"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

25 de septiembre de 2009

Francisco Rivera «Paquirri». Brindar por España

Mañana sábado hará veinticinco años que un toro de Sayalero y Bandrés de nombre «Avispado» le arrancó trágicamente la vida a un torero poderoso y de raza que ocupa ya un lugar de honor en el escalafón de la historia de nuestra fiesta. Recuerdo, de pequeño, aquellos carteles tan repetidos de Paquirri, Manzanares y Capea en la feria de Málaga y la imagen que tengo de Francisco Rivera es la de la fortaleza, el dominio y la honestidad. Recuerdo la consternación que me causó su muerte, no sólo por sus caracteres de tragedia, sino por el dolor que adiviné en mi padre y en mi hermano José Antonio, que tantas tardes le había acompañado por las plazas de toda España y sentía por él una sincera amistad.

Hoy, cuando su vida y su muerte se recuerda por los cuervos rebuscando en el morbo de su intimidad, yo quiero rendirle mi modesto tributo reproduciendo a continuación el artículo que mi padre, José Utrera Molina escribió una tarde de julio de 1978 bajo la emoción de un gesto noble, valiente de todo un torero y un caballero español. LFU

«Brindar por España»

Creo, y lo proclamo con el dolor que siento, que no puede existir una amargura más lacerante ni una angustia más profunda que la de contemplar, cercana e irreparable, la pérdida de la sagrada unidad de España, la ruptura de su ser nacional, la vergonzosa aniquilación de su integridad, la mutilación próxima de su cuerpo físico y hasta, incluso, el secuestro de su alma metafísica.

Pues bien, el espectáculo bochornoso de esta entrega increíble, la sonoridad culpable de tantos silencios, la falta significativa de palabras de compromiso, tuvo el jueves una notable excepción. Una excepción que, lejos de ser una anécdota, adquiere valor de verdadera y esencial categoría.

Desde la plaza de toros de Barcelona, un torero español, Francisco Rivera «Paquirri», tuvo el coraje, el valor y la gallardía de brindar, ante los micrófonos de radiotelevisión española, y, por lo tanto, ante millones de espectadores, por la unidad de la Patria, por la paz de España y afirmar, a continuación, que él ofrecería a gusto, si fuese necesario, la vida por ella.

Resulta estremecedor este bello gesto, limpio y antirretórico, del diestro de Barbate y contrastan sus palabras, pronunciadas con firmeza, con lentitud y sin cautela, sin timidez, pero también sin orgullo y, sobre todo, sin asomo de flamenquismo, con la jerga desvergonzada, con los términos ambivalentes, con las expresiones equívocas que hoy se alzan en la vida de Espoaña con la amenaza de liquidar para siempre cualquier asomo de dignidad y de hombría. No sé si «Paquirri» habrá dado en la arena una lección de arte taurino. Tal vez sus verónicas no tuvieron el temple de otras veces y sus manos no estuvieron bajas y seguras del todo, posiblemente ese natural de frente, abierto al compás, no haya estado engarzado esta vez con un pase de pecho largo, profundo y definitivo, quizás no cuadrara del todo, ante la arisca y descompuesta cabeza del toro, a la hora de clavar sus reiletes, pero lo que nadie puede negar es que, desde el centro del ruedo de España, un torero andaluz, que no es de derechas ni de izquierdas, sino, simplemente, español, escribió una lección de valor y de patriotismo espléndida y bella, una lección de dignidad, que contrasta con tantos envilecimientos, una lección de valor a los que tienen ya, incluso, miedo a la esperanza.

Decía Ortega y Gasset que sólo dos cosas pueden realizarse con garbo: la historia y el toreo. La historia hoy se hace sin gloria, con mediocridad y con miedo y, tal vez, un torero, en Barcelona, haya hecho, con garbo, la historia que otros están manchando sin compostura y sin honor.

JOSÉ UTRERA MOLINA
(«El Alcázar», 22 de julio de 1978).

23 de septiembre de 2009

Un lunar y una sonrisa. Mi hermana María del Mar.


Conociéndola, llegué a temer que me prohibiese terminantemente escribir sobre ella siguiendo la tradición que inauguré en estas páginas hace ya dos años. Y si no lo ha hecho, es porque, afortunadamente, tiene cosas más importantes en qué pensar que en este cuaderno abierto al mundo que me permite compartir mis ideas, sentimientos, recuerdos y reflexiones.

