La magnífica bitácora de Enrique Baltanás "Al margen de los días" nos ofrece hoy, desde la tierra de María Santísima, un comentario sensacional
"Para Bibiana"
El día en que hombres y mujeres consigan ser iguales (cosa que a Bibi le parece deseable y perseguible y, por lo visto, conseguible), ¡el mundo será tan aburrido!
Y haceunos días, reflexionaba sobre la esquizofrenia paranoide que envuelve a la turbia atmósfera nacional merced a la vesania, el odio, la revancha y la irresponsabilidad de un presidente como el que padecemos.
Del callejero
Al Excelentísimo Señor don José Utrera Molina, cuyas ideas políticas ni he compartido nunca ni probablemente compartiré jamás, pero de cuyo patriotismo y hombría de bien albergo pocas dudas, se le puede quitar la calle que tenía dedicada en Sevilla, ciudad de la que fue Gobernador civil, desde hace muchos años. Como también se la quieren quitar a don José Lora Tamayo y a otros muchos... no se sabe bien por qué ni para qué.
En cambio, las calles dedicadas a los pistoleros de la ETA pueden seguir ahí, incluso con las bendiciones de la Audiencia Nacional.
Que me aspen si lo entiendo.
Gracias Enrique, por la parte que me toca y por mantener al día tu espléndida tribuna.
LFU
"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
15 de julio de 2008
11 de julio de 2008
Sobre la amistad
Hay muchas formas de describir esa profunda identificación entre dos seres humanos. Decía Lord Byron que la amistad es el amor pero sin sus alas. El diccionario de la Real Academia Española la define bien como Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Y es que los calificativos "puro" y "desinteresado" son consustanciales a la amistad verdadera.
Y el poeta Julio Martínez Mesanza, a quien sigo ocasionalmente en su magnífico blog "Cuestiones Naturales", gracias a la referencia de mi amigo DAL, lo hace emocionadamente en unos magníficos versos que hoy quiero destacar:
DE AMICITIA
A José del Río Mons
Si tuviese al justo de enemigo,
sería la justicia mi enemiga.
A tu lado en el campo victorioso
y junto a ti estaré cuando el fracaso.
Tus palabras tendrán tumba en mi oído.
Celebraré el primero tu alegría.
Aunque el fraude mi espada no consienta,
engañaremos juntos si te place.
Saquearemos juntos si lo quieres,
aunque mucho la sangre me repugne.
Tus rivales ya son rivales míos:
mañana el mar inmenso nos espera.
De "Europa" 1986
Julio Martinez Mesanza
9 de julio de 2008
Contra la anestesia de la mayoría
La Universidad Católica de Valencia ha colgado en la web de su observatorio de Bioética http://www.observatoriobioetica.com/, un vídeo decisivo sobre el aborto, un inexistente "derecho" que el infame pretende reactivar y ampliar para dejar al partido popular -envuelto en sus contradicciones e incapaz de adoptar una postura clara- con el paso cambiado. Se llama “No mires para otro lado”. Advierto que las imágenes son tan brutales como lo es la propia realidad del aborto.
Como sé que la mayoría de vosotros preferirá no verlo, mi amigo DAL me envía unos versos de Miguel D'Ors que no tienen desperdicio:
LECCIONES DE HISTORIA
(La larga marcha hacia ninguna parte)
(…)
V.
La segunda mitad del siglo XX
proclamó la bandera de la paz y de la vida
la vida de Mick Jagger,
la vida de Alí Agca, la de Charles
Manson, la de Bokassa,
la de José Rodríguez, son sagradas;
la vida de las focas y la de las sequoias
y hasta la vida de los vietnamitas
son sagradas, etcétera…
Muy bien, señores, pero
mientras el Universo se llenaba
de palomitas rosas, mientras todos ustedes
hacían el amor y no la guerra,
en cada útero un Auschwitz, un Dachau, un Stalin,
un Führer, un Vietnam, un Paracuellos,
un negro y fiero bombardeo.
Todo legal, no sufra, todo a cargo
de la Seguridad Social, naturalmente.
Cinco, veinte, sesenta millones, ochocientos
millones de personas –Dios lleva cuenta exacta–
asfixiadas, quemadas, trituradas
(con absoluta higiene y música ambiental
para que nadie diga).
Yo he escuchado sus llantos diminutos,
he visto sus milímetros de espanto,
sus deditos de leche desvalida
moviéndose en el cubo funerario.
