"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

17 de febrero de 2009

La vida no hará más que revelar la fotografía

"Si formamos a los niños con sencillez, si los hacemos amar las alegrías profundas y elementales, avanzarán por la vida conservando en sus ojos la luz de la vida interior, equilibrada, sin sobresaltos. pero si deformamos su infancia, si los niños han oído o visto demasiado, si los dejamos arrastrar por el torbellino vital, si los años de una niñez en calma no han fortificado en ellos la frágil dicha de su inocencia, entonces su vida será lo que ha sido su infancia y en vez de irritarse ante el desorden, serán ellos mismos desorden. Como sus gustos, sus sentimientos, sus pensamientos, fueron siempre inestables, estarán para siempre a la merced del vendaval d las turbias alegrías que consumen al alma y se escapan de nuestras manos y crean, a expensas del sufrir de los demás, el propio sufrimiento.

Después ya es tarde para cambiar.

No se endereza el arbol endurecido. Todo lo más que podremos hacer para intentar que sea diferente, es podarle. Cuando era joven, hirviente de savia, se le hubiera podido doblar con un dedo experto, orientarle y ayudarle a desarrollarse.

Cuando los niños parece que están jugando y mirando sin más, al gorrión o a la alondra que pasan, cuando comiezan a hablar y a besar, cuando fotografían en su corazón, en su imaginación, el espectáculo exacto que somos los mayores, esa es la hora de poderlos modelar.

La vida no hará más que revelar la fotografía. Los ácidos de la existencia imprimirán en ellos las imágenes hermosas y pujantes o atormentadas y entristecedoras, que habíamos ofrecido a sus ojitos avidos de curiosidad y a su corazón impoluto, como una hoja de papel.

Todo aquello de que les privamos por nuestro orgullo, por nuestra agitación, o ¡ay! por nuestras pasiones, todo ello tendremos que pagarlo cruelmente más tarde, viéndoles inquietos, insatisfechos, el alma sin aliento o arrasada por nuestra grandísima culpa."

De "Almas ardiendo". L. Degrelle (1954). Traducción y Prólogo de Gregorio Marañón.

.....Y leyendo tan hermosas palabras, me acordé de los sujetos que mataron y arrojaron al río a una niña en lo mejor de su vida. Es probable que la vida no haya hecho más que revelar la fotografía de su infancia.

Requiem aeternam dona ei, Domine; et lux perpetua luceat ei.

LFU

14 de febrero de 2009

La carta de Ramón Tejero a su padre

Hoy quiero traer a estás páginas una carta emocionante. ABC acoge hoy la carta que el hijo sacerdote de Antonio Tejero Molina le escribe a su padre con todo el amor y el dolor que cabe en su corazón.

Antonio Tejero fue la facil cabeza de turco de un triste episodio de la historia de España, aún hoy muy lejos de estar aclarado. Cumplió con eficacia las órdenes recibidas creyendo que así prestaba su mejor servicio a su patria. Su comportamiento dentro del Congreso sólo tuvo el borrón de la zancadilla y cuando comprendió que había sido utilizado y engañado, supo afrontar con dignidad y silencio, el castigo y la difamación. Rechazó el dinero y el avión que se le ofreció y sólo pidió para sí toda la responsabilidad para librar a sus oficiales y guardias de una inevitable represalia.

Algún día se demostrará que no sólo fue quien inició la ejecución del golpe sino también -aunque otros se pongan las medallas- quien lo frustró definitivamente al negar la entrada al General Armada al Congreso tras conocer la colorida composición del gobierno de concentración que pensaba presidir.

Pero eso queda ya para la Historia y los historiadores. Ahora, el hombre que ha sido blanco de todos los escarnios, ha recibido el mayor regalo que un padre puede recibir. El amor de uno de sus ocho hijos impregnado en cada una de las palabras de una carta verdaderamente emocionante:

LFU

"Aquel 23 de febrero de 1981, muy temprano, salimos de casa... Yo sabía lo que ocurriría... Sin embargo, el silencio era la expresión más simbólica del cariño que se puede dar a un padre que en esos momentos atravesaba unos de los momentos mas difíciles de su vida. Había vivido momentos de angustia, de terror. Noches en vela, acompañadas de desconciertcadoos en una España que los españoles desconocían. Noches de zozobra que acompañaban a un hombre al cargo de las tierras vascas y con el encargo de acabar con el terrorismo... Muertes sin compasión de manos de ETA, traiciones de ideales, injusticias, quejas de viudas, órdenes para quemar una bandera que, después, fue legalizada y que causó tantos y tantos muertos...

