"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO

18 de julio de 2017

"Agresión al 18 de julio" por José Utrera Molina

(Rescato de la hemeroteca este artículo, publicado hace 36 años, por su indudable calidad y su rabiosa actualidad. Lo único que ha quedado superado por los acontecimientos es el título, puesto que el 18 de julio se ha convertido en una fecha no agredida, sino anatemizada, salvo para cobrar la paga extraordinaria, claro)

AGRESIÓN AL 18 DE JULIO
(publicado en El Alcázar, 18 de julio de 1981)



El destierro a la memoria de que hablaba don Miguel de Unamuno es sin duda el riesgo temerario del recuerdo. Por eso tuve desde siempre un radical desacuerdo con los que hacían de los aniversarios plataformas habituales de proclamación política, convirtiéndolos en territorios de recreación retórica, en refugio de nostalgias o en amparo de añoranzas  y de melancolías.

Pero hay ocasiones en que es preciso y necesario recordar, hay circunstancias en que el recuerdo se convierte en exigencia ética, en deber de conciencia, en compromiso moral,  en demanda inesquivable, en urgente requerimiento.  Ocurre esto cuando  peligra la verdad  que un día honestamente  defendimos, cuando secuestra  un hecho y se manipula con su intención, cuando se desnaturaliza la historia y se falsifica y corrompe la naturaleza  de la realidad,  alterando sensiblemente su nominación  y su espíritu, cuando  se descalifica y se injuria, cuando se menosprecia  y no se respeta un caudal de sacrificio y de heroísmo.

Pienso que cuando esto ocurre, conmemorar  no es tan sólo volver a pasar por la memoria sino también volver a recorrer el corazón, dar testimonio de fidelidad, levantar justamente la voz para responder serenamente a los agravios y ofrecer claramente nuestra voluntad para combatir sin miedo la deformación y la injusticia.

En estos días presenciamos  una ofensiva de determinados medios de comunicación  social –convertidos en habituales vehículos de la difamación,  de la calumnia y del resentimiento –con el propósito de alterar la significación histórica y política del 18  de julio de 1936.  Lo que fue el inicio de un afanoso y fecundo proceso  de  reconstrucción   nacional,  se presenta como  una fecha sombría, como un hecho vergonzoso,  como un acto indigno, como  una  traición a la llamada representación democrática.  No se hace mención de la podredumbre de un sistema que cayó derribado  por sus propias culpas, por la falsificación de su esencia,  por la esterilidad de su representación social y política y por el atentado  que supuso  su radical empeño de desmembración y de sometimiento a poderes extraños que operaron  a extramuros  de los intereses nacionales.

Ante esta siniestra manipulación,  ante  este vil y despiadado ataque no podemos permanecer en silencio. Callar no sería otra cosa que replegarse cobardemente, con dimisión humillante de nuestro  propio honor  y dignidad.  Dejo a un lado la repugnancia  que siento ante  los que  fueron  durante  muchos años fervorosos apologistas  del Movimiento Nacional del 18 de julio y que hoy permanecen mudos, con sus plumas, y sus palabras clausuradas, por el miedo a perder beneficios, a abandonar  privilegios, a cesar en los consejos de administración  o a comprometer su seguridad  personal.

 Para nosotros, el 18 de julio no fue la voluntad de perpetuar un enfrentamiento, sino el comienzo de una  nueva era en la que pudieran  integrarse las razones dolientes del alma partida de España, en un común impulso de superación de pasadas  y amargas diferencias, fue un emocionante  proyecto popular que sin duda en parte se frustró después  por egoísmos  inconfesables,  por mercaderes  y por arribistas de toda especie.

El 18 de julio no fue un movimiento de clase, ni el triunfo de una tendencia partidista, sino el reencuentro con nuestro destino  nacional  en tantas  ocasiones malogrado,  el levantamiento de un pueblo que  no quiso morir estrangulado  por la tiranía del marxismo, la heroica y ejemplar decisión de un Ejército que quiso impedir la desmembración de España, y la voluntad joven, ardiente y revolucionaria de emprender todos juntos un nuevo camino  de sincera y auténtica  participación  popular, una vez probada  de forma evidente la esterilidad partitocrática.

Las razones de 18 de julio fueron lícitas; no se combatió una legalidad,  la legalidad se había  derrumbado ella misma. De aquella fecha arrancó una etapa histórica que tuvo, como toda obra  humana,  errores,  defectos  y equivocaciones, pero  que ofrece sin embargo en su conjunto un balance colosalmente positivo. Los españoles sintieron la alegría del reencuentro con una incitante tarea colectiva, donde se armonizó la libertad con la autoridad  para preparar  una vida democrática sin artificios y una convivencia civilizada en un marco sereno  de diálogo y no en un plano de beligerancia y de disputa.  El orden social mejoró con el desarrollo económico y el impulso industrial fue uno de los más vigorosos y espectaculares que ha conocido el mundo occidental. España recuperó su impulso vital, su memoria  su ambición histórica, de ser mediatizados por Europa, pasamos a tener  prestigio, independencia y dignidad, sobre todo respeto, en extensos ámbitos internacionales.

Resulta paradójico, pues, que desde determinadas posiciones del régimen actual se ejerza la crítica demoledora  del sistema anterior, cuando el vigente no puede ofrecer nada más que  un panorama desolador,  donde,  podrida  la libertad, sólo prospera la injusticia, la zafiedad, el mal gusto, el desbarajuste social, la disgregación y el desencanto.

Desde muy calificados y penetrantes medios  de comunicación social se aniquilan los fundamentos de la sociedad,  se caricaturizan nuestras tradiciones, se hace burla y escarnio de nuestras creencias religiosas, se atenta descaradamente contra la institución familiar, se presentan  como lógicas, normales y deseables  las mayores  aberraciones sexuales,  se fomenta  la prostitución y se destruye con un sarcasmo  que estremece  la misma esencia del amor. Lo cierto es, y acaso lo más penoso, que  nos encontramos indefensos ante esta invasión negadora de todo principio moral.

Evito también  referirme a los que, hoy enemigos y adversarios, pero correligionarios  ayer, situados  en  puestos oficiales de preminencia,  no sólo callan sus antiguos fervores, sino que contribuyen con sus conductas y con sus actuaciones  a la desmembración de España y, por lo tanto, a abatir la razón integradora de aquella fecha, porque creo que tarde o temprano serán juzgados implacablemente por el rotundo juicio de la Historia. En estas circunstancias yo sólo me limito, porque no estoy habituado  a mudar de creencias, a dar testimonio de mi lealtad y a no renunciar, aunque  las circunstancias sean adversas, al compromiso  histórico que suscribí ante mismo y al juramento que  un día presté de defender unos principios poniendo a Dios por testigo.

Yo no escribo hoy del 18 de julio de 1936 con memoria de protagonista. Por razones de edad no participé en aquella contienda y, por lo tanto, no me refiero a ella a través de vivencias de luchador y de combatiente. No tengo, pues, recuerdos de riscos conquistados o de trincheras defendidas, escribo tan sólo con la memoria de la paz y de la concordia, con entera fidelidad  a un propósito  de entendimiento y de solidaridad  entre todos los españoles.

Muchos de los hombres de mi generación entendimos con generosidad  la significación de aquella fecha. No hubo jamás en nosotros descalificación de los hombres que se enfrentaron en trincheras distintas ni el menos asomo de agresividad a los que resultaron vencidos en aquel conflicto fraterno, ni por supuesto la más ligera condena  dialéctica a los que defendieron con valor y nobleza sus propios ideales. Hubo, por el contrario, un enorme respeto por el caudal de decisión y de brío que los combatientes de una y otra parte demostraron.

Cabe preguntarse, ¿qué oscuro, tenebroso e inconfesable proyecto se esconde detrás de estas campañas? Sólo cabe una respuesta coherente: se intenta la destrucción de todo un orden moral, la mutilación de toda vertiente espiritualista, la siembra del rencor y del odio, la negación, en definitiva, del respeto a la dignidad y a la libertad del hombre.

