Reproduzco a continuación el artículo aparecido esta misma tarde en
El Semanal Digital firmado por el que fuera Director del Diario Ya, el periodista Rafael González:
Utrera MolinaA don José Utrera Molina hace tiempo que le vienen zahiriendo, ora desde el odio de las izquierdas antidemocráticas, ora desde la villanía del progresismo eccematoso. Hace unos días, Juan Manuel de Prada, publicaba en ABC un artículo titulado "Utrera Molina", elogiando su bonhomía y méritos frente a "unos politiquillos miserables que han acordado despojar a Utrera Molina del título de Hijo Predilecto de la ciudad de Málaga, amparándose en la aplicación de la Ley de (Des)Memoria Histórica con el voto favorable de los profesionales del odio y la inhibición de los representantes de la derecha, que una vez más vuelven a demostrar que son un hatajo de pusilánimes".
Pues bien, hace unos años, justamente el 4 de febrero de 1996, publiqué en el diario YA, de feliz recuerdo, siendo yo su director, un artículo también titulado "Utrera Molina", respondiendo a otros agravios que ya entonces le inferían algunos bribones al que fuera uno de los más leales, honrados y eficaces gobernadores civiles y ministros de los Gobiernos de Franco. La generosidad del director de El Semanal Digital, don Antonio Martín Beaumont, ha permitido la reproducción de aquel artículo. Dice así:
"He leído en ABC una carta firmada por los hijos de don José Utrera Molina. Son ocho, chicos y chicas. José Antonio, Margarita, María del Mar, Rocío, Reyes, Victoria, Luis Felipe y César. Estoy seguro de que cuando don José leyó esa carta tuvo que llorar de emoción y de alegría. ¡Cuántos no le envidiarían! Sólo los que han recibido la bendición de tener hijos así, que guardan el cuarto mandamiento y con naturalidad hacen protesta pública de ello, están capacitados para valorar semejante tesoro. Ése es el mejor antídoto y la mejor armadura contra cualquier veneno o contra cualquier puñalada que uno pueda recibir. Y don José Utrera Molina, sin comerlo ni beberlo, ha sido víctima, en su discreto retiro de la vida pública, de algunos ataques injustos derivados de los que, con razón o sin ella –que en eso no meto-, iban dirigidos contra su yerno, el presidente del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón.
"¿Y por qué entonces me meto en los que ha recibido don José Utrera Molina?, me preguntará el lector. Pues porque me considero deudor de él y deseo pagarle. Bien dice el refrán que "no hay cosa más pesada que una deuda recordada". Y yo me acuerdo de mi deuda cada vez que surge por algún motivo el nombre de Utrera Molina."
Conocí a don José Utrera cuando fui a Sevilla a dirigir El Correo de Andalucía. Él era el gobernador civil. Un gobernador civil de 1967 y jefe Provincial del Movimiento. ¡Casi nada! Y yo acaba de salir de las "trincheras" del semanario Signo. Éramos jóvenes, ambos muy convencidos y firmes en nuestras creencias, así que tanteábamos con cautela el terreno cada vez que nos hablábamos. Pero nunca nos miramos con odio, sino con muchísimo respeto e incluso con mutua admiración. Yo, desde luego, le admiraba a él. Y le admiraba por su tajante claridad. Era un español valiente, como extraído del siglo XVI, una copia de los que hicieron grande a España por todos los continentes. Pero mucho más admiraba el amor y el ahínco con que se afanaba en su tarea, siempre pensando en los trabajadores, en los más débiles, en los más necesitados.
Sevilla se caía. Se caía literalmente. Y el gobernador se dedicó a apuntalarla. Pero con nuevas viviendas, miles y miles de viviendas. No viviendas "dignas", que ya sabemos lo que eso significa, sino hermosas viviendas, barrios enteros de espléndidas viviendas. Estaba convencido de que la mejor manera de dignificar a las personas era dándoles un hogar. Y convenció a sus mejores colaboradores con esta teoría: "La mejor universidad es una vivienda". Se entregó a ello con tal entusiasmo que ahí está la Sevilla actual, que ya se ha olvidado de aquella Sevilla cochambrosa de los años sesentas. Por eso Sevilla le hizo hijo adoptivo y le entregó la medalla de oro.
Pero Utrera Molina no solamente hizo viviendas. La desbordante actividad de aquel incansable gobernador hacía frente a todos los problemas. Cierto que era fiel a una ideología sin futuro en la España que, utilizando su propia terminología, empezaba a amanecer. Pero por Levante, como tenía que ser, no por Poniente. Algunos, los más nobles (incluso líderes obreros, comunistas o socialistas, que ya emergían), supieron distinguir la ideología de la caballerosidad; y si detestaban su servicio a un régimen político que les privaba de las libertades, valoraban en cambio su honradez y le admiraban por su entrega entusiástica al servicio público.