Todo era incomprensible para un joven que creció con el dolor, la inquietud, el temor y el deseo irrefrenable de una España coherente... Ese joven era yo, ahora sacerdote de Jesucristo, pero sin dejar de ser hijo de mi padre, del cual me enorgullezco plenamente. Aquella mañana del 23 de febrero acompañé a mi padre a la celebración de la Eucaristía en la capilla que hay frente a la Dirección General de la Guardia Civil. Momentos de silencio, de oración profunda, de contemplación sincera de un hombre creyente que sabía cuál era su deber, que conocía las órdenes recibidas y que no quería por nada del mundo manchar sus manos de sangre (como así fue). Un hombre de uniforme, de rodillas ante el Sagrario y el altar del sacrificio: mi padre.

Suponía para mí un ejemplo de gallardía que nadie me hará olvidar, el testimonio fiel de un creyente coherente con el juramento que había hecho años atrás... No había palabras, sólo silencio, recogimiento y oración sincera. Al salir de la capilla, con una mirada penetrante -y me atrevería a decir que trascendente-, contempló la Bandera Nacional y, con voz serena, tranquila y gallarda, me dijo: «Hijo, por Dios y por Ella hago lo que tengo que hacer...». Y, con un beso en la mejilla, se despidió de mí. Un beso tierno de padre, pero que también sonaba a despedida: la despedida de un hombre que teme que no volverá a la vida... y eso pensé yo también.

Y, con el gozo de amar a mi padre con locura, volví a mi casa para acompañar a aquella que simbolizaba -en aquel momento y siempre- los valores de la mujer fuerte de la Biblia: mi madre. Esa gran mujer que ha sabido hacer, de su existencia, una entrega victimal y heroica a Dios, a España y a su familia -valores en los que fue educada a lo largo de todo su vida y que sigue mostrando, en el otoño se su existir, con una entrega amorosa a todos nosotros-.

Pasamos la mañana con serenidad... El silencio era la elocuencia de nuestro pesar, mientras que el tiempo se convertía, segundo tras segundo, en el traicionero «reloj» que nos hacía pensar en aquel momento. No sabíamos más ni menos. Realmente, nos dolía España, mi padre y el momento en sí; aunque nos tranquilizaba la certeza, según nos habían dicho, de que el Rey apoyaba y ordenaba tales hechos. Era un acto de servicio más, en un momento crítico, por el cual atravesaba nuestra Patria. Y pasó lo que toda España conoce y lo que los medios transmiten (aunque no con toda la veracidad que debieran). No voy a entrar en polémica... ni quiero, ni debo. Pero sí deseo aclarar algunos puntos que conozco, que siento míos y que viví con intensidad aquella noche. Y deseo hacerlo desde el sosiego, desde la paz que, cada día, me regala Cristo y desde la serena sabiduría de los años que te hacen asentar pasiones y discernir la verdad como realidad de la vida.

No voy a revelar nada del 23F, el silencio de mi padre me obliga a callar. Sin embargo, no puedo dejar en el olvido las grandezas de un gran hombre.