Estamos en presencia de una profunda crisis económica, de una escandalosa elevación del gasto público,  la unidad  de España  se resquebraja,  se grita la independencia  en el Nou Camp de Barcelona, en Vizcaya se suceden  las demandas de autodeterminación y en Navarra, puño  en alto en la plaza de toros, se insulta al Ejército y se canta  la canción del soldado  vasco. La representación social baja,  mientras se eleva a la más alta cota el terrorismo, que es, sin duda, el más grave de Europa. Se falsea la democracia y paso a paso perdemos el pudor histórico y ganamos en indignidad colectiva. Se desconocen  las reglas morales, se rompe sistemáticamente nuestro destino comunitario, no hay el menor respeto a los grupos divergentes, los grandes valores de nuestra historia se ridiculizan, España se desvertebra, prospera el enfrentamiento sobre el diálogo responsable, se acentúan los conflictos entre el poder central y las autonomías, progresan las diferencias entre el ejecutivo y el legislativo, se señalan diferencias entre políticos y Fuerzas Armadas, entre Policía y Poder Judicial. Todo es provisional, indeciso e inseguro, y la vida política está llena de peligrosas incongruencias.

Y yo me pregunto, ¿desde este miserable haber histórico, desde esta evidente realidad, se puede denostar una época que fue fecunda en realizaciones y envilecer su sustancia ideológica propiciadora de fraterna solidaridad, con falsedades y calumnias?

Desde esta confortable perspectiva, ¿se tiene legitimidad moral para mancillar el honor del 18 de julio?


José Utrera Molina





17 de julio de 2017

Martín Villa: Roma no paga traidores

La revocación por la Cámara Criminal y Correccional Federal de Buenos Aires de la orden de detención de Rodolfo Martín Villa decretada en su día por la jueza Servini supone un éxito procesal del campeón mundial del travestismo político que le permitirá viajar por el mundo sin temor a ser detenido, pero que le hunde aún más en el lodazal de la historia por la indignidad que implica su sumisión a los tribunales argentinos.

La Corte atiende los argumentos de la defensa de Martín Villa y considera que la juez Servini no tuvo en cuenta a la hora de imputarle por delitos de lesa humanidad las circunstancias distintivas” de estos hechos, el “espacio temporal” en que ocurrieron y “el contexto que los rodeó”. En definitiva, más que la orden internacional de detención, mucho me temo que lo que más le dolía a Martín Villa es que le metiesen en el mismo saco que a otros ministros “franquistas” porque naturalmente, él nada tenía que ver con ellos, ni con las causas por las que de forma tan arbitraria se les atribuían.
 
Resultaba un ejemplo paradigmático de justicia poética que uno de los más conspicuos y notables traidores al régimen que le encumbró y permitió progresar en política fuese acusado de franquista, 40 años después de su traición. Es como si a Bruto se le acusase de ser partidario de Julio César años después de apuñalarle por la espalda.

Pues bien, Rodolfo Martín Villa, aquél joven azul que batió todos los récords mundiales de disfrutar de un coche oficial, que cantaba el cara al sol levantando el brazo con ardor meses antes de cerdear a la muerte de Franco para seguir pisando las mullidas alfombras de la administración, renegando de todo lo que había sido hasta cinco minutos antes, está libre de órdenes de detención, a cambio de rebajarse en su dignidad como español al someterse de forma vergonzante a la jurisdicción de los tribunales argentinos con todo lo que ello significa.

Nada de ser solidario con Fernando Suárez, Utrera Molina y demás vestigios franquistas que supieron mantener intacta su dignidad negándose a reconocer la jurisdicción de una jueza prevaricadora extranjera al servicio del prevaricador Garzón que únicamente buscaba reabrir una causa general contra el franquismo, saltándose a la torera el Tratado de Extradición entre España y Argentina y quebrantando de forma grosera la legalidad española que prohibe el enjuiciamiento de hechos como los que eran objeto de acusación. Nada de repudiar la burda acusación dirigida contra unos dignos miembros del gobierno por la ejecución de un asesino terrorista tras un proceso judicial.  

No le hubiese costado nada mantener una postura elegante y digna, pero ha elegido defender su trasero y procurar que no le confundan con aquellos de los que de forma tan pública y notoria abjuró en su día buscando el propio provecho. Por el momento  ha conseguido una pírrica victoria -que no le servirá para congraciarse con quienes le persiguen- pero la historia no será benévola con él, por una escandalosa y vergonzante mudanza y, finalmente, por faltar groseramente a la dignidad de una Nación que no merece la utilización fraudulenta de la justicia internacional por quienes desde los tribunales de un país extranjero están al servicio de quienes no tienen otra meta que el odio y la falsificación de nuestra historia.

Desde aquí, sólo puedo hacerle llegar mi tristeza e indignación como español y mi advertencia: Roma no paga traidores. 


LFU    

12 de julio de 2017

El PSOE y el asesinato de Calvo Sotelo

 "En su última intervención parlamentaria, acaecida el 1 de julio, las constantes interrupciones e insultos le obligaron a abandonar el uso de la palabra, y fue ese mismo día cuando pudo escucharse decir al diputado del PSOE, Angel Galarza: «Pensando en Su Señoría, encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida». Reprendido por Martínez Barrio, quien mandó retirar la amenaza del Diario de Sesiones, Galarza respondió: «Esas palabras, que en el Diario de Sesiones no figurarán, el país las conocerá y nos dirá a todos si es legítima o no la violencia».

La noche del 12 de julio, cuando se dirigía hacia el madrileño cuartel de Pontejos, caía asesinado el teniente de Asalto José Castillo, que se había distinguido en la represión violenta de varias manifestaciones derechistas. Según la versión que ha quedado en el imaginario colectivo, la indignación de sus compañeros de cuerpo fue tal que optaron por trasladarse al domicilio de Calvo Sotelo y asesinarle como represalia. Pero no fue así.

La furgoneta número 17 no salió de Pontejos a las órdenes de un oficial de Asalto, sino a las de Fernando Condés, capitán de la Guardia Civil e instructor de la motorizada (grupo de acción socialista que servía de escolta a Prieto). Dentro de la misma, además de varios guardias de Asalto, iba al menos media docena de militantes del PSOE, y una vez efectuada la detención no fue un guardia de Asalto, sino un guardaespaldas de Prieto, Luis Cuenca, quien le asesinó a sangre fría.

Sin embargo, lo peor, lo que demuestra hasta qué punto el régimen republicano había dejado de ser un Estado de Derecho, es lo sucedido posteriormente. A las ocho de la mañana uno de los asesinos informaba del crimen al diputado del PSOE y director de El Socialista, Julián Zugazagoitia, que llamó de inmediato a Prieto para ponerle en antecedentes. Media hora más tarde, otro diputado socialista, Vidarte, recibía una llamada de Condés, que se había refugiado en la sede del PSOE en la calle Ferraz, adonde le convocó con urgencia para informarle de primera mano.

Indalecio Prieto, plenamente consciente de que Calvo Sotelo había sido asesinado por miembros de su escolta, compareció el día 15 ante la diputación permanente de las Cortes y calificó el hecho de «desmán de la fuerza pública». Al salir, encontró a Condés junto a la redacción de El Socialista y le recriminó su conducta.

Merece la pena recapitular sobre lo que llevamos escrito. Amenazado de muerte por el diputado socialista Angel Galarza (que posteriormente, siendo ministro de la República, no dudó en afirmar que «el asesinato de Calvo Sotelo me produjo un sentimiento [...] el sentimiento de no haber participado en su ejecución»), Calvo Sotelo fue sacado de su casa por militantes del PSOE, protegidos por guardias de Asalto que, tras asesinarle, contaron el crimen al menos a tres diputados socialistas que en vez de denunciarles optaron por encubrirles. No creo que sean necesarias muchas más reflexiones para convencernos de la anormalidad del régimen republicano en 1936, anormalidad que había sido denunciada múltiples veces por José Calvo Sotelo.

