1.
Una
obra faraónica en tiempos de miseria.
El Valle de los Caídos no costó una sola peseta al erario público. El
75% de su coste se financió con el sobrante de la “suscripción nacional”, las
donaciones voluntarias al bando nacional durante la guerra civil y el 25%
restante con los ingresos derivados de dos sorteos extraordinarios de Lotería
Nacional a partir de 1957.
2.
Construido
por mano de obra “esclava”. En su construcción participaron
principalmente trabajadores libres y un porcentaje menor de presos (inferior a
2.000 en total y nunca más de 750 a la vez), entre los años 1942 y 1950, en
régimen de redención de penas. Todos
ellos eran voluntarios, que debían solicitar ser destinados a dicha obra con lo
que reducían
el tiempo de su condena por este medio (primero 3 días de condena
por día de trabajo y luego 6 días de condena por día de trabajo), además de
cobrar un salario exactamente igual al de los trabajadores libres. Además,
disponían de una serie de ventajas (seguros sociales, amplia libertad de
movimientos y trato normal con empleados libres, visitas, estancias y colegio
para familia e hijos, mejor alimentación, etc.). Muchos de ellos continuaron trabajando como
libres después de redimir su tiempo de condena.
3.
“Miles
de muertos” en su construcción.- El médico de las obras, D. Angel Lausín a la
sazón, preso redimiendo condena contabilizó un total de 15 accidentes mortales
entre 1943 y 1962, tanto de trabajadores libres como de presos que redimían
condena, lo que teniendo en cuenta las colosales dimensiones de la
construcción, la duración de la misma y las medidas de seguridad entonces vigente.
4.
El “mausoleo”
de Franco. Todo parece indicar que Francisco Franco jamás
pensó en ser enterrado en el Valle de los Caídos. Nada dejó por escrito y
tampoco dijo nada a su familia. De hecho, tanto él como su mujer tenían
preparado un pequeño panteón en el cementerio de El Pardo-Mingorrubio que
Franco visitó y al que eliminaron algunos adornos por haberlo considerado
excesivamente suntuoso. La decisión la tomó el Consejo de Ministros presidido
por el Rey Juan Carlos, tras preguntar a su familia si había dejado alguna
indicación al respecto, firmando el primero y único de sus Decretos con la
fórmula tradicional de “yo el rey”. Comunicado a la comunidad benedictina, hubo
que hacer un agujero a toda prisa en la parte posterior del presbiterio desviando los conductos de calefacción que
pasaban por dicho lugar (lo que explica bien que nunca se pensó que aquél lugar
alojase ningún enterramiento). Uno de los monjes recordaba que al enterrar a
José Antonio, la primera de las losas de granito que sirvió una cantera de
Collado Villalba fue desechada por no tener las dimensiones requeridas, por lo
que llamó a la cantera por si la conservaban. Ante la respuesta afirmativa,
pidió que grabaran por la parte posterior el nombre de “FRANCISCO FRANCO”. Así que
el reverso de la lápida que hoy puede verse en la Basílica lleva escrito el
nombre de “JOSÉ ANTONIO”.
LFU