FUEYO
"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
28 de mayo de 2020
Nuevos escolios hispanos (VII). Ser padre
20 de abril de 2020
El silencio de los corderos
Hace algunos días, el ex magistrado del Tribunal Constitucional Manuel Aragón, advertía en un artículo en “El País” que el gobierno estaba vulnerando la Constitución. Basta leerse el artículo 55 de la Carta Magna para darse cuenta de que la libertad de circulación de los españoles solo puede restringirse en los estados de excepción o de sitio, y no estamos en ninguno de esos escenarios. Pero, salvo al ilustre magistrado, poco sospechoso de reaccionario, no he escuchado a ningún líder político advertir que se estaba vulnerando la Constitución y, hasta donde sé, nadie ha acudido al Tribunal Constitucional para denunciarlo, aunque, para qué decirlo, confiar en que dicho Tribunal, tristemente politizado, actúe conforme a derecho, conduce a la melancolía.
En la peor crisis desde la guerra civil, España está en manos de un gobierno absolutamente inútil, irresponsable, sobrepasado por los acontecimientos y que ha antepuesto su sectarismo a una empresa de salvación nacional que demandaba la crítica coyuntura. En los momentos difícileses cuando se mide la talla de los gobernantes y Pedro Sánchez no sólo carece de credibilidad, sino que balbucea noqueado sobre el rumbo que debe imponer a la nave del Estado. Sin la más mínima autocrítica por la falta de previsión, por la falta de categoría de sus ministros, por los errores cometidos y la absoluta descoordinación con los gobiernos regionales, aparece cada semana a sacar pecho y continuar en una gigantesca operación de marketing, pagada por todos los españoles, consistente en esparcir las culpas al adversario y amenazar a la oposición con la Fiscalía General del Estado en manos de una sectaria enciclopédica.
Ya llevamos más de 20.000 muertos oficiales y todos sabemos que son muchos más. Los españoles de a pie no podemos hacernos test y nos contentamos con una llamada semanal del centro de salud y aplicaciones informáticas que no sirven para nada, hasta que te falta el aire y te tienes que ir al hospital. Es difícil comprar guantes, faltanmascarillas, faltan equipos de protección y la culpa de todo la tienen “los recortes”, palabra mágica con la que el Rasputín de la Moncloa pretende alejar de su amado líder cualquier responsabilidad por la catastrófica gestión de la pandemia.
Un gobernante serio, que pensase en servir a España en lugar de servirse de ella, habría hecho una crisis de gobierno a principios de marzo y habría llamado a la oposición para nombrar un gobierno de salvación nacional con personalidades independientes en todos los órdenes. No sólo habría sido aplaudido por toda España, sino que también habría conseguido diluir su posible responsabilidad en el retraso en actuar. Pero lejos de hacer lo que aconsejaba la prudencia y el bien común, ha mantenido un gobierno de ineptos revolucionarios que un día reivindican la república, otro día reciben de madrugada a la Vicepresidenta delincuente de Venezuela, otro se bajan los pantalones ante los que quieren destruir la nación española y otro releen las tesis revolucionarias del admirado Lenin desde sus amplias dachas del extrarradiopara saber cómo emular su toma del poder en medio de una desgracia, mientras España ocupa el triste podio de los países con mayor mortandad de todo el mundo.
Para ello cuenta con la entusiasta colaboración de unos medios de comunicación genuflexos ante la lluvia de millones que les llega antes que la renta mínima universaly que se pasan el día detectando bulos fascistas por doquier sin reparar en las mentiras que se vierten a diario desde el Palacio de la Moncloa. Y con el silencio cada día más indignado de millones españoles encerrados en sus casas atemorizados por el virus y más aún con un futuro sombrío de paro y carencias que asolará nuestra nación.
No puede pedirse a los españoles sacrificios como los que están haciendo, encerrados en sus casas, sin poder ganarse la vida, viendo cómo se mueren sus seres queridos en soledad, sin poder despedirse de sus padres, de sus hijos, de sus mujeres y al mismo tiempo gastar bromitas en el parlamento, e insultar los sentimientos y los símbolos de la mayoría de los españoles amenazando con enviarte a la fiscalía si osas desafiar la verdad oficial. Me avergüenza especialmente la nula sensibilidad de unos gobernantes que ni siquiera han tenido la decencia de decretar luto oficial cuando los españoles se mueren a chorros como nunca antes desde la guerra civil.
Estamos en una situación límite en la que se están pisoteando los derechos fundamentales de los españoles por un Estado que zozobra sin rumbo ni timonel, empeñado sólo en saber cada mañana qué le aconseja su Rasputín de cabecera para mantener la integridad de su mullido colchón. Ante esta situación de una gravedad extraordinaria, no cabe la componenda ni la comprensión. La oposición en bloque debe dar una respuesta constitucional seria y rotunda y exigir la formación de un gobierno de salvación nacional que tome el mando del Estado sin hacer política partidista, que afronte la crisis sanitaria y económica con determinación y amplios poderes. Los españoles estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad para salvar a España, para salvar vidas y puestos de trabajo, pero nunca para ver cómo queda inerme y moribunda, a merced de los que quieren acabar definitivamente con ella.