Cabía que ante el asesinato de uno de los jefes de la oposición el Gobierno tomara medidas extraordinarias para mantener el orden y detener a los culpables. Tal vez fuera la última oportunidad de evitar el alzamiento, pues es posible que muchos militares lo habrían considerado innecesario si el Gobierno hubiera encabezado una reacción ejemplar. Fue una ocasión perdida. En los días inmediatos al crimen, las clausuradas no fueron las sedes del PSOE, sino las de Renovación Española, cuyos militantes, así como los de otros grupos de derechas, fueron encarcelados a mansalva mientras los asesinos de su correligionario se paseaban impunemente por las calles de Madrid."

Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera, catedrático de Historia Contemporánea y autor del libro José Calvo Sotelo (EL MUNDO, 13/07/06)

[José Calvo Sotelo fue asesinado en Madrid el 13 de julio de 1936]

5 de julio de 2017

Soneto. Por Francisco Correal

SONETO
FRANCISCO CORREAL
24 abril 2017 (Diario de Sevilla)

Hoy no me llamará para darme las gracias por este artículo. Puede que otros me llamen para recriminarme que lo haya escrito. Con su descanso eterno igual también descansan los que hace un tiempo emprendieron una tabarra contra José Utrera Molina para que retirasen todo símbolo que recordara su paso por la política, incluso por este mundo que llenó de hijos y, por lo visto, de muy buenos amigos. Entre los mejores, el decano de los articulistas, Manolo Alcántara, omnipresente en dedicatorias, poemas y objetos en la casa que Utrera Molina tenía en Nerja y donde fui a entrevistarlo en febrero de 2013. "Yo le sigo llamando José Utrera / a querer lo que siempre se ha querido", escribe Alcántara en un soneto con el que su destinatario cerraba el libro Sin cambiar de bandera que me regaló dedicado al final de aquel encuentro.
Conocí a Utrera Molina gracias a la memoria histórica. A partir de una pista que me facilitó el historiador Juan Ortiz Villalba para dar con Pepita Barbero, hija de Emilio Barbero, concejal del Ayuntamiento de Sevilla asesinado la misma noche del 10 al 11 de agosto de 1936 en el kilómetro 4 de la carretera de Carmona en la que fusilaron a Blas Infante. Di con Pepita Barbero en su casa de la calle Jamaica del barrio de Heliópolis y justo cuando se cumplían 75 años de la muerte de su padre me contaba en el periódico que no quería morirse sin tener la ocasión de darle las gracias a José Utrera Molina. Siendo ministro de Vivienda, puso todos los medios para que a la huérfana de Emilio Barbero no la echaran de la casa en la que nació y de la que un día de julio del 36 se llevaron a su padre para matarlo. Cuando leyó la historia, Utrera Molina me llamó por teléfono para que le pusiera en contacto con aquella mujer. Me encantó propiciar aquel abrazo entre las dos Españas.

He oído que el motivo para borrarlo del callejero fueron sus crímenes de guerra. Hijo de su tiempo, no me cabe duda de que como gobernador civil, igual que facilitó vivienda a muchas familias afectadas por la riada del Tamarguillo, fue implacable con sindicalistas y con la incipiente izquierda curtida en las fábricas y en las aulas. Pero Utrera tenía diez años recién cumplidos cuando Franco volteó la República. No estará en el callejero, pero sigue en el soneto de su amigo Manuel Alcántara.

3 de julio de 2017

Mi Pepe Utrera. Por Manuel Alcántara

MI PEPE UTRERA
MANUEL ALCÁNTARA
23 abril 201701:02 (Diario SUR)

Hay gente que se muere y otra que se nos muere y nos mutila con su ausencia. El excelentísimo señor don José Utrera Molina, que conocía muchas cosas, jamás conoció el rencor. Era bueno por naturaleza, no por ejercicio de la bondad. Quiero recordarle ahora, de vuelta de Nerja, donde he ido a decirle un adiós que se parece mucho a un hasta pronto. Creía él en algunas cosas, sobre todo en la lealtad, y yo no creo en ninguna, ni siquiera en los leales. De niños, paseábamos los dos por la calle de la Victoria, que debe su nombre no a ningún episodio bélico, aproximadamente interminable, sino a la Virgen María, de la que nos aseguraban que hay que seguir creyendo, no sin correr para ponernos a prudente distancia. Los dos éramos inocentes, pero yo siempre tendí al descreimiento o a esa segunda inocencia que consiste en no creer en nada, sobre todo en las promesas de otra vida, que sin duda será mejor, si es verdad que no se parece a esta más que en algunas cosas.
Dejando a un lado «la metafísica de las amapolas», quiero recordar, o sea, a volver a pasar por el corazón, al mejor de los amigos imaginable, que es por un donativo de los volubles dioses, el que precisamente he tenido. No me ha sido negado, después de tantas carencias, el llamado 'don de lágrimas', pero es una lata tratar de impedir que salgan, con el duelo, corriendo, y ya no estamos, cerca de los 90 años, para hacer esfuerzos. Nos llamábamos por teléfono todos los días, unas veces él y otras yo. Lo que más le dolía a este malagueño era que Sevilla, su bien amada Sevilla, le hubiera quitado el nombramiento de 'Hijo Predilecto'. Lo que se da no se quita, pero ya sabemos cómo es Santa Rita y cómo son los concejales, según el turno que les corresponda. Le quitaron los honores, pero no el honor. Así son las cosas, mientras los jueces condenen otros saqueos. No dan abasto, los pobres.



30 de junio de 2017

El horrible martirio del Beato malagueño Juan Duarte

Juan Duarte Martín nació en Yunquera (Málaga) el 17 de marzo de 1912 y fue ordenado Diácono en la Catedral de Málaga, el 6 de marzo de 1936.

Su detención ocurrió el 7 de noviembre de 1936, por la delación de alguien que, tras un registro fallido llevado a cabo en su casa, le vio asomarse a una pequeña ventana para respirar aire puro después de varias horas, sin luz ni ventilación, en una pequeña pocilga que le había servido de escondite.

Cuando los milicianos pegaron en la puerta, sólo se encontraban en casa su madre y él, pues de sus hermanas dos habían ido al campo para lavar la ropa y la otra, la más pequeña, Carmen, se encontraba aprendiendo a bordar para confeccionarle la cinta con la que sus padres atarían las manos de Juan en su ordenación sacerdotal.

De su casa le llevaron al calabozo municipal, y de allí, con los otros dos seminaristas, José Merino y Miguel Díaz, sobre las cuatro de la tarde, lo trasladaron a El Burgo, donde quedaron sus dos compañeros, martirizados en la noche del 7 al 8, mientras Juan fue llevado, por la carretera de Ardales, hasta Álora.

En Álora, fue llevado primeramente a una posada y, después, a la Garipola o calabozo municipal, en el que durante varios días fue sometido a torturas sin cuento, con las que pretendían forzarle a blasfemar. Pero él siempre respondía: "¡Viva el Corazón de Jesús!" o "¡Viva Cristo Rey!".

Las torturas y humillaciones a las que fue sometido en la Garipola fueron muy variadas: desde palizas diarias, introducción de cañas bajo las uñas, aplicación de corriente eléctrica en su genitales, (en una ocasión llegó a avisar que el cable se habría debido desconectar de la batería, porque no sentía la corriente) hasta paseos por las calles entre burlas y bofetadas con el mismo objetivo. De cómo se desarrollaban estos paseos hay testimonios de varios familiares y amigos, ya difuntos.

