"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

1 de julio de 2009

Afrenta injustificada. Utrera Molina responde al Ayuntamiento de Madrid


Utrera Molina saluda a Franco en 1969 en una audiencia como gobernador civil de Sevilla
José Utrera Molina nació en Málaga en 1926. Fue ministro de Vivienda y ministro secretario general del Movimiento con Francisco Franco.

Afrenta injustificada

Reproduzco a continuación el artículo que aparece publicado hoy en el Diario ABC de Madrid.

Miércoles, 01-07-09
ABC


He recibido la noticia del despojo que se hace por el Ayuntamiento de Madrid a Francisco Franco, con un sentimiento de tristeza infinita, de honda amargura y también de extraño estupor. Nunca creí que se vulneraran las leyes de la caballerosidad para lanzar un ataque a quien, ya muerto, respira aún junto al corazón de muchos españoles. Tengo que manifestar, por lo tanto, mi disgusto junto a mi sorpresa, y la tristeza y la amargura que me embargan, superan en este caso concreto a mi indignación, por motivos fácilmente comprensibles.

No voy a ejercer ninguna clase de condena, ni tampoco me voy a distinguir en un ataque alevoso a los que, a solicitud del grupo comunista, han perpetrado el hecho de privar a quien fue Caudillo de España de unos títulos que le fueron otorgados con plena justicia. Pero quiero recordar que esta medida constituye, además, un contrasentido, porque precisamente quien ha sido atacado con esta disposición, recibió del actual Rey de España las siguientes palabras de elogio en el acto de su coronación: «Una figura excepcional entra en la historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mí, una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la patria. Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio».

¿Cómo es posible, que a tenor de estas justas apreciaciones del Rey de España, se pueda herir con tanta furia a quien nos gobernó durante un periodo de paz constructivo y eficiente y a quien se debe, queramos o no, la restauración de la monarquía actual, precisamente en la persona de Juan Carlos I ?
Después de considerar estas regias palabras, creo que constituyen un grave motivo de reflexión para aquellos que estimamos que la Transición fue un periodo político abierto a la reconciliación de todos los españoles. Hoy, después de tantos años, resulta que se resucitan los odios, que se alientan las divisiones y que con una especie de artilugio dialéctico se cubre con la palabra «democracia», todo lo que es un verdadero disparate histórico y que constituye la posibilidad de abrir nuevas heridas en el ya torturado corazón de muchos españoles.

Yo declaro aquí, en este artículo, mi lealtad a Francisco Franco. Lo hago consciente de los ataques que aún he de recibir, de las injurias que van a cubrir mi nombre, de las patrañas que van a envolver la verdad que defiendo, pero entiendo, que esa lealtad jurada, me obliga hasta el último día de mi existencia. Me avergüenzo de que se hayan producido situaciones como las que describo, me duelen en el fondo de mi alma. Tengo pruebas fehacientes de haber ejercido antes de que lo proclamara nadie, una verdadera política de reconciliación. Entre otras cosas, porque en los dos bandos en conflicto tuve familiares muy próximos a los cuales consideré siempre equiparables en su buena fe y en su dignidad. Hoy me estremece que sean los herederos de los fusilamientos de Paracuellos y de tantos crímenes como España entera conoce, los que obliguen a un colectivo municipal a bajar la cabeza, o a hacer referencias a determinadas figuras envueltas en las brumas ciertamente acentuadas de la lejanía histórica.

Insisto en que pretendo única y exclusivamente emitir mi opinión sin ánimo de ofensa a nadie, sin pretender ninguna descalificación política. Allá cada uno a la escucha de los latidos de la propia conciencia. Cuando pase el tiempo, estoy seguro de que muchos de los que han votado una moción semejante, sentirán el escalofrío que produce el recuerdo de haber obrado injustamente, la vergüenza y el bochorno que suscita un ataque sin piedad a quien ya yace sepultado, aunque no en el olvido de muchos españoles que hoy reciben una afrenta injustificada.

JOSÉ UTRERA MOLINA

29 de junio de 2009

El Ayuntamiento de Madrid despoja a Franco de los honores que le concedió en vida 34 años después de muerto



El Ayuntamiento de Madrid, se ha sumado de forma unánime, al valentísimo gesto de retirarle a Francisco Franco, treinta y cuatro años después de su muerte, todas las distinciones y condecoraciones que en vida le tributó.

