Lo de menos es el número de votos, los porcentajes y demás
zarandajas del esperpento secesionista del domingo. Entrar en ese juego es
hacer el caldo gordo a los nacionalistas. Lo peor, con mucho, fue la absoluta
inacción del gobierno de la nación ante un hecho delictivo sin precedentes por
parte de una Comunidad autónoma, anunciado abiertamente con suficiente anticipación.
Artur Mas ha conseguido de largo su objetivo propagandístico
mientras la nación española ha sufrido una humillación sin precedentes. El gobierno de Rajoy ha dinamitado el
prestigio que les quedaba a unas instituciones, paralizadas e inoperantes ante
un desafío intolerable.
Como escribía ayer Ussía en la Razón, no es un acto de
prudencia sino de flagrante cobardía. El gobierno ha cometido una clamorosa dejación de
funciones al permitir que se incumpla la ley con premeditación, publicidad, alevosía
y chulería. España, después del domingo, es una nave a la deriva con un timonel
apocado y ausente, en la que ya todo es posible y cualquier delincuente está
legitimado para invocar en su defensa el nefasto precedente de la pasividad del
gobierno ante un concurso de delitos tan escandaloso como los que se cometieron
el domingo por la Generalidad de Cataluña.
Mariano Rajoy y todo su gobierno -que se comprometió públicamente a impedir el acto del domingo- han cometido un delito de
omisión cuyas consecuencias se me antojan impredecibles y fuera del control de
las instituciones. Produce sonrojo que
ahora se anuncien querellas extemporáneas por parte de una fiscalía inoperante
ante la pública comisión de un delito de desobediencia y que se opuso a las
medidas cautelares solicitadas por particulares y organizaciones a los Juzgados
de guardia.
Todo esto tiene un tufo insoportable a pacto vergonzante de
alcantarilla arriolesca entre el gobierno y Artur Mas. Pronto lo sabremos. Por
el momento, el sentimiento de humillación, de vergüenza y de indignación con un
gobierno cobarde y desaparecido, es lo que llena el corazón de cualquier español
bien nacido.
LFU