Lo que sigue es totalmente veraz. Es el relato de un sacerdote Carmelita de cómo entre él y Red Madre consiguieron salvar la vida a un niño que iba a ser abortado por una madre angustiada y desesperada. Yo ya soy socio de
Red Madre. ¿y tú?
«Es el miércoles 16 de noviembre de 2010. Las doce en punto de la mañana y me dispongo a llevar la comunión a los enfermos que viven cerca de nuestro convento. Voy al Sagrario y llevo al Señor conmigo en el porta viático. Él es el consuelo de los enfermos en el dolor, es la medicina del alma y es mejor tener el alma sana aunque el cuerpo esté enfermo, me digo recordando esta doctrina de Nuestra Santa Madre Teresa. Voy a la calle, recogido, con el Señor en mis manos. Es la hora del Angelus. Está lloviendo, hace frío en Madrid y las hojas caducas de los árboles de nuestro jardín conventual han formado una alfombra al paso del Santísimo en esta otoñada que anuncia ya el cercano invierno. Salgo a la calle y llevo al señor sobre mi corazón, signo de que le quiero llevar dentro del mismo como tesoro en vasija de barro. Pienso todo esto, recogido. Los coches circulan veloces porque la hora punta pasó y ya no hay atascos en la calle Arturo Soria. La vida agitada de la gran ciudad va a su ritmo. A 20 metros del convento hay un semáforo en rojo para los peatones. Hay que esperar. Son pocos los viandantes en esta zona más residencial que de comercios, ajardinada en buena medida.
Una joven espera a mi lado a que el semáforo se ponga en verde y mientras tanto aprovecha para hacerme su pregunta:
Por favor. -¿me puede decir dónde está la clínica del Bosque? (Tiene el acento dulce, propio de los hispanoamericanos. Me quedo mirándole a los ojos unos instantes, con amor grande y no con menos grande tristeza)
Ella refleja la tristeza en su rostro.
Le contesto:
-No vayas, por favor, no vayas.
Ella se ha quedado perpleja ante mi respuesta. Piensa quizá que es una clínica de medicina general, y por eso me pregunta a mí, fraile que no pasa desapercibido.
Esta clínica está a 200 metros de nuestro convento y es exclusivamente un abortorio que lleva funcionando más de 30 años.
El semáforo se pone en verde y comienza a caminar mientras le insisto.
-No vayas, por favor. Allí matan niños. No vayas si no quieres colaborar en el
asesinato de tu propio hijo al que llevas dentro.
Se le han llenado los ojos de lágrimas. Se ha encontrado con su propia realidad, con su soledad, con su sufrimiento. Me dice que vive en la zona de Aluche. Ha venido hasta aquí, sin rumbo, mientras que todos los abortorios de Madrid, (que se enriquecen con la ayuda económica de la Comunidad de Madrid), están más cerca de su casa que este. La clínica del Bosque, El Bosque de la muerte, es la que más lejos está. De punta a punta.
Ella continúa caminando sin rumbo y yo a su lado y en su dirección, repitiendo lo mismo sin respetos humanos. Vamos los dos con paraguas. Está lloviendo y hace mucho frío.
-Por favor, espera (le digo), vamos a hablar. Te vamos a ayudar, conozco gente que te puede ayudar. Por favor, no lo hagas, te arrepentirás toda tu vida. Espera… vamos a hablar, espera…
Si sigue caminando estoy decidido a ir a su lado hablándole hasta la misma puerta de esa clínica.
He logrado detenerla y se ha echado a llorar argumentando:
-No lo puedo tener, me va a echar del trabajo, estoy sola, no le podré sacar adelante.
-Espera, -le digo- vamos a llamar a quienes te pueden ayudar. Hay otras alternativas.
-Tengo cita y llego tarde -me dice con ademán de marchar. Sigo caminando con ella.
-Espera. ¿Cómo te llamas?
-Mónica, me dice.
- Yo Migue Ángel. Espera Mónica, ya estoy llamando.
Veo que el teléfono tiene muy poca batería y espero que dure. Llamo a Pilar Gutierrez, del Movimiento Unidos por la Vida, con la que he cooperado en algún proyecto y le cuento muy brevemente la situación y le paso el teléfono para que hable con Mónica mientras esta se seca las lágrimas con mi pañuelo.