La buena gente de Álora vivió la pasión de Juan Duarte como la de un hijo o hermano muy querido. Fueron muchos los que deseaban que aquel sufrimiento, aquella insoportable muerte lenta acabase de una vez. Algún bienintencionado llegó a hablar con él para convencerle y que cediera en su actitud.

De la Garipola lo llevaron a la cárcel, que entonces se encontraba en la Plaza Baja, hoy Plaza de la Iglesia. Allí se inició el sádico proceso de mortificación, psíquico y físico, que habría de llevarle al fin hasta la muerte.

Empezó este proceso introduciendo en su celda a una muchacha de 16 años, con la misión expresa de seducirle y aparentar luego que la había violado. Como este atropello no dio el resultado apetecido, uno de los milicianos, con la colaboración de otros, se acercó a la cárcel y con una navaja de afeitar le castró y entregó sus testículos a la tal muchacha, que los paseó por el pueblo.

Realizada esta salvaje acción, cuando Juan Duarte recuperó el conocimiento, sólo preguntaba a los demás presos que estaban en la misma celda: "Pero, ¿qué me han hecho, qué me han hecho?".

Como la indignación de mucha gente de Álora aumentaba por días y la actitud de Juan Duarte se hacía más provocadora –pues con serenidad preguntaba a sus verdugos si no se daban cuenta de que lo que le hacían a él se lo estaban haciendo al Señor–, los dirigentes del Comité decidieron acabar con él proporcionándole una muerte horrenda.

Esta muerte se llevó a cabo en la noche del día 15 de noviembre. Lo bajaron al Arroyo Bujía, a kilómetro y medio de la estación de Álora, y allí a unos diez metros del puente de la carretera, lo tumbaron en el suelo y con un machete lo abrieron en canal de abajo a arriba, le llenaron de gasolina el vientre y el estómago y luego le prendieron fuego.

Durante este último tormento, Juan Duarte sólo decía: "Yo os perdono y pido que Dios os perdone... ¡Viva Cristo Rey!".

Las últimas palabras que salieron de su boca con los ojos bien abiertos y mirando al cielo fueron: "¡Ya lo estoy viendo... ya lo estoy viendo!".

Los mismos que intervinieron en su muerte contaron luego en el pueblo que uno de ellos le interpeló: "¿Qué estás viendo tú?". Y acto seguido, le descargó su pistola en la cabeza.

Pocos meses después, el 3 de mayo, su padre, hermanos y otros familiares se presentaron en Álora para exhumar su cuerpo, fácil de encontrar bajo la arena, pues había sido enterrado por unos vecinos a tan poca profundidad que su hermano José, como él mismo contó, con sólo escarbar con sus manos, topó enseguida con sus restos.

Una mujer, que estuvo presente en aquella exhumación y que lo vio todo, refirió que su sangre no aparecía como derramada en su ropa, sino cuajada formando bolas, lo que viene a confirmar que fue, efectivamente, quemado después de abrirle el vientre y el estómago.

Su cadáver fue trasladado al cementerio de Yunquera, donde estuvo hasta su traslado al templo parroquial. Fue Beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007.

Fuente:  http://beatojuanduarte.blogspot.com.es/
"Mártires por su fe". Jesús Bastante. La Esfera de los libros, 2010.


15 de junio de 2017

50 años del realojo de once familias en la calle Teodosio 101 de Sevilla


Hace 50 años, un gobernador civil, José Utrera Molina logró el realojo de once familias sevillanas desahuciadas tras pasar la noche con ellas.  

Recién llegado de viaje fue informado de que once familias habían sido desahuciadas en la calle Teodosio de Sevilla y sus muebles y enseres puestos en la calle por orden judicial. A las 10 de la noche se trasladó allí y consiguió que el Presidente de la Audiencia Territorial accediese a reabrir los hogares para que pudiesen dormir en sus casas hasta que pudieron ser realojadas en viviendas de nueva construcción.  

Rescato de su archivo esta curiosa fotografía correspondiente a la madrugada del 23 de mayo de 1967. 

Esa es la verdadera Memoria histórica de Andalucía. 

A este gobernador, el ayuntamiento de Sevilla le ha quitado por unanimidad una calle. Eso es ingratitud.

6 de junio de 2017

Lucero para Pepe Utrera. Por Antonio Burgos

Lucero para Pepe Utrera
Antonio Burgos
23 abril 2017 (Diario ABC)

Murió cara al sol, mirando al mar de su Málaga natal, soñando en una España mejor a sus 91 años. Murió sin cambiar de bandera, por muchos cargos que le hubieren ofrecido en esta España chaquetera que se muda de ideología más que de camisa. La suya siguió siempre siendo azul mahón, bordada en rojo ayer con cinco flechas como cinco rosas en memoria de los camaradas caídos, como Julio Herce Perelló, fundador de Falange en la Universidad de Sevilla. Era un caballero a carta cabal. Un hombre íntegro en aquella España desarrollista del Seiscientos, el apartamento en Benidorm y la protocorrupción de Matesa. Fue administrador honradísimo hasta del último céntimo del dinero público que manejó como gobernador o ministro. Y al final de sus días, le puso a su España de primaveras rientes el nombre de Sevilla, de la nostalgia de una ciudad donde fue joven padre, enamorado y feliz. Me honraba con sus llamadas de teléfono, desde Madrid o Nerja. Y una de las últimas veces que hablamos, me confesó con su emoción de poeta lo que podía haber sido un título de Romero Murube, que también fue, como servidor, su oponente cuando estaba en el poder, en todo el poder del Régimen en la ciudad:
-- Cuando esté el borde de la muerte, mis últimos pensamientos y mis últimas palabras serán para Sevilla.
Sevilla en los labios. La que llevaba en el corazón desde que la sirvió como gobernador en años más que difíciles, los del hambre y los corrales; la castigada por el Tamarguillo, "chiquito pero matón", en la riada de noviembre de 1961. Estoy hablando del excelentísimo señor don José Utrera Molina; que en Sevilla se escribía así, pero se pronunciaba "Pepe Utrera". Hay, por cierto, una errata en su esquela de ayer en el ABC. Pone: "Subió al cielo en Nerja". No subió al cielo. Pepe Utrera, como buen falangista, se fue al lucero que Dios le tenía reservado, como en su himno. Para que desde allí siga haciendo guardia por España, que falta nos hace. Desde ese lucero, generoso como siempre, en servicio como toda su vida, habrá perdonado a los que hicieron que se desbordara contra él un Tamarguillo de odio, de revancha, de resentimiento, quitándole todos los recuerdos de Sevilla agradecida, incluso con el cobarde voto favorable del PP, que me consta tanto le dolió. Los revanchistas le habrán quitado todos los honores ciudadanos, pero el que nunca le podrán arrebatar es el honor de español, de andaluz, de malagueño, de sevillano, de patriota. Triste España, lamentable Sevilla donde quisieron borrar de la Historia el nombre de Pepe Utrera precisamente aquellos a los que como gobernador les dio un piso en el Polígono o en tantas nuevas barriadas. Indigna que la venganza contra Utrera la tomaran los hijos y nietos de sus beneficiarios, los 125.000 sevillanos (una quinta parte de la población de 1961) afectados por una riada del Tamarguillo que hizo que se perdieran 30.176 hogares y quedaran afectados 1.128 edificios. Con toda justicia, su hijo Luis Felipe le ha escrito: "Para ti, el poder era sólo la oportunidad para hacer posible los sueños de muchos. Muchos recuerdan aún las noches en vela que pasaste con los afectados por las inundaciones de Sevilla que se quedaron sin hogar hasta que desde los despachos de Madrid se dieron cuenta que no ibas a cejar en tu empeño. Podrán quitar tu nombre de las calles pero jamás la gratitud de tantos miles de familias a las que procuraste una vivienda digna, escuelas para sus hijos, y tantas y tantas cosas que no cabrían en un libro." Como no cabría en un libro que no le tembló la mano al suspender una corrida de toros para no engañar al público. O no cabría su amistad con Pepe Luis Vázquez. Pero sí quiero que quepan sus versos de poeta, dignos del estudio de Mainer, "Falange y Literatura". Me distinguió con el dedicado ejemplar 42 de la edición no venal de las 200 copias de sus "14 sonetos" (1997). Hasta tu lucero, querido Pepe Utrera, te mando como epitafio desde la Sevilla de tus sueños y tu servicio este terceto tuyo que te retrata: "Quisimos para el pueblo un nuevo día,/soñamos con las luces de la aurora,/pero la noche es negra todavía".



