Si hay algo que los años le
enseñan a uno es que, en política, casi nada es lo que parece. Estoy seguro de que la abdicación del rey hoy
anunciada, obedece a causas últimas que se nos escapan, aunque podamos
barruntarlas. Qué duda cabe que si su decisión no era la de morir siendo rey,
el momento de abdicar era hoy, que la estabilidad parlamentaria permite la rápida
aprobación de una ley orgánica que asegura una sucesión sin sobresaltos.
En cualquier caso, a pesar de mi
escaso fervor dinástico provocado por la más que cuestionable trayectoria política
y vital del rey Juan Carlos y sus predecesores en el trono, pensando en España y
nada más que en España, creo que lo mejor para esta hora de tribulación en la
que se encuentra nuestra patria es que la Jefatura del Estado permanezca ajena
a los vaivenes de la lucha partidista y a salvo de los desvaríos del sufragio
universal.
La Corona es hoy,
indiscutiblemente, uno de los pocos elementos vertebradores de la nación
española, por representar el lazo de unión con nuestra tradición histórica. Ahora,
cuando la unidad de España está en peligro, la mayor parte de las instituciones
desprestigiadas y la clase política en entredicho por la corrupción y la falta
de ejemplaridad, la Corona tiene ante sí una ocasión histórica única para hacer
valer su papel integrador y evitar que España perezca como nación.
Si así lo hace, justificará para
cien años más su existencia. Si no, se verá arrastrada con toda justicia por el ocaso de una
nación a la que no habrá sabido servir como debía.
Que Dios ilumine al nuevo rey y
bendiga siempre a España.
LFU