21 de septiembre de 2011
El árbol de la vida
13 de septiembre de 2011
La indignidad de Caamaño y Chacón
7 de septiembre de 2011
JMJ 2011. Ladran, luego cabalgamos
Les ha escocido, y mucho.
1 de septiembre de 2011
La izquierda se echa a la calle
El proceso de degradación y ruina al que el peor gobierno de la historia de España ha sumido a nuestra nación parece llegar a su fin, como también se diluye progresivamente el apoyo popular del que de forma inexplicable -o tal vez demasiado explicable- ha gozado en estos ocho años. La severa derrota cosechada en el mes de mayo ha supuesto para el PSOE una pérdida significativa de poder territorial con el consecuente problema interno de buscar recolocación a tanto político profesional en paro.
20 de agosto de 2011
Mena en Madrid. Una madrugada para la Historia
Rompo hoy mi silencio estival para tratar de expresar con palabras el torrente de emociones que me aturde tras haber tenido el privilegio de poder llevar a hombros esta madrugada al Cristo de la Buena Muerte.
Madrid parecía otra ciudad. Alegre y confiada, llena de luz y esperanza, de banderas que tremolaban con orgullo y sin odio y de oración. Madrid sonreía como nunca a los que venían en nombre del Señor.
La emoción me dio su primer aviso al filo de las 7 de la tarde, cuando un mar de jubilo recorría el Paseo de Recoletos saludando entusiasta al sucesor de Pedro. Se apoderó de mí en cada estación, viendo la devoción de millares de personas ante las preciosas meditaciones de las hermanitas de la Cruz, escritas con los pies en la tierra y la ayuda del Espíritu Santo.
Y a cada rato, trataba de acostumbrarme a contemplar al soberbio Cristo de Mena en el paisaje de Madrid. Era como si me estuviera diciendo: He venido a ti para que puedas llevarme.
Una vez en la vida. Era lo que me repetía una y otra vez para tratar de absorber cada minuto de ese 19 de agosto que para siempre quedará grabado en mi corazón. Le he llevado en mi pecho desde niño y por fin iba a poder levantarlo a pulso para llevarlo sobre mis hombros anunciando el sublime amor de Su entrega por las calles que me vieron hacerme hombre.
Y llegó la hora, tan esperada. La suerte había querido que mi querido hermano César compartiera varal y oxígeno en el trono. Qué más se puede pedir que disfrutar de esta ocasión con tu propia sangre.
Era la una y media de la madrugada cuando sonaba la campana del trono al tiempo que se escuchaban, a lo lejos, las cornetas y tambores del Tercio. Eran los legionarios, todos voluntarios que no querían dejar sólo a su Cristo protector por las calles de Madrid.
Apretados en los varales, levantamos el trono con energía y me di cuenta de lo que pesa de verdad. Siempre había pensado que siendo tantos los portadores, la carga sería liviana. Craso error y lo digo ahora, horas después, cuando le pido a mis hijas que no me toquen el hombro, que me duele de verdad.
Y minutos después, la emoción se apodera de todos al escuchar los primeros compases del Novio de la Muerte, que habríamos de entonar no menos de dieciséis veces hasta llegar a la Plaza de Oriente al filo de las seis de la mañana.
Imposible describir el ambiente y la devoción de la gente a nuestro paso. Sorprendente comprobar cómo desde las aceras, desde las farolas o los balcones, se entonaba el Novio de la Muerte por la gente más diversa, y se adivinaban lágrimas en los ojos de muchos, que se unían a las nuestras. Sé de muchos que han pensado, al paso de su Señor, que Él ha venido a su encuentro para que no tuvieran que ir ellos a verlo. Madrid vibraba al paso del Señor de la Buena Muerte que no ha querido faltar a una cita con la Historia.
