Ayer, mientras el Papa llenaba de alegría los corazones de miles de españoles en su visita apostólica a Barcelona, Jesucristo Rey del Universo salió al encuentro de los que le buscaban a las puertas de acceso al recinto del Valle de los Caídos, desafiando el cierre ilegal e injusto de Su casa por un gobierno que ha alcanzado cotas inimaginables de persecución y miseria contra una de las mayores Basílicas de la Iglesia Universal.
Si creía el gobierno que puede ponerle puertas a Dios, ayer tuvo su emocionante respuesta con el gesto valiente de toda la Comunidad Benedictina que custodia el sagrado lugar, llevando el Santísimo a las puertas del recinto para desafiar a la fuerza utilizada por el gobierno para impedir a los fieles que accedieran a la Basílica a celebrar la Eucaristía.
No recuerdo jamás una misa tan emocionante. A muchos de los que allí estábamos, se nos humedecieron los ojos al ver al Santísimo sobre una mesita que hacía las veces de Sagrario en medio de un pequeño pinar al borde de la carretera. No sólo bajó la Comunidad en pleno. También el Coro ¡y hasta el organista, con un pequeño órgano “de campaña”. Todo lo cuidaron, para que Dios estuviese como en su casa. Y es que esos pinares, en una fría y gris mañana de otoño se convirtieron en un emocionante y bello templo en el que todos nos sentíamos más cerca de Él.
Ayer éramos pocos, doscientos, tal vez. Pero mañana serán muchos más y así todos los domingos hasta que se haga justicia de una vez. Con un nudo en la garganta escuchamos la insólita homilía del Padre Santiago Cantero, quien nos recordaba el grito de Viva Cristo Rey con el que abrazaron la vida eterna tantos cristianos perseguidos por su fe. Y qué consuelo escuchar en la voz firme y decidida de un sacerdote recordarnos que nadie se acuerda a los clérigos acomodaticios que en tiempo de persecución pactaron con los verdugos para salvar la vida, mientras la Iglesia honra en sus altares a los que supieron morir sin renegar de su fe.
Os dejo con el testimonio gráfico de un acontecimiento único, que nunca pensé que me tocaría vivir y con las valientes palabras del Padre Santiago Cantero OSB en una mañana que ya nunca jamás podré olvidar.
HOMILÍA - XXXII DOMINGO T. O. (CICLO C)
Queridos hermanos en Cristo Jesús:
Si creía el gobierno que puede ponerle puertas a Dios, ayer tuvo su emocionante respuesta con el gesto valiente de toda la Comunidad Benedictina que custodia el sagrado lugar, llevando el Santísimo a las puertas del recinto para desafiar a la fuerza utilizada por el gobierno para impedir a los fieles que accedieran a la Basílica a celebrar la Eucaristía.
No recuerdo jamás una misa tan emocionante. A muchos de los que allí estábamos, se nos humedecieron los ojos al ver al Santísimo sobre una mesita que hacía las veces de Sagrario en medio de un pequeño pinar al borde de la carretera. No sólo bajó la Comunidad en pleno. También el Coro ¡y hasta el organista, con un pequeño órgano “de campaña”. Todo lo cuidaron, para que Dios estuviese como en su casa. Y es que esos pinares, en una fría y gris mañana de otoño se convirtieron en un emocionante y bello templo en el que todos nos sentíamos más cerca de Él.
Ayer éramos pocos, doscientos, tal vez. Pero mañana serán muchos más y así todos los domingos hasta que se haga justicia de una vez. Con un nudo en la garganta escuchamos la insólita homilía del Padre Santiago Cantero, quien nos recordaba el grito de Viva Cristo Rey con el que abrazaron la vida eterna tantos cristianos perseguidos por su fe. Y qué consuelo escuchar en la voz firme y decidida de un sacerdote recordarnos que nadie se acuerda a los clérigos acomodaticios que en tiempo de persecución pactaron con los verdugos para salvar la vida, mientras la Iglesia honra en sus altares a los que supieron morir sin renegar de su fe.
Os dejo con el testimonio gráfico de un acontecimiento único, que nunca pensé que me tocaría vivir y con las valientes palabras del Padre Santiago Cantero OSB en una mañana que ya nunca jamás podré olvidar.
HOMILÍA - XXXII DOMINGO T. O. (CICLO C)
Queridos hermanos en Cristo Jesús:
Las lecturas de hoy resultan sugerentes sobre todo para dos aspectos de nuestra vida actual. Por un lado, nos encontramos en el mes de noviembre, dedicado a la intercesión por las almas de los difuntos: se abre con la solemnidad de Todos los Santos, que nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad ante Dios y a la salvación eterna; y al día siguiente prosigue con la conmemoración de los Fieles Difuntos, que instituyó el abad cluniacense San Odilón a inicios del siglo XI.