Aunque para muchos –quizá la mayoría- es solamente Mar, sabe bien que los que la conocemos desde siempre no nos sentimos cómodos con el monosílabo que nos suena tan ajeno como lejano. En mi condición de penúltimo de ocho hermanos, me atrevo a afirmar que siempre ha sido la favorita de todos por la fuerza de su alegría, por su incansable optimismo y por su extraordinaria generosidad, y no exagero al hablar del extraño magnetismo que su persona ha ejercido siempre sobre los que la rodean.

Su imagen para nosotros es y será siempre, la de un lunar y una sonrisa, que si aquél desapareció por prescripción facultativa, nadie ha podido con ésta, indiferente al paso y al peso de los años que tan bien la han tratado. Pero esa imagen quedaría incompleta si me olvidara de un apéndice fundamental en su figura: el libro, que desde muy pronto se convirtió en omnipresente compañero de su figura, de su imaginación y su memoria.

Quien escribió que «en las mujeres todo es corazón, hasta la cabeza» debía estar pensando en alguien como ella, que de tanto dar, sufrir y estirarlo lo tiene maltrecho por exceso de uso. Y es que si la trascendencia en esta vida pasa por vaciarse y entregarse a los demás, ella ya se ha licenciado con honores para el examen final del que hablaba San Juan de la Cruz. Y si no, que se lo pregunten a sus cuatro principales admiradores, sus hijos Alberto, Pepe, Rodrigo e Ignacio y también, cómo no, a Alberto, quien tanto le debe, porque –como sabe de sobra- sin ella apenas sería una tenue sombra de lo que es.

Muchas felicidades y que Dios te guarde, querida hermana.

LFU

21 de septiembre de 2009

Si tu vida sexual está bien....

Llevo varios años escuchando el dichoso anuncio mientras me afeito por la mañana y por fín le he encontrado su verdadero sentido. El eslogan, inicialmente lanzado por un centro médico especializado en enfermedades de la entrepierna, lleva camino de convertirse en el lema del PSOE en las próximas elecciones y sustituir en las camisetas al Ché Guevara y al "Make love, not war" . Es el perfecto lema nihilista de la nueva generación cejuda que propugna el nuevo socialismo del infame.


Y es que, en realidad, el lema comparte con el infame la condición de síntoma patológico de la sociedad en la que vivimos. Me explico: En tiempo de tribulación y miseria, el socialismo ha encontrado en el sexo un opiacio que, además de anular a la religion, tiene efectos inhibidores frente a los estragos de su política. ¿Que se queda usted sin trabajo y no puede pagar la hipoteca?. Pues no pasa nada, mientras le funcione correctamente la entrepierna. ¿Que no llega usted a fin de mes y no puede pagar el colegio de los niños?. Pues dedíquese al vicio y al fornicio y alcanzará el eden prometido por el infame, despreocupándose de lo demás.


En un tiempo en que tanto subir como bajar los impuestos es de izquierdas, en que las «ligeras desaceleraciones» generan casi cinco millones de parados, en que los ricos son los que ganan más de 50.000 euros, o no, y en que decir una cosa y la contraria se ha convertido en norma y consigna impune desde los arrabales del poder, y en que la oposición no es más que una caterva de políticos esterilizados y dormidos bajo un árbol como la liebre despreciando a la tortuga, la mejor receta para la crisis es convencer a todos de que lo único importante es que la vida sexual de cada uno esté bien. Si esto es así, lo demás, no importa.

LFU

14 de septiembre de 2009

Sobre un Caballero, D. José Utrera Molina, mi padre. Por César Utrera-Molina Gómez.


Nota previa: Sin duda, entre las virtudes que Dios ha concedido al inefable jesuita y mediocre historiador García de Cortázar, no se encuentra la valentía. Ha movido artera y eficazmente sus contactos en el Grupo Correo para disuadir a ABC de la publicación de la justa y cabal réplica que mi hermano César, en nombre de todos sus hermanos, quería dar a los mezquinos insultos contenidos en el artículo «Verano y humo» publicado por ABC el pasado 8 de septiembre, dirigidos a nuestro padre, José Utrera Molina, quien había osado días antes llamarle públicamente la atención por sus despiadados ataques a una época de nuestra reciente Historia, de la que, por lo visto, se ha convertido en solitario paladín. La desabrida respuesta del sesudo clérigo, plagada de falsedades y medias verdades, lejos de pretender una justificación ideológica buscaba tan sólo el cobarde ataque personal. He esperado ingenuamente durante días que ABC publicara tan justa réplica, pero está visto que el jesuita tiene amigos poderosos, por lo que traemos a estas páginas un artículo brillante en desagravio de un caballero. LFU




"Sobre un caballero, Don José Utrera Molina, mi padre."


