No corren buenos momentos para la lírica. La realidad –que ya no el fantasma- del paro ahuyenta a las musas y angustia a las masas. La incertidumbre se ha hecho con el poder, precisamente porque gobierna la incompetencia.
Hasta los más conspicuos conocen ya a alguien que sufre la pandemia. Imagino la angustia de los que tuvieron y ya no tienen. La frustrante humillación del que se ve abocado a pedir ayuda; el desgarro del que tiene que romper la ingenuidad de unos pequeños a los que esta maldita crisis –como la guerra- va a robarles la infancia.
Y todo esto nos viene precisamente cuando la sociedad está más a la interperie. Pareciera que estamos sufriendo el azote de plagas consecutivas y aún no conocemos las venideras. El furibundo ataque de los poderes públicos a los valores y creencias de una sociedad de hondas raíces cristianas como la española tiene un efecto aniquilador de las defensas de una sociedad contra los ataques de una crisis económica, que se cebará con mayor fuerza sobre un cuerpo social vulnerable y desconcertado.
Pero si de algo estoy seguro es de que el Gobierno no se dará por enterado. Comenzó negando la crisis y es bastante probable que la crisis acabe por negarle su propio futuro, por más cariño que reciba de ese hatajo de sinvergüenzas que dicen representar a los trabajadores.
Por desgracia, no serán pocos los que presos de la desesperación y la angustia, opten por recorrer caminos sin salida. No correrán la misma suerte los que, capaces de ver más allá de su propia contingencia, sientan en su interior, mucho más brillante que la estúpida sonrisa de un nefasto gobernante, la luz y la fuerza del mensaje del verdadero Amor: “Venid a mí todos los que andáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré.” (Mt 11,28).
Que Dios nos ayude a todos.
LFU
Hasta los más conspicuos conocen ya a alguien que sufre la pandemia. Imagino la angustia de los que tuvieron y ya no tienen. La frustrante humillación del que se ve abocado a pedir ayuda; el desgarro del que tiene que romper la ingenuidad de unos pequeños a los que esta maldita crisis –como la guerra- va a robarles la infancia.
Y todo esto nos viene precisamente cuando la sociedad está más a la interperie. Pareciera que estamos sufriendo el azote de plagas consecutivas y aún no conocemos las venideras. El furibundo ataque de los poderes públicos a los valores y creencias de una sociedad de hondas raíces cristianas como la española tiene un efecto aniquilador de las defensas de una sociedad contra los ataques de una crisis económica, que se cebará con mayor fuerza sobre un cuerpo social vulnerable y desconcertado.
Pero si de algo estoy seguro es de que el Gobierno no se dará por enterado. Comenzó negando la crisis y es bastante probable que la crisis acabe por negarle su propio futuro, por más cariño que reciba de ese hatajo de sinvergüenzas que dicen representar a los trabajadores.
Por desgracia, no serán pocos los que presos de la desesperación y la angustia, opten por recorrer caminos sin salida. No correrán la misma suerte los que, capaces de ver más allá de su propia contingencia, sientan en su interior, mucho más brillante que la estúpida sonrisa de un nefasto gobernante, la luz y la fuerza del mensaje del verdadero Amor: “Venid a mí todos los que andáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré.” (Mt 11,28).
Que Dios nos ayude a todos.
LFU