31 de mayo de 2017

Don José Utrera Molina. Por Juan Manuel de Prada

Don José Utrera Molina
Juan MANUEL de prada
23 abril 2017 (Diario ABC)

 A don José Utrera Molina lo conocí por mediación de su entrañable amigo, el maestro Manuel Alcántara, hace ya casi veinte años. Era don José por entonces un hombre que se adentraba con gallardía en los arrabales de la vejez, lleno de dolor de España y de un temple bondadoso y estoico que lo ayudaba a sobrellevar las muchas vilezas que ya por entonces empezaba a padecer. Don José era un auténtico caballero cristiano, según lo explicase García Morente: paladín de las causas perdidas, magnánimo ante la mezquindad, altivo ante el servilismo, más pálpito que cálculo y con esa impaciencia de eternidad que caracteriza al hombre sinceramente religioso. El maestro Alcántara me lo había definido como su “amigo más leal”; y, en efecto, según pude comprobar luego, las lealtades de don José eran acérrimas e inamovibles.
   Don José Utrera Molina me llamaba de vez en cuando para felicitarme por algún artículo; y también, por cierto, para reprocharme algún otro en el que no me mostraba benévolo con ciertos aspectos del franquismo. Especialmente cariñoso se mostró conmigo cuando elogié su figura, frente a una panda de miserables con mando en plaza que lo despojaron del título de Hijo Predilecto de Málaga. ¡Al hombre que había dado todo su amor a Málaga, que la había dotado de residencias de ancianos, de cientos de viviendas sociales, de una universidad laboral, para que los hijos de los pobres pudieran formarse y llevar mejor vida que sus padres! En el calvario padecido por Utrera Molina en sus postrimerías se compendia el sórdido y cobarde cainismo de esta España que siempre está con el que manda, que se acuesta servilmente franquista y se levanta furibundamente antifranquista. Utrera Molina cometió el delito de seguir siendo lealmente lo que siempre había sido, sin chaqueterismo ni componendas. ¡Y mira que le habría resultado fácil camuflarse! Le hubiese bastado con cerdear un poco, como hicieron tantos franquistas que quería seguir viviendo como sultanes y experimentaron una fulminante conversión, como si les hubiese aparecido de repente la Señora Democracia, como la Virgen se apareció en Fátima. Todos estos demócratas sobrevenidos que nos han estado dando lecciones (algún día habrá que señalarlos con el dedo) solo querían seguir mamando de la teta; y, para lograrlo, permitieron que el odio volviera a enviscar a los españoles. Y ese odio, inevitablemente, fue cobrando espesor hasta lanzar sus zarpazos contra quienes no habían cerceado, contra hombres tan nobles y abnegados como don José Utrera Molina. Pero, como nos enseñaba Cernuda, los insultos de los viles son “formas amargas del elogio”.

   Hace apenas un par de días preguntaba por don José a su nieto Rodrigo, que me confesaba con pesar que estaba bastante delicado de salud. En la reedición de Sin cambiar de bandera, las memorias de Utrera Molina, se incluía una carta de su nieto Rodrigo llena de verdad y emoción en la que puede leerse: “Tú guiabas cuando otros solo seguían, por eso intentaron marginarte en el pretérito, exiliarte en el presente y desahuciarte el futuro. Tu lealtad te supuso conocer el sabor de la traición, pero fue exactamente eso lo que dio tanta importancia a tu fidelidad… Es el motivo por el que mi voz, cuando hablo de ti con mis amigos, denota orgullo de ser tu nieto. Orgullo y gratitud”. Yo también puedo decir hoy, con orgullo y gratitud, que me honro de haber sido amigo de un hombre bueno como don José Utrera Molina, que ya no tendrá que seguir escuchando las palinodias sonrojantes de los chaqueteros, ni las invectivas sangrientas de los caínes que amargaron su vejez. Descanse en paz, querido don José.

25 de mayo de 2017

Es más fuerte nuestro amor que vuestro odio.

Mi padre solía decir que el odio era una pasión aniquiladora de las almas a las que atrapaba, una triste forma de autodestrucción involuntaria que responde a los instintos más primarios del ser humano. 

Nos alertó siempre contra sus perniciosos efectos y nos enseñó a combatir el odio con amor, y a la mentira con la verdad.

No deja de ser un timbre de honor ser objetivo de quienes representan la ideología más criminal y totalitaria que ha conocido la historia, con más de cien millones de muertos sobre sus espaldas. Hay que reconocer que en algo parecen haber mejorado con los años, pues hace ochenta años yo no viviría para escribir esto. Y escribo “parecen” porque allí donde tienen el poder, como en Venezuela, han resucitado las siniestras checas y han terminado por secuestrar y asesinar la libertad de toda una nación.

Resulta tan patético como insólito –creo que es la primera vez en la historia- el intento de socialistas y comunistas de criminalizar el último adiós a mi padre por el mero hecho de que se le despidiese como lo que siempre fue, hasta el final: falangista. Acaso a alguno le remuerda la conciencia haber cambiado tanto de camisa que no soporte contemplar el honorable adiós a un hombre que supo morir sin cambiar de bandera.  Por eso cada uno de nosotros quisimos poner sobre su pecho esas cinco rosas que marcaron toda su existencia, por eso le vestimos con su camisa azul y su bandera, nuestra bandera -esa de la que reniegan quienes ahora nos denuncian-  fue su último sudario.

Cuestiones jurídicas al margen –no sólo demuestran un total desconocimiento del Código penal y de la Constitución sino también del propio engendro de ley memorialista que han aprobado- lo último que un hombre cabal haría sería dejar a sus invitados a merced de los buitres carroñeros. Quienes quisieron despedir a mi padre vistiendo su camisa azul y entonando las bellas estrofas del cara al sol, no sólo le honraron a él, sino también a todos nosotros y también a los muchos miles de españoles que vieron en él un limpio ejemplo de conducta y de servicio a los demás.

En un día lejano del año 1972, en pleno régimen franquista, fue enterrado con la bandera anarquista de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) Melchor Rodríguez en el cementerio de San Justo. Junto a algunos cargos públicos y ex ministros de Franco, sus camaradas anarquistas comenzaron a cantar: "Negras tormentas agitan a los aires", las primeras estrofas de 'A las barricadas'. La Policía Armada y las autoridades escucharon el himno anarquista hasta el final en riguroso silencio como muestra de respeto. Eran caballeros.

Hoy, en pleno régimen “de libertades”, los que no pueden ocultar su espíritu totalitario y liberticida nos denuncian por dar a nuestro padre la despedida que él siempre quiso y nos dejó escrito en su preciosa carta de despedida:

 “Quiero ser enterrado con mi camisa azul. No es un gesto romántico sino la postrera confirmación de que muero fiel al ideal que ha llenado mi vida. (…) “Quiero pedir perdón a cuantos ofendí en mi vida y reiterar mi creencia en Cristo y mi fe en España, cuya bandera ha de ser mi sudario”. 


Ellos no lo saben, papá, pero nuestro amor es mucho más fuerte que su odio. Tú has cumplido tu promesa, con honor y con ventura. Y nosotros no nos vamos a esconder, pero no responderemos con odio, sino con amor y con firmeza, con el inmenso orgullo de llevar tu apellido, cumpliendo hasta el final el cuarto mandamiento y con la cabeza bien alta frente a la vileza y a la cobardía. 

