"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

15 de febrero de 2010

Asedio al Valle de los Caídos


Confieso que nunca pensé que ningún gobierno español pudiera llegar a los límites de mezquindad y bajeza a los que ha llegado el presidido por Rodríguez Zapatero, quizás porque, en mi infinita candidez, tampoco imaginé nunca que la indiferencia de los españoles pudiera alcanzar cotas tan elevadas.

El Gobierno está decidido a cerrar para siempre la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Consciente de que las estrategias dinamiteras propuestas por Gibson, Sopena y sus mariachis tendrían ecos indeseados en la escena internacional, su estrategia es, una vez más, la de utilizar primero la intoxicación y la mentira -como ya hicieran sus predecesores en la república cuando acusaban a las monjas de envenenar niños con caramelos- para luego, mediante la asfixia económica de la abadía y la falta deliberada de mantenimiento, certificar su defunción y echarle la llave para siempre.

La mayor Cruz de la cristiandad, bajo cuyos brazos reposan para siempre los restos de quienes se enfrentaron en fratricida contienda, es demasiado visible como para no inquietar a quienes han decidido desterrar de la tierra de María todo vestigio de su gloriosa y antigua espiritualidad.



Primero se ha eliminado toda partida presupuestaria para el mantenimiento del conjunto monumental. Después, se ordenó el cierre de la basílica alegando problemas de humedad e inexistentes riesgos para los visitantes, y la realización de unas obras absolutamente inexistentes. Se ha eliminado el cobro de la entrada al recinto, una de las fuentes de sustento de los monjes benedictinos, y se limita, por el momento, el acceso a la basílica a la misa conventual que diariamente se celebra por el alma de todos los que cayeron en aquella trágica contienda. Tampoco es posible acudir a la hospedería para realizar Ejercicios Espirituales o convivencias Es decir, han cortado todas las fuentes de ingresos de la comunidad benedictina. Para añadir un toque de refinamiento a todo ello, los funcionarios de Patrimonio Nacional han recibido órdenes de retirar sistemáticamente las flores que el monje encargado del jardín coloca cada mañana sobre las tumbas de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera, a las que, para más inri, ya no puede accederse habiendose colocado unos cordones que prohíben el paso más allá de los primeros bancos frente al presbiterio.

El Gobierno, pues, ha puesto cobarde asedio a la comunidad benedictina que allí reside, mediante una asfixia económica que amenaza a su propia supervivencia, con la aviesa intención de obtener su rendición y conseguir el cierre por abandono del sagrado lugar.

Pero ignora el gobierno en su pequeñez, que el enemigo a batir, que vive y trabaja diariamente bajo el signo supremo de la Cruz, no se amilana fácilmente ante el sufrimiento y la persecución. Para los cristianos, el sufrimiento es consustancial a la propia vida por estar íntimamente unido al amor. El que no es capaz de amar desconoce el verdadero significado del sufrimiento. Y olvidan que el cristiano es en la imitación del sufrimiento de Cristo donde encuentra el verdadero sentido a su vida, esperando además, la más sublime de las recompensas.

El evangelio de ayer no podía ser más a propósito: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa”. (Mateo 5, 1-12) “Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre.” (Lucas 6,20-23).

Zapatero y su fiel escudera De la Vega, están seguros de su victoria, porque cuentan con el silencio cobarde de la oposición y el aplauso de los corifeos del talante. Pero hacen mal en despreciar el poder de la oración, la de los monjes, la mía y la de muchos que cada día se unirán para evitar que se consume el latrocinio talibán de un gobierno que, tras haber asolado esta nación con su ineptitud, parece dispuesto a no retirarse hasta haberse cobrado la última víctima propiciatoria de su política de odio y rencor inabarcable.

Reza el viejo refrán que “A Dios rogando y con el mazo dando”. Espero que la Iglesia y la Santa Sede sepan defender a la Comunidad como corresponde a su título pontificio. El Breve Pontificio de Juan XXIII, el día 7 de abril de 1960, por el que se eleva la iglesia abacial de la Santa Cruz al honor de basílica, dice: «Yérguese airoso, en una de las cumbres de la Sierra de Guadarrama, no lejos de Madrid, el signo de la Cruz Redentora, como hito hacia el cielo, meta preclarísima del camino de la vida terrena...». El Cardenal Anleto, Secretario de Estado de Su Santidad, dijo en este lugar, al descubrirse la lápida conmemorativa de la inauguración, consagración de la iglesia y proclamación del título de basílica, el 28 de enero de 1964: «Esa Cruz gigantesca que se alza osadamente para penetrar en las nubes no es solamente una obra maravillosa. Es el símbolo de una idea: la de la pacificación y reconciliación de todas las almas que han de volver a sentirse una en el seno de la caridad». Espero que sus sucesores sepan estar a la altura.

