Nota previa: Sin duda, entre las virtudes que Dios ha concedido al inefable jesuita y mediocre historiador García de Cortázar, no se encuentra la valentía. Ha movido artera y eficazmente sus contactos en el Grupo Correo para disuadir a ABC de la publicación de la justa y cabal réplica que mi hermano César, en nombre de todos sus hermanos, quería dar a los mezquinos insultos contenidos en el artículo «Verano y humo» publicado por ABC el pasado 8 de septiembre, dirigidos a nuestro padre, José Utrera Molina, quien había osado días antes llamarle públicamente la atención por sus despiadados ataques a una época de nuestra reciente Historia, de la que, por lo visto, se ha convertido en solitario paladín. La desabrida respuesta del sesudo clérigo, plagada de falsedades y medias verdades, lejos de pretender una justificación ideológica buscaba tan sólo el cobarde ataque personal. He esperado ingenuamente durante días que ABC publicara tan justa réplica, pero está visto que el jesuita tiene amigos poderosos, por lo que traemos a estas páginas un artículo brillante en desagravio de un caballero. LFU
"Sobre un caballero, Don José Utrera Molina, mi padre."
Es un privilegio haber crecido en un hogar donde el amor y la entrega han sido una norma, jamás impuesta, sino gozosamente aceptada. Una casa donde la palabra empeñada se cumplía y se hacía respetar y cuya puerta siempre ha estado abierta a amigos, conocidos y familiares con la generosidad sin límite de quien ama sin pedir nada a cambio. Los privilegios tienen contrapartidas. Como hijo menor de la estirpe de Don José Utrera Molina he pedido a mis hermanos y a mi padre que me dieran la oportunidad de desagraviar su nombre ante el insultante contenido del artículo «Verano y humo» del jesuita y Catedrático de Historia de la Universidad de Deusto, Fernando García de Cortazar. Sirvan estas líneas a este propósito.
Son muy variadas las descalificaciones vertidas en el artículo citado, algunas, bien por increíblemente groseras o mezquinas y otras por su evidente falsedad, no merecen línea alguna, ya que descalifican por sí solas al autor. Quiero centrarme en las que requieren cumplida respuesta, pues afectan a la vida pública de mi padre, que forma parte de la historia de España y es de ley aclararlas no sólo por interés personal –que lo hay- sino también histórico.
No creo equivocarme si digo, que es la primera ocasión en que califican a José Utrera Molina de oportunista. Alega el Catedrático de Deusto, como supuesta razón, el hecho de presentarse al Senado por la provincia de Málaga bajo las siglas de Alianza Popular. Según su particular criterio, dicha candidatura le resultaba «confortable» para continuar su vida política pese a que los miembros de dicha formación eran sus «adversarios» según matiza el poco templado historiador. Un análisis mínimamente imparcial de aquella época permite ver con otra perspectiva dicha candidatura. Lo cierto es que entre las personalidades de la Alianza Popular de aquella época, estaban Gonzalo Fernández de la Mora, Cruz Martínez Esteruelas, Enrique Thomas de Carranza y Licinio de la Fuente entre otros, a los que nunca mi padre pudo considerar ni adversarios personales ni enemigos del Régimen anterior, cuando el mismo Fraga en el I Congreso de AP (5 y 6 marzo de 1977) se negaba literalmente «a aceptar la voladura de la obra gigantesca de los últimos 40 años». Silencia Don Fernando, eso sí, de forma interesada que mi padre se presentó como independiente, dada su filiación falangista, y también calla o ignora que se pagó con su patrimonio personal su campaña. Omite, cómo no, interesadamente el resultado ajustado que tuvo aquella votación que fue adversa para la candidatura de mi padre pero que supo a victoria moral por los muchos miles de votos que consiguió en una provincia que no era precisamente conservadora en el año 1977. Al contrario de lo que quiere dar a entender el señor García de Cortazar, mi padre quiso dar la cara y enfrentarse a las urnas en la tierra que le vio nacer, cuando esta apuesta era bien arriesgada y todo cálculo político lo desaconsejaba.
En segundo lugar, de forma imprecisa, meliflua, pero perfectamente entendible, el señor García de Cortazar describe la trayectoria política de mi padre bajo el Régimen del 18 de julio con trazos muy gruesos. Con toda la soberbia de quien cree conocerlo todo y acusando el puyazo de la crítica de mi padre ante su falta de imparcialidad en su juicio al Régimen anterior, Don Fernando sostiene que el afán de medrar es la clave que explica la carrera de mi padre, de profesor del Colegio de los Jesuitas de Málaga a Ministro y que su objetivo era perpetuar un sistema que le dio de comer, eso sí, siempre de espaldas a la voluntad del pueblo que cínicamente reivindicaba bajo la retórica joseantoniana. Resulta difícil imaginar injuria peor que esta. Hace poco, Juan Manuel de Prada, en un artículo en este mismo periódico hizo una relación de muchas de las obras sociales de las que Don José Utrera Molina fue impulsor, colaborador o directo artífice. No vale la pena repetirlas. Me pregunto si el ese «afán de medrar» llevó a mi padre a recorrer por carreteras polvorientas cada pueblo de cada provincia en la que fue gobernador, a persistir en la vida pública del régimen cuando sabía que las exigencias revolucionarias de su fe falangista podrían postergarse, a tener abiertas las puertas de su despacho siempre para cualquiera –amigo o adversario- que lo solicitara, a pasar noches a la intemperie junto a los afectados de las inundaciones del Tamarguillo en Sevilla, a decir las cosas incómodas al propio Franco que nadie quería mencionar, y a mantener sus juramentos cuando para la mayoría eran papel mojado, en definitiva, a robar horas a la noche, a su salud y a la familia para estar disponible siempre, disponible para servir a España. La respuesta, es no. Tengo la certeza de que fue así, y precisamente yo, que no fui testigo directo de su vida política, he tenido el privilegio –uno más- de constatar que con el tiempo quien más ha agradecido el empeño de su vida política no fueron los poderosos de su tiempo, sino gentes sencillas: banderilleros, vendedores en puestos de la calle, presos de origen político o no a los que mi padre ayudó, capataces de fincas, hombres de campo, gentes sencillas siempre que testimonian sin alharacas que el ideal joseantoniano de justicia social y reconciliación nacional asumido por mi padre, José Utrera Molina, fue su «opción preferencial» en su vida política, su verdadero afán.
Por último, quiero cerrar la defensa de mi padre, recordando su aportación singular a la vida pública de España como la de un caballero cristiano, que asumió su condición de paladín de las ideas de Jose Antonio Primo de Rivera en la España que le toco vivir y que con generosidad, arrojo y falta absoluta de cálculo consumió sus energías en la defensa de lo que, en conciencia, siempre estimó justo y bueno, para este sufrido país, España al que no dejará de amar nunca. Un caballero cristiano, que no puede entender que alguien que profesa vocaciones tan altas como la de sacerdote de Cristo y notario del pasado, no tenga la templanza de juzgar con serenidad y sin estridencias la historia cercana, como si la luz de la gracia no pudiese iluminar su quehacer científico por encima de sus experiencias personales (su momentánea detención en 1971 o su expulsión de la Universidad Autónoma en 1975) resultando su condición de hombre de Dios y de historiador, dos facetas irreconciliables e incompletas. Quizás para un caballero cristiano octogenario como mi padre, resulta inconcebible esta contradicción.
César Utrera-Molina Gómez
Abogado.