Pilar le dice que no lo haga mientras yo lo pongo todo en las manos del señor al que llevo en las mías y miro al cielo encomendándolo a todos los bienaventurados, mártires y santos inocentes de todos los tiempos. Y pido la intercesión de nuestras MM. Carmelitas Descalzas para que la fecundidad espiritual de su vida se manifieste, y pienso en todos los contemplativos de la Iglesia. Y Mónica corta la conversación. Se defiende de Pilar como de mi. Ante la propuesta de dar a su hijo en adopción, prefiere abortar.
Mónica corta la conversación. Tiene prisa. Llega tarde a la cita en la que va a programar su crimen. Me pasa el teléfono y pilar me da breves y claras recomendaciones. Dígale…
No hay tiempo. Hay que actuar.
-Mónica, escúchame –le digo- hace mucho frio, ven a mi casa, que está muy cerca.
Ven, por favor, vamos a hablar.
-No puedo, pierdo la cita. Ha sido mi novio me ha dado la dirección de la clínica.
- No te preocupes, -le digo-, no tienes que ir allí para nada.
-Pero usted no me comprende, no está en mis zapatos.
-Si te comprendo –le digo- no estoy en tus zapatos, pero estoy en mis sandalias para intentar tocar la tierra. Vamos.
Desde una habitación del Hospital Anderson, Almudena de Castro observa la escena. Está cuidando a su madre, Paquita Carpeño, operada de cáncer, a la que iba a llevar la comunión. Le dice a su madre que me está viendo, en la calle, con una chica, que seguro que voy a visitarla. No. Se vuelven hacia el convento.
Al día siguiente llevaré la comunión a los enfermos.
La he tomado ligeramente del brazo y recorremos despacio los pocos metros que nos separan del convento.
Ella no sabe que hace un año. El 28 de diciembre, lloviendo también, nos concentramos con Alternativa Española al lado de ese Bosque, para rezar por los nuevos santos inocentes de hoy y por sus madres, víctimas de este doble crimen. (En este instante, mientras esto escribo, un amigo sacerdote me pone u sms diciéndome: Celebré la Santa Misa por Miguel Ángel y sus padres)
Estamos volviendo al convento, que está muy cerca. De nuevo, la alfombra de hojas recibe al Señor, a Mónica con la nueva vida en su seno y a este fraile. Entramos. Se me ocurren mil cosas que decirle y que hacer. Vamos a un ordenador, le digo que se siente y busco en google: video sobre el aborto. Me llama pilar dándome el teléfono de una institución pro vida y me dice que busquemos la página “No más silencio” y “Apóstoles de la vida”.
He encontrado un video precioso que vi hace tiempo y que promocionó Intereconomía. Ha salido este video providencialmente. Recuerdo que es tremendo. Y Mónica me dice que ya lo conocía. Lo ve sin dejar de llorar. En este vídeo, un niño habla a su madre desde el seno materno, felíz por haber sido concebido. La mamá tiene problemas diversos y decide ir a abortar. El niño establece un monólogo con su madre, entristecido y mostrando, finalmente su terrible sufrimiento mientras está siendo víctima inocente de este asesinato. Es conmovedor.
Me dice Mónica que si no tengo nada que hacer. Le digo que no. Solo estar con ella.
Busco un testimonio de una chica que cuenta su vida después de haber abortado. Mónica lo escucha atentamente.
La dejo sola en la habitación. Llamo a mi buen amigo Antonio Torres, al móvil varias veces, no lo coge, llamo al fijo. Me dicen que le dirán que me llame. Llamo a Mercedes Montoro, su esposa, le cuento muy brevemente y me dice que rápido se ponen en camino o ella o Antonio. Ellos colaboran en organizaciones pro vida. Mercedes me dice: -Padre, van para allá Antonio. En media hora están en su convento. Va a Red madre a buscar a Esperanza para que vaya con él y van para allá. En media hora estarán allí.
Le digo a Mónica que esté tranquila, que van a venir a ayudarnos. Tiene miedo, porque teme la pérdida del trabajo por estar embarazada. Le digo que no se preocupe, que nos van a ofrecer otras alternativas. Todo esto mientras le sirvo un café y unos dulces.
Me pregunta por mi vocación, porque decidí ser sacerdote. Cuando le digo que fui al seminario con 10 años se sorprende.
