"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

9 de febrero de 2010

«Imagine»


«Imagina que no existe el Cielo (heaven)
es fácil si lo intentas
sin el Infierno debajo nuestro
arriba nuestro, solo el cielo (sky)
Imagina a toda la gente
viviendo el hoy...
Imagina que no hay países
no es difícil de hacer
nadie por quien matar o morir
ni tampoco religión
imagina a toda la gente
viviendo la vida en paz...

Puedes decir que soy un soñador
pero no soy el único
espero que algún día te unas a nosotros
y el mundo vivirá como uno.»

Nunca me había parado a reflexionar sobre la letra de esta canción, que tantas veces he escuchado –y tarareado- con agrado, hasta que sonó de forma inoportuna acompañando los fuegos artificiales de la última cabalgata de Reyes sustituyendo al Aleluya de Haendel de otros años. La emoción que me producía la música de Haendel mezclada con los fuegos y la ilusión de los niños, se tornó en perplejidad al escuchar los primeros compases de una canción pensada y escrita para un escenario bien diferente de aquél, en el que se recordaba precisamente algo que esa canción pedía suprimir.

Hace unos días, una entrada en un blog amigo me hizo recordar el amargo regusto que me dejó, por vez primera, la canción. Y debo confesar que, tras repasar detenidamente la letra, me alegré mucho de que el mundo no sea como lo imaginó John Lennon y confío en que nunca llegue a serlo.

Estoy seguro de que el pobre Lennon nunca se paró a pensar seriamente en el vacío de un mundo sin religión, sin la promesa de la luz eterna, sin amor y sin entrega verdadera. Un mundo vacío y sin esperanza; lleno de vidas que se agotan en sí mismas, encerradas en su propia mismidad.

Dudo mucho que pensara dos veces en un mundo en el que no hubiera nada ni nadie por quien matar o morir. Yo tengo muy claro por qué, por quien o por quienes sería capaz de dar la vida y no encuentro nada más sublime, ni más necesario. No hay amor sin entrega, por lo que el mundo que nos propone Lennon es un mundo sin amor verdadero, un mundo vacío. También tengo claro que estaría dispuesto a matar, si la ocasión lo requiriese, para defender mi vida o la vida de los seres a los que amo y, si fuese necesario, para defender a mi patria, como juré hace ya más de veinte años al besar la bandera. Me horripila pensar en un mundo en el que nadie fuera capaz de matar o morir por nadie y en el que no hubiera nada ni nadie por quien hacerlo.

En su descarga, prefiero tener presente su afición a las drogas y alucinógenos, y la personalidad extravagante de su mujer que sin duda tendrían alguna influencia en el alumbramiento de una letra tan nihilista como estúpida y desalentadora. En cualquier caso, y aunque me seguirá gustando la canción, ya nunca podré disfrutarla tanto como antes.

LFU

5 de febrero de 2010

Garzón, Franco y el Cid


El Tribunal Supremo, en un durísimo Auto notificado en el día de ayer, ha desestimado el archivo de la causa contra Baltasar Garzón, anticipando una más que probable apertura del juicio oral que determinará la suspensión del justiciero universal en sus funciones como juez de la Audiencia Nacional y podría terminar para siempre con su carrera profesional.

Se trata, sin duda, de una magnífica noticia para los que creemos en la justicia y en la seguridad jurídica y abominamos de quienes tratan de encumbrarse a costa de retorcer el derecho hasta extremos intolerables con tal de amoldarlo a sus deseos. Nadie debe estar por encima de la Ley, y muchísimo menos un servidor público cuya misión es velar por su correcta observancia.

Y no resulta baladí que la presunta prevaricación que pueda constarle la carrera se haya producido en su vergonzoso y sectario intento de sentar en el banquillo al cadáver de Francisco Franco, quien, como hiciera Rodrigo Díaz de Vivar en la conquista de Valencia, acaba de sumar, después de muerto, una victoria más a su brillante hoja de servicios a la Patria.

Se acerca, pues, el día en que, de una vez por todas, se ponga coto a quien ha hecho del noble y anónimo oficio de juez un altavoz de su narcisismo y de su resentimiento.