Tu hijo Luis Felipe

23 de mayo de 2017

A mi abuelo Pepe. Por Ana Utrera-Molina Guerra


Todo empezó el primer día del año, un trágico, oscuro día después de la celebración de un nuevo año, una nueva etapa.
Recuerdo ese día con plenitud, cómo no, es ese día tan especial que tienes la oportunidad de ser una nueva persona, una mejor persona.

Estaba recostada en el sofá, con mis padres al lado. Ya era mediodía cuando le pusieron un mensaje a mi padre. Yo aún no lo sabía, pero mi vida estaba a punto de cambiar.
En el instante que mi padre leyó ese mensaje su rostro cambió, yo estaba preocupada por él, y no dude en preguntarle que le estaba pasando. Al informarnos, mi padre soltó unos sollozos; mi abuelo había tenido un infarto, y estaba en estado crítico. Yo, muy ingenua, fui a animarle creyendo que la gente solo muere en las películas, ya que no me hacía a la idea que él se pudiera ir. No paraba de repetirle que todo saldría bien, que él era mi abuelo, y que él no se iría. Puede que yo ya tuviera la suficiente consciencia para saber lo que podía pasar, pero a pesar de eso no me lo quería imaginar, prefería imaginarme que mi abuelo era inmortal.

Estuve todos los días rezando por él, suplicando que se pusiera bien, y a pesar de que las circunstancias fueran difíciles, yo creía en él, yo creía en que se iba a recuperar. Tengo memoria de algunos días hablando con mi prima por teléfono, estábamos preocupadas, tristes, porque no queríamos que le pasara nada al abuelo. Quince días después sucedió un milagro. ¡Mi abuelo se estaba recuperando! Aunque para ser sinceros,  yo ya lo sabía, sabía que no me iba a dejar sola, al menos no todavía.

Poco, a poco todo fue volviendo a ser como antes, o casi todo. Mi abuelo, volvió a mi casa con mi abuela, que le esperaba con ansia. Yo no pude ver a mi abuelo hasta que fue la boda de mi primo, ya que él vivía en Madrid, al igual que el resto de mi familia.

La boda de mi primo fue la primera vez, después del infarto, que mi abuelo pasaba una jornada tan larga fuera de su casa. Todos creíamos que se iba a agotar enseguida debido a su débil estado de fuerza y ánimo. Sin embargo nos sorprendió a todos, como siempre. Hizo un discurso al terminar la misa, y pasó mucho tiempo ensayándolo. Estaba muy nervioso, muchos días nos decía que no podía, pero cuando llegó la hora de subirse al púlpito no cogió el papel, ni dijo el discurso que tanto había preparado, subió allí, y lo improvisó, dijo un discurso de lo más sincero, y lo más importante, desde su corazón.

Todos nos quedamos atónitos, ya que por su estado de salud era algo increíble lo que había hecho. Siempre admiré su facilidad para expresarse, pero lo que había hecho ese día, sinceramente, no tenía palabras.

Semana Santa  siempre ha sido una fecha que al igual que a mí, a mi abuelo y a mi padre les encantaban. Cada año voy a ver las procesiones, lo que me hace emocionarme de lo bellas que son las esculturas, y de los pasos tan bien elaborados que hacen. A mi abuelo le encantaban, pero debido a su avanzada edad, no podía meterse en las procesiones, ya que hay mucho escándalo, y mucha “bulla”. Pero no se perdía ni una por la televisión, siempre que le miraba, los ojos le brillaban al ver las cofradías de la virgen, etc… Me acuerdo que siempre nos llamaba a todos y nos decía que nos sentáramos para que las viéramos con él. 

Al abuelo, aparte de encantarle todo lo relacionado con la Semana Santa, le encantaba los toros. Yo no compartí la pasión con él hasta que me llevaron a mi primera corrida de toros, y allí entendí porque le gustaba tanto a mi abuelo, era algo asombroso.

Para mí ese día no fue importante solo porque fuera la primera vez que veía una corrida de toros, fue importante porque fue la primera vez, y por desgracia la última, que fui con mi abuelo. Ese día me lo pase fenomenal, y aunque no me senté al lado de mi abuelo, porque teníamos diferentes sitios, pude disfrutar de como disfrutaba él, y sencillamente, me encantó.

Esta Semana Santa noté como mi abuelo no estaba igual que siempre, estaba diferente, en muchos aspectos. Le costaba respirar, y cada vez tenía que esforzarse más para andar. Ya nada era lo mismo. A cada minuto se dormía, yo creía que era por los medicamentos, o simplemente porque tenía sueño, y yo con mi ingenuidad le seguía diciendo a mi padre que todo iba a salir bien, pero esta vez no fue así. Mi abuelo se fue al hospital, yo aún no me había enterado de la gravedad del asunto, hasta que mis padres me lo contaron. Me dijeron que no creían que el abuelo se pusiera mejor.

Estábamos en la Península y nuestro avión partía el día siguiente, mi madre y yo íbamos a partir rumbo a Canarias, y mi padre se quedaría allí, acompañando a mi abuelo. Yo insistía en querer quedarme, pero debido que tenía colegio, me tuve que ir. Mi padre estuvo aproximadamente una semana allí, toda las noches nos llamaba y nos decía que tal iba todo. A mitad de semana parecía que se estaba recuperando, yo estaba muy contenta, parecía que todo iba bien, pero el sábado de esa misma semana me desperté, y mi madre me dijo que mi abuelo se había muerto. En el momento que me lo dijo mi mundo se desmoronó, yo no sabía cómo reaccionar, estuve segundos sin hablar, paralizada, con la noticia que creía que nunca me iba a llegar. Pasado un minuto empecé a llorar, a llorar, nunca había tenido esa sensación de dolor en el corazón, es ese tipo de dolor cuando sabes que alguien te falta en tu vida, y no le podrás volver a recuperar.

Siempre había creído que cuando alguien que aprecias y quieres de verdad muere, solo lloras porque le añoras, pero ahora que me ha pasado a mi es más que eso, una sensación indescriptible, que a menos que la pases no la entenderás. A partir del día que murió, ya no he vuelto a ser igual, sé que está con Dios, y sé que siempre estará acompañándome en mis mejores y en mis peores momentos, pero esa sensación tan reconfortante de llegar a Madrid y darle un fuerte abrazo, contarle todo lo que me está pasando, desapareció. Cada día siento un hueco que se agranda más en mi corazón, pero sé que el tiempo lo curará, y aunque pasen muchos años nunca me olvidaré de mi abuelo.

Pepe Utrera Molina ha hecho grandes cosas por España, de lo que me siento gratamente orgullosa, y aún me siento más afortunada de poder llamarle abuelo.

Finalmente mi abuelo era una persona muy previsora, ya que él escribía poesías, y hay una que destaca sobre todas, es la que hizo a mi abuela para cuando muriera, empieza así:

Si de la muerte regresar pudiera,
volvería a decirte que te quiero,
cuídame amor el cedro y el romero,
y guárdame una rosa en primavera.

Te quiero muchísimo abuelo. Este escrito va dedicado para ti.