Sobra decir lo que le importa a Franco la medida, pero imagino que desde el más allá estará observando con una media sonrisa lo flaca que es la memoria de muchos y cuan grande las tragaderas de otros, siempre prestos a arrastrarse ante el ánimo de revancha de la izquierda, colocándose a la cabeza de la manifestación. Mientras tanto, grandes “demócratas” como Largo Caballero, Pasionaria, Allende y Pablo Iglesias, adornan tranquilamente, con la unánime complacencia de sus corajudos ediles, las calles de esta capital de la que hoy, como vecino y contribuyente, tanto me avergüenzo.

El pensamiento único nos dice que para ser demócrata hay que aceptar sin rechistar la versión de la historia de la izquierda y agacharse ante su “superioridad moral”. Pues así que se atraganten, señores del Partido popular. Ojalá la Historia les pase justa factura de su cobardía y de su eterno complejo de inferioridad.

Yo desde esta tribuna me limito a dejar en el aire mi protesta y mi desprecio por el gesto cobarde e inútil de un Ayuntamiento que hoy se ha puesto al servicio de la manipulación, de la revancha y la mentira.

LFU

26 de junio de 2009

Destellos de vida. Memorias



A petición de mi hermano, colaboro con su blog, en la idea de aportar una sencilla sección de recensión de libros, sin más pretensión que comentar libros que merezcan la pena con la comunidad de lectores que “arriban” a este sitio.

Autor: Destellos de Vida. Memorias
Titulo: Friderike Zweig.
Editorial: papel de liar.

En una primera aproximación a este libro, el lector encuentra una historia, aparentemente más indicada para estudiosos que para lectores de Stefan Zweig y de la literatura en lengua alemana de la primera mitad del siglo XX. Como libro de memorias, la autora, primera mujer de Zweig, fuera de algunas pinceladas de su procedencia familiar y formación, se ocupa de relatar el encuentro, idilio, su relación formal y profesional, la convivencia y posterior ruptura con el escritor austríaco hasta el momento de su muerte. Resulta un poco fastidioso, el tono justificativo que la autora adopta en buena parte de su narración, la cursi reivindicación de sus veleidades literarias y la prolija relación de méritos, conocidos y amistades que se atribuye, como si el lector necesitara de ello para continuar con la lectura, cuando lo cierto es que su presencia junto a Stefan Zweig, su relato minucioso de su vida diaria y social de esa época, en definitiva, su condición de testigo, resulta un aliciente para entender mejor no sólo al otrora famosísimo (y ahora parcialmente reivindicado) Zweig sino también resulta un testimonio directo y muy descriptivo de la vida de la elites intelectuales europeas de antes de las Segunda Guerra Mundial.

A medida que avanzan las memorias, se empieza a traslucir un fenómeno que resulta interesante ver cómo tiene una cierta correlación con el presente. Me explico, la autora (más la autora, todo hay que decirlo) y Stefan Zweig, resultan el paradigma de un cierto hombre moderno, del “progresista” que desde que se inicia la edad contemporánea ha tenido diversas pieles, pero una esencia compartida. Así aparecen Stefan y la autora como una pareja no convencional sin “ataduras”; como unos convencidos del pacifismo, ella, medio vegetariana y amante de los animales, ambos siempre condescendientes con la tradición de la que provienen de la que si bien no aborrecen (la judía para Stefan y la cristiana católica para Friderike) consideran con un adorno del pasado, como una realidad superada en sus vidas llenas de aspiraciones superiores. A este respecto, resultan dolorosas por patéticas algunas anécdotas o expresiones de uno y de otro, que revelan con cierta crueldad (la de la realidad que no admite apaños) cómo ese panorama de ideales progresistas resultaron puras abstracciones que no resistieron las pruebas que la vida reservaba para cada uno de ellos.

Con todo, salvo del libro dos cosas: el retrato que emerge de Stefan Zweig; un tipo de exquisita y superior sensibilidad pero de no menor egoísmo personal; mujeriego impenitente pero siempre dependiente de una figura femenina protectora; depresivo y suicida mórbido; generoso en lo material y protector del talento ajeno; un hombre mimado por sus extraordinarios dones personales, la fortuna y las musas pero de débil consistencia espiritual que no pudo hacer frente a su patológica tendencia al suicidio; en segundo lugar, resulta un hallazgo el relato final de la trayectoria vital de Joseph Roth, con su conversión desde su judaísmo natal al catolicismo, que dejó como fruto extraordinario, la última obra inquietante y genial de Roth, La Leyenda del Santo Bebedor.