LFU

2 de febrero de 2010

¡A MÍ LA LEGIÓN! Por José Utrera Molina



(A continuación reproduzco el Artículo publicado hoy en ABC)


CREO que hubiese incurrido en una incuestionable cobardía si hubiese permanecido en silencio ante la última consecuencia de la mal llamada Memoria Histórica, que ha tenido su concreción en el injusto derribo de la estatua dedicada al teniente general Millán Astray.

Arrancar una página de la historia de España que contiene y refiere el heroísmo sin límite de un soldado español, echar abajo un símbolo de una categoría histórica indudable que representa el más formidable sentido del valor, la más alta prueba de gallardía, el más sublime heroísmo, la más completa y fecunda abnegación, me parece no un error ni siquiera un disparate inconfesable. Estimo que se trata de un alevoso crimen contra la identidad de nuestra tradición militar, contra el ejemplo de alguien que supo aceptar el sufrimiento sin protesta alguna y que llevó hasta sus límites más altos el sentido de la milicia.

¿Se pretende borrar de los anales de la historia todo vestigio de dignidad? ¿Qué se intenta, mancillar los nombres más ilustres de nuestro acontecer nacional? Esta vandálica invasión del Gobierno socialista, esta apoyatura indiscutible de todo lo que significa destrucción de valores esenciales, no puede permanecer indiferente ante los que creemos en valores superiores, en el culto al espíritu y en la estimación verdadera de méritos que constituyen las pruebas más altas del honor.

Vivimos un tiempo en el que corremos el riesgo de avergonzarnos de pertenecer a una Nación gloriosa y antigua como ha sido España. Nos duele la resignación, nos hiere el silencio, nos destroza la indiferencia, nos mancha el olvido. Creemos firmemente que no hay nación en el mundo que pueda ofrecer un palmarés de acciones extraordinarias como puede representar España. Concretamente a mí me duele esta trágica expoliación de virtudes esenciales, este asesinato de nuestras tradiciones, esa labor que pisotea la sangre de nuestros muertos, la señal de nuestros heridos, el holocausto de tantos y tantos soldados anónimos que dieron su vida porque España pudiera tener en la Historia un sitio de insobornable dignidad. Confieso que pocas acciones políticas me han afectado tan directamente como ésta que acontece para mayor escarnio en tierras gallegas, donde nació este ilustre soldado. ¿Es que no hay una voz disidente, un grito indignado, una protesta justificada ante tamaño desafuero?

No solamente me duele este silencio, me repugna esta increíble complicidad de los obligados, también, a alzar la voz. Yo al menos, en mi insignificancia, carente de representación política alguna, jubilado por la edad, pero no derrotado en la esperanza, clamo contra esta monstruosa injusticia. Creo que tranquilizo mi conciencia describiendo mis sentimientos. Pienso que no podría conciliar el sueño si permaneciera callado ante esa incalificable fechoría. Hace unos años, la Legión española me distinguió con la única condecoración que verdaderamente he ostentado durante todos estos años con pleno orgullo, al nombrarme cabo honorario. Hago honor a esta distinción y saludo ante su tumba con gesto legionario a quien ha sido un héroe excepcional y un ejemplo para las futuras generaciones. Al grito legionario ¡a mí la Legión!, acudo. Aquí estoy, mi general.


JOSÉ UTRERA MOLINA

26 de enero de 2010

Francisco Franco en mi recuerdo


Conocí a Francisco Franco cuando contaba tan sólo seis años y estaba muy lejos de pensar que, treinta años más tarde, habría yo de engrosar las diezmadas pero aún firmes filas de quienes, de forma pertinaz y un tanto romántica, seguimos empeñados en defender su memoria y la verdad de un tiempo que muchos españoles se han dejado arrebatar indiferentes ante la manipulación y la mentira de los muñidores del «pensamiento único». Y es que, si entonces eran legión quienes le adulaban, comenzando por quien hoy es –por que así lo quiso él- Rey de España, ahora resulta poco menos que temeraria la sola mención de su nombre si no es para arrojar cobardes lanzadas a su memoria.

