El próximo día 23 de octubre, el Profesor Serrano Carvajal -Pepe Serrano para los que le queríamos-tenía que asistir al homenaje que le habían preparado con cariño un grupo de amigos. No llegó a tiempo, pues parece que Dios tenía prisa por reunirlo de nuevo con su mujer, que hacía un año le había dejado repentinamente, y el pasado día 3 lo llamó a su presencia para donde partió, en palabras de José Antonio, «rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos yrecomendaciones del alma, es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional». Uno de sus amigos del alma -mi padre- desde el dolor de su ausencia, le ha dedicado su pequeño homenaje, el artículo publicado el pasado día 6 de octubre en el Diario Sur de Málaga, que he querido hoy traer a estas páginas:
JOSE SERRANO CARVAJAL, UN CABALLERO MALAGUEÑO
Hoy las tierras de Montejaque tienen para mí un triste recuerdo. Allí conviví con José Serrano Carvajal durante los seis meses de preparación de la Milicia Universitaria. Los dos fuimos alféreces y sentimos por igual el orgullo que aquella distinción suponía. Habíamos sido anteriormente compañeros de estudio y siempre amigos.
No exagero si confirmo en estas líneas que he sufrido con la muerte de Pepe Serrano un tremendo dolor. Hablaba con él casi todos los días y la amistad que sostenía con él no ha tenido interrupción alguna. Desde la época ya ciertamente lejana en que le propuse para ser Gobernador y Jefe Provincial del Movimiento de Zamora hasta hoy, había permanecido su ánimo, su generoso ánimo en el estado de gracia de la lealtad. Pepe Serrano era un caballero a la antigua, es decir, un hombre que tenía como honor el patrimonio de su dignidad y la señal inequívoca de su coraje. Nunca abdicó de sus convicciones esenciales, es más, las pregonó siempre, sin insolencia, sin la jactancia del orgullo, pero sí con la fuerza irrenunciable de su convicción. Amó la fiesta nacional hasta extremos que admiten muy poca comparación porque era consciente de la cultura que encerraba su significado y de lo importante que era llevar sus luces y sus imágenes nada más y nada menos que al templo sagrado de la universidad. Pepe Serrano amaba en el toreo la belleza, la estética que lleva encerrada la fiesta de los toros, era entendida por él de manera original y vibrante.
Ayer fui a los toros en la Plaza de las Ventas. Se produjo un minuto de silencio en su memoria. Creo que es la primera vez en la larga historia de las corridas de toros, que alguien que no ha sido profesional se le rinda un homenaje semejante. Yo que había compartido con él localidad y afanes, puntos de vista e ideas parecidas, llené con una oración el vacío que muchas veces suponen los minutos de silencio. He afirmado alguna vez que hay personas que se mueren y otras que se nos mueren. Pepe Serrano es de los últimos, su recuerdo permanecerá siempre vivo en mí junto a la gratitud a su lealtad, a la limpia idea de la amistad que siempre me demostró sin interrupción alguna. Era un malagueño tradicional, jamás abjuró de su tierra, la amaba entrañablemente. En su corazón estaban sus tradiciones, sus costumbres, sus glorias y sus penas. En su memoria tantas cosas como habría sentido al contemplar los amaneceres sobre el mar y las luces claras sobre las montañas. Pepe Serrano ha bordado con su vida la mejor y más templada verónica, lenta, solemne, pausada, con las manos bajas y el corazón en alto. Concretamente hace cuatro días estuve con él. Ya tenía en el rostro la señal de la muerte, pero su ánimo tenía una singular entereza. Yo le animé y me despedí de él con la conciencia de que era difícil que volviera a verlo vivo. Cuatro días después de nuestro ultimo encuentro, me dieron la noticia de su fallecimiento. Nunca he sentido una amargura tan lacerante, una ausencia tan dolorida. Desde mi amistad, le brindo mi recuerdo y afirmo que es de las pocas personas de las que me he sentido orgulloso de ser amigo. Dios, en el que él creía, le habrá acogido con su misericordia mientras que sus amigos, le recordaremos con amor.
JOSÉ UTRERA MOLINA