Es por ello que, ante las distintas informaciones y publicaciones de estos días en distintos medios de comunicación, quiero y deseo expresar lo siguiente: mi padre es un hombre de honor, fiel a sus principios religiosos y patrióticos; es coherente y sincero. Es un militar de los pies a la cabeza, consciente de sus responsabilidades, entregado a sus hombres. Es un hombre cumplidor, trabajador hasta el extremo, leal ante el significado de la palabra juramento y fiel al mismo. Es un hombre sereno, sencillo, disciplinado y amante de la verdad. No es violento, ni agresivo. Es templado, sensato, sereno, inteligente y capaz de discernir con coherencia una realidad aparentemente absurda e incoherente como parece que fue el 23F. Es un marido ejemplar. Un padre extraordinario. Un hombre excepcional. Un amigo fiel. Un español honorable y un cristiano sincero y veraz. Mi padre es mi padre. Me duele la falta de información y coherencia. Me duele ver cómo todos aprovechan el «silencio» de un hombre para intentar destruirle... quizá por miedo a su palabra... Me duelen tantos programas y tan poca veracidad...

Quiero a mi padre con locura. Es por ello que ruego y aliento a todos aquellos que creen en la libertad de expresión, para que sean tan audaces y coherentes como para publicar estas pobres palabras que tan sólo manifiestan los sentimientos de un hijo por su padre.

Un hijo que se siente orgulloso de su padre y de que éste se llame: Antonio Tejero Molina.

Ramón Tejero Díez "

12 de febrero de 2009

Caso Eluana. El valor de la vida.

Pensaba escribir sobre el caso de Eluana Englaro. Pero se me ha adelantado Enrique García- Maiquez con su magnífico artículo en el Diario de Sevilla, cuya lectura recomiendo vivamente y que suscribo de la cruz a la fecha. (para los legos en internet, basta con pinchar encima del nombre del autor)

Después, he leido en ABC la carta del padre de una "Eluana" española que confieso me emocionó y quiero transcribir aquí por el extraordinario valor de la misma:

Carta de un padre

«La noticia y la polémica desatada en Italia, con la enfermedad de la joven Eluana Englaro, me ha inducido a escribirle estas líneas. Adelanto que es sólo la opinión de un padre. No pretende polemizar ni menos dogmatizar sobre un tema delicado (quizá de conciencia), y respeto todas las decisiones familiares posibles. Tampoco quiero parangonar el caso de nuestra hija con ningún otro: ni todos los comas son iguales ni siquiera todas las gripes.

El coma de mi hija proviene de una enfermedad eminentemente social, una anorexia, que comenzó a los 15 años (5 años peregrinando por distintas clínicas) y que desembocó en tragedia. Lleva así 17 años; hoy ya tiene 37. No ve, no habla y se mantiene con una sonda nasal. Ha conservado parte de sus sentidos: oye música, la tranquiliza y le gusta. Huele el tomillo y la mejorama, que yo traigo del monte y deshecha los olores fuertes, como la piel de mandarina. Tiene tacto y le gusta que la besemos, que juntemos nuestras caras con la suya y se establezca un flujo de calorcito; que rasquemos con suavidad su cabeza y peinemos su brillante pelo castaño. Le gusta oír nuestras voces a su alrededor, y vuelve sus brillantes ojos negros hacia las mismas. No le gusta sentirse sola. Eso lo sabemos seguro; pero no sabemos más, ni tampoco los neurólogos.

Nuestra economía nos ha permitido hasta ahora cuidarla en casa, sobre todo con la ayuda de su hermana, que la adora. Hace unos meses iniciamos expediente para acogernos a la Ley de Dependencia, hasta ahora sin resultados.

Le hacemos gimnasia, la sentamos en una silla de ruedas, la sacamos para que tome aire cuando el tiempo es bueno. Pero el caso de Eluana Englaro nos ha conmovido.

Nuestra familia jamás le quitaría la sonda a Paula y solo de pensarlo se nos ponen los pelos de punta. No estoy hablando de religión ni de conciencia; estoy hablando de AMOR. Nuestra hija es la reina de la casa; la queremos con delirio, le cantamos villancicos en Navidad y le damos unas gotitas de champán. Este año un puñado de nieve recién recogida, para que sienta el frió en sus manos. Hemos tenido que prescindir de muchas cosas, pero ya no queremos recuperarlas, y menos a costa de nuestra «chiquilla».

Nos ha enseñado a ser felices con menos.

Con mi respeto para todos».

Juan Antonio T. M.

