Ayer, un chico con síndrome de Down me dio un folleto de la
manifestación contra el aborto del próximo sábado. Me lo dio con una sonrisa
confiada, sonrisa que yo le devolví no sin cierto sentimiento de culpa.
Luego, durante la misa, tuve delante a otro chico Down de
unos 12 o 13 años, que cubrió de besos a su madre y a su hermana mayor a las
que no paró de lanzar lisonjas y piropos de una dulzura infinita. Piropos –pensaba
yo- por los que alguna descerebrada le acusaría de machista….Al salir, mi hija
mayor, que había estado atenta al comportamiento de este chico, me decía “Papi, ¡¡yo quiero un hermano así!!”
y a mí me dieron unas ganas enormes de felicitar a esa madre por la fortuna de
disfrutar de tanto cariño incondicional.
Hablo de sentimiento de culpa, porque hemos convivido y
seguimos haciéndolo con la monstruosidad del aborto eugenésico con total
normalidad; porque hemos confiado en que los políticos nos solucionarían la
papeleta, sin tener en cuenta que a éstos, salvo excepciones, no les mueven
intereses ilustres sino el deseo de conseguir o mantener el poder; porque nos
hemos quedado cómodamente en casa o nos hemos ido al campo en lugar de unirnos
a los que ponían su voz para denunciar el holocausto, para luego decir que,
total, son muy pocos los que se manifiestan y nada se consigue.
Somos cada uno de nosotros quienes tenemos la obligación de
cambiar las conciencias de la gente; nosotros quienes estamos obligados a lograr
que los políticos dejen de mirar para otro lado. Somos legión los que,
católicos o no, de izquierdas o de derechas, ricos o pobres, aborrecemos el
crimen sin sentido de los más indefensos y si saliéramos todos a hacer oir
nuestra voz, no tendrían más remedio que escucharnos, porque son muchos los
votos que están en juego. No es una bandera ideológica la que levantamos, es
una sacudida de conciencias la que preconizamos. La de los que niegan la
condición humana del concebido y la de los sepulcros blanqueados que
conociéndola, miran para otro lado porque es una forma rápida de quitarse un
problema de encima.
Eran millones los alemanes que callaban o aplaudían mientras
veían cómo los judíos eran vejados, humillados y masacrados por sus compatriotas. Hoy son
millones en todo el mundo los que defienden o asumen el derecho a privar de la vida a un
ser humano por el mero hecho de tener una tara, o más aún, por el mero capricho
o conveniencia de la persona que lo lleva en su seno.
Si nosotros miramos para otro lado, si convivimos
cómodamente con el crimen y con todo ese sórdido mundo de esclavitud que rodea
al aborto, nuestros hijos también lo harán. Muchos de los que me rodean piensan
que las manifestaciones son para los frikis, y después se asustan cuando las
huestes de Podemos llenan las calles. Ellos
saben bien el poder de la acción, de la agitación y de la propaganda y cuentan
con nuestra molicie para su victoria.
Tenemos una deuda con los niños no nacidos y con la
posteridad. Cada uno de nosotros. No ganaremos ni hoy ni mañana, pero algún día
la humanidad se quitará la careta y contemplará con horror este holocausto
silencioso. Vale la pena luchar desde hoy porque ese mañana llegue cuanto antes.
Luis Felipe Utrera-Molina