Me dice que es de Bolivia y que su novio era español. Al quedarse embarazada la ha dejado. Su Madre vive en España, pero apenas se tratan. Ella vive con su hermana, con la que la relación es nefasta. Está sola.
Me dice que es protestante y que en su confesión tampoco aprueban el ataque a la vida, que ella ha rezado esta mañana y que no cree en las casualidades. Interpreta como providencial el encuentro conmigo. Mónica está más serena. Le pido que se deje ayudar, que ame la vida que lleva dentro y que ya verá como todo sale bien.
Mónica está bautizada. Ella misma lo pidió en su juventud. Nos une el mismo bautismo en Cristo.
Llaman a la puerta. Ya están aquí Antonio y Esperanza. Han llagado en 20 minutos escasos. Antonio, como siempre que se trata de algo importante a desplagado las alas de su coche y de su caridad. “Nos apremia el amor de Cristo”, pienso con San Pablo.
Nos reunimos los cuatro y Mónica comienza a contar toda su historia desde el principio. Ya tiene un hijo de cinco años. Ella lleva año y medio en España y se casó, muy joven con un militar en Bolivia. El niño está con su padre. Lleva dos años sin verlo. Ella tiene 25 años y el que ha sido su novio en España, 24. Este está trabajando y no quiere que ella tenga el niño, por eso la ha mandado a la clínica que él ha buscado. Ella duda del mutuo amor.
Esperanza está curtida en estas lides, por experiencia propia y por su trayectoria en Red Madre. Escucha, anima, propone, llora y rie con las dos víctimas de este asunto, madre e hijo. Le habla de cómo ayudan a todo en red madre. Con detalle, le habla del centro de acogida, de cómo ella puede vivir allí y seguir trabajando después de tener a su hijo. Tienen guardería para que esté cuidado mientras el tiempo de trabajo… Mónica se ha ido serenando.
Antonio, con una amabilidad sorprendente, habla a Mónica desde Dios. Ella sabe bastante de la biblia. Tiene cultura. Ella recuerda nuestro encuentro a las 12 del mediodía y dice que, al saber mi nombre, se acordó del pasaje de la anunciación. Dice que no hay casualidades y que esto ha sido para ella un signo de Dios.
Antonio le dice que la vida que lleva dentro no es de ella, que es un regalo de Dios para ella. Todo con una delicadeza genial. Mónica escucha con atención.
También, en la conversación, han surgido algunas bromas y hemos reído.
Yo he escuchado con atención. He intervenido, brevemente, alguna vez. Hemos escuchado atentamente. Hemos hablado despacio. He pedido a Mónica su teléfono, email, correo postal. Todo. Antonio le pregunta que si es niño, cómo se llamará. Ella afirma sin titubeos: Se llamará Miguel Ángel. Esperanza llama a un médico ginecólogo para que la pueda recibir. Tienen cita hoy mismo a las 15 horas en la clínica Moncloa. Son las 14,30.
Toso el tiempo ha estado el Señor con nosotros en el porta viático en la humilde apariencia de pan.
Mónica no se cree aún lo que le ha sucedido. Le parece un sueño. Confiesa que rezó por la mañana antes de salir de casa.
Hay que ser puntuales y a las 14,45 hay que salir. Vamos hacia el coche de Antonio. Esperanza, Mónica y Antonio van a Moncloa. Yo me quedo en el convento con el cansancio de quien regresa de una terrible batalla y con la confianza en el Señor.
Esperanza y Mónica se quedan en la Clínica Moncloa. El médico es extraordinario.
Sigo en comunicación con Mónica por teléfono y email. Está con paz. Esperanza se encargará de lo psicológico y material, yo de lo espiritual, que también es importante. Ya he encontrado amigos que me ofrecen ayuda económica para ella y que tiene preparado un buen ajuar para cuando nazca el niño. Esperamos que esta nueva vida sea para gloria de Dios.
Ayer jueves 18 de noviembre me regaló mi amiga maría del Mar Núñez un niñito de cerámica, precios, durmiendo plácidamente y protegido por las alas de un ángel, el Ángel de Dios. He llevado este detalle a correos y le llegará a Mónica.
Qué terrible la soledad y el sufrimiento de estas chicas.
Sucedió en Madrid y Dios lo hizo.
Dios te guarde. +
P. Miguel Ángel M. de D.»