Quiso el azar que mi hija Paloma me preguntase ayer, pocas
horas después del anuncio por parte de Benedicto XVI de su próxima renuncia,
por las virtudes morales, su significado y ejemplo.
Y en medio de tanto ruido mediático y de tantas y tan
solemnes estupideces cómo hemos podido escuchar de los tertulianos
profesionales desde la hora del Ángelus de ayer, sólo se me ocurre pensar en
que el Papa ha reunido en su decisión las cuatro virtudes cardinales.
Prudencia, pues ha sabido esperar un momento adecuado de relativa tranquilidad
en el seno de la Iglesia. Fortaleza, al mostrar firmeza dentro de su debilidad
en una decisión durante largo tiempo meditada. Templanza, tal vez acreditada en
el equilibrio buscado en su decisión ante la expectativa de un próximo declive de
sus facultades mentales y finalmente, Justicia, pues no tengo duda alguna de
que Benedicto XVI ha querido dar a Dios y a la Iglesia lo que les es debido.
Resulta infinitamente pueril buscar el origen de su decisión
en intrigas palaciegas, cálculos o pronósticos políticos o presiones mediáticas
mundanas. El Papa ha meditado su decisión buscando únicamente el bien de la
Iglesia de Cristo, con olvido total de su propia conveniencia o comodidad y sin
preocuparse de ser objeto de la crítica.
Ha rezado pidiendo a Dios que le ilumine y estoy seguro, tras contemplar
su serenidad en el momento en que anunció al mundo, en lenguaje universal, su libre
decisión, de que ha sido escuchado y reconfortado.
Una vez más, el mundo se paraliza y asombra ante los tiempos
de la Iglesia. En unos pocos días, la silla de Pedro estará vacante y el otrora
tan temido “pastor alemán”, el gran teólogo,
azote del relativismo, que ha puesto orden en la Curia y que tanto bien ha
hecho a la Iglesia, estará retirado para siempre para rezar por todos nosotros
y esperar, manso y humilde de corazón,
su encuentro definitivo con Cristo.
Rezo por Benedicto XVI y creo firmemente que el Espíritu Santo nos
traerá el Papa que ahora necesita la Iglesia.
LFU