Confieso que nunca pensé que ningún gobierno español pudiera llegar a los límites de mezquindad y bajeza a los que ha llegado el presidido por Rodríguez Zapatero, quizás porque, en mi infinita candidez, tampoco imaginé nunca que la indiferencia de los españoles pudiera alcanzar cotas tan elevadas.
El Gobierno está decidido a cerrar para siempre la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Consciente de que las estrategias dinamiteras propuestas por Gibson, Sopena y sus mariachis tendrían ecos indeseados en la escena internacional, su estrategia es, una vez más, la de utilizar primero la intoxicación y la mentira -como ya hicieran sus predecesores en la república cuando acusaban a las monjas de envenenar niños con caramelos- para luego, mediante la asfixia económica de la abadía y la falta deliberada de mantenimiento, certificar su defunción y echarle la llave para siempre.
La mayor Cruz de la cristiandad, bajo cuyos brazos reposan para siempre los restos de quienes se enfrentaron en fratricida contienda, es demasiado visible como para no inquietar a quienes han decidido desterrar de la tierra de María todo vestigio de su gloriosa y antigua espiritualidad.
Primero se ha eliminado toda partida presupuestaria para el mantenimiento del conjunto monumental. Después, se ordenó el cierre de la basílica alegando problemas de humedad e inexistentes riesgos para los visitantes, y la realización de unas obras absolutamente inexistentes. Se ha eliminado el cobro de la entrada al recinto, una de las fuentes de sustento de los monjes benedictinos, y se limita, por el momento, el acceso a la basílica a la misa conventual que diariamente se celebra por el alma de todos los que cayeron en aquella trágica contienda. Tampoco es posible acudir a la hospedería para realizar Ejercicios Espirituales o convivencias Es decir, han cortado todas las fuentes de ingresos de la comunidad benedictina. Para añadir un toque de refinamiento a todo ello, los funcionarios de Patrimonio Nacional han recibido órdenes de retirar sistemáticamente las flores que el monje encargado del jardín coloca cada mañana sobre las tumbas de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera, a las que, para más inri, ya no puede accederse habiendose colocado unos cordones que prohíben el paso más allá de los primeros bancos frente al presbiterio.
El Gobierno, pues, ha puesto cobarde asedio a la comunidad benedictina que allí reside, mediante una asfixia económica que amenaza a su propia supervivencia, con la aviesa intención de obtener su rendición y conseguir el cierre por abandono del sagrado lugar.
Pero ignora el gobierno en su pequeñez, que el enemigo a batir, que vive y trabaja diariamente bajo el signo supremo de la Cruz, no se amilana fácilmente ante el sufrimiento y la persecución. Para los cristianos, el sufrimiento es consustancial a la propia vida por estar íntimamente unido al amor. El que no es capaz de amar desconoce el verdadero significado del sufrimiento. Y olvidan que el cristiano es en la imitación del sufrimiento de Cristo donde encuentra el verdadero sentido a su vida, esperando además, la más sublime de las recompensas.
El evangelio de ayer no podía ser más a propósito: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa”. (Mateo 5, 1-12) “Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre.” (Lucas 6,20-23).
Zapatero y su fiel escudera De la Vega, están seguros de su victoria, porque cuentan con el silencio cobarde de la oposición y el aplauso de los corifeos del talante. Pero hacen mal en despreciar el poder de la oración, la de los monjes, la mía y la de muchos que cada día se unirán para evitar que se consume el latrocinio talibán de un gobierno que, tras haber asolado esta nación con su ineptitud, parece dispuesto a no retirarse hasta haberse cobrado la última víctima propiciatoria de su política de odio y rencor inabarcable.
Reza el viejo refrán que “A Dios rogando y con el mazo dando”. Espero que la Iglesia y la Santa Sede sepan defender a la Comunidad como corresponde a su título pontificio. El Breve Pontificio de Juan XXIII, el día 7 de abril de 1960, por el que se eleva la iglesia abacial de la Santa Cruz al honor de basílica, dice: «Yérguese airoso, en una de las cumbres de la Sierra de Guadarrama, no lejos de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del camino de la vida terrena...». El Cardenal Anleto, Secretario de Estado de Su Santidad, dijo en este lugar, al descubrirse la lápida conmemorativa de la inauguración, consagración de la iglesia y proclamación del título de basílica, el 28 de enero de 1964: «Esa Cruz gigantesca que se alza osadamente para penetrar en las nubes no es solamente una obra maravillosa. Es el símbolo de una idea: la de la pacificación y reconciliación de todas las almas que han de volver a sentirse una en el seno de la caridad». Espero que sus sucesores sepan estar a la altura.
Por lo que a mí respecta, no estoy dispuesto a permanecer indiferente a tan miserable estrategia, por lo que, como primera medida acudiré a rezar, una vez más, a esa Basílica el próximo sábado 20 de febrero a las 11 de la mañana y desde aquí ruego a todos los que podáis que hagáis lo mismo. Al menos, que sepan los monjes que, además de contar con la colosal Cruz que les alumbra cada día, cuentan también con la oración y la cercanía de muchos españoles, ante la terrible injusticia que con ellos se está cometiendo.