Yo levanto estos versos como un volcán de rabia
y grito a las estrellas
que el mayor genocidio de este planeta fue
la segunda mitad del siglo XX
Miguel d’Ors, Es cielo y es azul, 1984
Es un deber moral de todos y cada uno de nosotros, llamar a la conciencia de la gente sobre lo terrible de la realidad del aborto. En este caso, los avances de la ciencia no han hecho sino dejar al descubierto una realidad que muchos quieren esconder. Y no hay excepciones que valgan para justificar el asesinato de un ser humano. Por eso resulta especialmente sangrante que en la emisora de la Conferencia Episcopal, un enano miserable que presume de ateo, esté ahora predicando la defensa de los tres supuestos actuales de la ley despenalizadora, utilizando una demagogia inadmisible. Cosas veredes...
LFU
Como sé que la mayoría de vosotros preferirá no verlo, mi amigo DAL me envía unos versos de Miguel D'Ors que no tienen desperdicio:
LECCIONES DE HISTORIA
(La larga marcha hacia ninguna parte)
(…)
V.
La segunda mitad del siglo XX
proclamó la bandera de la paz y de la vida
la vida de Mick Jagger,
la vida de Alí Agca, la de Charles
Manson, la de Bokassa,
la de José Rodríguez, son sagradas;
la vida de las focas y la de las sequoias
y hasta la vida de los vietnamitas
son sagradas, etcétera…
Muy bien, señores, pero
mientras el Universo se llenaba
de palomitas rosas, mientras todos ustedes
hacían el amor y no la guerra,
en cada útero un Auschwitz, un Dachau, un Stalin,
un Führer, un Vietnam, un Paracuellos,
un negro y fiero bombardeo.
Todo legal, no sufra, todo a cargo
de la Seguridad Social, naturalmente.
Cinco, veinte, sesenta millones, ochocientos
millones de personas –Dios lleva cuenta exacta–
asfixiadas, quemadas, trituradas
(con absoluta higiene y música ambiental
para que nadie diga).
Yo he escuchado sus llantos diminutos,
he visto sus milímetros de espanto,
sus deditos de leche desvalida
moviéndose en el cubo funerario.
Yo levanto estos versos como un volcán de rabia
y grito a las estrellas
que el mayor genocidio de este planeta fue
la segunda mitad del siglo XX
Miguel d’Ors, Es cielo y es azul, 1984
Es un deber moral de todos y cada uno de nosotros, llamar a la conciencia de la gente sobre lo terrible de la realidad del aborto. En este caso, los avances de la ciencia no han hecho sino dejar al descubierto una realidad que muchos quieren esconder. Y no hay excepciones que valgan para justificar el asesinato de un ser humano. Por eso resulta especialmente sangrante que en la emisora de la Conferencia Episcopal, un enano miserable que presume de ateo, esté ahora predicando la defensa de los tres supuestos actuales de la ley despenalizadora, utilizando una demagogia inadmisible. Cosas veredes...
LFU
8 de julio de 2008
Ministerio de Igualdad
Siguiendo la inveterada costumbre española, muchos se han tomado a chanza la creación por el infame del Ministerio de Igualdad, poniendo al frente del mismo a una jovencita de 31 años cuyo exiguo currículo dificilmente pasaría el filtro del menos exigente departamento de recursos humanos.
Pero la broma deja de tener gracia cuando se conoce que el insólito departamento cuenta con una dotación presupuestaria de casi 5 millones de euros anuales, que pagamos todos los españoles con nuestros impuestos.
Resulta grotesco -como apuntaba mi hermana Rocío el pasado viernes en la cena- que sea precisamente el gobierno de la historia de España que más desigualdad ha fomentado entre los diversos territorios de España, y por ende, entre los españoles de cada región, a base de alentar las ansias nacionalistas de unos y otros, el que haya decidido crear un Ministerio con ese nombre. Si la intención fuera buena, el presupuesto se le quedaría corto porque no hay nadie capaz de desfacer los entuertos que la irresponsabilidad del infame ha creado en cuanto a se refiere a la igualdad de los españoles ante la ley. Entre otras cosas, podría ocuparse en garantizar a los niños de Cataluña que la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de dicha Comunidad, que ordena a la Generalidad que se imparta el número legal de horas lectivas en lengua española, se va a cumplir, a pesar de la insoportable chulería del Gobierno autonómico anunciando que se pasa por el forro de sus verguenzas dicha Sentencia.
Podría ocuparse de que cualquier español tenga garantizada la escolarización de sus hijos en lengua española en cualquier lugar de España, algo que parece ciertamente complicado explicar a un extranjero, siendo el castellano la lengua común de los españoles.