Como coda final, hay algo que planea sobre el libro y la época que refleja, que bien puede volver a ser de actualidad en un cierto tiempo. Me refiero a que Zweig, Roth, y un montón de intelectuales que aparecen citados en las páginas, se dieron cuenta que había sido un error fatal acabar con una de las antiguas formulaciones políticas de Europa, el Imperio Austrohúngaro. Sólo tras su destrucción apreciaron los beneficios que la tradición y los siglos de estabilidad les habían dado. Me pregunto, si no volverá a pasar algo semejante cuando España y no sé si también Europa hayan cambiado tanto, que aquellos que no tuvieron reparo en facilitar su demolición vuelvan a mirar con nostalgia aquello que les dio todo y, sin embargo, dejaron destruir.

César U-M

24 de junio de 2009

En la muerte de Luis Teigell




Luis Teigell, otro de los bravos combatientes de aquella heróica división del ejército español que causó admiración y respeto en las estepas de Rusia, monta ya guardia junto a los luceros. Un buen amigo me envía las palabras que pronunció su hijo ante el panteón que rinde homenaje a los caídos de la División y junto al que aparece su padre en la fotografía de cabecera:

Familiares, amigos, camaradas, hijos de camaradas: en nombre de mi familia, os doy las gracias, de corazón por vuestra presencia hoy aquí.

Quiero expresar unas breves palabras de recuerdo, emocionado, a vuestro camarada Luis, mi padre, en esta mañana tan hermosa.

He dicho breves, aunque de él podría pasar horas y horas hablando, de sus vivencias, de sus amigos, de sus anécdotas, de sus proezas, de sus poesías, de su entrega a sus pacientes. Pero todo eso ya lo sabéis los que le conocísteis, y es mejor que quede entre vuestros recuerdos.

¡Tantos años habéis escuchado a mi padre, aquí, frente a este monumento dedicado a una gesta juvenil que no por olvidada deja de ser la más fabulosa empresa, como a mi padre le gustaba decir, del heroísmo español más allá de nuestras fronteras desde los Tercios de Flandes!

Quiero sacaros de un error: os equivocáis los que pensáis que mi padre ya no está aquí; he de corregiros, hoy está entre nosotros, presente, como decimos en ese lenguaje joseantoniano que todos los que me escucháis habláis y comprendéis.

Y además seguirá estando presente: sus restos en este monumento, y su espíritu y su ejemplo en todos nosotros, y espero que en los que nos sucedan.

Y es que también estáis equivocados cuando lloráis y estáis tristes: Camaradas, hoy es un día alegre, mi padre ahora tendrá el privilegio de poder abrazar, por fin, a tantos y tantos camaradas con los que compartió ilusiones y rudezas en la mítica estepa rusa, y también tendrá la ocasión, vedada para nosotros, de montar la guardia en los luceros, en ese paraíso difícil, erecto e implacable que ya comparte con sus ángeles con espadas.

A mi padre, a vuestro camarada hacía tiempo que sus piernas ya le fallaban; seguramente estaban ahora doliéndose de los miles de kilómetros recorridos a pié por los campos de Polonia, por las llanuras y bosques de Rusia; y también se dolían de las largas caminatas por los montes de su querida tierra manchega, que tantas veces recorrió en sus alegres días de caza, en pos de las huidizas perdices; y también se dolían de la dureza de las selvas de la otrora Guinea española que como médico conoció, y que hoy uno de mis hermanos vuelve como médico a recorrer, dando lo mejor de sí a quien más lo necesita; y se dolían también por los tantos y tantos caminos de España que como educador de juventudes holló, con alegría en el corazón y con himnos y canciones en su pecho, campamentos juveniles, montañas nevadas, rutas imperiales, ecos de un tiempo tristemente ya olvidado.

¡Cómo no iban, años después, a flaquear sus piernas!

Ni él mismo, que tanto presumía de su fortaleza, y que seguramente se quedaba corto en ello, os lo puedo asegurar, nunca sospechó que llegaría a andar tantos caminos y llegar tan lejos y tan alto.