Es un privilegio haber crecido en un hogar donde el amor y la entrega han sido una norma, jamás impuesta, sino gozosamente aceptada. Una casa donde la palabra empeñada se cumplía y se hacía respetar y cuya puerta siempre ha estado abierta a amigos, conocidos y familiares con la generosidad sin límite de quien ama sin pedir nada a cambio. Los privilegios tienen contrapartidas. Como hijo menor de la estirpe de Don José Utrera Molina he pedido a mis hermanos y a mi padre que me dieran la oportunidad de desagraviar su nombre ante el insultante contenido del artículo «Verano y humo» del jesuita y Catedrático de Historia de la Universidad de Deusto, Fernando García de Cortazar. Sirvan estas líneas a este propósito.

Son muy variadas las descalificaciones vertidas en el artículo citado, algunas, bien por increíblemente groseras o mezquinas y otras por su evidente falsedad, no merecen línea alguna, ya que descalifican por sí solas al autor. Quiero centrarme en las que requieren cumplida respuesta, pues afectan a la vida pública de mi padre, que forma parte de la historia de España y es de ley aclararlas no sólo por interés personal –que lo hay- sino también histórico.

No creo equivocarme si digo, que es la primera ocasión en que califican a José Utrera Molina de oportunista. Alega el Catedrático de Deusto, como supuesta razón, el hecho de presentarse al Senado por la provincia de Málaga bajo las siglas de Alianza Popular. Según su particular criterio, dicha candidatura le resultaba «confortable» para continuar su vida política pese a que los miembros de dicha formación eran sus «adversarios» según matiza el poco templado historiador. Un análisis mínimamente imparcial de aquella época permite ver con otra perspectiva dicha candidatura. Lo cierto es que entre las personalidades de la Alianza Popular de aquella época, estaban Gonzalo Fernández de la Mora, Cruz Martínez Esteruelas, Enrique Thomas de Carranza y Licinio de la Fuente entre otros, a los que nunca mi padre pudo considerar ni adversarios personales ni enemigos del Régimen anterior, cuando el mismo Fraga en el I Congreso de AP (5 y 6 marzo de 1977) se negaba literalmente «a aceptar la voladura de la obra gigantesca de los últimos 40 años». Silencia Don Fernando, eso sí, de forma interesada que mi padre se presentó como independiente, dada su filiación falangista, y también calla o ignora que se pagó con su patrimonio personal su campaña. Omite, cómo no, interesadamente el resultado ajustado que tuvo aquella votación que fue adversa para la candidatura de mi padre pero que supo a victoria moral por los muchos miles de votos que consiguió en una provincia que no era precisamente conservadora en el año 1977. Al contrario de lo que quiere dar a entender el señor García de Cortazar, mi padre quiso dar la cara y enfrentarse a las urnas en la tierra que le vio nacer, cuando esta apuesta era bien arriesgada y todo cálculo político lo desaconsejaba.

