«Despropósito» es el término que define mejor el devenir de la familia real desde hace unos años y que está colocando a la Corona al borde del abismo, precisamente en el momento menos propicio para jugar con una institución vertebradora como ésta para la nación española.
Como defiende el maestro Enrique de Aguinaga en su libro "Aquí hubo una guerra" la verdadera transición de nuestra era contemporánea fue el franquismo. Una transición de la República a la Monarquía cuya extensión -provocada inicialmente por los despropósitos de D. Juan, dispuesto a aliarse primero con Hitler y luego con el liberalismo más rancio con tal de acceder al Trono- fue positiva tanto para España, que alcanzó cotas de paz, bienestar y desarrollo desconocidas hasta entonces, como para la propia Corona, que llegó sin prisas ni sobresaltos, de acuerdo con los mecanismos constitucionales de un Estado constituido como Reino desde 1947 y con la lealtad del ejército y las instituciones y el apoyo popular heredado de su predecesor en la jefatura del Estado, Francisco Franco.
Juan Carlos quiso no obstante desde el principio de su reinado sacudirse la legitimidad de su reinado en el régimen del 18 de julio y ampliar la base social de la Corona nadando entre dos aguas y tratando de asentar la Corona también en sectores de la izquierda, objetivo que logró temporalmente con su actitud en el 23-F (no digo cual) y su buena sintonía con los gobiernos de Felipe González. Ello le valió además, ganarse el apoyo de los medios que hasta ahora habían condescendido siempre con cualquier desliz del titular de la Corona.
Desafortunadamente, en los últimos años la Corona parece haber perdido el oremus. Los discutibles matrimonios de las infantas son fuente inagotable de erosión para la institución. El enfrentamiento abierto entre el Rey y la Reina – ella parece haberse hartado del descaro de la preferida y él le culpa de su excesiva tolerancia en la elección conyugal de sus hijos- y el escaso tacto de Su Majestad a la hora de manejar sus negocios personales y planificar sus aventuras cinegéticas (menudo 14 de abril), amenazan con socavar los escasos apoyos que sostienen a la institución, colocando al Príncipe Felipe en una peligrosa e incómoda tesitura.
El problema es que con la que está cayendo y conociendo al paisanaje que puebla la piel de toro, sólo nos faltaba el salto a la república para hundirnos en el abismo. Y es que quienes hablan alegremente de ello no han parado a pensar lo que sería tener a un Peces Barba cualquiera de Jefe del Estado. Para eso, sinceramente prefiero al Rey y más después de escuchar a al pobre Tomás Gómez cuyo alegato republicano puede causarle a la causa tricolor aún más daño que el que causó a la pobre Chacón con su postrero apoyo en el último congreso de Sevilla.
Mis simpatías por la figura de Juan Carlos son perfectamente descriptibles. Pero pensando en España y sólo en España, espero que se toque a rebato en la Corona, dejen de una vez de dar tan lamentable espectáculo y se acerquen a la triste realidad de una sociedad a la que la ruina económica ha cogido baja de defensas como consecuencia de una terrible decadencia moral. Aún están a tiempo de enderezar el rumbo. Mientras Garzón, Bardem, Tomás Gómez y Willi Toledo enarbolen banderas republicanas estoy dispuesto a que me nombren gentilhombre de cámara. Pero no nos lo pongan tan difícil.
LFU