Todos necesitamos un bastón aunque no todos sabemos apreciar
su verdadero valor.
Reconocer nuestras propias limitaciones nos lleva a la
búsqueda incesante de un punto de apoyo que nos mantenga de pie frente a las
adversidades de la vida, que mantenga su firmeza y fidelidad en medio de la
tormenta y nos conduzca seguros por el difícil y apasionante camino de la vida.
Mi primer bastón fueron mis padres. De su mano di los primeros pasos y adquirí la
seguridad necesaria para caminar solo, para soltar amarras y hacerme a la mar en
busca de mi propio porvenir. Tardé mucho en hacerlo; tan bueno era el bastón que me ofrecían y aún
me ofrecen, gracias a Dios, los autores de mis días.
Pero hace ahora dieciocho años, tuve la suerte de encontrar,
entre todos los que había, el mejor bastón, el definitivo. Un bastón al que entregar para siempre mis
confidencias, sobre el que llorar mis penas, desnudar mi alma y compartir mi
esperanza. Con el que compartir la felicidad y también el peso de las
responsabilidades con las que la vida nos va cargando.
Mi precioso bastón cumple hoy 40 años y se llama Paloma. Sé muy bien que aunque avance rugiente la tormenta y en mi mástil ya gima el huracán, jamás
habrá de faltarme su aliento y su consuelo, su amor y su esperanza. Tiene la solidez de la roca y tras una
perfecta y ordenadísima armadura esconde un corazón cálido y también
menesteroso de protección, de cariño, de certidumbres. Ella también necesita un bastón, aunque el que yo puedo ofrecerle sea, más que
de botica, de romántico anticuario.
Mis hijas no podían haber encontrado mejor bastón al que
agarrarse. Con su ejemplo y su cariño van bien pertrechadas para salir a la
interperie de la vida.
Y yo no podría prescindir jamás de mi bastón, porque la
quiero con todo mi corazón.
Por todo lo que has hecho, por todo lo que eres, por todo lo
que nos das, gracias.
Con todo mi amor, muchas felicidades y que Dios te bendiga.
Tuyo
LFU