Como a todo cuerpo enfermo, al sistema partitocrático de
la segunda restauración le ha salido una pústula que, por un lado, muestra su propia
fragilidad y, por otro, amenaza con su destrucción.
El sistema no ha soportado la prueba de una crisis económica
profunda y prolongada. En la Alemania de entreguerras la terrible crisis
alumbró un monstruo como el nazismo que vino a dar falsas esperanzas y sueños
de grandeza a un pueblo sometido que vivía en una atmósfera irrespirable
rodeada de miseria. En España, el populismo
de corte marxista de «Podemos» emerge con fuerza entre millones de mileuristas y
cieneuristas que han visto como la crisis les dejaba sin trabajo, sin capacidad
de hacer frente a sus deudas, desahuciados del hoy y del mañana, mientras
asistían atónitos al imperio de la mentira y la corrupción generalizada en los partidos,
sindicatos, cajas de ahorro y en la mayor parte de las instituciones del Estado.
Resulta ingenuo no darse cuenta que el diagnóstico que
hace «Podemos» de la realidad de nuestra nación es esencialmente correcto. Su
percepción de la oligarquía financiera y partitocrática de estos años es, por
desgracia, absolutamente certera y justa pues ha sobrado codicia y ha faltado
ejemplaridad. Otra cosa son las fórmulas que propone, que son tan rancias o más
que el sistema mismo, ancladas en un frentepopulismo marxista trasnochado y
anclado en los postulados de la nefasta II República.
Ante la aparición de este síntoma de evidente agotamiento,
ya no valen las formulas caducas y mucho menos la demonización del adversario.
La apelación al voto del miedo es cortoplacista y peligrosa y centrarlo todo en
la economía es de una ingenuidad mayúscula. Si el
sistema del 78 no afronta un cambio profundo que establezca cauces reales de
representación que sustituyan a los aparatos de los partidos, que hurtando la
soberanía al pueblo quitan y ponen a capricho parlamentos, gobiernos, miembros
del consejo del poder judicial y tribunal constitucional, es muy probable que
acabe siendo destruido por las fuerzas antisistema.
La única solución posible es ir hacia un sistema de
circunscripciones en las que se asegure que cada representante responde ante su
electorado y no ante su partido, hoy por hoy el único electorado que tienen los
representantes. O el sistema barre y airea la casa o será inevitablemente
barrido desde fuera.
O el sistema se reinventa totalmente y termina de una vez
con la partitocracia, o la partitocracia
acabará con el sistema sustituyéndolo por algo mucho peor.
LFU