Sólo me queda asegurar que, al igual que el padre que escribe, sería incapaz de retirarle a una hija mía la alimentación que precisa para mantenerse unida a la vida. No estamos hablando de encarnizamientos terapéuticos ni de respiradores artificiales, sino de alimentación. Estamos hablando de un tema mucho más grave en el que los límites comienzan a estar difusos. ¿A partir de cuando y bajo qué circunstancias puede una persona negar su deber de alimentos a otra y dejarla morir con la anuencia de los poderes públicos?. No juzgo a nadie, pero me siento legitimado para alzar mi voz en defensa del verdadero valor de la vida humana que algunos parecen negar a aquellos que sufren graves limitaciones.

Y es que el auge de los "derechos humanos" y del proyecto "gran simio" viene acompañado de un gravísimo relativismo en cuanto al valor de la vida humana propio de las civilizaciones más decadentes.

LFU

8 de febrero de 2009

Málaga y Utrera Molina. Ya no queda recuerdo de tu olvido. (Cena homenaje 6 de febrero de 2009)


La noche del viernes tuvo el sabor intenso de lo irrepetible. Cerca de 600 malagueños respondieron con emocionante ilusión a la llamada de unos cuantos amigos de los de toda la vida, para demostrar a Pepe Utrera, en comunión con el poeta Manuel Alcántara y otros tantos, que Málaga no ha sucumbido a las garras del odio, del rencor y de la ingratitud. Fue el reencuentro de un hombre con la tierra que le vio nacer, que fue testigo de su trayectoria política de servicio a España y de sus desvelos por aquellos que no podían congraciarse con su patria porque carecían de pan y de justicia. El cálido abrazo de un paisaje que fue el de su primer amor y el de su primer dolor.

Fue una noche inolvidable que se encargó de borrar de un plumazo décadas de amargura en las que sólo el cariño de los que nada tenían que agradecer se encargaba de llenar el vacío de un olvido mecido en el viento de la indiferencia. Una noche en la que los que llevamos con orgullo su apellido sentimos de nuevo palpitar el corazón al ritmo de las olas que rompen "en el pecho del viejo acantilado".




Fue un derroche de amor, de lealtades y de lágrimas. Lágrimas de emoción y de alegría por un reencuentro durante tanto tiempo esperado. Y no fue una noche de reproches. Para nadie. A los que quisieron herirle nada les habría gustado más que recibir otro tanto en estériles improperios. Pero su odio sólo ha generado un torrente de cariño arrebatado que se desbordó en una noche mágica, que quedará para siempre en lo mejor nuestro recuerdo.



No quisiera citar a nadie porque sería injusto olvidar a otros. Mis hermanos y yo tenemos desde el viernes una deuda eterna de gratitud con la tierra de nuestros padres, con una Málaga que ayer dejó de ser madrastra para convertirse en una madre amparadora y agradecida. Pero para madres, la mía, que como malagueña ha sufrido más que nadie las espinas de su tierra y que ha vuelto a sentir de nuevo la alegría de sentirse otra vez acorde con su propia sangre.



Nada más. Sólo me queda recoger aquí, para los que no tuvieron la fortuna de estar allí, las palabras de agradecimiento (al menos las que preparó, para servir de base a su discurso) de nuestro padre, y anunciar que espero poder colgar también en breve la película de una noche tan especial.

Un abrazo y mi eterna gratitud para quienes hicieron posible una noche para el recuerdo.


LFU


Intervención de José Utrera Molina

Para dar vida a la vida, Dios ha creado la palabra. Y la palabra es siempre el sostén y la sangre del recuerdo. La palabra se corta en el fuego, se construye en el aire y se edifica en el cristal. Es todo y es nada, pero la palabra hoy a mí, me ha ofrecido el regreso a mi antigua alegría, que empieza concretamente a borrar con fuerza los restos de las penas antiguas.

Las palabras, unas veces te estallan en el corazón de la melancolía y te ayudan a vivir entre otras cosas el trozo lejano y tembloroso de la niñez; otras veces, son el único refugio del sentimiento, cuando la dictadura del silencio termina y en ocasiones constituyen la modesta acción humana que hace marchar las ruedas de nuestra propia historia e impulsar las rutas del camino y pienso que sin ellas no podría liberar mi conciencia que aún se vería atrapada por la pereza, por el vacío o por la nada.

