Conociéndola, llegué a temer que me prohibiese terminantemente escribir sobre ella siguiendo la tradición que inauguré en estas páginas hace ya dos años. Y si no lo ha hecho, es porque, afortunadamente, tiene cosas más importantes en qué pensar que en este cuaderno abierto al mundo que me permite compartir mis ideas, sentimientos, recuerdos y reflexiones.
Aunque para muchos –quizá la mayoría- es solamente Mar, sabe bien que los que la conocemos desde siempre no nos sentimos cómodos con el monosílabo que nos suena tan ajeno como lejano. En mi condición de penúltimo de ocho hermanos, me atrevo a afirmar que siempre ha sido la favorita de todos por la fuerza de su alegría, por su incansable optimismo y por su extraordinaria generosidad, y no exagero al hablar del extraño magnetismo que su persona ha ejercido siempre sobre los que la rodean.
Su imagen para nosotros es y será siempre, la de un lunar y una sonrisa, que si aquél desapareció por prescripción facultativa, nadie ha podido con ésta, indiferente al paso y al peso de los años que tan bien la han tratado. Pero esa imagen quedaría incompleta si me olvidara de un apéndice fundamental en su figura: el libro, que desde muy pronto se convirtió en omnipresente compañero de su figura, de su imaginación y su memoria.
Quien escribió que «en las mujeres todo es corazón, hasta la cabeza» debía estar pensando en alguien como ella, que de tanto dar, sufrir y estirarlo lo tiene maltrecho por exceso de uso. Y es que si la trascendencia en esta vida pasa por vaciarse y entregarse a los demás, ella ya se ha licenciado con honores para el examen final del que hablaba San Juan de la Cruz. Y si no, que se lo pregunten a sus cuatro principales admiradores, sus hijos Alberto, Pepe, Rodrigo e Ignacio y también, cómo no, a Alberto, quien tanto le debe, porque –como sabe de sobra- sin ella apenas sería una tenue sombra de lo que es.
Muchas felicidades y que Dios te guarde, querida hermana.
LFU
Aunque para muchos –quizá la mayoría- es solamente Mar, sabe bien que los que la conocemos desde siempre no nos sentimos cómodos con el monosílabo que nos suena tan ajeno como lejano. En mi condición de penúltimo de ocho hermanos, me atrevo a afirmar que siempre ha sido la favorita de todos por la fuerza de su alegría, por su incansable optimismo y por su extraordinaria generosidad, y no exagero al hablar del extraño magnetismo que su persona ha ejercido siempre sobre los que la rodean.
Su imagen para nosotros es y será siempre, la de un lunar y una sonrisa, que si aquél desapareció por prescripción facultativa, nadie ha podido con ésta, indiferente al paso y al peso de los años que tan bien la han tratado. Pero esa imagen quedaría incompleta si me olvidara de un apéndice fundamental en su figura: el libro, que desde muy pronto se convirtió en omnipresente compañero de su figura, de su imaginación y su memoria.
Quien escribió que «en las mujeres todo es corazón, hasta la cabeza» debía estar pensando en alguien como ella, que de tanto dar, sufrir y estirarlo lo tiene maltrecho por exceso de uso. Y es que si la trascendencia en esta vida pasa por vaciarse y entregarse a los demás, ella ya se ha licenciado con honores para el examen final del que hablaba San Juan de la Cruz. Y si no, que se lo pregunten a sus cuatro principales admiradores, sus hijos Alberto, Pepe, Rodrigo e Ignacio y también, cómo no, a Alberto, quien tanto le debe, porque –como sabe de sobra- sin ella apenas sería una tenue sombra de lo que es.
Muchas felicidades y que Dios te guarde, querida hermana.
LFU