Sevilla es de nuevo noticia en España por otra genial idea de quien hace y deshace en su Ayuntamiento, que responde al nombre de Antonio Rodrigo Torrijos y que, desde luego, Sevilla no se merece.
Empezó derramando su odio el robusto edil comunista espurgando el callejero de Sevilla, en busca de cualquier nombre que oliese a uniforme o hubiera tenido alguna relación con el régimen que gobernó España entre 1939 y 1975. Consiguió eliminar desde generales de la Guerra de Cuba hasta toreros algo escorados a la derecha. También le tocó el turno a mi padre, quien durante los siete años de Gobernador civil dejó en Sevilla lo mejor de su vida, pues debe saberse que nadie que oliese a azul y a rosas merece reconocimiento alguno en las calles hispalenses.
Llegó al cénit de su miseria el infame concejal, cuando tras conocerse la sencilla petición de mi padre al Alcalde de conservar los azulejos de la calle que lleva su nombre y reiterar su profesión de amor a esa tierra, declaró que "llegó a querer tanto a los sevillanos que los tenía por docenas en la Gavidia y en la prisión Sevilla 1 (...) yo puedo dar fe de que en su época se produjo de manera extensiva y amplia la tortura"; El Sr. Rodrigo Torrijos solamente puede dar fe de su propia indignidad y de su colosal mentira, de la que algún día tendrá que dar cuenta oportuna. Otros muchos, como aquél padre de familia numerosa de cuya carta me hice eco hace algunos meses, pueden dar testimonio de su nobleza y sacrificio por Sevilla.
Y ahora le ha tocado al General Merry, cuyo heroísmo en la Guerra de Cuba le hizo acreedor de tener una calle en su ciudad, que va a ser sustituido por Pilar Bardem, cuyos méritos -los que ha tenido en cuenta Torrijos- se cuentan por pancartas, sectarios exabruptos y banderas rojas con la hoz y el martillo, y a la que Sevilla nada tiene que agradecer.
Se trata de una provocación más de tan chulesco y soberbio personaje -cuyo particular manejo de los fondos públicos en favor de grupúsculos de la más rancia izquierda constituye más que un desafío al calendario- que una ciudad como Sevilla no debería tolerar.
Sr. Alcalde: tenga un gesto último de dignidad y prescinda de tan nocivo compañero antes de que sea demasiado tarde y su envenenada impronta convierta los azulejos de sus calles en reclamos del odio, la revancha y la mediocridad. Es posible que le cueste el cargo, pero es seguro que Sevilla se lo agradecerá.
Empezó derramando su odio el robusto edil comunista espurgando el callejero de Sevilla, en busca de cualquier nombre que oliese a uniforme o hubiera tenido alguna relación con el régimen que gobernó España entre 1939 y 1975. Consiguió eliminar desde generales de la Guerra de Cuba hasta toreros algo escorados a la derecha. También le tocó el turno a mi padre, quien durante los siete años de Gobernador civil dejó en Sevilla lo mejor de su vida, pues debe saberse que nadie que oliese a azul y a rosas merece reconocimiento alguno en las calles hispalenses.
Llegó al cénit de su miseria el infame concejal, cuando tras conocerse la sencilla petición de mi padre al Alcalde de conservar los azulejos de la calle que lleva su nombre y reiterar su profesión de amor a esa tierra, declaró que "llegó a querer tanto a los sevillanos que los tenía por docenas en la Gavidia y en la prisión Sevilla 1 (...) yo puedo dar fe de que en su época se produjo de manera extensiva y amplia la tortura"; El Sr. Rodrigo Torrijos solamente puede dar fe de su propia indignidad y de su colosal mentira, de la que algún día tendrá que dar cuenta oportuna. Otros muchos, como aquél padre de familia numerosa de cuya carta me hice eco hace algunos meses, pueden dar testimonio de su nobleza y sacrificio por Sevilla.
Y ahora le ha tocado al General Merry, cuyo heroísmo en la Guerra de Cuba le hizo acreedor de tener una calle en su ciudad, que va a ser sustituido por Pilar Bardem, cuyos méritos -los que ha tenido en cuenta Torrijos- se cuentan por pancartas, sectarios exabruptos y banderas rojas con la hoz y el martillo, y a la que Sevilla nada tiene que agradecer.
Se trata de una provocación más de tan chulesco y soberbio personaje -cuyo particular manejo de los fondos públicos en favor de grupúsculos de la más rancia izquierda constituye más que un desafío al calendario- que una ciudad como Sevilla no debería tolerar.
Sr. Alcalde: tenga un gesto último de dignidad y prescinda de tan nocivo compañero antes de que sea demasiado tarde y su envenenada impronta convierta los azulejos de sus calles en reclamos del odio, la revancha y la mediocridad. Es posible que le cueste el cargo, pero es seguro que Sevilla se lo agradecerá.
LFU