Le conocí hace dieciocho años, en Santa Margarita, cuando él era un joven de 82 y yo aun cursaba primero de realidades. Desde el primer dia admire en Pepe Aranda su fortaleza y extraordinaria vitalidad, la alegría que desprendía y el hecho de que siempre esperaba un porvenir que ayer, pocos días después de cumplir el siglo -como el decía- se convirtió para siempre en gozosa eternidad.
Caballero andaluz, apuesto y elegante hasta el final, se mostraba siempre orgulloso de su estirpe y agradecido a Dios por una vida que tan bien le había tratado. Creo que desde el principio establecí con el una especial conexión pues compartíamos un mismo ideal de azul y rosas y un inmenso amor dolorido por España. Era un verdadero privilegio hablarle de tu a un viejo falangista que pudiendo ponerse de perfil por familia y posición, eligió entregar su juventud a España cuando esta se lo demando. Me hablaba del extraordinario magnetismo de Jose Antonio y de los enfrentamientos en Las calles de Madrid con militantes de la izquierda. Alférez provisional y teniente de infantería, dos veces mutilado por la patria me hablaba de la dureza de Teruel y de la batalla del Ebro, pero lo hacia siempre como los buenos soldados, con orgullo pero sin odio y con el desgarro de haber tenido que vivir una terrible confrontación entre españoles.
Yo, que no tuve la fortuna de conocer la figura de un abuelo, he sentido siempre sana envidia de mi amigo Juan por la entrañable relación que les unía y al despedirme de el esta tarde en Córdoba he sentido una aguda punzada de dolor endulzada por saber que, de la mano de su añorada Lolita, habrá buscado ya su puesto en los luceros para hacer guardia con sus viejos camaradas.
Hace tan solo unos días, frente al mar abierto, consciente de que le veía por ultima vez, pues adivinaba en su mirada una señal de metafísico agotamiento, quise que en mi teléfono sonaran vibrantes en su presencia, las notas del Cara al Sol. Me emociono verle erguirse, levantar el brazo y recitar de nuevo, sonriente, sus estrofas de amor y de esperanza.
Querido amigo Juan, querido hermano. Siento tu dolor, pues se que Pepe Aranda era para ti mucho mas que un abuelo como para él eras mucho mas que un nieto. Y quiero unirlo esta noche al mio por la perdida de un viejo amigo, centenario y especial. Hubiera querido poner sobre su pecho las cinco rosas que tantas veces he visto poner a mi padre al pie de sus viejos camaradas. Pero estoy seguro de que a tu abuelo le gustara saber que esta noche no he querido cerrar los ojos sin cumplir el rito de despedida que tantas veces pronunciara él con los que le precedieron:
José Aranda Romero ¡PRESENTE!
LFU