Ayer estuve con mi familia, de nuevo en el Alcázar, por primera vez desde la apertura del Museo del Ejército. Pude comprobar de primera mano, lo que otros me habían dicho: se trata de un museo descafeinado, pues la frialdad y el minimalismo han despojado al museo del aroma de gloria y heroísmo que se respiraba en el caserón del Buen Retiro, estando impregnado todo él del terrible mantra de lo políticamente correcto.
Consecuentemente, todo lo relacionado con la gesta heroica del asedio del Alcázar de Toledo ha quedado absolutamente postergado, cuando no dolosamente ocultado. Tuve que preguntar -en unión de un grupo de militares- cómo acceder al Despacho del Coronel Moscardó, que puede visitarse por los que quieran hacerlo aunque no figura en la guía. Desde luego no era nada fácil y no existe indicación alguna para acceder a dicha estancia.
Al encontrarlo, noté como también la maldita ley de memoria histórica y lo políticamente correcto había dejado su miserable impronta en ese templo de la dignidad. La placa de mármol que reproducía la conversación entre Moscardó y su hijo (en la foto de arriba puede apreciarse) ha sido sustituida por las únicas fotografías de todo el edificio en las que se muestra cómo quedó el Alcázar tras su terrible asedio por el ejército rojo.
En otro lugar, en tamaño mucho más reducido, han colocado una placa de plástico en la que se refleja la mención a la llamada en el diario de operaciones, más aséptica y sin invocaciones a la patria y a Cristo Rey para hacerla mas "digerible" por el espectador progre. Todo con olor a antiséptico de hospital.
En cualquier otra nación, esto sería absolutamente impensable e intolerable. Pero España es diferente. Aquí toda villanía se justifica y se soporta por la mayoría sin protesta. Pero yo me niego a asistir impasible a este asesinato de la historia propiciado por Aznar, el instigador del traslado del museo al Alcázar, a Zapatero y a Chacón, artífices de haberle robado el alma al mejor museo del ejército del mundo entero y a todos los militares que se han prestado a esa villanía, pisoteando su propia dignidad.
Me quedo con aquella memorable conversación, de la que hubo muchos testigos y que debería emocionar a muchas generaciones de españoles independientemente de su credo o religión, tal y como fue retratada por el gran Augusto Genina:
Honor y Gloria a los heroicos defensores del Alcázar.
LFU