SEVILLA, ESENCIA ESPAÑOLA
Frecuento, porque hay una especie de fuerza mayor que me lo exige, el repaso de mi larga memoria sevillana y he de escribir aquí, libre de toda perniciosa nostalgia yalejado de mi apasionada devoción por ella, que lejos de desvanecerse en el tiempo,recorre el corazón alumbrado por una luz amorosa y nueva.
Entiendo que un pueblo no es en modo alguno, el entorno amurallado por el tiempo que encierra unos hechos históricos determinados, que en el caso y la referencia que hoy hago al referirme a Sevilla, cobra un fulgor que ilumina la existencia completa de la vida española.
Yo tuve la ocasión de servir a Sevilla durante más de ocho años. De todo mi quehacer político recuerdo con especial relieve esta etapa en la que sin duda -con más o menos éxito-, puse siempre mis entrañas, mis esperanzas y mi corazón adivinando las glorias de su futuro. En la vida política, la palabra “recuerdo” cobra una inusitada valoración. Nos concede la gracia de ser millonarios de todos los rincones de nuestraalma que aún palpitan frente a la vejez y que no se desvanecen con el peso atosigante de las horas. A veces, este recuerdo es lacerante y duro; en otras ocasiones, aliviador yreconfortante y constituye trozos de nuestra vida que no se pierden en las tinieblas del olvido.
Si algo ocurre notable en mi propia vida, es la gracia de mantener el recuerdo de mi etapa sevillana, tal vez la más fértil y apasionada de todas las que he vivido en distintos puestos de servicio. Sevilla me reconforta y enciende mis recuerdos. No son sus calles, sus avenidas, sus edificios y la histórica envergadura que se refleja enmuchos rincones de la ciudad. No son pues las estrechas calles o la visión completa de una ciudad enlazada por un río que constituye sin duda su alma. Pero hay algo que se antepone al paisaje urbano, que incluso nos hace olvidar puentes, calles estrechas, iglesias incomparables y lugares de indescriptible belleza. La realidad a que me refiero,es la más importante de todas, “el hombre”.
Creo firmemente que el hombre sevillano ofrece una profundidad de vida que da consistencia a los valores de la ciudad. He escuchado sus palabras, y en ocasiones hecreído penetrar en sus secretos, en la justificación de su entorno, en la significación desu gloria, pero una conversación con gentes que han vivido el dolor y la esperanza de sus propias existencias, apoyando sus pies sobre esa tierra, constituye una notable excepción, que al menos a mí, me ha ayudado muchísimo a entender el fondo y la categoría de lo que Sevilla supone y significa.
Pues bien, hace unos días tuve la suerte de mantener, de nuevo, una conversación con Pepe Luis Vázquez. Estoy seguro de que España entera le recordará como uno de los toreros de mayor clase y estilo. Está actualmente ciego, pero conserva una memoria excepcional, mantiene en su cabeza fechas, sucedidos y palabras que engloba en el inmenso espacio de lo que fue su vida profesional. Confieso que en algún momento de nuestra entrevista brotaron las lágrimas en mis ojos, porque contemplar su figura con los ojos perdidos, pero con el alma abierta confesando nuestra ya larga amistad, era un privilegio que recordaré toda mi vida. Presente estaba su mujer de siempre, Mercedes, que le ha cuidado con la sensibilidad excepcional con la que los sevillanos hacen las cosas, en el triunfo, en la gloria y al fin, en la retirada. Pepe Luis no ha perdido nada de su ayer y lo que los ojos le niegan, el corazón lo suple. Tiene fechas y referencias a contenidos que es muy difícil que se mantengan claros en el tiempo. Le pregunté cuál había sido la fecha de su debut en Málaga, que yo lejanamente recordaba puesto que solo era un niño. Rápidamente me contestó. «Fue una corrida mixta; dos matadores y dos novilleros; matadores, Marcial Lalanda y Cagancho y el hijo de Sánchez Mejías y yo.»
Continuamos hablando de todo lo que Sevilla había significado para mí. Los golpes de afectos continuados, los apoyos que evidenciaban un gran alto grado de sensibilidad, degenerosidad y sobre todo de aliento. En ese momento de la conversación intervino Mercedes, su mujer y me dijo: “Le pido a José Luis que recite los versos que yo le digotodas las noches”. Yo me quedé estupefacto y le dije que no sabía que le tenían que recitar para que se durmiera. Él, entonces me contestó: “para que me que duerma no, para seguir soñando”. Pepe Luis me contesto con voz propia, sin ninguna quebradura,algo que todavía conservo en mi memoria. Entonces se produjo una situación patética,porque haciendo un supremo esfuerzo Pepe Luis me relató estas palabras:
“Dime dónde va a llegar
este querer tuyo y mío.
Dime dónde va a llegar,
estoy perdiendo el sentío,
cada día te quiero más”.
“Dime dónde va a llegar
este querer tuyo y mío.
Dime dónde va a llegar,
estoy perdiendo el sentío,
cada día te quiero más”.
Al escuchar estas últimas palabras confieso que quedé aprisionado por la emoción cuando el tono de su voz apenas se quebraba.
Refiero esta anécdota como compensación de las muchas que retengo y que hacen referencia a la actitud llena de caballerosidad, generosidad y hondura de cómo se comporta el pueblo sevillano.
En estos momentos en que España sufre la amenaza de una desintegración, estoy seguro que Sevilla puesta en pié, reclamará lo que no es tan sólo su legado histórico, sino su heroica aportación a una España unida por encima de las diferencias y de los enfrentamientos.
Cuando me despedí de él me dijo tan solo: “Gracias José, me has traído la paz que siempre necesito”. Yo le contesté: “La paz me la has traído tú y la memoria de nuestra amistad perdurará para siempre”.
Creo que al referir esta anécdota, completo no un suspiro de admiración sino un golpe que recibo en el pecho al recordar todo lo que Sevilla ha significado para mí y que ofrezco a mis lectores como una muestra de un sentimiento inextinguible que me compensa, que me eleva y que adquiere en el tiempo la fortaleza de lo verdadero. A esto añado siempre mi recuerdo agradecido a Dios, que me permitió, a través del conocimiento de los hombres, vivir parte de su historia, tener vivamente en pié la memoria sevillana confundida junto al olor del azahar y la visión esbelta de sus viejas y enhiestas palmeras.
JOSÉ UTRERA MOLINA