Mi querido RRG inicia hoy con éste artículo sobre David Lean, una sección dedicada al séptimo arte, que confío tenga continuidad en el futuro rompiendo así el excesivo personalismo de esta tribuna.
El 25 de marzo de 2008 se cumplieron 100 años del nacimiento del último de los maestros clásicos, David Lean (Croydon, Gran Bretaña, 1908- Londres, 1991). Estudió en Laighton Park. Dirigió su primera película, Sangre, sudor y lágrimas, gracias a la oportunidad que le brindó Noel Coward quien le dio un consejo que estuvo presente en toda su carrera: “Haz lo que te guste; pero si lo que hagas no gusta al público, márchate del mundo del espectáculo”. Mucho antes trabajó en el cine como ayudante de operador y, más tarde, como montador. Entre sus grandes éxitos se encuentran clásicos del cine como: El puente sobre el río Kwai, (1957), Lawrence de Arabia (1962) o Doctor Zhivago (1965) pero es en su faceta más intimista donde es más interesante su trabajo, como en la espectacular Breve encuentro (1945). Obtuvo, entre otros muchos, los Oscar a mejor película y mejor director en 1957 y 1962 con El puente sobre el río Kwai y Lawrence de Arabia.
Sabiendo que su voluntad debía imponerse a las demás, luchó contra productores, guionistas y actores para conseguir hacer realidad lo que previamente había creado en su cabeza. Los lugares exóticos y desquiciantes complicaban y encarecían los rodajes; su enfermizo perfeccionismo los retrasaba, pero los resultados siempre merecían la pena. Sam Spiegel colaboró como productor en más de una ocasión con David Lean y sus conocidos afirmaban que las batallan entre ambos alcanzaban, en sus mejores momentos, tintes épicos. Fue Robert Bolt, guionista de Lawrence de Arabia quien definió la relación como “un choque continuo de monstruos egomaníacos, dedicados a derrochar energía como dinosaurios y a verter en la arena ríos de dinero”. Existen pocas escenas que tengan más fuerza visual que la lenta aparición en la lejanía de Omar Sharif cabalgando en su camello para llegar y matar, sin mediar palabra, al reciente amigo de Lawrence, Peter O´Toole. Decía Platón que “Si uno sabe algo, uno sabe todo y por ello, una de dos: o uno lo sabe todo o uno no sabe nada.” En esto reside la racionalidad, es decir, si uno aprende a pensar y a razonar en un caso concreto está en condiciones de aprender y razonar en todos los casos, y, como consecuencia, o uno sabe cómo razonar y puede saber de todo, o no sabe y no puede saber de nada. Adolfo Castilla razona que “La sabiduría es saber utilizar la mente; no tiene nada que ver con el conocimiento”.
David Lean lo sabía todo o, por lo menos, lo sabía todo respecto al cine. Encontró la fórmula para gustar haciendo lo que le gustaba. Aprendió a fusionar el cine comercial con el cine de autor, ejerciendo una influencia muy significativa en directores posteriores como Steven Spielberg o Francis Ford Coppola. No es casualidad que sus superproducciones no se hayan quedado estancadas y desfasadas como la mayoría de sus contemporáneas. En sus películas, el dibujo de los personajes se hace desde dentro, desde sus pensamientos y sus sensaciones, convirtiendo los mitos en humanos. Sus protagonistas suelen ser “genios” admirados y respetados por sus semejantes pero que se sienten perdidos y desgraciados entre todos ellos. Su éxito reside en realizar en un fondo visual espectacular y un estudio intimista de sus personajes dotando a la película de una intensidad dramática inigualable. No digo que David Lean fuera el primero ni el único en hacer esto, pero sí que consiguió trasladar esta “línea narrativa” a películas de aparente corte comercial. Es precisamente esto lo que diferencia sus películas de las demás y lo que le convierte en el último maestro clásico.
RRG