Por eso José Antonio no está tan lejos en el tiempo, esa dimensión trituradora que a veces borra los acentos más importantes de la vida.
José Antonio es ahora la única y yo creo que la más fecunda de las fórmulas políticas que muy pronto tendrán que escogerse para hacer valedero un futuro mejor, un horizonte de mayor dignidad y grandeza comenzando claro está por una activa mutación en los valores hoy imperantes.
Pero José Antonio, al que yo sitúo ahora en el centro de mi esperanza, no sólo vivió para alumbrar unos criterios nuevos, un estilo diferente sino para darnos definitivamente una lección ante la muerte. Muchas veces en mi soledad he reflexionado sobre las horas que precedieron a su fusilamiento y al saber que no hubo temblor en su pulso, ni vacilación en sus convicciones, me invade un optimismo trascendente. La muerte ante José Antonio no apareció enlutada o siniestra sino como un aura de gratificación heroica de todo a lo que había servido con honestidad y también con orgullo legítimo. Nadie ha reparado suficientemente en que un hombre que va a hacer frente a la muerte, que tiene cercano a sus enemigos y que estos bien o mal componen una parte del pueblo español, sea capaz de decir que ojalá no vuelvan a existir discordias civiles mientras hace un elogio de las virtudes de sus gentes. Pudo sentir indignación y pena, pero sintió dolor y en último término solicitó la bendición del Dios en el que creía.
Ahora que todas las referencias trascendentes son sistemáticamente asfixiadas, que el reino de lo espiritual está más situado en la magia que en la verdad de los corazones, ahora que se insulta a todo lo que ha sido la esencialidad política de la nación española con la contemplación de brazos cruzados de aquellos que tenían el deber de proclamar en alta voz lo que significa como patrimonio común, la vida de España, nosotros tenemos la obligación de alzar en nuestro pensamiento la figura de José Antonio. Proclamamos en alta voz que José Antonio no ha muerto, que vive en cada uno de nosotros, que no es una referencia pálida que pueda olvidarse sino un estímulo impetuoso que se resiste a morir en el olvido.
José Antonio ahora, nos es necesario Su pensamiento sigue estando lejos de esa derecha amarillenta de la cual algunos se sienten orgullosos porque fue precisamente esa tropa sin uniforme la que propició su muerte y su calvario y eso no lo vamos a olvidar nunca. José Antonio murió porque la derecha española le había condenado previamente. Esto hizo que quedara desasistido de argumentaciones jurídicas convenientes que pudieran haber paliado la gravedad de su situación personal. Luego, esa misma derecha le aclamó para confundirlo, le ensalzó para mitificarlo, le defendió para hundirlo en un panorama de confusión. Nosotros hoy tenemos que traerlo ahora junto a las brasas de nuestro corazón no resignado y decirle a los españoles y al mundo entero que aquí hubo un hombre que se puede y se debe pronunciar con emocionada unción en el tiempo de hoy.