Sus piernas le fallaron, sí, pero, camaradas, como hijo suyo, me llena de orgullo comprobar que a mi padre nunca le flaqueó el corazón. La llama que en su pecho inflamó ese joven y prometedor abogado, enamorado del pan y la justicia, que fue José Antonio Primo de Rivera, fue tan intensa y cegadora que continuó ardiendo en su vida, con tal fuerza que, además de quemar y arrastrarnos con ella a más de uno, hicieron falta nada más y nada menos que 88 años para poder apagarla.

Y nuestro orgullo por mi padre se debe a que, al contrario que tantos otros, que bien pronto cambiaron esa noble y sencilla llama por el calor de cómodas y burguesas estufas eléctricas, que camaleónicamente adaptaron sus colores a los tiempos que corrían, a la par que sus ganancias aumentaban, al contrario de ellos mi padre se mantuvo fiel a sus creencias e ideales, contra todo y frente a todos, heroísmo que sin duda es más difícil de alcanzar (y por ello a menudo menos reconocido) que el de quien ve repentinamente segada su vida en el combate por una bala enemiga.

Mi padre murió como había vivido, de modo humilde y cristiano, rodeado de quienes le querían y rebosando por los cuatro costados de los mismos amores e ilusiones que tan temprano llenaron su vida, como estas cinco rosas, frescas y sin marchitar.

¿Acaso hay mayor ejemplo para un hijo? "

Ricardo Teigell Guerrero-Strachan

Panteón de la División Azul. Cementerio de La Almudena


Y, por último su testimonio. Descanse en paz.

Luis Teigell ¡Presente!

23 de junio de 2009

El Follonero, Otegui, la Sexta y Emilio Aragón




Pensé escribir en su momento sobre el “gracioso” icono progre del periodismo apodado “el follonero” y su entrevista con Otegui, el hombre de paz -¿te acuerdas Zapatero?- en la que el follonero lo fue menos que nunca dando un “ejemplo de coraje” perfectamente descriptible frente al amigo de los cobardes pistoleros nacionalistas del tiro en la nuca, secuestrador y delincuente confeso y convicto. No lo hice entonces y lo hago hoy, con algo mas de perspectiva.

Nada hubiera objetado a la emisión de la entrevista si el entrevistador le hubiera plantado cara al miserable fofo de Arnaldo, si le hubiera puesto contra las cuerdas con sus preguntas y le hubiese preguntado si no se le caía la cara de vergüenza por tantas y tantas cosas. En una palabra, si le hubiera dado el trato que se merece, sin caer en la tentación de la componenda y arriesgando el pellejo.

Pero el follonero demostró su cobardía y brindó gratuitamente al seboso personaje una tribuna de gran audiencia y la oportunidad de presentar una cara desenfadada tras la que se esconde un criminal de la peor ralea.

Lo peor de todo es que la Sexta no hubiera tenido redaños para emitir esta entrevista después del asesinato del inspector Puelles. ¿A que no?

En televisión no vale todo, ni mucho menos. De Roures, el trotskista (¿?) me lo espero todo; va de frente y carece de escrúpulos. Pero de Emilio Aragón, Presidente de la Sexta, podría esperarse algo más de dignidad teniendo en cuenta sus orígenes, pero mucho me temo que tras esa sonrisa infantiloide se esconde una ligereza tan grande como su patrimonio. Lo menos que podían hacer era pedir perdón por lo que han hecho, y Aragón, si le queda un mínimo de decencia, dimitir y vender sus acciones. Pero no lo harán. Porque son todos unos miserables.

LFU

19 de junio de 2009

Obama, no cierres Guantánamo



La ETA -escribir ETA, a secas, es ya compadrear- ha vuelto asesinar a un policía español con una bomba lapa en los bajos de su coche. Otro español, hijo marido y padre, al que han segado la vida estos hijos de puta. Hay demasiado dolor en el ambiente. Me imagino el estupor de su familia, su impotencia. Los gritos ahogados de dolor, de tristeza inconsolable. Y sólo me sale rezar por él y por los que le lloran.