Todo era tan insólito que durante el recorrido, en los descansos entre “tirones”, echaba la vista al Cristo para imprimir en mis retinas el paisaje que lo rodeaba, consciente de que era irrepetible. E insólito lo que vivimos en la calle Arrieta, cuando un todo terreno mal aparcado amenazaba con detener la procesión. Al grito de A mí la Legión, un antiguo caballero Legionario avisó a sus camaradas que esperaban a su Cristo en la Plaza de Ramales, y en unos segundos aparecieron viejos legionarios –algunos muy viejos- y entre veinte levantaron el pesado trasto como si levantaran su campamento.
Pasó el Cristo y llegó a la Plaza de Oriente. Formó la Legión pegada al palacio y se recrearon los portadores del segundo turno en un largo Novio de la Muerte que a todos se nos hizo corto porque, aunque rotos por el cansancio, no queríamos que aquello acabase nunca.
Cumplimos un sueño y aún mi hombro dolorido me ayuda a no despertar del todo. Tan grande fue la ilusión y tan bonita la vivencia.
Termino recordando las bellísimas palabras de un impecable pregón de la Semana Santa malagueña que el autor de mis días proclamó en 1957, cuando se refería al Cristo de Mena, que espero poder recitar de memoria como él hizo en su día:
Anochecido, sale de su templo el Cristo de los legionarios y sentimos al verlo el sudor de sus sienes, viendo en sus ojos, en su boca, en sus pómulos febriles el ansia y el esfuerzo por fijarse en todos los infortunios.
Entre las sombras de la noche todos miran a Cristo, rezan ante la dramática expresión de su agonía. Agonía de hombre que padece la angustia de todas las muertes, todos al mirarle sufren con él, adivinando la fiebre que le hunde en el cuerpo las uñas de la fe, el vibrante escozor de la garra ardiente de las manos, el dolor de las arterias que ayer llevaban las dulzuras de la vida y hoy se convierten en dogales aprisionantes, ante trance supremo se pasar la soledad humana de la muerte. Al contemplarlo parece que nos habla queriéndonos decir que sólo saber vivir quien bien se muere.
Entre una larga fila de enlutados penitentes, altos capirotes, hachones encendidos en la noche, el Cristo de la Buena Muerte camina, doblada la cabeza, lleno el rostro de paz, la desazón partida, vencedor por amor de la muerte, dulce muerte que ya no tiene el signo trágico de una guadaña ensangrentada por emblema, sino expresión de paz y reposo infinito. Todas las miradas se concentran en el negro clavel de sus heridas, marchan atrás los soldados del Tercio legionario, lento y firme andar tras de su himno que es, sin duda, la marcha nupcial del legionario cuando quiere desposarse con la muerte. Avanzan con los rostros erguidos, alta la frente, dura la mirada, embriagados de banderas y de gloria.
Ya entra la procesión por la calle de Larios y un escalofrío de emoción traspasa el alma, dulcemente mecido camina el Cristo ente banderas, guiones y estandartes, entre hombres rudos amigos del amor y de la muerte, entre un estruendo de tambores se escucha la romántica canción del legionario y entre músicas, plegarias y silencios, parece como si la muerte, por el borde de Dios fuera cantando.
Un abrazo en Cristo Rey.
LFU
28 de julio de 2011
Mis disculpas
17 de julio de 2011
17 de julio de 1936. Último Manifiesto de José Antonio
Hoy hace cuatro años que comenzó la nueva andadura de Arriba bajo mi modesta pluma. Y en este LXXV aniversario, en vísperas de que, una vez más, el Congreso de los Diputados vaya a perpetrar otra estúpida condena del 18 de julio bajo la excusa mendaz de atribuirle un carácter de golpe militar fascista -que jamás tuvo salvo en la mente de los esbirros de Stalin-, no veo por qué no voy a reproducir lo que entonces dije y hoy ratifico:
Si algo bueno tiene este gobierno presidido por el más dañino Presidente de los que en España han sido, es que, al socaire de la mal llamada "memoria histórica" -plato de postre que nos tiene preparado ZP para finalizar su nefasta legislatura- nos permite recuperar la memoria de acontecimientos que, sin la ayuda de ZP hubieran quedado en el olvido.