Por lo que a mí respecta, no estoy dispuesto a permanecer indiferente a tan miserable estrategia, por lo que, como primera medida acudiré a rezar, una vez más, a esa Basílica el próximo sábado 20 de febrero a las 11 de la mañana y desde aquí ruego a todos los que podáis que hagáis lo mismo. Al menos, que sepan los monjes que, además de contar con la colosal Cruz que les alumbra cada día, cuentan también con la oración y la cercanía de muchos españoles, ante la terrible injusticia que con ellos se está cometiendo.

LFU

11 de febrero de 2010

El aplauso del enemigo


MELILLA, 25 Ene. (EUROPA PRESS) -

El presidente del Grupo de Amistad Senado Español-Cámara de Consejeros Marroquí, Yahya Yahya, ha enviado hoy una carta al alcalde de La Coruña, Javier Losada, expresando su felicitación por la retirada de la estatua de José Millán-Astray y su deseo de que otros regidores españoles sigan el ejemplo con las efigies que recuerdan a los militares que participaron en la guerra del Norte de África contra los marroquíes y rifeños con el fin de que "dejen de ser motivo de humillación para tantas y tantas víctimas".

En la misiva, el también alcalde de Beni-Enzar, municipio próximo a Melilla, Yahya califica esta decisión del consistorio coruñés como "valiente" y asegura que la medida ha provocado en los marroquíes y rifeños "júbilo y la satisfacción".

El senador marroquí recuerda que Millán-Astray es el fundador de la Legión Extranjera, "cuerpo militar detrás una pléyade de atropellos y masacres en el norte de Marruecos, sobre todo entre el pueblo rifeño". Así, evoca que Millán-Astray fue promotor destacado en 1936 del levantamiento castrense contra el legítimo gobierno de la II República, "dando inicio a una guerra en la que fueron enrolados forzosamente decenas de miles de mis compatriotas, muchos de los cuales perecieron en el frente por una causa que no era, ni mucho menos, la suya".

Yahya Yahya destaca además que el militar "fue un símbolo y destacado miembro del régimen fascista comandado por el general Francisco Franco, otro personaje que ha dejado una estela de sangre entre mi pueblo", y por ello añade que
"no podemos más que saludar la iniciativa de su Ayuntamiento de condenar al ostracismo cualquier vestigio de semejante personaje".

El alcalde de Beni-Enzar subraya en la misiva que él mismo y la corporación que preside comparten los mismos valores y objetivos que el Ayuntamiento de La Coruña, en tanto que partícipes de una común memoria histórica. En esta línea, recuerda que el municipio que él preside "ha procedido recientemente a retirar la ayuda pública destinada al mantenimiento de un museo erigido aquí mismo en honor a la memoria del mariscal rifeño Mohamed Mizzian". Mizzian, "amigo de armas" de Franco y del propio Millán-Astray, fue un actor destacado en batallas como la de Annual contra su propio pueblo durante la colonización española del norte de Marruecos.


Y añado yo: hay que ver lo contentos que se pondrían los franceses si derribáramos las estatuas a Carlos I o al Teniente Ruiz y a Daoiz y Velarde; y los turcos si hiciéramos lo propio con Juan de Austria; y no digamos los holandeses si defenestrásemos al Duque de Alba.

La humillante felicitación recibia por el Consistorio Coruñés es parangonable a la felicitación de Sabino Arana al Presidente americano Mackinley con motivo de la derrota de la escuadra española en Cuba en 1898. Al Alcalde de la Coruña la historia de España le importa lo mismo que al demente de Arana.

Así que, bien mirado, es muy posible que ZP y los suyos acaben ganándose el aplauso del mundo entero cuando haya terminado de una vez por todas con España.

LFU





9 de febrero de 2010

«Imagine»


«Imagina que no existe el Cielo (heaven)
es fácil si lo intentas
sin el Infierno debajo nuestro
arriba nuestro, solo el cielo (sky)
Imagina a toda la gente
viviendo el hoy...
Imagina que no hay países
no es difícil de hacer
nadie por quien matar o morir
ni tampoco religión
imagina a toda la gente
viviendo la vida en paz...