Es precisamente en el segundo libro de los Macabeos donde se encuentran algunos de los textos en los que la Iglesia Católica fundamenta la creencia en el Purgatorio o unas penas purgatorias, que es un dogma de fe definido por el II Concilio de Lyon en 1274. Para pasar a contemplar la belleza infinita de Dios, las almas deben estar limpias de toda mancha dejada por sus pecados. Nosotros podemos ofrecer nuestras oraciones, penitencias, limosnas y sobre todo el Santo Sacrificio de la Misa para que las almas que se encuentran en ese estado puedan pasar a disfrutar de Dios.
En el texto que hoy se ha leído, contemplamos la firme esperanza de los hermanos Macabeos en el premio eterno por su muerte martirial en defensa de la fe. “Dios quiere que todos los hombres se salven”, dice San Pablo. Y Jesús nos habla de la inmortalidad, pues Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos están vivos”. Dios desea que todos podamos llegar a gozar de la visión de Él en el Cielo. La secta de los saduceos, que trataron de poner a prueba a Jesús, tuvo su origen precisamente en la época de los Macabeos: fueron los judíos helenizantes que colaboraron con las autoridades impías y aceptaron elementos provenientes del paganismo y del racionalismo. Serían unos de los responsables en llevar a Jesús al Calvario. Aquí entra la segunda consideración.
Los Macabeos son un ejemplo de martirio en tiempos de persecución religiosa. No tenían miedo a la muerte, porque creían en el premio eterno. Jesucristo ha culminado lo que ellos anticiparon y se ha convertido en el Gran Mártir de la verdad y del amor de Dios, la Víctima que se ha ofrecido al Padre para redimirnos del pecado y abrirnos las puertas del Cielo. Por eso todos los mártires han dado desde entonces su vida por Él y con Él.
Hoy vivimos tiempos difíciles para la fe en España y el testimonio de los mártires debe servirnos de estímulo frente a la adversidad. Ayer mismo celebrábamos la memoria de los mártires españoles del siglo XX. En el avión de venida, el Santo Padre Benedicto XVI dijo ayer que España está sufriendo una ofensiva laicista muy semejante a la de los años 30. Vosotros mismos lo podéis contemplar hoy en esta celebración, que a mí me recuerda a las misas del Beato mártir Jerzy Popieluszko en la Polonia de los años 80. Por ello, debemos mirar el valor de los mártires para llenarnos nosotros mismos de valor.
Traigamos a la memoria los cerca de 50 católicos asesinados esta semana en Irak por elementos islamistas. Ojalá los católicos españoles seamos capaces de decir con convicción lo que ha dicho el cardenal arzobispo de Bagdad: “No tememos la muerte”.
Es preferible una Iglesia mártir −y recordemos que la palabra mártir significa “testigo”− que una Iglesia connivente con el mal por temor a perder un bienestar temporal. A medio y largo plazo, la Iglesia que realmente pervivirá será la primera. Hoy no honramos a ciertos eclesiásticos que en los años de la persecución en México pactaron los denominados “arreglos” con el gobierno masónico, sino que veneramos como santos y beatos a los mártires cristeros, procedentes sobre todo del pueblo sencillo.
No tengamos miedo a defender la verdad de Cristo. San Juan Crisóstomo fue desterrado dos veces por denunciar públicamente la corrupción de la corte de Constantinopla, pero ante la persecución afirmaba: “Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? ‘Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir’. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena’. ¿La confiscación de los bienes? ‘Sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él’. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. Yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo: […] ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’”.
Evitemos el odio que pueda surgir en nuestro corazón hacia quienes persiguen la fe. Oremos por ellos y que el amor de Cristo venza el muro del odio. Pero, sin dejar de amarles, sepamos también mostrar nuestra firmeza, porque el Señor está con nosotros y tenemos que defender su heredad, de la que forman parte las iglesias y los lugares de culto. Que podamos decir con convencimiento las mismas palabras que el abad benedictino Santo Domingo de Silos dijera a un rey de Navarra en el siglo XI: “La vida podéis quitarme, pero no más”.
Quiero terminar extractando algunos preciosos versos de una canción que entonaban los cristeros mexicanos y que revelan el valor y el anhelo de eternidad que debemos tener. Dicen así: “El martes me fusilan / a las seis de la mañana / por creer en Dios eterno / y en la Gran Guadalupana. […] Matarán mi cuerpo, pero nunca mi alma. / Yo les digo a mis verdugos / que quiero me crucifiquen, / y una vez crucificado / entonces usen sus rifles. […] No tengo más Dios que Cristo, / porque me dio la existencia. / Con matarme no se acaba / la creencia en Dios eterno: / muchos quedan en la lucha / y otros que vienen naciendo. […] ¡Viva Cristo Rey!”
Que la Santísima Virgen nos alcance del Espíritu Santo el don de fortaleza y haga que la visita del Santo Padre traiga sobre nuestra querida y atribulada España frutos copiosos de una fe recia y de un espíritu ardiente.