Lamentable y decepcionante el desliz del líder de la oposición Mariano Rajoy, calificando de "coñazo" e irónicamente de "plan apasionante" el desfile del día de la Fiesta Nacional.
Mi gran afición por los desfiles y demás actos castrenses -sin duda reflejo de mi respeto y admiración hacia la milicia- no me impide sin embargo comprender que éstos no sean del agrado de todos.
Comprendo perfectamente que al Sr. Rajoy no le gusten mucho los desfiles y que prefiera pasar el domingo en el jardín de su casa con sus niños o montando en bicicleta. Pero mientras represente a más de diez millones de votos y aspire a presidir el gobierno de la Nación, debe, por lo menos, guardar las formas y demostrar algo de respeto por la Nación que representa y pretende dirigir y por los españoles, que le pagan el sueldo para que, entre otras cosas, acuda a dichos actos en su representación.
El Sr. Rajoy -y de paso su partido- ha quedado ya incapacitado, si no seriamente comprometido para afearle al infame su equívoco concepto de Nación y su ligereza al poner en peligro su unidad con el proceso de reforma de los Estatutos. Aunque algunos no lo quieran ver, a cada crítica de este tipo que provenga del PP -por ejemplo, el cumplimiento de la ley de banderas en Cataluña y el país vasco-, el argumentario socialista ya le ha clavado la respuesta, que hará sin duda alusión al descriptible apego de su lider por la Nación y sus símbolos.
El domingo, mientras veía a los miles de personas que se agolpaban en las aceras de la Castellana para ver la parada militar, sin tribuna, en quinta fila y con sus niños en hombros, trataba de imaginar lo que debían pensar del Sr. Rajoy, sentado cómodamente en su tribuna preferente, presenciando el "coñazo" de desfile.
Los símbolos de una Nación son muy importantes, al exteriorizar y hacer visibles los sentimientos de pertenencia a una gran Nación como España. Por eso es doblemente grave el desliz de Rajoy, precisamente por lo que representa de indolencia y de hipocresía.
LFU