Puedes decir que soy un soñador
pero no soy el único
espero que algún día te unas a nosotros
y el mundo vivirá como uno.»

Nunca me había parado a reflexionar sobre la letra de esta canción, que tantas veces he escuchado –y tarareado- con agrado, hasta que sonó de forma inoportuna acompañando los fuegos artificiales de la última cabalgata de Reyes sustituyendo al Aleluya de Haendel de otros años. La emoción que me producía la música de Haendel mezclada con los fuegos y la ilusión de los niños, se tornó en perplejidad al escuchar los primeros compases de una canción pensada y escrita para un escenario bien diferente de aquél, en el que se recordaba precisamente algo que esa canción pedía suprimir.

Hace unos días, una entrada en un blog amigo me hizo recordar el amargo regusto que me dejó, por vez primera, la canción. Y debo confesar que, tras repasar detenidamente la letra, me alegré mucho de que el mundo no sea como lo imaginó John Lennon y confío en que nunca llegue a serlo.

Estoy seguro de que el pobre Lennon nunca se paró a pensar seriamente en el vacío de un mundo sin religión, sin la promesa de la luz eterna, sin amor y sin entrega verdadera. Un mundo vacío y sin esperanza; lleno de vidas que se agotan en sí mismas, encerradas en su propia mismidad.

Dudo mucho que pensara dos veces en un mundo en el que no hubiera nada ni nadie por quien matar o morir. Yo tengo muy claro por qué, por quien o por quienes sería capaz de dar la vida y no encuentro nada más sublime, ni más necesario. No hay amor sin entrega, por lo que el mundo que nos propone Lennon es un mundo sin amor verdadero, un mundo vacío. También tengo claro que estaría dispuesto a matar, si la ocasión lo requiriese, para defender mi vida o la vida de los seres a los que amo y, si fuese necesario, para defender a mi patria, como juré hace ya más de veinte años al besar la bandera. Me horripila pensar en un mundo en el que nadie fuera capaz de matar o morir por nadie y en el que no hubiera nada ni nadie por quien hacerlo.

En su descarga, prefiero tener presente su afición a las drogas y alucinógenos, y la personalidad extravagante de su mujer que sin duda tendrían alguna influencia en el alumbramiento de una letra tan nihilista como estúpida y desalentadora. En cualquier caso, y aunque me seguirá gustando la canción, ya nunca podré disfrutarla tanto como antes.

LFU

5 de febrero de 2010

Garzón, Franco y el Cid


El Tribunal Supremo, en un durísimo Auto notificado en el día de ayer, ha desestimado el archivo de la causa contra Baltasar Garzón, anticipando una más que probable apertura del juicio oral que determinará la suspensión del justiciero universal en sus funciones como juez de la Audiencia Nacional y podría terminar para siempre con su carrera profesional.

Se trata, sin duda, de una magnífica noticia para los que creemos en la justicia y en la seguridad jurídica y abominamos de quienes tratan de encumbrarse a costa de retorcer el derecho hasta extremos intolerables con tal de amoldarlo a sus deseos. Nadie debe estar por encima de la Ley, y muchísimo menos un servidor público cuya misión es velar por su correcta observancia.

Y no resulta baladí que la presunta prevaricación que pueda constarle la carrera se haya producido en su vergonzoso y sectario intento de sentar en el banquillo al cadáver de Francisco Franco, quien, como hiciera Rodrigo Díaz de Vivar en la conquista de Valencia, acaba de sumar, después de muerto, una victoria más a su brillante hoja de servicios a la Patria.

Se acerca, pues, el día en que, de una vez por todas, se ponga coto a quien ha hecho del noble y anónimo oficio de juez un altavoz de su narcisismo y de su resentimiento.


LFU

2 de febrero de 2010

¡A MÍ LA LEGIÓN! Por José Utrera Molina



(A continuación reproduzco el Artículo publicado hoy en ABC)


CREO que hubiese incurrido en una incuestionable cobardía si hubiese permanecido en silencio ante la última consecuencia de la mal llamada Memoria Histórica, que ha tenido su concreción en el injusto derribo de la estatua dedicada al teniente general Millán Astray.