Tu nieta, ANA UTRERA-MOLINA

22 de mayo de 2017

Carta abierta a Rosa Aguilar

A la atención de Rosa Aguilar Rivero
Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.
Ante la publicación de la noticia por el periódico el País de que la Guardia civil investiga el entierro de don José Utrera Molina a instancia de esta consejería por infracción del artículo 32 de la Ley de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía; me siento en la obligación de hacer las siguientes precisiones.
Yo organice el entierro y el funeral de mi padre.
Yo me responsabilizo de poner a mi Padre su camisa azul y las cinco flechas en homenaje a él y a todos los que como el trabajaron con dignidad por una España unida, grande y libre.
Yo me responsabilizo de pedir en la parroquia de Nerja un funeral católico para rezar por su alma.
Yo me responsabilizo de convocar a familiares, amigos y camaradas con o sin camisa azul a despedirlo como hacemos los cristianos y los falangistas con nuestros seres queridos.
Yo me responsabilizo de que se cantara el Cara al Sol y de que se le saludara con el saludo tradicional de la falange.
En definitiva yo me responsabilizo de homenajear a mi padre y todo lo que él representa, yo me responsabilizo de homenajear a Francisco Franco y a José Antonio Primo de Rivera y a todos los que dieron su vida por una España nueva y socialmente justa.
Y por supuesto manifiesto mi intención de seguir haciéndolo y de defender a los que lo hagan.
Atentamente
José Antonio, Margarita, María del Mar, María del Rocío, María de los Reyes, María Victoria, Luis Felipe y César Utrera-Molina Gómez

19 de mayo de 2017

"La Lealtad de Pepe Utrera". Por Alberto Ruiz-Gallardón

LA LEALTAD DE PEPE UTRERA
ALBERTO RUIZ-GALLARDÓN
23 abril 2017 (Diario ABC)


Me hubiera gustado escribir estas líneas contando únicamente las excepcionales cualidades humanas de Pepe Utrera, un hombre machadianamente bueno y cuyo desprendimiento y caballerosidad no ha podido desmentir nadie que le haya conocido.
Me hubiera gustado compartir con el lector de ABC –esta casa que en su liberalidad siempre le dio voz pese a discrepar de sus ideas– quien fue esa persona a quien Juan Manuel de Prada definió como honrado a machamartillo, de una gallardía estoica y una bondad aquietada por la sabiduría. Caballero humanismo, compasivo ante la desgracia ajena, dotado de una fina sensibilidad, hondamente religioso y leal a sus convicciones”.
Me hubiera gustado relatar tantos diálogos con él, en su casa de Nerja, desde que me recibió como un hijo. Contar nuestra emoción cuando nos leía los sonetos que dedicaba a sus hijos, y, sobre todo a Margarita, su mujer “cuando calle mi voz… mis rosas te dirán que te he querido” que ahora habrá de esperar la imposible promesa de Pepe: “Si de la muerte regresar pudiera, volvería a decirte que te quiero…”.
 Pero creo que sería una grave injusticia despachar su trayectoria política con el juicio displicente que en España se ha dedicado a quiénes hasta el final de su vida no han querido traicionar sus lealtades. La lealtad es la distancia más corta entre dos corazones, nos enseñó Ortega. Pepe Utrera fue, siempre, leal a España y a sus convicciones.
Para juzgar a un político hay que  conocer sus circunstancias particulares. Las de Utrera Molina fueron difíciles desde la infancia. Procedente de una familia modesta vio a los nueve años como esta se dividía  y sufría a manos de los dos bandos de la guerra. Padeció, pues las consecuencias de una  contienda en la que no  participó. Dejó escrito que, al abrazar después el programa de José Antonio Primo de Rivera, lo hizo sin albergar deseos de revancha, toda vez que esta hubiera tenido que repartirse entre unos y otros.
A partir de ese momento –el de su ingreso en el Frente de Juventudes- su trayectoria es conocida. Entre otras cosas porque el se encargó de hacerla transparente, pero también porque tuvo una fuerte presencia pública que  no pasó desapercibida allí donde desempeñó sus responsabilidades. Tres nombres de la geografía española marcan sus pasos iniciales: Ciudad Real, Burgos y de modo singular, Sevilla, provincias donde será gobernador civil, y en las que despliega una actividad desbordante. En la época en que se desenvuelve  (década de los sesenta) debe hacer frente a las inmensas desigualdades que el desarrollismo trae consigo, pero ese reto no hace sino estimular su ya arraigado sentido de la justicia y solidaridad. Personas de creencias opuestas a las suyas dan fe de su trabajo incansable para dignificar la vida de barrios enteros, donde todo estaba por hacer. “La mejor universidad es una vivienda”, solía decir a sus colaboradores. Y en coherencia con esa afirmación promovió miles de ellas. Su despacho permanecía abierto para escuchar los problemas de todo aquel que acudiera a buscar ayuda.
Su gestión ministerial, desplegada en dos tiempos y sendas carteras, no le reportó la misma satisfacción. Durante seis meses fue ministro de Vivienda, Ministro General del Movimiento, ya con Arias Navarro, cuatrocientos días. Si en un caso le faltó tiempo para aplicar la política de vivienda que le había dado nombre, en el otro se enfrentó a la amargura de la soledad en su defensa de no alterar los principios fundacionales del régimen. Sin embargo, no se llamaba a engaño. La peculiaridad de su figura radica en que teniendo plena conciencia de la dificultad de su propósito no quiso renunciar en ningún momento a sus ideas. Su cese en marzo de 1975 representó para él un alivio. No en vano, su mujer, Margarita, había acogido la noticia de su nombramiento en diciembre de 1973 con una reacción premonitoria: se echó a llorar y le anunció que sería desgraciado en el cargo.
“El mundo que viví se ha desvanecido como un espejismo” constató.  Y aunque aparentaba ser un hombre herido, su desencanto con los nuevos tiempos nunca obedeció a razones personales. Su preocupación era sincera. Aunque le dolió España hasta el último día no convirtió su dolor en hostilidad o amargura, lo cual no le privaba tampoco de hacer oír su protesta cuando lo consideraba oportuno. Su rica vida intelectual y familiar, de la que he tenido la fortuna  de ser testigo y participe, pero también su propio sentido del saber estar, le pusieron a salvo de esos fantasmas. Se trataba además de una limpieza de corazón que era una auténtica seña de identidad. Porque en su caso el apego a unos principios  no se transformó jamás en rencor  hacia el adversario. “Nunca viví estrangulado por la intolerancia” confesaba.

Se puede disentir de sus opiniones y de la interpretación del tiempo histórico que le tocó protagonizar. Pero su personalidad resultó enormemente atractiva e inspiró respeto en gentes de muy distinta condición. Pongo como ejemplo a mi propio padre que, por haber estado encarcelado en 1956, por defender la causa monárquica, no tenía motivos de cercanía al franquismo y que, sin embargo tuvo siempre una inmensa admiración por Utrera Molina  que después se convirtió en amistad. Observar la admiración de mis hijos por sus dos abuelos, de ideas políticas bien diferentes, ha sido para mi la constatación  del triunfo de la tolerancia en España por la que lucharon incansablemente los dos.
Pepe Utrera era profundamente católico y esperaba la existencia de una vida venidera, o como él decía “una mansión eterna”. Que en ella descanse y tenga paz. Pese a las amarguras de la política, se ha ido con serenidad y con mucho amor. Y como a todo aquel que ha tenido un por qué para vivir, no le pudieron vencer los que sólo tienen un cómo.

5 de mayo de 2017

José Utrera Molina. Su última entrevista

Dios quiso que la última entrevista que mi padre concediese en vida fuera precisamente a una de sus nietas, Paloma Utrera-Molina, con ocasión de un trabajo que debía hacer para la asignatura de Lengua y Literatura en el Colegio. La entrevista, días antes de partir a la casa del padre, es la respuesta de un abuelo a su nieta de 15 años, pero contiene algunas frases que quedan para el recuerdo. 


“Un político debe siempre acercarse a lo cierto, a la verdad, y sacrificarse  por ella”


Don José Utrera Molina fue un político muy importante durante la época en la que el General Franco gobernó España.  Empezó su carrera como Jefe de Centuria del Frente de Juventudes y terminó como Ministro del gobierno acompañando al general en cada paso que este daba en sus últimos años.  

Está casado con  Margarita Gómez Blanco y tiene ocho hijos.

El día 22 de marzo de 2017, tuve una conversación con José Utrera Molina en la que me habló brevemente sobre su vida y me contó algunas de sus anécdotas.

