Hacían falta todos los esfuerzos y todos los sacrificios. Los cuatro años de crispación, sectarismo, mentira e ineptitud que ha sufrido España con el gobierno de Rodríguez Zapatero nos convocaban a todos los que amamos a esta gran Nación a un esfuerzo colectivo por decir "basta ya" apoyando la única alternativa política capaz de derrotarle, aún sabiendo que tampoco de ahí saldría nuestra España.
Cualquiera con algo de sentido común y ecuanimidad sabe que Alberto Ruiz-Gallardón ha demostrado su enorme capacidad de concitar un importante apoyo popular incluso fuera de su propio partido. Ha demostrado con creces una capacidad de gestión sobresaliente y ha evitado caer en la tentación del sectarismo que siempre se ha criticado a la izquierda, lo que le ha valido no pocos desprecios en su propio partido.
Ha cometido también no pocos errores, como todo el que tiene la ambición y la responsabilidad de tomar decisiones. Son muchas las discrepancias que en el plano ideológico me separan de Alberto Ruiz Gallardón y no ha sido infrecuente mi decepción ante algunas de sus actitudes, pues creo que ha pecado, como otros muchos en su partido, de no pocos complejos ante una izquierda pletórica de orgullo por su oscura historia y ávida de revancha, cuyo espíritu jacobino no soporta la lejanía del poder. Pero por conocerle bien desde hace ya muchos años, puedo asegurar que su amor a España no obedece a ningún género de impostura, y trasciende a cualquier clase de "patriotismo constitucional" recientemente formulado. Me consta que su intención, quizás torpemente formulada, era limpia porque es consciente del peligro que para España representa una nueva legislatura socialista.
Creo sinceramente que su presencia en las listas del Partido Popular en las próximas elecciones generales hubiera sumado mucho más de lo que dicen que habría restado. El Partido popular no anda sobrado de apoyos y no puede permitirse el lujo de prescindir de uno de sus principales activos. Pero, una vez más, el aparato del partido ha preferido mirarse al ombligo en lugar de tomar el pulso de la sociedad. No ha primado el interés de España, sino el del partido y, muy concretamente, el de una Esperanza Aguirre que debería explicar algún día las verdaderas razones de sus oscuras maniobras para evitar que el Alcalde figurase en las listas, poniendo en bandeja al Partido Socialista a un sector del electorado de centro que nunca se verá arrastrado por lo que representa la Presidenta.
Aguirre estará a estas horas saboreando las mieles de "su" victoria. Rajoy, que ha demostrado una vez más su debilidad, se habrá quitado un peso de encima demasiado alegremente. Pero mucho me temo que España terminará por pasarles algún día a los dos la factura de su colosal miopía, que muy probablemente, terminaremos pagando todos los demás.
LFU