliza resulta un recurso eficaz para acercarnos a la realidad de estos cristianos insertos en un país milenario. En definitiva, se ofrece no sólo un atinado reflejo de los coptos como minoría en la compleja sociedad egipcia sino un curso acelerado de historia política y social del Egipto contemporáneo. Ampliando algo más el foco, también el libro aborda cómo la modernidad tecnológica y digital de nuestro presente influye sobre cualquier realidad que existe, moldeamiento del que no se libra ni la sociedad egipcia, ni esta minoría cristiana. Sin duda, la obra es una buena fuente para comenzar a conocer a los coptos, para ser consciente de su tenso y esforzado existir en la sociedad egipcia y reconocer y admirar los elementos de su identidad, irreductible al Islam, pero perfectamente compatible con la identidad nacional egipcia.

Quizás lo más interesante de la lectura de estas páginas es la subrepticia y natural invitación a meditar sobre la dificultad de mantener y vivir una identidad distinta y ajena –la cristiana– a la que la mayoría profesa en un cuerpo social. El ejemplo de fidelidad hasta el martirio que los coptos ofrecen supone un acicate para la vivencia de nuestro cristianismo en nuestra sociedad secularizada. ¿Estamos dispuestos a reconocernos cristianos del modo que estos hermanos lo hacen? ¿Aceptamos las consecuencias para nuestra vida que la confesión de cristianismo supone?


César Utrera-Molina Gómez

19 de mayo de 2015

No me resigno

No señor, no me resigno.

No me resigno a seguir apoyando el mal, aunque sea menor.

No me resigno a contemplar impávido cómo quienes han incumplido una tras otra la mayor parte de las promesas por las que deposité mi voto hace cuatro años me abofeteen públicamente diciendo que tiramos el voto si no les volvemos a apoyar. La mentira y el miedo son instrumentos del mal, no del bien.

No me resigno a votar a ningún partido para el que lo más sensato es negar el derecho a la vida a los niños en el vientre de su madre. No me resigno a votar a quienes consienten que los niños con Síndrome de Down  puedan ser eliminados impunemente. A quienes públicamente afirman que en su partido no cabe nadie que diga “no” al aborto. Y mucho menos a quienes presionan, sancionan y someten a escarnio vergonzante a sus propios diputados por defender una postura con la que dicho partido acudió a las elecciones.

No me resigno a apoyar a quienes han aceptado la pretendida e inexistente superioridad moral de la izquierda y han hecho suya la versión sectaria de la historia, de la familia y de la vida que la izquierda ha decidido imponer.

No me resigno a taparme la nariz para dar mi voto a quienes no han sabido defender la unidad de España haciendo pública dejación de sus obligaciones como gobernantes.

Sé que muchos lo harán por motivos crematísticos. Pero no me resigno a darle la razón a Carlos Marx en su interpretación marxista de la historia.  

Es posible que me quede solo, pero más solo estuvo San Pedro cuando llegó a la Roma de las orgías, de los prostíbulos y los templos paganos. No se resignó a pactar con el mal aunque fuera menor.  Fue crucificado, pero hoy en Roma repican las campanas de las más de 900 iglesias erigidas en los últimos dos mil años.


Por primera vez en muchos años, no me remorderá la conciencia este domingo. Ya no me resigno. 

LFU