En segundo lugar, de forma imprecisa, meliflua, pero perfectamente entendible, el señor García de Cortazar describe la trayectoria política de mi padre bajo el Régimen del 18 de julio con trazos muy gruesos. Con toda la soberbia de quien cree conocerlo todo y acusando el puyazo de la crítica de mi padre ante su falta de imparcialidad en su juicio al Régimen anterior, Don Fernando sostiene que el afán de medrar es la clave que explica la carrera de mi padre, de profesor del Colegio de los Jesuitas de Málaga a Ministro y que su objetivo era perpetuar un sistema que le dio de comer, eso sí, siempre de espaldas a la voluntad del pueblo que cínicamente reivindicaba bajo la retórica joseantoniana. Resulta difícil imaginar injuria peor que esta. Hace poco, Juan Manuel de Prada, en un artículo en este mismo periódico hizo una relación de muchas de las obras sociales de las que Don José Utrera Molina fue impulsor, colaborador o directo artífice. No vale la pena repetirlas. Me pregunto si el ese «afán de medrar» llevó a mi padre a recorrer por carreteras polvorientas cada pueblo de cada provincia en la que fue gobernador, a persistir en la vida pública del régimen cuando sabía que las exigencias revolucionarias de su fe falangista podrían postergarse, a tener abiertas las puertas de su despacho siempre para cualquiera –amigo o adversario- que lo solicitara, a pasar noches a la intemperie junto a los afectados de las inundaciones del Tamarguillo en Sevilla, a decir las cosas incómodas al propio Franco que nadie quería mencionar, y a mantener sus juramentos cuando para la mayoría eran papel mojado, en definitiva, a robar horas a la noche, a su salud y a la familia para estar disponible siempre, disponible para servir a España. La respuesta, es no. Tengo la certeza de que fue así, y precisamente yo, que no fui testigo directo de su vida política, he tenido el privilegio –uno más- de constatar que con el tiempo quien más ha agradecido el empeño de su vida política no fueron los poderosos de su tiempo, sino gentes sencillas: banderilleros, vendedores en puestos de la calle, presos de origen político o no a los que mi padre ayudó, capataces de fincas, hombres de campo, gentes sencillas siempre que testimonian sin alharacas que el ideal joseantoniano de justicia social y reconciliación nacional asumido por mi padre, José Utrera Molina, fue su «opción preferencial» en su vida política, su verdadero afán.

Por último, quiero cerrar la defensa de mi padre, recordando su aportación singular a la vida pública de España como la de un caballero cristiano, que asumió su condición de paladín de las ideas de Jose Antonio Primo de Rivera en la España que le toco vivir y que con generosidad, arrojo y falta absoluta de cálculo consumió sus energías en la defensa de lo que, en conciencia, siempre estimó justo y bueno, para este sufrido país, España al que no dejará de amar nunca. Un caballero cristiano, que no puede entender que alguien que profesa vocaciones tan altas como la de sacerdote de Cristo y notario del pasado, no tenga la templanza de juzgar con serenidad y sin estridencias la historia cercana, como si la luz de la gracia no pudiese iluminar su quehacer científico por encima de sus experiencias personales (su momentánea detención en 1971 o su expulsión de la Universidad Autónoma en 1975) resultando su condición de hombre de Dios y de historiador, dos facetas irreconciliables e incompletas. Quizás para un caballero cristiano octogenario como mi padre, resulta inconcebible esta contradicción.

César Utrera-Molina Gómez
Abogado.

7 de septiembre de 2009

Los sucesos de Pozuelo

Había pensado escribir sobre este asunto, pero mi querido Abu Saif al-Andalusi se me ha adelantado, de forma magistral, en su entrada de hoy en su Baluarte de la que me permito extraer el colofón con un diagnóstico con el que coincido plenamente.


"Mi diagnóstico es simple. En España la familia ha dejado de ser el núcleo básico de la sociedad en la que el niño y el joven aprende a distinguir el bien del mal, aprende a respetar lo ajeno y a reconocer la autoridad de padres, profesores, policía y mayores en general, aprende a labrarse un futuro digno con su esfuerzo. Cuando todo esto falla, y en España más que en ningún otro sitio falla desde hace una generación, no existe más regla que la voluntad degenerada de los niñatos insolentes, malcriados y «pijos» de nuestras ciudades. Verdaderos rebeldes sin causa."

(De El Baluarte de Occidente)

Enhorabuena, Abu. Has dado en el clavo.

LFU

4 de septiembre de 2009

Réplica serena a un antifranquista inmoderado. Por José Utrera Molina

A continuación reproduzco el artículo publicado en el día de hoy por ABC


Me refiero al jesuita Fernando García de Cortázar. A propósito, en este largo y cálido verano, me había propuesto una cura de silencio. En primer término porque no me había podido aliviar del dolor de haber perdido a un fraternal e incomparable amigo, que fue un notable profesional de la medicina y un activo militante de unas ideas que el señor a quien aludo en esta carta, no ha llegado a comprender del todo. Quería refugiarme ante dos estímulos esenciales: el mar y la montaña. Ambos me proporcionaban el silencio necesario para meditar sin pedantería y sin dogmatismo lo efímero de esta vida y lo fugaz de tantas ilusiones. Pero al hilo de la afirmación del propio señor Cortázar: «siempre me han intrigado el olvido y la prisa en aceptar presiones de una vulgar superficialidad» precisamente en esta circunstancia protagoniza el autor del artículo «Manía persecutoria» publicada en la Tercera de ABC una vulgarísima interpretación de una etapa que, vuelvo a repetir, tuvo en la reciente historia de España, sus luces y sus sombras, sus aciertos y sus errores.