Debo confesar que hablar esta noche supone para mí un penoso sacrificio. Creo recordar que afirmé con motivo de la presentación de la reedición de mi último libro, que yo soy ya un octogenario superviviente con canas y arrugas que comprende que la vejez tiene connotaciones poco gratas o tal vez demasiado tristes que exigen contra nuestra voluntad poner lágrimas donde ayer sólo había palabras, situar temblores donde en el pasado sólo existía la firmeza, cantar la nostalgia desalojando de las estancias del ayer cualquier nube oscura y a veces, sin pretenderlo en modo alguno, certificar la penosa derrota de la esperanza. En definitiva, me acomete sin embargo el temor de que la emoción acabe por ahogar mis palabras y me haga naufragar en el silencio.

No obstante, creo que tengo la obligación de aceptar este riesgo y que comprendo que la palabra, esta especie de aire estremecido, es el único medio adecuado de expresar mi gratitud.

Recuerdo ahora también lo que un filósofo francés escribió en cierta ocasión. Manifestó que había padecido desde edad muy temprana la odiosa esclavitud del agradecimiento.

Yo afirmo por supuesto a una abismal distancia de aquél genio literario lo contrario, es decir, que yo considero la gratitud como la gracia de una intimidad satisfecha, como la refrescante oxigenación de la memoria y el orgullo consolador de un sentimiento. En definitiva, un aire de paz tranquilizante en cuyo seno llegan a desvanecerse los dolores viejos, las amarguras antiguas, los recuerdos ingratos quitándole el lugar a la tentación de la venganza y de la ira.

Y he de empezar por mostrar mi reconocimiento a todos los que habéis acudido a esta cena de hermandad, celebrada en torno a un escrito profundo, definitivo y conmovedor que Manolo Alcántara, -mi gran amigo y mejor poeta- me ha dedicado recientemente con escandalosa y valiente generosidad. Le dije, cuando conocí el contenido de su artículo mágico, sonoro y doliente, que por primera vez me faltaban palabras para demostrarle todo lo que sentía – y era cierto - porque en el extenso diccionario de nuestra Lengua, no llegaba a encontrar aunque mi empeño era muy fuerte, frases y acentos que pudieran mostrar de forma inequívoca cual era la verdadera temperatura de mi sentimiento y el misterioso volumen de todo lo que en su presencia se estremecía en mi interior.

Gratitud a Julián Sesmero, a quien conozco y admiro desde hace muchos años, sobre todo en aquella época en que yo creía en el mar, en las rosas, en la rectitud de los caminos y cuando mi corazón tenía tantos sueños que me parecía imposible que salieran venciendo tantos párpados cerrados y aún no me cercaba la huella miserable de los días ennegrecidos por la maldad entre otras cosas, porque la aurora tenía demasiada claridad y su luz lo abarcaba todo.

Gratitud a tantos amigos y camaradas cuya enumeración haría interminable este acto, pero cuyo recuerdo aún saltan en mi memoria a veces a cada instante, rompiendo mi soledad, con la seguridad de que su aliento con su recuerdo encendido, habrán de acompañarme hasta el último día de mi vida.

Y por último, he de manifestar que la intención de mis palabras que sólo son ya un encuentro con mi sombra, no contienen acusación alguna, no son la expresión de argumentos defensivos, ni tan siquiera el producto de una queja, ni tampoco la señal de un justo rencor y ni mucho menos la expresión tardía liberadora de un oscuro resentimiento o la huella de una agravio contenido -son en primer término, la afirmación de mi identidad-. Soy el que fui y espero que Dios me ayude a no cambiar en el corto espacio que le resta a mi vida. Mi credo es muy sencillo y no me avergüenzo de haberlo ejercido, creo como ayer que la Patria es un destino, que la Nación es una forma de integración histórica y que la política no puede ser jamás objeto de tráfico o juego de mercadería y mucho menos, de oportunismo disfrazado de sonriente y falsa bondad. En definitiva, siempre he pensado que la desgracia de los decadentes es la pérdida de la fe en su propio pasado.