Y rezando se me ha ocurrido que sería una pena desperdiciar las magníficas instalaciones de la prisión de Guantánamo, cuando hay tantos presos de la ETA que la harían reverdecer. Obáma, mándanos los cuatro árabes que nos tocan y a cambio te quedas con todos los cabrones que disfrutan del suave régimen penitenciario español. Así no tendrán que gastarse las Gestoras tanto dinero en desplazamientos. Y a lo mejor se pudren de una vez los miserables que siguen sonriendo cuando tanto dolor ha puesto de luto, otra vez, a toda España.

Inspector Eduardo Puelles García. !Presente!

LFU

16 de junio de 2009

Muralla contra muralla. La memoria histórica de Sevilla



Me envía mi hermana Rocío una presentación en powerpoint firmada por Julio Domínguez Arjona dando noticia de la última hazaña del consistorio sevillano en materia histórica, a cargo -cómo no- del siniestro concejal comunista Rodrigo Torrijos que, para vergüenza de los sevillanos, rige los destinos de la Ciudad de María Santísima.

Este atrabiliario munícipe, que se ha encargado con saña y odio de eliminar de las calles de Sevilla cualquier rastro de cuarenta años de su historia –perdón, de las calles no, de sus letreros, porque aún no se ha atrevido a demoler el Polígono de San Pablo, ni la Basílica de la Macarena, ni el Hospital Virgen del Rocío, ni el Barrio de los Remedios- ha culminado su tarea lobotomizadora de la sociedad sevillana, plantando una placa cainita en las murallas de la Macarena, en recuerdo de un grupo de mineros socialistas y comunistas fusilados en los primeros días de la guerra. La leyenda no tiene desperdicio: “En memoria de los fusilados en estas murallas por defender la legalidad republicana, la libertad y la justicia”


Como señala Domínguez Arjona: “En ese monolito no se cuenta, cómo un joven, Antonio Rodríguez Camacho, hijo del dueño de la Venta Guía donde la siniestra columna paro a repostar oyó como Cordero Bell hace alarde del objetivo de la columna, que no era otro que volar la Giralda.

En ese monolito no se cuenta como en la mañana del 19 de Julio esos guardias civiles estratégicamente situados pararon a un convoy, muy superior en número, en la Pañoleta en una ensalada de tiros donde volaron los dos camiones de explosivo y se saldó con veinte muertos, setenta y ocho detenidos (que serian los fusilados menos un menor de 16 años, Manuel Rodríguez Méndez, que fue condenado a cadena perpetua). El resto de los luchadores por la libertad entonaron valientemente el "Si nos moverán" , pues les faltó carretera de Huelva para salir por patas por donde habían venido a dinamitar la Giralda .....para defender la República .”


Que conste que no estoy en contra de que se recuerde a los que cayeron, de uno y otro bando, en una guerra que fue de hermanos contra hermanos. Pero resulta intolerable que, después de haber arrancado la Cruz que recordaba los caídos de un bando de las murallas del Alcázar, en un postrero gesto chabacano y vil de venganza extemporánea, se elija otra muralla para recordar a los que cayeron en el otro, con una leyenda que insulta a la inteligencia y vuelve a clavar el puñal por la espalda a los que cayeron por Dios y por España, que también los hubo, a millares, pero cuyo recuerdo ha sido proscrito por una inicua ley hecha a la medida de su promotor.



Vaya por delante que es mentira que aquellos cayeran defendiendo la legalidad republicana, la justicia y la libertad. Mentira. Cayeron por luchar en el bando en el que creían o en el que les tocó. ¿O acaso los que quemaron la Iglesia de San Gil, la de Santa Ana y tantas Iglesias y conventos de España torturando, mutilando y asesinando a ocho mil religiosos y religiosas lo hacían para defender la legalidad republicana, la libertad y la justicia? ¿Acaso la legalidad republicana exigía la voladura de la Giralda?



Han desaprovechado una ocasión única, setenta años después, para tener un gesto de grandeza y unir bajo un solo recuerdo, limpio y generoso, a todos los que cayeron en aquella trágica contienda, pero de la escasa talla de semejante hatajo de gobernantes no se podía esperar más que un acto de miseria histórica como éste, que les define, y supone un agravio más para la historia de Sevilla. Han querido enfrentar a dos murallas milenarias y recordarnos a todos que no todos los muertos eran iguales. Y lo peor de todo es que tal vez no les falte alguna razón.

LFU