Podría ocuparse de que los embriones humanos puedan alcanzar un nivel de protección similar a la de los simios o chimpancés, ahora que hasta en la emisora de la conferencia episcopal española se defiende con desparpajo el aborto en algunos supuestos por parte del enano presentador estrella y sus corifeos, mientras en el parlamento los señores diputados se empeñan en ser los primeros en promulgar la declaración de los derechos del mono.
Pero, por el momento, la Ministra podría empezar por taparse la boca con un esparadrapo y dejar de dar coces al español como lo ha hecho hasta ahora. Me molesta profundamente la soberbia de una "personaja" que pretende que el resto de los españoles (¿o españolos y españolas?) hablemos tan mal como ella nuestra lengua común. Ya está bien con que pretendan meternos con calzador la ideología de género, y que tengan cinco millones de euros para ello, para que encima quieran convertirnos en ignorantes enciclopédicos como ellos. Ni miembras ni leches. Ni policíos ni imbécilas.
La sombra del infame es alargada. Y su ministra de igualdad, una desgracia.
LFU
2 de julio de 2008
La embriaguez del nacionalismo
En el año 1898, un miserable llamado Sabino Arana envió un telegrama de felicitación al Presidente estadounidense Mckinley tras la derrota de la escuadra española en Cuba. Por este motivo fue condenado a prisión. Es decir, la postración de una España derrotada y humillada no impidió que aquél canalla recibiese su merecido.
Ridau y Urkullu, Urkullu y Ridau, dos gilipollas sin remedio, decidieron apoyar a la selección alemana de fútbol en la final que enfrentaba a ésta con España. No pudieron, sin embargo, completar su felonía y felicitar al presidente alemán, porque España no dio cuartel a los teutones en un memorable partido. Y encima tuvieron que soportar el estruendo de sus compatriotas celebrando con banderas españolas el triunfo de la selección, por las calles de Bilbao y Barcelona.
¡Lástima que la gilipollez de estos dos miserables no encaje en ninguno de los tipos penales de nuestro Código!
LFU
25 de junio de 2008
Presentación de "Sin cambiar de bandera"
(Para todos los que quisieron pero no pudieron asistir a la presentación, he decidido reproducir aquí las palabras de mi intervención en la misma, sintiendo mucho no poder hacer lo mismo con las palabras llenas de valentía y nobleza pronunciadas por el Alcalde de Madrid y por el broche de oro que, sobreponiéndose a tanta emoción, puso mi padre al acto con un torrente de voz vibrante, joven y, como siempre, apasionada)
Presentación “Sin cambiar de bandera”
24 de junio de 2008
Quiero decir, antes de nada, que me llena de orgullo y satisfacción que el autor de Sin Cambiar de Bandera –que antes lo fue de mis días- me haya permitido participar en la presentación de este libro, que es para mí como un hermano pequeño –puesto que, como yo, lleva la sangre de su autor en cada palabra- que va a confirmar la alternativa con la misma fuerza pero con renovada ilusión diecinueve años después de su primera publicación.
Agradezco además tener la oportunidad de compartir cartel con dos espadas de primera fila como son nuestro entrañable amigo y gran poeta Rafael de Penagos, cuya voz inconfundible está unida a lo mejor del cine universal y mi querido Alcalde Alberto Ruiz-Gallardón que en un noble gesto que le honra ha querido intervenir hoy aquí y que de alguna forma trae la representación de la “familia política” en el mejor sentido de la palabra.
No puede presentarse por tanto mejor ocasión para dar público cumplimiento al cuarto mandamiento de la ley de Dios, sin duda entre todos, el de más fácil y agradecido cumplimiento.
Me cabe el inmenso honor y la gran responsabilidad de traer hoy aquí la voz de los ocho hijos y de los dieciocho nietos de Pepe Utrera y cómo no, de su mujer, de nuestra madre, sin cuyo apoyo, entrega, sacrificio y renuncia jamás hubiera sido posible la limpia singladura que se narra en estas páginas. Por esta razón quiero limitarme a hablar de mi padre como persona, porque sin demérito de sus virtudes como político –prefiero decir como servidor público- y como escritor, ha sido y es un ejemplo permanente de conducta que constituye el mejor legado que podría nadie dejar a los que llevan con orgullo su apellido.
En las páginas de este libro, escrito con el corazón – o como suele decir su autor, con su propia sangre- y desde la serenidad de quien puede mirar atrás con la íntima satisfacción del deber cumplido, se agolpan multitud de anécdotas y vivencias que forman ya parte de la tradición oral y la memoria compartida de una familia. Pero hay una de ellas que pertenece a lo más profundo y vertebral de mis recuerdos por tener la fortuna de haberla vivido en primera persona.