De mi experiencia sevillana, que tantas heridas me produjo, no tengo conciencia de que recibiera ninguna de Utrera Molina. Al menos que me doliera. Él estaba en su papel y yo en el mío. Así que muchos años más tarde, en mayo de 1992, después de que él en la política y yo en el periodismo recorriéramos muy procelosas singladuras, me acordé de él y la llamé. Hacíamos entonces en YA una sección titulada ¿Dónde está?, dedicada a personalidades de cualquier actividad que hubieran sido muy notables y que ya no se hablara de ellas. Me interesé por él y le anuncié que remembraríamos su nombre en la mencionada sección. Lo que escribí de don José Utrera, sin firma, porque era una sección anónima, fue lo siguiente:
[Fiel hasta el último momento a su ideal político, viviendo con intenso romanticismo, sentido poético y gran preocupación social, tal día como hoy de 1974, proclamaba ante el Consejo Nacional del Movimiento, del que era vicepresidente: ´El Movimiento históricamente está justificado, pero su justificación tiene que ganarse todos los días sin desfiguraciones de ningún tipo´. Dieciocho años después, muchos jóvenes, pero mayores que él cuando se inició en política, no saben que "movida" era aquel Movimiento."
[Utrera Molina fue el primer ministro de Franco que no había hecho la guerra. Nacido en 1926 en Málaga, en marzo de 1937 ingresó en las Falanges Juveniles de Franco. A los 24 años ya era subjefe provincial del Movimiento, a los 28 gobernador civil de Ciudad Real, a continuación de Burgos y de Sevilla; subsecretario de Trabajo con Licinio de la Fuente, ministro de la Vivienda y, a la muerte de Franco, ministro secretario general del Movimiento. Un año después, en noviembre de 1976, Utrera Molina votó "no" a la Ley de Reforma Política, lo que no le impidió encabezar la lista de AP al Senado por la provincia de Málaga en las primeras elecciones democráticas, en junio de 1977. Pero no resultó elegido. Planeta le editó un libro de memorias, Sin cambiar de bandera, y en la actualidad se dedica al ejercicio de la abogacía".]
"Lo que se publicó en YA (24 de mayo de 1992) no fue esto. Pero no porque los enanos y duendes de la imprenta gastaran una de sus sarcásticas bromas, sino porque otros, con poderes para ello, introdujeron estúpidos cambios hirientes. Cuando yo leí aquella mañana de domingo el periódico no sufrí un infarto porque hace años que me mantengo permanentemente digitalizado. Preocupación de mi cardiólogo. Pero mi mujer notó que me cambiaba la color. Telefoneé rápidamente. Don José no estaba en casa. Había ido a bautizar a un nieto, hijo de María del Mar y de Alberto Ruiz-Gallardón. Acudí a un amigo común, para que fuera testigo e intermediario y diera fe de la indignación que yo sentía por el agravio que se había perpetrado, del que yo no sólo era ajeno, sino víctima. Fue valiosísima esa mediación para dejar las cosas claras, aunque ya Utrera Molina me había enderezado postalmente su opinión por aquel comportamiento, que tenía toda la razón del mundo para calificar de vileza. Me telefoneó y me pidió que rompiera sin leer su misiva cuando la recibiera. Quedamos a tomar café. Lo tomamos plácidamente un mediodía primaveral en La Castellana madrileña. Hablamos de muchas cosas. Seguía siendo el Utrera Molina que había conocido en Sevilla. El mismo que una vez, sin abandonar nuestras posiciones de "combate", después de reprocharme en su despacho que había sido informado de que yo recibí en el mío, la tarde anterior, a una comisión del rojerío sevillano, presidida por Eduardo Saborido, se le iluminaron los ojos cuando le repliqué:
-¿Y para eso necesita usted la Policía? Son los mismos que usted recibió por la mañana. Ahí vienen sus nombres, en su periódico (el del Movimiento), en la sección Visitar al gobernador civil. Son los mismos que recibió el cardenal Bueno Monreal al mediodía, los mismos que visitaron a los directores de los periódicos por la tarde. Son trabajadores que luchan por sus derechos y desean hacerse oír y que sus problemas sean conocidos por la sociedad. Nada más legítimo.
Un hombre tan cabal no podía ser insensible a semejante evidencia. Aquella mañana Utrera Molina tuvo un gesto que no olvidaré. Seguramente él no lo recordará, pero yo sí. El gobernador me leyó un soneto, un hermoso soneto que había compuesto la noche anterior. Descubrí en aquel momento al poeta. No necesité leer, muchos años después, este juicio de Manuel Alcántara: "No en vano es Utrera un poeta algo vergonzante que quizá por un exceso de pudor mantiene inéditos poemas admirables".
En aquel café de La Castellana quedamos otra vez amigos. Y me dedicó su libro Sin cambiar de bandera. La dedicatoria dice así: "Para mi amigo Rafael González Rodríguez(-Rojas), que con nobleza y dignidad fue espuela crítica de mi gestión en el Gobierno Civil de Sevilla, a quien dedico con afecto estas páginas escritas con dolor y que explican el porqué de no haber cambiado de bandera. Con un abrazo, mi admiración y mi amistad. José Utrera. En Madrid, mayo de 1992.
Tenía esa deuda con don José. No la contraje yo, ciertamente; pero me vi involucrado en el agravio. Aquellas descalificaciones e injustas líneas quedaron sin rectificar. Los meridionales no olvidamos fácilmente ni para lo bueno ni para lo malo, y yo necesitaba librarme de esa espina. Ahora que puedo pagar la deuda que contrajo YA lo hago con júbilo. La hermosa carta de los ocho hijos de don José Utrera Molina en ABC -José Antonio, Margarita, María del Mar, Rocío, Reyes, Victoria, Luis Felipe y César- ha sido, periodísticamente hablando, una excelente percha que yo debía aprovechar. La ocasión la estaba pacientemente esperando.
Rafael González Rojas