ENTREVISTA:

-Paloma U-M: ¿Qué estudió y en qué universidad lo hizo?
-Utrera Molina: Me licencié en Derecho por la universidad de Granada. Al mismo tiempo,  obtuve el título de Graduado social.
- Paloma U-M: ¿Cómo y cuándo conoció a Franco?
-Utrera Molina: Lo conocí por primera vez estando yo en Ciudad Real, como gobernador civil. Él fue a las minas de Puertollano y allí le recibimos clamorosamente. Franco advirtió no obstante que había cierta situación de malestar y le dije: “No mi general, la gente le quiere, le aplaude y está con su excelencia.”, a  lo que él respondió: “Me alegro mucho de que usted piense así” y yo le volví a responder: “Yo pienso así, porque creo que el mejor hombre de Estado que ha tenido España es vuestra excelencia. Y no se lo digo como una especie de cortesía, lo digo porque me parece que es lo cierto. Y es que un político debe siempre acercarse a lo cierto, servir a la verdad y sacrificarse por ella.”
-Paloma U-M: ¿Cómo consiguió llegar a ser ministro?
-Utrera- Molina: Yo hice una labor importante en el ministerio de trabajo como Subsecretario y además era el representante de España ante la Organización Internacional del Trabajo. Mi labor en Ciudad Real, Burgos y Sevilla y supongo que a algunos otros méritos debieron hacer que Franco se fijara en mí. La verdad es que Franco tuvo siempre conmigo una gran confianza y cariño, porque cuando yo me despedí de él, las lágrimas le brotaron de los ojos y le dije: “Mi general, quiero que sepa que mi lealtad durará hasta la muerte y que ojalá la suya no sea tan próxima que pueda verla yo, porque quiero para España lo mejor y lo mejor es su excelencia.”
-Paloma U-M: ¿Cómo conoció a su mujer?
-Utrera- Molina: La conocí porque era la chica más guapa de España. Yo iba detrás de ella y no me hacía caso, hasta que ya una amiga de ambos nos presentó en la calle Liborio García y desde entonces estuve rondándola por su casa y hablando con sus allegados hasta que al final nos hicimos novios. Un noviazgo que en la sociedad actual no se entiende pero que en aquel entonces era realmente maravilloso. Escogí una mujer entera y firme, fiel y abnegada, dinámica en sus exposiciones, capaz de abarcar con su actitud y bondad los espacios más difíciles de la vida.
-Paloma U-M:¿Cómo logró compaginar su vida profesional con la familiar?:
-Utrera-Molina: Siempre procuré no desentenderme con las necesidades de mi familia, además contaba con una ayudante extraordinaria que era mi mujer. Ella lo hizo todo. Yo en política hice lo que pude, pero ella en el seno familiar fue una verdadera maravilla.
-Paloma U-M: De todos sus destinos, ¿cuál fue su preferido?
-Utrera- Molina: Mi favorito fue el Ministerio de Vivienda, a pesar de que duré muy poco porque dejé el puesto como consecuencia del asesinato de Carrero Blanco.
-Paloma U-M: ¿Mantuvo una buena relación de amistad con Franco o solo fue profesional?
-Utrera-Molina: Mi relación con él fue extraordinaria, realmente yo le tenía un gran afecto y él me correspondía de una manera total y abierta. En una ocasión le dijo a su ayudante: “Utrera es un valiente”, cosa que me llenó de orgullo porque él podría decir cualquier cosa: que era sabio o responsable pero que dijese eso de mí el hombre más valiente que ha tenido el ejército español, era distinto y muy valorable.
-Paloma U-M: ¿En algún momento se replanteó dejar el cargo por lo que suponía para sus hijos?
-Utrera- Molina: Yo estaba a las órdenes de otros y a disposición de mi patria. Yo no me planteé nada más que ofrecer mis servicios a España, que era en  definitiva lo más importante que yo tenía que hacer.
-Paloma U-M: Tras la muerte de Franco, ¿mantuvo su cargo político o se dedicó a otra profesión?
-Utrera-Molina: Yo me dediqué a mi profesión como abogado ya que era colegiado por Madrid.
-Paloma U-M:¿Cuáles fueron los motivos del abandono de su puesto?
-Utrera- Molina: Yo no lo abandoné sino que los que estaban por encima de mí decidieron que tenían que elegir a otro. Además yo era muy leal al sistema y otros no lo eran, entonces la lucha entre unos y otros terminó con que prescindieran de mí como ministro pero yo fui consejero nacional hasta el final de la legislatura.
-Paloma U-M: ¿En algún momento pensó que podría llegar a ejercer esta carrera?
-Utrera-Molina: La verdad es que no lo sé, porque yo lo único que quería era cumplir con mi deber con lo que tenía delante y seguir mis responsabilidades por el respeto que tenía a mis colaboradores, que por cierto fueron extraordinarios. La mayoría, si no todos, están muertos ya, pero  les recuerdo con gran fervor porque eran una gente estupenda.







22 de abril de 2017

En la muerte de mi padre, José Utrera Molina




A mi padre, José Utrera Molina


Te has marchado en primavera. No podía ser de otra manera. Te has ido como soñaste: cara al sol, mirando al mar y sin cambiar de bandera. Has subido al cielo rodeado del cariño de todos tus hijos y de tu querida Lali, nuestra querida madre, tu novia eterna.

Nosotros te lo debemos todo. Nos diste la vida, nos transmitiste la fe y un amor apasionado a España. Pero sobre todo un ejemplo de honradez, de caballerosidad y de limpieza que constituye el mayor patrimonio de los que con tanto orgullo llevamos tu sangre y tu apellido.

Llegaste a la política para servir y empeñaste tu corazón, tu tiempo y tu energía en ayudar a los que más lo necesitaban. Jamás miraste el color de los demás y nos enseñaste que no hay que mirar el color de la bandera sino la medida del corazón.

Para ti, el poder era solo la oportunidad para hacer posible los sueños de muchos. Muchos recuerdan aún las noches en vela que pasaste con los afectados por las inundaciones de Sevilla que se quedaron sin hogar hasta que desde los despachos de Madrid se dieron cuenta que no ibas a cejar en tu empeño.  Podrán quitar tu nombre de las calles pero jamás la gratitud de tantos miles de familias a las que procuraste una vivienda digna, escuelas para sus hijos, y tantas y tantas cosas que no cabrían en un libro.


Tú no lo sabías pero fuiste, sin duda, el mejor de todos. Siempre apreciaste más el abrazo de los humildes que la palmada del poderoso. Porque tú siempre ejerciste la virtud de la humildad hasta el último día. Ahí residía tu verdadera grandeza.

No hay espejo mas limpio en el que poder mirarnos cada día para ser mejores . No he conocido jamás a ningún hombre tan bueno, tan leal, tan cariñoso, tan comprensivo como tú. Tan caballero y tan cristiano. Hoy te hemos puesto tu camisa azul y tus flechas para que ocupes el puesto que te corresponde  sobre los luceros. Sobre tu cuerpo, tu bandera, la que juraste un día defender y has honrado hasta el último día de tu vida limpia y ejemplar. España está en deuda contigo.

Dios ha querido que estos últimos días te hayamos acompañado en el final tus ocho hijos con Mamá. Todos unidos como siempre quisiste. Una familia que siempre te querrá y para la que siempre serás referente y amalgama de su unidad y fortaleza.

Gracias por todo y hasta siempre, querido papá. Para mi jamás habrá otro referente mejor ni más completo. Pídele a la Virgen de la Esperanza y a ese Cristo de la buena muerte que te han acompañado en tu último día entre nosotros, que nos bendiga a todos y sobre todo, a tu querida España.

Tu hijo que tanto te quiere y admira, en nombre de toda tu gran familia que jamás te olvidará.

Luis Felipe