Fue mi padre quien, consciente de lo irrepetible de la ocasión, quiso darme la oportunidad de conocer a su único Capitán; al hombre al que había empeñado su lealtad hacía casi cuarenta años en un juramento de fidelidad al que hoy sigue haciendo honor como el primer día. El recuerdo de aquella tarde es una deuda más que se une a la infinita cuenta de gratitud que tengo con él.

De aquél 19 de diciembre de 1974 en el Pardo se entremezclan en el recuerdo imágenes grabadas en mi retina de niño con otras adquiridas con el tiempo. Pero junto a la patética visión de las manos temblorosas del hombre que aún regía los destinos de España, aún resuenan en mi memoria unas palabras que ya nunca habría de olvidar. Poniéndome la mano en la cara, Franco me dijo: «sólo te pido una cosa: que seas tan bueno como tu padre». Ignoro qué extraño mecanismo haría que una frase tan sencilla en apariencia quedase para un niño como recuerdo imborrable de aquella fecha. Sólo después de muchos años he podido entender, al fin, que aquellas palabras –pronunciadas meses antes de su muerte- eran la muestra de gratitud de quien comenzaba a sentir el dolor de la soledad y el frío de la traición, hacia quien le había demostrado el calor de una lealtad sin fisuras.

Mi lealtad a la memoria de Francisco Franco está pues, en mis venas, pero nunca se ha sentido incómoda en mi cabeza. Cuanto más me he acercado después a su figura, a su trayectoria vital y a su obra, mejor he comprendido la fidelidad que le demostraron tantos españoles, aún cuando la muerte convirtió su nombre en blanco del odio y la mentira, y tan provechosa fue la traición, el olvido y el silencio de los que tanto le debían.

Pero es ahora, cuando el gobierno más indigno de nuestra historia ha concentrado todo su odio en borrar su recuerdo con la complicidad silenciosa y a veces entusiasta de la oposición; cuando una mayoría de los españoles asisten indiferentes a un colosal espectáculo de manipulación histórica que llena de ignominia retrospectiva a varias generaciones que hicieron posible con su esfuerzo el bienestar del que disfrutamos, cuando siento un mayor orgullo en proclamar mi gratitud como español a Francisco Franco y a todos cuantos, bajo su larga jefatura, hicieron posible el resurgir de una nación reducida a cenizas por el odio desatado por el marxismo que probó por primera vez en España el sabor amargo de la derrota.

Lealtad y gratitud que no deben confundirse con «franquismo», pues valorar con justicia los logros de un régimen fruto de una coyuntura histórica irrepetible es cosa muy diferente que pretender el absurdo de su proyección en el futuro de España.

Winston C. Churchill llegó a afirmar “el pasado de la URSS es impredecible”, en alusión a los rectificados oficiales de la historia rusa en la Enciclopedia Soviética, que de una edición a otra convertía a héroes en traidores; o que restauraba como líderes modélicos a quienes ya habían sido condenados y ejecutados por las nomenklaturas del momento. Lo mismo cabe decir del nuestro, merced a la irresponsabilidad de una clase política acomodada entre la mentira y el complejo. Por eso, he vuelto a recordar las palabras con las que termina Laurent del Ardeche su célebre Historia del Emperador Napoleón Bonaparte: “El inmenso drama de su maravilloso destino terminará con el cerramiento de las puertas de su fúnebre tumba; pero esta tumba esclarecida subsistirá para lección eterna e inexorable de la humanidad entera: allí estará para recordar perennemente a los mortales que, a pesar de las contiendas y pasajeros triunfos de los partidos, el tiempo trae consigo la justicia, deja pasar la tormenta y ve crecer los laureles”.


