Las últimas encuestas de opinión, incluida la que ayer dio a conocer el CIS son un aviso para navegantes que el Partido Popular no debería despreciar.
Con una situación de crisis económica sin precedentes, acompañada de un vertiginoso ritmo de destrucción de empleo, el hecho de que los embarcados en la nave gobernada por el infame sigan confiando de forma mayoritaria en él, tras los clamorosos engaños, los fallidos pronósticos y las dosis gratuitas de optimismo irresponsable, debe hacernos reflexionar a todos.
Es evidente que formamos parte de una sociedad absolutamente permeable a la propaganda, que la izquierda sigue manejando a su antojo como nadie, merced a su presencia mayoritaria en los medios de comunicación de masas.
Está calando entre amplias capas de la sociedad –curiosamente entre los más desfavorecidos con la crisis- el mensaje adormidera del gobierno de Zapatero haciendo creer que ya estamos saliendo, que lo peor ya ha pasado, que la crisis no es más que un estado de opinión y que ZP vela por los intereses de los más desfavorecidos.
Por el contrario, el partido popular parece incapaz de deshacerse del sambenito de partido anclado en el pesimismo, la crítica estéril y el catastrofismo, sin que llegue a la sociedad ningún soplo de esperanza en una forma alternativa y mejor de gobernar.
Tener los pies en la tierra, con una larga hipoteca de por medio y mis hijas por criar, me hace desear, a pesar de la insoportable alergia que me produce el partido popular, que salga del letargo en el que está sumido desde 2004 y consiga desalojar de una vez al infame y a sus mariachis, todo ello por evitar mayores males a nuestra patria. Es pues, la hora de un cambio de timón en el principal partido de la oposición. La imagen desgastada y añeja de un Rajoy dos veces derrotado –al margen de espejismos muy explicables como el de Galicia- se ha demostrado incapaz de generar confianza e ilusión, dos elementos clave para ganar unas elecciones. Y no es presentable que hoy estemos hablando de un empate técnico.
No entiendo otra forma de hacer política que se aparte del servicio a la Nación. Esta razón debería bastar para que un hombre honesto como Rajoy, en un gesto postrero de grandeza y generosidad, sepa manejar los tiempos y dar paso, con el tiempo suficiente, a quienes estén mejor situados para convocar a una nueva ilusión nacional que nos libre de una vez por todas de la maldición que padecemos por el despropósito permanente del peor gobierno de la historia de España.
LFU