Querida Palomita:
Nada en el mundo podría evitar que hoy te dedique a ti mi cuaderno, en la víspera de tu primera comunión.
Decía Napoleón que el día más feliz de su vida había sido el de su primera comunión. Espero y deseo que la vida te depare muchísimas ocasiones aún más felices, pero estoy seguro de que siempre recordarás de este día tan importante en tu vida y en la de tu familia.
No pocas veces las personas nos olvidamos de la importancia de la comunión con la misma facilidad con la que apartamos a Dios de nuestras vidas. Dicen del Beato Juan Pablo II que siempre le temblaban las manos de la emoción al consagrar la sagrada forma, consciente de que era el mismo Jesús al que tenía entre sus manos, en recuerdo de Su amorosa entrega para la salvación de los hombres.
Mañana, cuando recibas por vez primera la hostia consagrada de manos del sacerdote, sabe que estás recibiendo al propio Jesús, su cuerpo y su sangre y recuerda que Él murió también por ti, que cargó con tus dolores y tus faltas, entregando su propia vida para ofrecerte la vida eterna. «El que come Mi carne y bebe Mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día», dijo a sus discípulos. Recuerda que esta fe, la fe de tus padres y tus abuelos, y en la que hoy te incorporas plenamente con tu primera comunión, es la que te ayudará a siempre, incluso en los momentos de mayor oscuridad, a iluminar la tarea que Dios te tiene reservada en la armonía del mundo.
Nada en el mundo podría evitar que hoy te dedique a ti mi cuaderno, en la víspera de tu primera comunión.
Decía Napoleón que el día más feliz de su vida había sido el de su primera comunión. Espero y deseo que la vida te depare muchísimas ocasiones aún más felices, pero estoy seguro de que siempre recordarás de este día tan importante en tu vida y en la de tu familia.
No pocas veces las personas nos olvidamos de la importancia de la comunión con la misma facilidad con la que apartamos a Dios de nuestras vidas. Dicen del Beato Juan Pablo II que siempre le temblaban las manos de la emoción al consagrar la sagrada forma, consciente de que era el mismo Jesús al que tenía entre sus manos, en recuerdo de Su amorosa entrega para la salvación de los hombres.
Mañana, cuando recibas por vez primera la hostia consagrada de manos del sacerdote, sabe que estás recibiendo al propio Jesús, su cuerpo y su sangre y recuerda que Él murió también por ti, que cargó con tus dolores y tus faltas, entregando su propia vida para ofrecerte la vida eterna. «El que come Mi carne y bebe Mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día», dijo a sus discípulos. Recuerda que esta fe, la fe de tus padres y tus abuelos, y en la que hoy te incorporas plenamente con tu primera comunión, es la que te ayudará a siempre, incluso en los momentos de mayor oscuridad, a iluminar la tarea que Dios te tiene reservada en la armonía del mundo.
Que la Virgen María, nuestra Madre del cielo, que mañana te contemplará orgullosa y emocionada como nosotros, guíe eternamente tus pasos y te conserve limpio tu precioso corazón.
Felicidades.
Tu padre, que tanto te quiere.
Luis Felipe
Felicidades.
Tu padre, que tanto te quiere.
Luis Felipe