LFU

21 de enero de 2010

Haiti o la contradicción de los ateos




Llevaba días dandole vueltas al tema, porque se me pusieron los pelos de punta cuando escuché a un comentarista radiofónico de la cáscara amarga, que presume de ateó militante, clamar contra Dios por «permitir» el terremoto de Haití. ¿Y en qué lugar queda Dios ahora? -gritaba convulso y exaltado el susodicho comunicante. Y he aquí que, como en anteriores ocasiones, me topo con la última entrada de Enrique García-Maiquez en Rayos y Truenos con la que me siento absolutamente identificado y que reproduzco a continuación para los no iniciados en el arte del «pinchado virtual»:


"La ateodicea es el último grito


¿Por qué esperan concretamente a los terremotos (recuérdese 1755) para plantearse tantas preguntas, tan pertinentes, por otra parte? Parece como si la sismografía para ellos no existiera, y que el terremoto se debiese directamente a un puñetazo de la mano de Dios sobre la mesa. Qué raros pensamientos en unos ateos. Tendremos que deducir, de paso, que la cantidad y el eco mediático siguen siendo el norte y guía de sus pensamientos, como si el mal de una sola víctima de cáncer o de un accidente de trabajo no clamase al cielo igual, exigiendo una respuesta al misterio del dolor y la muerte. Pero esa rabia y ese enfado con Dios y, de paso, con nosotros son naturales. Lo único que me molestaría es que fuesen retóricos, una manera de ponernos en la tesitura de resultar insensibles con los cientos de miles de víctimas. No creo, ¿no? Las víctimas de Haití no se merecerían eso. Ellas se merecen la ayuda de todos y la oración de los que recen."

Enrique García-Maiquez


Ante tan brillante y certera reflexión, sólo cabe decir Amén y gracias, querido Enrique.


LFU

20 de enero de 2010

Ante la ofensiva iconoclasta del Gobierno socialista


COMUNICADO DE PRENSA DE LA FUNDACIÓN FRANCISCO FRANCO ANTE LA OFENSIVA ICONOCLASTA DEL GOBIERNO SOCIALISTA.

El gobierno socialista parece decidido a culminar en 2010 la estrategia iconoclasta iniciada con la denominada “Ley de Memoria Histórica” y se dispone así a arrancar de la geografía nacional placas, menciones o hitos que puedan recordar, no ya el nombre de Francisco Franco, sino de cuarenta años de la historia reciente de España y de cualquier persona, institución o entidad “contaminada” por haber prestado su colaboración o haber servido a España bajo el mandato del Generalísimo Franco. Reviste especial gravedad, por el ámbito en que se realiza y por la entidad de sus destinatarios, la reciente eliminación por orden del Ministerio de Defensa, previo minucioso y humillante inventario y ante el silencio de estupefacción de nuestros soldados, de las menciones, placas y monumentos dedicados a verdaderos héroes de la historia de nuestros Ejércitos, cuyo recuerdo y ejemplo está por encima de contingencias históricas e ideológicas.

Para tal propósito no ha dudado en utilizar cuantiosos recursos públicos en un tiempo en el que la responsabilidad de cualquier gobernante prudente aconseja atender a necesidades más apremiantes en una nación que roza ya el 20% de tasa de desempleo. Y paralelamente el gobierno de Rodríguez Zapatero está utilizando esa ley de la Memoria Histórica, que no es otra cosa que un intento de reabrir la guerra civil, invirtiendo el pasado. Y todo ello lo ha hecho con el silencio –cuando no la complacencia - del principal partido de la oposición, que no ha acertado aún a comprender la verdadera magnitud de la inicua pretensión que está detrás de esta estrategia de manipular la historia y la memoria colectiva.

Ante esta situación y desde la enorme fragilidad de quiénes ya sólo tienen la palabra pero no han claudicado ante la desmemoria y la ingratitud, la Fundación Nacional Francisco Franco quiere denunciar la enorme injusticia histórica que se está cometiendo y recordar al pueblo español que la ingente y fecunda obra del régimen nacido el 18 de julio de 1936, también sin placas, menciones ni monumentos va a permanecer en la memoria colectiva de los españoles. La furia iconoclasta del gobierno no podrá borrar jamás las conquistas sociales de los trabajadores, la Seguridad Social y su red hospitalaria, las infraestructura hidráulicas, viarias y ferroviarias y tampoco el legado de varias generaciones de españoles que bajo el mandato de Francisco Franco, empeñaron su esfuerzo, su ilusión y su trabajo en convertir una España atrasada, con altos índices de analfabetismo y con graves desigualdades sociales en una Nación moderna y culturalmente avanzada que llegaría a convertirse a finales de los años 60 del S. XX en la octava potencia industrial del mundo con el menor índice de presión fiscal y una situación de pleno empleo que garantizaría el éxito de la Transición. Un tiempo para la historia grande de España.