Una tarde del mes de diciembre de 1974 quiso mi padre –consciente de lo irrepetible de la ocasión- llevarme con él al Palacio del Pardo para que tuviera la ocasión de saludar al Caudillo al final de uno de sus despachos con el Jefe del Estado. Mis recuerdos de aquella tarde son dispersos y propios de la mente de un niño de seis años, pero conservo nítido e intacto el recuerdo de las últimas palabras que Francisco Franco me dirigió al despedirse de mí. Poniéndome la mano en el hombro, me dijo: “sólo te pido una cosa: que seas tan bueno como tu padre”. Ignoro qué extraño mecanismo haría que una frase tan sencilla en apariencia quedase como recuerdo indeleble de aquella jornada.
Sólo después de muchos años he podido entender al fin, que aquellas palabras –pronunciadas meses antes de su muerte- eran la muestra de gratitud de quien comenzaba a sentir el dolor de la soledad y el sabor amargo de la deserción, hacia alguien que le había demostrado una lealtad sincera precisamente cuando eran legión los que comenzaban a abandonar un barco en el que habían navegado bajo su capitanía con holgada comodidad.
La otra anécdota que quiero referir aquí se remonta a la etapa de mi padre como Gobernador Civil de Sevilla. Tras una visita a Sevilla del Capitán General Muñoz Grandes en la que mi padre puso todo su empeño en que se restañasen definitivamente las heridas de un agrio enfrentamiento mantenido en su presencia entre D. Agustín y un ilustre compañero de armas, el entonces Vicepresidente del Gobierno, antes de subir la escalerilla del avión cogió a mi madre del brazo y en un aparte le preguntó: “Oye, ¿tu marido es bueno?. Mi madre, perpleja ante tan insólita pregunta acertó a contestarle que, en su opinión sí que lo era. A lo que Muñoz Grandes le espetó: “Pues si no lo es, ha conseguido engañarnos a ti y a mí.”.
Estas dos anécdotas tienen en común la percepción de dos personajes diferentes sobre una de las virtudes que hoy quiero destacar de mi padre: Su enorme bondad y su incapacidad metafísica de enfadarse. Y es que, aún a riesgo de ruborizarle, cualquiera que haya tenido ocasión de conocer a José Utrera Molina sabe que ésa es una de sus señas de identidad. Dice mi mujer –poco dada a la desmesura en el elogio- que jamás ha conocido un hombre tan bueno como él. Yo debo confesar, sin rubor alguno, que tampoco y que para mí constituye una exigencia permanente de conducta seguir su ejemplo, pues está escrito que nadie es más rico que quien todo lo da y a fe que mi padre es millonario en afectos pues para todos ha tenido siempre abierto el corazón.
Otra de las virtudes que adornan al autor de este libro –quizás la más conocida y la que impregna desde el título a la coda del mismo- es la lealtad. Decía Ortega que la lealtad es la distancia más corta entre dos corazones y mi padre desde muy joven decidió unir el suyo al de dos hombres que han marcado su vida política y su trayectoria vital: José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco.
Lealtad al pensamiento de José Antonio. Una lealtad que impregnó su juventud de poesía y de estilo; de dolorido amor a España y de espíritu de servicio y que convirtió su quehacer político en una búsqueda incesante de la justicia social; una justicia social en cuya ausencia debe buscarse una de las principales causas del trágico enfrentamiento entre los españoles. Una contienda que truncó dramáticamente la infancia de los de su generación -la de los niños de la guerra-; que sufrió en primera persona al sentir el drama de la división en el seno de su propia familia y que sin duda influyó en que mi padre hiciera de la reconciliación entre los hijos de los que mataron y los hijos de los que murieron, no una vacua proclama sino una constante y una realidad tangible a lo largo de toda su trayectoria vital.
Lealtad a su viejo y único capitán: Francisco Franco, a quien sirvió siempre con orgullo y honestidad. Con enorme admiración, pero al mismo tiempo con infinita alergia hacia la adulación que le dispensaban muchos otros que acabaron vendiendo su alma por treinta monedas tan pronto como la losa de granito selló su última morada. Un Francisco Franco que aparece retratado en las páginas de este libro como un hombre extraordinariamente cercano y sensible, y muy alejado de la burda manipulación y desfiguración de la que ha sido objeto desde su muerte, cuyo emocionado abrazo y petición postrera, en la primavera de 1975, en el que me atrevería a decir que constituye uno de los pasajes más dramáticos y a la vez mejor trabados de este libro, daría finalmente nombre a sus páginas: “Sólo le pido que no cambie; que continúe fiel a los ideales que ha servido. Una lealtad como la suya no es frecuente.”