Arrancar una página de la historia de España que contiene y refiere el heroísmo sin límite de un soldado español, echar abajo un símbolo de una categoría histórica indudable que representa el más formidable sentido del valor, la más alta prueba de gallardía, el más sublime heroísmo, la más completa y fecunda abnegación, me parece no un error ni siquiera un disparate inconfesable. Estimo que se trata de un alevoso crimen contra la identidad de nuestra tradición militar, contra el ejemplo de alguien que supo aceptar el sufrimiento sin protesta alguna y que llevó hasta sus límites más altos el sentido de la milicia.

¿Se pretende borrar de los anales de la historia todo vestigio de dignidad? ¿Qué se intenta, mancillar los nombres más ilustres de nuestro acontecer nacional? Esta vandálica invasión del Gobierno socialista, esta apoyatura indiscutible de todo lo que significa destrucción de valores esenciales, no puede permanecer indiferente ante los que creemos en valores superiores, en el culto al espíritu y en la estimación verdadera de méritos que constituyen las pruebas más altas del honor.

Vivimos un tiempo en el que corremos el riesgo de avergonzarnos de pertenecer a una Nación gloriosa y antigua como ha sido España. Nos duele la resignación, nos hiere el silencio, nos destroza la indiferencia, nos mancha el olvido. Creemos firmemente que no hay nación en el mundo que pueda ofrecer un palmarés de acciones extraordinarias como puede representar España. Concretamente a mí me duele esta trágica expoliación de virtudes esenciales, este asesinato de nuestras tradiciones, esa labor que pisotea la sangre de nuestros muertos, la señal de nuestros heridos, el holocausto de tantos y tantos soldados anónimos que dieron su vida porque España pudiera tener en la Historia un sitio de insobornable dignidad. Confieso que pocas acciones políticas me han afectado tan directamente como ésta que acontece para mayor escarnio en tierras gallegas, donde nació este ilustre soldado. ¿Es que no hay una voz disidente, un grito indignado, una protesta justificada ante tamaño desafuero?

No solamente me duele este silencio, me repugna esta increíble complicidad de los obligados, también, a alzar la voz. Yo al menos, en mi insignificancia, carente de representación política alguna, jubilado por la edad, pero no derrotado en la esperanza, clamo contra esta monstruosa injusticia. Creo que tranquilizo mi conciencia describiendo mis sentimientos. Pienso que no podría conciliar el sueño si permaneciera callado ante esa incalificable fechoría. Hace unos años, la Legión española me distinguió con la única condecoración que verdaderamente he ostentado durante todos estos años con pleno orgullo, al nombrarme cabo honorario. Hago honor a esta distinción y saludo ante su tumba con gesto legionario a quien ha sido un héroe excepcional y un ejemplo para las futuras generaciones. Al grito legionario ¡a mí la Legión!, acudo. Aquí estoy, mi general.


JOSÉ UTRERA MOLINA

26 de enero de 2010

Francisco Franco en mi recuerdo


Conocí a Francisco Franco cuando contaba tan sólo seis años y estaba muy lejos de pensar que, treinta años más tarde, habría yo de engrosar las diezmadas pero aún firmes filas de quienes, de forma pertinaz y un tanto romántica, seguimos empeñados en defender su memoria y la verdad de un tiempo que muchos españoles se han dejado arrebatar indiferentes ante la manipulación y la mentira de los muñidores del «pensamiento único». Y es que, si entonces eran legión quienes le adulaban, comenzando por quien hoy es –por que así lo quiso él- Rey de España, ahora resulta poco menos que temeraria la sola mención de su nombre si no es para arrojar cobardes lanzadas a su memoria.

Fue mi padre quien, consciente de lo irrepetible de la ocasión, quiso darme la oportunidad de conocer a su único Capitán; al hombre al que había empeñado su lealtad hacía casi cuarenta años en un juramento de fidelidad al que hoy sigue haciendo honor como el primer día. El recuerdo de aquella tarde es una deuda más que se une a la infinita cuenta de gratitud que tengo con él.

De aquél 19 de diciembre de 1974 en el Pardo se entremezclan en el recuerdo imágenes grabadas en mi retina de niño con otras adquiridas con el tiempo. Pero junto a la patética visión de las manos temblorosas del hombre que aún regía los destinos de España, aún resuenan en mi memoria unas palabras que ya nunca habría de olvidar. Poniéndome la mano en la cara, Franco me dijo: «sólo te pido una cosa: que seas tan bueno como tu padre». Ignoro qué extraño mecanismo haría que una frase tan sencilla en apariencia quedase para un niño como recuerdo imborrable de aquella fecha. Sólo después de muchos años he podido entender, al fin, que aquellas palabras –pronunciadas meses antes de su muerte- eran la muestra de gratitud de quien comenzaba a sentir el dolor de la soledad y el frío de la traición, hacia quien le había demostrado el calor de una lealtad sin fisuras.