Hubo un tiempo, en que la provincia de Málaga creyó oportuno y generosamente que yo era acreedor de ser hijo predilecto suyo. Las palabras que resonaron aquél día en el Teatro Cervantes pronunciadas por el Presidente de la Diputación, estaban llenas de un afecto exagerado, posiblemente de una gratitud excesiva o de una ponderación de méritos sin apoyos suficientes o lo que es peor, eran el producto de una lisonja acomodaticia. Hoy aquellas palabras, constituyen sin duda el recuerdo de una claridad abandonada. Declaro por tanto que mis palabras -las mías-, no van a descalificar a nadie, puesto que más bien tendría que agradecer que el despojo de que he sido objeto ha producido milagrosamente un efecto contrario.

Las voces que yo creía muertas, han resucitado; las amistades que yo creía perdidas han recobrado una nueva fuerza; las miradas que yo estimaba eran ya indiferentes, han cobrado un fulgor extraño, animado y vibrante; las luces que yo creía apagadas, arden todavía aquí, y Málaga, que estaba alejada del espacio de mis más elevados sentimientos, retorna y su imagen vuelve a mí con sus plazas, sus rincones y sus calles como agarrándose a mi garganta, haciendo imposible incluso, que pueda decir todo lo que ahora siento e impidiendo por tanto, que me estalle el peso del alma en la sangre.

Y es que están aquí en Málaga y sería un grave pecado olvidarlo, las cenizas de mis padres, de mis hermanos, de mis amigos más entrañables y hoy siento que todos ellos me gritan desde sus tumbas y que parecen que se asoman a una balconada irreal y misteriosa, que me reconocen y que me miran y que me ofrecen desde el más allá sus manos invisibles y cordiales con las que me abrazaron tantas veces poniendo en vilo mi emoción y mi entereza. Siento pues, que tantos muertos no han desaparecido del todo y que el mar que en alguna ocasión yo creía que había perdido su color, de verlo y sentirlo tan lejano y oscuro, se vuelve hoy azul y transparente, cuando el viento en la copa de los pinos hace oír de nuevo el ruido de las olas. El aroma del aire que yo creí desvanecido, invade mi alma y llena de gozo todo mi ser completando y resumiendo el perfil de toda una vida. Los montes, que cercan el espacio del acontecer de esta tierra y que yo en mi infancia, recorrí tantas veces, se alzan sobre sus sombras, mientras que sus viejas piedras me saludan reconociéndome otra vez y llamándome familiarmente por mi nombre.

Creo pues, que amo profundamente a mis raíces y a mi tierra, con las que hoy me reconcilio. Confesar un amor, es siempre una ventura del alma porque a veces el hombre cree que ama y luego advierte entristecido, que sólo se quedó en la promesa de hacerlo. Yo aquí, ante vosotros, proclamo mi amor por Málaga, que ayer tal vez fuese maltratado y hoy lo hago en viva comunión con mi mujer, junto a ella, que siempre supo hacer el milagro de convertir mi desesperación en esperanza, mis muchas sombras en luces iluminadoras, mi paso cansado por la edad, por la fatiga y por el desengaño, por un vigor nuevo. Ella ha contribuido a que yo pudiera subir los caminos empinados de lo imposible, sin mirar hacia atrás, sin apoyarme en bastón alguno recogiendo el eco de las voces que parecían perdidas en el mañana.

En esta noche malagueña que sin duda marca un hito en la azarosa historia de mi vida, próximo ya a conocer otras fronteras y menos años, os doy las gracias a todos, singularmente a mis hijos, a mis nietos como no podía ser de otro modo y singularmente a mi yerno Alberto que me ha ofrecido con generosidad su abrazo, su entendimiento y su paz y como en tantas ocasiones se ha mostrado como un admirable ejemplo de caballerosidad y de dignidad inigualable y esto lo ha hecho aquí, junto a mí, en Málaga, en la Málaga que pobláis todos vosotros y que se alza esta noche ante mis ojos como fuente de su viento, como encendida realidad de mis sueños recobrados y que representa una cuerda mágicamente anudada entre el amor de ayer y la dicha de hoy y que resuena fuertemente en mi corazón junto al eco de las viejas campanas, cuyo sonido no se ha extinguido aún, aquellas que yo personalmente hice sonar con mis manos en la antigua iglesia de la Victoria, mi vieja parroquia, en los días limpios y lejanos de mi infancia primera.