El texto que sigue es el último manifiesto de José Antonio Primo de Rivera fechado el 17 de julio de 1936 en la carcel de Alicante, de donde nunca saldría sino para recibir cristiana sepultura tras su fusilamiento el 20 de noviembre de 1936. Es todo un prodigio de claridad y de síntesis -resultan escalofriantes algunos paralelismos con la realidad actual de España- y constituye un valiente mensaje lleno de la esperanza que hoy hace setenta y un años llenó los corazones de la mejor juventud de España.
LFU
Un grupo de españoles, soldados unos y otros hombres civiles, no quieren asistir a la total disolución de la Patria. Se alza hoy contra el Gobierno traidor, inepto, cruel e injusto que la conduce a la ruina.
Llevamos soportando cinco meses de oprobio. Una especie de banda facciosa se ha adueñado del Poder. Desde su advenimiento no hay una hora tranquila, ni hogar respetable, ni trabajo seguro, ni vida resguardada. Mientras una colección de energúmenos vocifera –incapaz de trabajar– en el Congreso, las casas son profanadas por la Policía (cuando no incendiadas por las turbas), las iglesias entregadas al saqueo, las gentes de bien encarceladas a capricho por tiempo ilimitado; la ley usa dos pesos desiguales: uno para los del Frente Popular, otro para quienes no militan en él; el Ejército, la Armada, la Policía, son minados por agentes de Moscú, enemigos jurados de la civilización española; una Prensa indigna envenena la conciencia popular y cultiva todas las peores pasiones, desde el odio hasta el impudor; no hay pueblo ni casa que no se hallen convertidos en un infierno de rencores: se estimulan los movimientos separatistas; aumenta el hambre, y, por si algo faltara para que el espectáculo alcanzase su última calidad tenebrosa, unos agentes del Gobierno han asesinado en Madrid a un ilustre español, confiado al honor y a la función pública de quienes lo conducían. La canallesco ferocidad de esta última hazaña no halla par en la Europa moderna y admite el cotejo con las más negras páginas de la Checa rusa.
Este es el espectáculo de nuestra Patria en la hora justa en que las circunstancias del mundo la llaman a cumplir otra vez un gran destino. Los valores fundamentales de la civilización española recobran, tras siglos de eclipses, su autoridad antigua, mientras otros pueblos que pusieron su fe en un ficticio progreso material ven por minutos declinar su estrella; ante nuestra vieja España misionera y militar, labradora y marinera, se abren caminos esplendorosos. De nosotros, los españoles, depende que los recorramos. De que estemos unidos y en paz, con nuestras almas y nuestros cuerpos tensos en el esfuerzo común de hacer una gran Patria, Una gran Patria para todos, no para un grupo de privilegiados. Una Patria grande, unida, libre, respetada y próspera. Para luchar por ella rompemos hoy abiertamente contra las fuerzas enemigas que la tienen secuestrada. Nuestra rebeldía es un acto de servicio a la causa española.
Si aspirásemos a reemplazar un partido por otro, una tiranía por otra, nos faltaría el valor –prenda de almas limpias– para lanzarnos al riesgo de esta decisión suprema. No habría tampoco entre nosotros hombres que visten uniformes gloriosos del Ejército, de la Marina, de la Aviación, de la Guardia Civil. Ellos saben que sus armas no pueden emplearse al servicio de un bando, sino al de la permanencia de España, que es lo que está en peligro. Nuestro triunfo no será el de un grupo reaccionario, ni representará para el pueblo la pérdida de ninguna ventaja. Al contrario: nuestra obra será una obra nacional, que sabrá elevar las condiciones de vida del pueblo –verdaderamente espantosas en algunas regiones– y le hará participar en el orgullo de un gran destino recobrado.
¡Trabajadores, labradores, intelectuales, soldados, marinos. guardianes de nuestra Patria: sacudid la resignación ante el cuadro de su hundimiento y venid con nosotros por España una, grande y libre. Que Dios nos ayude! ¡Arriba España!
Alicante, 17 de julio de 1936.
JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA