«Nos quieren robar este prodigio de entrega y sacrificio que representó la tropa de la División Azul pero somos muchos los que todavía recordamos aquella gesta, honramos su heroísmo y no olvidamos la epopeya de su sacrificio»
Transcribo a continuación el artículo publicado en el ABC de ayer 4 de julio de 2010:
«El recuerdo es, tal vez, la punción vital más fuerte de nuestra existencia. Hay recuerdos que se desvanecen, otros se pierden en el horizonte oscuro de nuestra propia historia, pero hay memorias que aparecen como si estuviesen adscritas a nuestro cuerpo, pegadas a nuestra alma, introducidas para siempre en nuestro propio corazón.
Hoy ha regresado a mí uno de los recuerdos que posiblemente han conformado mi propia vida. Lo que voy a relatar aconteció hace ya muchos años, unos años que quieren ahora falsear y manipular vilmente. Era la tarde del 18 de julio de 1936, yo tenía entonces 10 años y estaba acompañado de un amigo mío que pasaba de los 14. Él se erigía en mí maestro, él me enseñó la insignia de las flechas falangistas que escribíamos en las paredes de nuestro barrio. Mediada la tarde se escucharon unas detonaciones. Mi amigo afirmó que eran fuegos artificiales; yo, que era más pequeño, le dije que me parecían tiros. Ante la perplejidad que aquél hecho nos produjo decidimos volver cada uno a su casa. Cinco días después, el padre de mi amigo era arrojado por el balcón de su casa por unos milicianos marxistas cargados de rencor y de odio. Pasó el tiempo, hubo una convocatoria que atraía fundamentalmente a la juventud para combatir al comunismo en Rusia, a la que entonces las altas esferas oficiales calificaban de culpable de nuestra íntima tragedia.
Mi amigo, que se llamaba Enrique Morante Villegas, acudió presuroso a la llamada de la recién constituida División Azul. Tenía prácticamente 16 años. Permaneció en las tierras de Rusia como combatiente durante dos años. Se comportó con una dignidad extraordinaria, y sintió en lo más profundo de su ser el orgullo de pertenecer a aquella generación española que lo daba todo sin pedir nada. Pasado el tiempo, tuve con él alguna que otra conversación, porque se enroló en la marina mercante española y, como contramaestre, hacía el viaje periódico desde Algeciras a Ceuta en un trasbordador. No hacía alarde de su historia, no se detenía en los episodios bélicos en los que él sin duda participó, fue simplemente un recio soldado, un idealista que había puesto en aquella empresa su granito de arena. Pasó mucho tiempo y una tarde hace dos años me visitó en mi casa de Nerja. Sentí una enorme alegría al volver a verlo. Me traía una copia del diario de la División Azul donde refería los acontecimientos que se habían producido desde el primer día de lucha a las horas de nuestro abandono. “Te traigo esto, afirmó, que apenas si tiene valor para que me recuerdes siempre”. Le conteste: “No es necesario, lo hago con mucha frecuencia”. Pero él mirándome fijamente me dijo: “Es que también vengo a despedirme de ti porque me voy a morir muy pronto”. Aquello me conmovió. Efectivamente a los 15 días Enrique Morante falleció y yo me quedé aliado como nunca a su recuerdo.
Él me había enseñado el Cara al Sol y, sobre todo, me había ofrecido siempre una lección de bravura, de coraje y de dignidad. Pienso que donde quiera que Enrique esté, habrá de sorprenderle la decisión oficial de este régimen de eliminar por completo todo símbolo o toda huella de aquella División que combatió con heroísmo por España. Para los nuevos apóstoles de la democracia, los 5.000 muertos y los 17.000 heridos de aquella unidad militar, calificada por historiadores extranjeros como la fuerza más brillante que participó en la II Guerra Mundial, no han existido. Dice el Presidente del Gobierno que no hay tierra de nadie, solo viento. Pues bien, el viento que en él se convierte en una maldición, nos ha traído la noticia de esta voluntad de exterminio de una de las páginas, más heroicas y más excepcionales de la vida de España. Conocí a muchos integrantes de la División Azul aunque yo era muy pequeño. Recuerdo también a Salvador Tomasetti Gironés que con 18 años murió besando una fotografía de su madre en el quicio de la Posición Intermedia. Tengo en mi despacho un banderín que recuerda su gesta. Podría referir miles de anécdotas encerradas en una rotunda realidad, la bravura y el valor de unos españoles que alejados físicamente de España no perdieron el calor de su Patria en el corazón. Hoy nos quieren negar esta realidad, nos quieren robar este prodigio de entrega y sacrificio que representó la tropa de la División Azul pero somos muchos los que todavía recordamos aquella gesta, honramos su heroísmo y no olvidamos la epopeya de su sacrificio. Que descansen en su siniestro manejo de la historia los que nos quieren robar esta parte de España. Otros permanecemos de pié hasta el ultimo día y rendiremos el tributo de nuestra admiración a los que lo dieron todo por la Patria. »
JOSE UTRERA MOLINA