19 de enero de 2010

La trilogía de Sinkiewicz


Título: A sangre y fuego/ El diluvio/ Un héroe polaco.
Autor: Henryk Sienkiewicz .
Editorial: Ciudadela.
Año: 2007.


En los 10 últimos años pocos lectores habrán resistido a la tentación de picotear en el proceloso mundo de la novela histórica. En las secciones de libros de los grandes almacenes han surgido de la nada estanterías propias para el género y ya existen premios literarios especializados. Confieso que he sido reticente al género, pues algunas malas experiencias me han hecho tener una sana actitud de desconfianza y escepticismo. Recuerdo el bien escrito pero nada veraz, más bien panfletario «El puente de Alcántara» (Frank Baer) que se descolgaba con un retrato del Cid que desinflaba la novela casi al final y te dejaba esa extraña y amarga sensación de estafa intelectual después de tropecientas páginas. Como contraejemplo, la saga de «Los Reyes Malditos» de Maurice Druon, ejemplo de calidad y cantidad que no riñen. Es preciso, en éste caso como en todos los géneros literarios separar el grano, escaso, de la paja cuasi-infinita.

«A sangre y fuego», es la primera novela de una trilogía que no defrauda, lo aseguro. Es una novela histórica, pero también y eso le distingue de otras novelas similares, es la historia de una epopeya nacional, la del pueblo polaco. En Polonia es más que un libro, es el fresco narrativo en el que se identifica el sufrido pueblo polaco. Algo de Mío Cid del pueblo polaco (en el personaje de Juan Kretuski) tiene la trilogía de la que esta novela es la primera entrega. El contexto histórico en el que se desenvuelve es la Polonia en el siglo XVII. No voy a mentir, mi conocimiento sobre los avatares polacos de ese siglo era muy relativo y lo cierto es que la novela ilustra y entretiene, y hace ambas cosas de modo ejemplar. Entre los indudables méritos de la novela, no me resisto a mencionar la muy inspirada creación de una docena de personajes que hacen irresistible la curiosidad por saber de sus avatares. Estos se insertan en una compleja trama política, histórica y militar, pero la fuerza de los mismos, su carácter absolutamente entrañable y legendario hacen que se devore página tras página para satisfacer una curiosidad desatada por el destino de esos personajes excepcionales.

Poco más que añadir, entre los muchos ingredientes de la trilogía cabe destacar el gusto por la aventura, la romántica persecución del amor ideal, el exotismo de los lugares descritos (la Ucrania semisalvaje del XVII), la singularidad de los pueblos que intervienen (el polaco, el lituano, los cosacos, los tártaros). Todos estos elementos se enlazan con maestría y el sugestivo acontecer de los personajes nos permite disfrutar de estupendos ejemplos de compañerismo, de amistad, de nobleza en el servicio en un grado que sólo se da en situaciones extremas como la guerra y el peligro ante la amenaza externa. También hay sitio para la alta y la baja política; incluso para el humor. Un ingrediente indispensable que humaniza a los personajes dándoles un aliento humano que no molesta el aliento épico del relato.

La altura de trilogía, queda de manifiesto cuando aborda situaciones en las que las actitudes más profundas de los personajes quedan reflejadas verazmente, mostrando los universales del carácter humano. Así se contraponen en varias ocasiones de la trilogía, la cobardía del pacto y de apaciguamiento del político calculador y oportunista frente a una actitud de firmeza implacable del héroe que nace de un código de conducta caballeresca, noble e inspirada siempre en la fe cristiana que resulta enormemente reconocible y que el propio Calderón hubiese suscrito. Polonía y España lejos en la distancia, pero cerca en el corazón tras leer esta trilogía.

No se lo pierdan. Especialmente indicado para adolescentes en formación, amantes de los libros de aventuras y de guerra y de la buena literatura.

César Utrera-Molina Gómez

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