LFU
El Gobierno está decidido a cerrar para siempre la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Consciente de que las estrategias dinamiteras propuestas por Gibson, Sopena y sus mariachis tendrían ecos indeseados en la escena internacional, su estrategia es, una vez más, la de utilizar primero la intoxicación y la mentira -como ya hicieran sus predecesores en la república cuando acusaban a las monjas de envenenar niños con caramelos- para luego, mediante la asfixia económica de la abadía y la falta deliberada de mantenimiento, certificar su defunción y echarle la llave para siempre.
La mayor Cruz de la cristiandad, bajo cuyos brazos reposan para siempre los restos de quienes se enfrentaron en fratricida contienda, es demasiado visible como para no inquietar a quienes han decidido desterrar de la tierra de María todo vestigio de su gloriosa y antigua espiritualidad.
Primero se ha eliminado toda partida presupuestaria para el mantenimiento del conjunto monumental. Después, se ordenó el cierre de la basílica alegando problemas de humedad e inexistentes riesgos para los visitantes, y la realización de unas obras absolutamente inexistentes. Se ha eliminado el cobro de la entrada al recinto, una de las fuentes de sustento de los monjes benedictinos, y se limita, por el momento, el acceso a la basílica a la misa conventual que diariamente se celebra por el alma de todos los que cayeron en aquella trágica contienda. Tampoco es posible acudir a la hospedería para realizar Ejercicios Espirituales o convivencias Es decir, han cortado todas las fuentes de ingresos de la comunidad benedictina. Para añadir un toque de refinamiento a todo ello, los funcionarios de Patrimonio Nacional han recibido órdenes de retirar sistemáticamente las flores que el monje encargado del jardín coloca cada mañana sobre las tumbas de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera, a las que, para más inri, ya no puede accederse habiendose colocado unos cordones que prohíben el paso más allá de los primeros bancos frente al presbiterio.
El Gobierno, pues, ha puesto cobarde asedio a la comunidad benedictina que allí reside, mediante una asfixia económica que amenaza a su propia supervivencia, con la aviesa intención de obtener su rendición y conseguir el cierre por abandono del sagrado lugar.
Pero ignora el gobierno en su pequeñez, que el enemigo a batir, que vive y trabaja diariamente bajo el signo supremo de la Cruz, no se amilana fácilmente ante el sufrimiento y la persecución. Para los cristianos, el sufrimiento es consustancial a la propia vida por estar íntimamente unido al amor. El que no es capaz de amar desconoce el verdadero significado del sufrimiento. Y olvidan que el cristiano es en la imitación del sufrimiento de Cristo donde encuentra el verdadero sentido a su vida, esperando además, la más sublime de las recompensas.
El evangelio de ayer no podía ser más a propósito: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa”. (Mateo 5, 1-12) “Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre.” (Lucas 6,20-23).
Zapatero y su fiel escudera De la Vega, están seguros de su victoria, porque cuentan con el silencio cobarde de la oposición y el aplauso de los corifeos del talante. Pero hacen mal en despreciar el poder de la oración, la de los monjes, la mía y la de muchos que cada día se unirán para evitar que se consume el latrocinio talibán de un gobierno que, tras haber asolado esta nación con su ineptitud, parece dispuesto a no retirarse hasta haberse cobrado la última víctima propiciatoria de su política de odio y rencor inabarcable.
Reza el viejo refrán que “A Dios rogando y con el mazo dando”. Espero que la Iglesia y la Santa Sede sepan defender a la Comunidad como corresponde a su título pontificio. El Breve Pontificio de Juan XXIII, el día 7 de abril de 1960, por el que se eleva la iglesia abacial de la Santa Cruz al honor de basílica, dice: «Yérguese airoso, en una de las cumbres de la Sierra de Guadarrama, no lejos de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del camino de la vida terrena...». El Cardenal Anleto, Secretario de Estado de Su Santidad, dijo en este lugar, al descubrirse la lápida conmemorativa de la inauguración, consagración de la iglesia y proclamación del título de basílica, el 28 de enero de 1964: «Esa Cruz gigantesca que se alza osadamente para penetrar en las nubes no es solamente una obra maravillosa. Es el símbolo de una idea: la de la pacificación y reconciliación de todas las almas que han de volver a sentirse una en el seno de la caridad». Espero que sus sucesores sepan estar a la altura.
Por lo que a mí respecta, no estoy dispuesto a permanecer indiferente a tan miserable estrategia, por lo que, como primera medida acudiré a rezar, una vez más, a esa Basílica el próximo sábado 20 de febrero a las 11 de la mañana y desde aquí ruego a todos los que podáis que hagáis lo mismo. Al menos, que sepan los monjes que, además de contar con la colosal Cruz que les alumbra cada día, cuentan también con la oración y la cercanía de muchos españoles, ante la terrible injusticia que con ellos se está cometiendo.
LFU