4 de febrero de 2009

Como el cemento armado



Esta es la cara dura del infame, hace tan sólo un año, engañando sin inmutarse con tal de ganar las elecciones. Los ecalofriantes y trágicos datos del paro del mes de enero y las sombrías perspectivas económicas de España para los próximos años ponen al descubierto su desverguenza y la absoluta impotencia del ejecutivo ante una situación a la que en absoluto es ajena. Y la prueba está en el resto de los paises de nuestro entorno. Lo triste es que las encuestas nos demuestran que, todavía hoy, hay muchos millones de compatriotas que siguen dispuestos a creerle....lo que nos confirma que, como dice mi querido Gabirol, ZP no es sino el síntoma de una sociedad enferma y anestesiada.

LFU

2 de febrero de 2009

La España insolidaria


No me cuento entre los ingenuos que pensaban que el Tribunal Supremo frenaría las ansias (des)moralizantes del gobierno que padecemos, a través de la inicua asignatura denominada “Educación para la Ciudadanía”. Desde la desdichada Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985 que retorcía ad nauseam el artículo 122.3 de la Constitución, socialistas y populares se han servido de dicho poder del estado a su antojo sin el más mínimo rubor. El fallo del Tribunal Supremo es, por tanto, un reflejo de la lamentable politización de la justicia al servicio de la mayoría parlamentaria.

Pero el problema no es solo la existencia de una ley injusta –que lo es, no ya porque contravenga el derecho de los padres contenido en el artículo 27.3 de la Constitución, sino por que además se contrapone a la ley natural- sino la absoluta falta de solidaridad de una gran parte de la sociedad católica española que ha preferido mirar para otro lado, mientras unos cuantos miles de españoles decidían actuar en consecuencia con sus principios optando por la objeción de conciencia. Me refiero a quienes desde la tranquilidad de tener a sus hijos a buen recaudo en colegios privados y centros concertados de carácter religioso, han seguido la cobarde e insolidaria estrategia de la FERE: Estad tranquilos, que nosotros daremos la asignatura conforme a nuestro ideario. Eso, y a los que tienen la desgracia de tener que llevar a sus hijos a la escuela pública, que les vayan dando.

Este tipo de actitudes son muy propias de esa España que se deja avasallar y absolutamente inimaginable en la España “progresista” que no duda en echar mano de la insumisión, si hace falta, por muchísimo menos. Es difícil entender que en un tema tan grave como el de la educación de nuestros hijos, haya tanta gente que haga dejación de su responsabilidad y decida meter los pies en el brasero mientras contempla indiferente cómo echan a los leones a la mayor parte de los niños de la sociedad en la que sus hijos van a tener que vivir.

!Flaco favor le estamos haciendo a nuestros hijos si aguantamos impasibles que la mayor parte de su generación sea presa del nefasto adoctrinamiento preconizado por el infame!. Al final, como decía ayer Juaristi en un magnífico artículo, no nos quedará otro recurso que la desobediencia civil.

LFU

29 de enero de 2009

Pax marxista

"El significado de paz es la ausencia de oposición al socialismo."

Karl Marx (no lo sabe usted bien D. Carlos......en España gozamos hoy de una verdadera pax
marxista)

"la crisis actual demuestra la debilidad del capitalismo y otorga actualidad a Marx".
"Yo no trabajo, yo milito"

"yo hago dinero para servir a mis ideas"

Jaime Roures, ex militante de la Liga Comunista Revolucionaria y de la IV Internacional, Presidente de Mediapro y vocero del infame, en su patética entrevista al diario Liberàtion.

(Sin comentarios)

LFU