Y finalmente, dignidad. Porque fue mucho lo que le ofrecieron a cambio de demasiado. Con cuarenta y nueve años y una carga familiar tan numerosa no dudó un instante en renunciar a la componenda y al compromiso utilitario cuando muchos corrían a alistarse en las filas de la apostasía, para evitar sufrir el oprobio que se adivinaba para los que no estaban dispuestos a abjurar de sus lealtades.
No quiso ejercer de capitán araña, consciente de su responsabilidad ante quienes había arrastrado en su trayectoria política y ante su propia conciencia. Prefirió seguir fiel a si mismo rechazando tentadoras recompensas por dejar de serlo.
Decidió no confundirse con el paisaje ni alistarse en la nutrida cofradía del silencio. Y todo ello lo hizo con amargura por la carga de desilusión de tantas lealtades abandonadas, pero sin asomo alguno de rencor.
Y pronto se convirtió en una de las pocas voces que durante estos últimos treinta y tres años no han conocido el desaliento a la hora de reivindicar la verdad de una época de la Historia de España que tuvo, como todas sus luces y sus sombras, pero que ha sufrido como pocas la infamia, la manipulación y la mentira.
Una España que debiera ser juzgada sin complejos, desde la ecuanimidad que otorga la distancia y nunca desde el odio y la revancha y en la que gracias al trabajo, al sacrificio y a la labor apasionada de muchos hombres como mi padre se hizo posible el sueño de la paz y de la reconciliación. Un sueño ahora de nuevo amenazado por quienes siguen empeñados en reabrir otra vez las heridas que hace setenta años sembraron de dolor y sangre nuestra Patria. Los mismos hace tan sólo unos días decidieron borrar el nombre de Utrera Molina del callejero de Sevilla como si pudiese borrarse tan fácilmente el trabajo, la dedicación y la entrega apasionada que durante nueve mágicos años regaló mi padre a la tierra que me vio nacer.
Voy a terminar: Dios, que nunca le ha abandonado en su camino –que no ha sido precisamente fácil y ligero-, le ha concedido la dicha de contemplar, rodeado de su mujer, de todos sus hijos y sus nietos, cómo su libro, renacido de las cenizas cual Ave Fénix, vuelve a levantar, después de veinte años, el vuelo eterno de una palabra que será para siempre un ejemplo de amor, de lealtad y de esperanza.
Muchas gracias.
Decidió no confundirse con el paisaje ni alistarse en la nutrida cofradía del silencio. Y todo ello lo hizo con amargura por la carga de desilusión de tantas lealtades abandonadas, pero sin asomo alguno de rencor.
Y pronto se convirtió en una de las pocas voces que durante estos últimos treinta y tres años no han conocido el desaliento a la hora de reivindicar la verdad de una época de la Historia de España que tuvo, como todas sus luces y sus sombras, pero que ha sufrido como pocas la infamia, la manipulación y la mentira.
Una España que debiera ser juzgada sin complejos, desde la ecuanimidad que otorga la distancia y nunca desde el odio y la revancha y en la que gracias al trabajo, al sacrificio y a la labor apasionada de muchos hombres como mi padre se hizo posible el sueño de la paz y de la reconciliación. Un sueño ahora de nuevo amenazado por quienes siguen empeñados en reabrir otra vez las heridas que hace setenta años sembraron de dolor y sangre nuestra Patria. Los mismos hace tan sólo unos días decidieron borrar el nombre de Utrera Molina del callejero de Sevilla como si pudiese borrarse tan fácilmente el trabajo, la dedicación y la entrega apasionada que durante nueve mágicos años regaló mi padre a la tierra que me vio nacer.
Voy a terminar: Dios, que nunca le ha abandonado en su camino –que no ha sido precisamente fácil y ligero-, le ha concedido la dicha de contemplar, rodeado de su mujer, de todos sus hijos y sus nietos, cómo su libro, renacido de las cenizas cual Ave Fénix, vuelve a levantar, después de veinte años, el vuelo eterno de una palabra que será para siempre un ejemplo de amor, de lealtad y de esperanza.
Muchas gracias.
Luis Felipe Utrera-Molina Gómez
19 de junio de 2008
Memoria histórica
Gracias a la magnífica labor de El empecinado en Youtube, podemos contemplar una España diferente de la que nos cuentan. Tan sólo un ejemplo....en Barcelona y en coche descubierto. Increíble, pero cierto.
LFU
LFU
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