¿Qué depósito de odio, qué pozo de rencor posee el señor Cortázar, para continuar las injustas alusiones a nuestro pasado histórico? Hay algo peor que la prisa en aceptar una vulgar superficialidad y es la escucha impasible de una reiterada ofensa a un periodo de historia que levantó de sus cimientos, casi destruidos, a una nación que volvió a tener conciencia de su destino. Yo, señor Cortázar, no pertenezco a ninguna familia de adinerados. No pude asistir a las clases de ninguna de las escuelas jesuíticas en las que había que pagar un alto estipendio. Fui un normal estudiante de bachillerato, en un instituto gloriosamente igualitario. Allí sufrí lógicamente, la visión de una España que poco a poco, lentamente, se levantaba de sus ruinas. Participé en su reconstrucción de una manera muy simple y tal vez según su concepto muy vulgar, cantando un amanecer que se prometía y pregonando una unidad que tantos habían negado y que se necesitaba para seguir adelante.

Insisto otra vez, ¿por qué esa reiteración abusiva, tan llena de desprecio, tan solemnemente revestida de dogmática pedantería, con que nos obsequia tan frecuentemente el señor Cortázar?
Yo fui amigo y profesor en un colegio emblemático de jesuitas durante cuatro años y puedo asegurarle, que tanto los profesores como los alumnos, mantenían una actitud de respeto ante las estructuras que usted tan frecuentemente denigra. Es más, recientemente, un grupo de antiguos alumnos, quiso reunirse conmigo, aquí en la orilla del Mediterráneo, -en Nerja- para recordar con generoso fervor las clases de Historia que yo modestamente impartía. Para usted todo lo franquista es infernal, injusto, contrario a la esencia de la verdad. No repara su lista de la contemplación de otros horizontes -que los hubo- donde se alzaron todavía ejemplos de bondad, de hacer el bien y de luchar por España, que el tiempo no ha podido derribar.

Le estoy escribiendo con serena amargura, con tranquila paciencia, con cierta tristeza de comprobar que el sectarismo no está precisamente en los bloques cerrados de una izquierda manipuladora y rencorosa, sino entre los pliegues de una sotana que precisamente el régimen que usted combate quiso defender.

En este tiempo estival, que se prorroga inexorablemente, no he dejado de pensar en las circunstancias en que viví cuando sólo tenía nueve años, el inicio de una contienda cruel y despiadada. Pero nadie podrá arrancar de mis ojos ni borrar de mi memoria los cadáveres de clérigos y de seminaristas, que muy cerca de mi casa eran vejados, escupidos y maltratados con saña verdaderamente infernal. Le aseguro que he intentado borrar todas las imágenes que pudieran reproducir una contienda que tuvo por ambas partes páginas de dolor, de gloria y también de injusticia.

He luchado siempre por una verdadera reconciliación e incluso por un discreto olvido, pero oír su voz, leer su escrito y aceptar sus insultos en bloque, no me parece una forma digna de vivir con la conciencia tranquila. Yo, al menos creo que mi silencio no sería lícito. Modere usted, -que titula su artículo como Catedrático de Historia Contemporánea, sin hacer alusión de su condición de jesuita-, su destemplanza, sus frecuentes irritaciones, su memoria lastrada por la ignorancia y piense que hubo también en aquella zona para usted maldita, héroes anónimos que ofrecieron su vida para que al final del tiempo, usted pudiera ejercer su libertad sin límite y sin censura alguna.

Le aseguro que me he esforzado en comprender su actitud y en justificar su conducta. Pero no he logrado conseguir mi propósito. Espero que quien como usted no puede estar ajeno a una escala de valores impregnada de generosidad, que usted ejerce, rectifique su afán de demolición, frene sus ataques sistemáticos y, al menos, olvide unos años que para muchos de nosotros representan un caudal de orgullo personal y de íntima satisfacción para nuestra conciencia, de cuyo sentido no estamos dispuestos a renunciar.

Espero que en esta ocasión, al menos, no recurra a colaboraciones extemporáneas y partidistas para contestar mi artículo, pues me basta las continuas manifestaciones de su inagotable rencor.

JOSÉ UTRERA MOLINA