Con la aprobacíón de la Ley de Educación, se han vuelto a poner
al descubierto los lastres que arrastran la izquierda y la derecha de España.
La izquierda muestra nuevamente su carácter intrínsecamente
jacobino, escasamente demócrata y
sobradamente soberbio al anunciar a bombo y platillo que la ley nace muerta y
que lo primero que harán, tan pronto el Pp pierda la mayoría, será derogarla. Y
no dudemos que lo harán, como hizo Zapatero con la tardía Ley de Educación que
Aznar dejó para los postres de su segunda legislatura. Otro tanto se avecina con la reforma de la ley
del aborto –si es que finalmente sale adelante- y con cualquier ley que afecte
al esquema de ingeniería social de la izquierda, que no acepta la democracia
salvo cuando le otorga el poder. Nada
nuevo bajo el sol. Basta remontarse al mes de octubre de 1934, cuando la
izquierda decidió que no era tolerable que la derecha se mantuviese en el poder
y dio un golpe de Estado que dinamitó la II República. No hay más que ver los
ejemplos de linchamiento mediático de la juez Alaya, los aplausos a las zorras
pintarrajeadas reivindicando la sacralización del aborto y las propuestas de
tipificar como delito la reivindicación y defensa del régimen del 18 de julio,
equiparándolo al nazismo y al racismo, pero curiosamente, no al comunismo.
Mientras tanto, en la otra orilla, los complejos atávicos
atenazan a una derecha pusilánime incapaz de encontrar ninguna clase de
referentes en nuestra historia que no sea la “sacrosanta” Constitución pastiche
de 1978, con la que parece haber comenzado, tanto España, como la edad moderna. Y a falta de referentes y
principios, centrémonos en recuperar la economía, que es lo único importante,
aunque la nación se despedace. De las tres leyes estrella del proyecto de
ingeniería social de Zapatero, únicamente la de Educación va a ser aprobada al
final del segundo años de legislatura; la del aborto-con cientos de miles de
criaturas masacradas cada año- no ha
iniciado aún su tramitación parlamentaria y la última, la perversa, sectaria y
antidemocrática Ley de Memoria Histórica, que viene a clasificar a nuestros
padres y abuelos en buenos y malos, y más soterradamente, a dinamitar todo el
proceso de la transición, ni siquiera la tocarán por miedo a que les llamen
franquistas y les recuerden sus orígenes que no son otros que los de siete ministros
de Franco que fundaron su partido, aunque ahora abjuren de lo que un día fueron
sus mayores y pisoteen la tumba de sus padres. Tampoco es nada nuevo. En 1932
la derecha ganó las elecciones y tuvo miedo de gobernar, por lo que para
no soliviantar a la izquierda encargó a Lerroux formar gobierno. Y cuando
acabaron sus complejos y Gil Robles decidió entrar en el Gobierno, la izquierda se
levantó, arrasó media España, sacó a sus líderes golpistas de la cárcel y linchó a los supuestos represores de la revolución de Asturias.
Con estos mimbres, el porvenir que nos espera no tiene nada
que ver con las alegrías que se anuncian con la subida de la bolsa.
LFU