En el mortecino panorama político de la vieja Europa la necesidad más que la virtud comienza a aguzar el ingenio y a dar frutos inesperados. En el Reino Unido, una de las naciones más antiguas y, en cierto modo, más anquilosadas y devastadas de Europa, bajo el lema "Big Society" el líder conservador, Cameron, plantea lo que puede ser bien una receta más de marketing político o bien un modo distinto y necesario de plantear la actividad política en el agonizante estado de bienestar europeo.
La crisis económica actual resulta inmune a las recetas socialdemócratas que tras 60 años de aplicación se revelan agotadas y nos ofrece una faceta fecunda al enfrentar el discurso político a la realidad, y de este choque emergen fórmulas como la "Big Society". En un mitin de julio del año pasado, Cameron explicó los objetivos principales de su propuesta: la descentralización del Estado británico; la reforma del sector público y el reforzamiento de las comunidades.
Late en la propuesta de Cameron una audaz apuesta por involucrar a los ingleses en la tarea política más allá de la mera participación electoral. Unos de los aciertos de esta propuesta consiste en detectar que la esclerosis del sistema político, social y económico de la Albión no puede sanarse ni con más estado y recetas públicas ni sólo con medidas liberales. El protagonista de toda política es el individuo y la comunidad que le acoge, ¿no es justo y razonable que ambas realidades participen no sólo como destinatarios pasivos de la actuación política sino también que sean actores en la ideación, gestión y aplicación de la misma?
No hay nada nuevo bajo el sol. Resituar la acción política en el individuo y en las ámbitos sociales naturales en los que se inserta es desempolvar uno de los pilares básicos del principio de subsidiariedad, tan manido y utilizado en las proclamas legislativas europeas y como poco visto en la vida política. ¿Cómo hacerlo? Ese es el cascabel que hay que poner al gato. La fórmula de Cameron apunta a una convergencia doble: el Estado debe facilitar este proceso de trasvase de poder y el individuo a través de sus comunidades reclamar su papel en él.
Frente al plan de actuación lanzado, resulta legítimo mencionar alguno de los retos que seguro encontrará en su camino la propuesta del primer ministro tory. ¿Cómo se supera la inercia social de desgana y alejamiento de la política en la mayoría de la población tras seis décadas de Welfare State? Asumiendo un incremento de la actuación del individuo y de las comunidades en las que se insertan, y tras décadas de relativismo inoculadas por el sistema educativo, ¿existe un mínimo consenso social que haga positiva la actuación política de grupos pequeños evitando que estos legitimen con poder político sus guetos o intereses de secta? Desaparecido el concepto de bien común que presupone una suerte de código mínimo de certidumbres de un pueblo si el Estado se debilita en exceso, ¿qué instrumentos de ámbito general quedan para su defensa?
El tiempo dirá si el "Big Society" tiene enjundia y su aplicación genera discusión y debate profundo más allá de las orillas de las Islas Británicas y puede refrescar no sólo el ambiente enrarecido de la política española sino el de toda Europa. Ojalá sea así, en todo caso, bienvenida sea toda idea valiente y realista que frente las abstracciones ideológicas en boga como la "madre tierra", las políticas de género, etc, reivindica al individuo, a su entorno natural y a su sociabilidad como piedra de toque de la vida política y social, y necesario fundamento de todo sistema político libre.
César Utrera-Molina Gómez
(Artículo publicado en
Páginas Digital)