Mi lealtad a la memoria de Francisco Franco está pues, en mis venas, pero nunca se ha sentido incómoda en mi cabeza. Cuanto más me he acercado después a su figura, a su trayectoria vital y a su obra, mejor he comprendido la fidelidad que le demostraron tantos españoles, aún cuando la muerte convirtió su nombre en blanco del odio y la mentira, y tan provechosa fue la traición, el olvido y el silencio de los que tanto le debían.

Pero es ahora, cuando el gobierno más indigno de nuestra historia ha concentrado todo su odio en borrar su recuerdo con la complicidad silenciosa y a veces entusiasta de la oposición; cuando una mayoría de los españoles asisten indiferentes a un colosal espectáculo de manipulación histórica que llena de ignominia retrospectiva a varias generaciones que hicieron posible con su esfuerzo el bienestar del que disfrutamos, cuando siento un mayor orgullo en proclamar mi gratitud como español a Francisco Franco y a todos cuantos, bajo su larga jefatura, hicieron posible el resurgir de una nación reducida a cenizas por el odio desatado por el marxismo que probó por primera vez en España el sabor amargo de la derrota.

Lealtad y gratitud que no deben confundirse con «franquismo», pues valorar con justicia los logros de un régimen fruto de una coyuntura histórica irrepetible es cosa muy diferente que pretender el absurdo de su proyección en el futuro de España.

Winston C. Churchill llegó a afirmar “el pasado de la URSS es impredecible”, en alusión a los rectificados oficiales de la historia rusa en la Enciclopedia Soviética, que de una edición a otra convertía a héroes en traidores; o que restauraba como líderes modélicos a quienes ya habían sido condenados y ejecutados por las nomenklaturas del momento. Lo mismo cabe decir del nuestro, merced a la irresponsabilidad de una clase política acomodada entre la mentira y el complejo. Por eso, he vuelto a recordar las palabras con las que termina Laurent del Ardeche su célebre Historia del Emperador Napoleón Bonaparte: “El inmenso drama de su maravilloso destino terminará con el cerramiento de las puertas de su fúnebre tumba; pero esta tumba esclarecida subsistirá para lección eterna e inexorable de la humanidad entera: allí estará para recordar perennemente a los mortales que, a pesar de las contiendas y pasajeros triunfos de los partidos, el tiempo trae consigo la justicia, deja pasar la tormenta y ve crecer los laureles”.


LFU

21 de enero de 2010

Haiti o la contradicción de los ateos




Llevaba días dandole vueltas al tema, porque se me pusieron los pelos de punta cuando escuché a un comentarista radiofónico de la cáscara amarga, que presume de ateó militante, clamar contra Dios por «permitir» el terremoto de Haití. ¿Y en qué lugar queda Dios ahora? -gritaba convulso y exaltado el susodicho comunicante. Y he aquí que, como en anteriores ocasiones, me topo con la última entrada de Enrique García-Maiquez en Rayos y Truenos con la que me siento absolutamente identificado y que reproduzco a continuación para los no iniciados en el arte del «pinchado virtual»:


"La ateodicea es el último grito


¿Por qué esperan concretamente a los terremotos (recuérdese 1755) para plantearse tantas preguntas, tan pertinentes, por otra parte? Parece como si la sismografía para ellos no existiera, y que el terremoto se debiese directamente a un puñetazo de la mano de Dios sobre la mesa. Qué raros pensamientos en unos ateos. Tendremos que deducir, de paso, que la cantidad y el eco mediático siguen siendo el norte y guía de sus pensamientos, como si el mal de una sola víctima de cáncer o de un accidente de trabajo no clamase al cielo igual, exigiendo una respuesta al misterio del dolor y la muerte. Pero esa rabia y ese enfado con Dios y, de paso, con nosotros son naturales. Lo único que me molestaría es que fuesen retóricos, una manera de ponernos en la tesitura de resultar insensibles con los cientos de miles de víctimas. No creo, ¿no? Las víctimas de Haití no se merecerían eso. Ellas se merecen la ayuda de todos y la oración de los que recen."

Enrique García-Maiquez


Ante tan brillante y certera reflexión, sólo cabe decir Amén y gracias, querido Enrique.


LFU