Luis Felipe Utrera-Molina
Abogado
15 de abril de 2020
Escolios (VI)
Uno de los frutos amargos de la opulencia suele ser la esterilidad, fraterna
hermana del egoísmo. En el siglo pasado en Occidente, en un momento de
crecimiento y optimismo, la mentalidad anticonceptiva se abrió paso a partir de
1968. Un Papa, ese mismo año, advirtió, profético, de todas sus consecuencias
al mundo entero. Demasiados dentro de su Iglesia desoyeron y desoyen, aún, con
soberbia, sus enseñanzas. 52 años después, tanto las sociedades opulentas de
todo el mundo como la Iglesia Católica junto con muchas otras iglesias
cristianas, fueron transformadas por esa mentalidad. Los resultados: se
enfrentan mal a su inevitable envejecimiento; asisten debilitadas a una
pandemia que afecta más a sus ancianos; sus mensajes de apoyo espiritual de las
Iglesias se diluyen en un maremágnum de mensajes bienintencionados. Es preciso
recordar, ahora, que fruto indirecto y cuasi simultáneo de la píldora y la
mentalidad anticonceptiva son las innumerables víctimas del aborto, siendo
imposible deslindar este horror de esa mentalidad cuya tristeza casi nunca ha
sido contada y cuya imposición blanda o imperativa casi nadie combate y que
sigue perfilando una pendiente inclinada por la que transitan todas las
sociedades opulentas sin excepción hasta su colapso o catársis.
FUEYO
2 de abril de 2020
Honrar a nuestros mayores
“Quisiera
haber muerto despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y
respirando un aroma religioso de Sacramentos y recomendaciones del alma: es
decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional. Pero esto no se
elige (…)”. Estas
palabras, escritas hace 83 años por un joven de 33 años condenado a muerte la
noche antes de su fusilamiento, nos estremecen y apelan estos días viendo como
tantos de nuestros mayores cierran los ojos sin el consuelo de una mano, de un
beso, del cariño de sus familiares, quienes al mismo tiempo sufren el desgarro
emocional de no haber podido dárselo.
Yo
tuve la fortuna y el privilegio de poder cuidar de mi padre en sus últimos
días. Un privilegio que compartí con mis siete hermanos y con mi madre. Nunca
le faltó la mano, el beso ni el te quiero de cada día. No le faltaron los
sacramentos, ni el cariño de sus amigos. Y aunque estaba en paz con todos y
esperaba la muerte con enorme serenidad, sé que su marchito corazón era
sensible a tanta ternura. Y también sé que, después de su partida, los que nos
quedamos sentimos el consuelo de no habernos dejado ningún beso, ningún abrazo,
ninguna oración, ningún te quiero por decir.
Hoy,
cuando se cuentan por millones los besos que nunca llegarán a su destino y
tantos te quiero han quedado para siempre amordazados, la impuesta soledad de
nuestros mayores en la hora del sufrimiento parece interpelar a una sociedad
que los aparta y parece más empeñada en buscar fórmulas que faciliten su
tránsito que en atender a su dignidad como personas y proporcionarles el
consuelo y compañía que merecen en el ocaso de sus vidas. Fiel reflejo de lo
que escribo es la escandalosa, por indecente, reacción de las autoridades
holandesas, paladines de la eutanasia, por la excesiva presencia de ancianos en
las unidades de cuidados intensivos ocupando el lugar de personas jóvenes.
Esos
mayores fueron los que levantaron una España rota y en ruinas con su trabajo y
su ilusión; los que soñaron con la bicicleta que no tuvieron y fueron felices
al poder comprársela a sus hijos, los que hicieron posible que sus hijos
vivieran en una España mejor que la que les había tocado vivir; los que estaban
dispuestos a abrazarse con los que habían combatido en distinta trinchera, o
con los que mataron a su padre, porque creían en el futuro de España. Son los
mismos que han cuidado de nuestros hijos para que nosotros pudiéramos trabajar
o irnos de viaje, los que les han enseñado a rezar; los que hoy mueren en
soledad para que podamos vivir los demás.
Quisiera
pensar que esta maldita catarsis, además de llevarse tantos abrazos perdidos,
pueda barrer todo lo vacuo y egoísta que infecta esta sociedad desde hace
décadas. Quisiera creer que la cultura de la muerte (aborto, eugenesia y eutanasia)
ceda frente a la cultura de la vida, de la esperanza, del amor; y que el
espíritu de unión y socorro que nos hace fuertes aplaste el gregarismo aldeano
de una nación que parecía abocada a su desaparición. No podemos rendir mejor
homenaje a nuestros mayores que enderezar el rumbo de una nave que dejaron en
nuestras manos y se encuentra a la deriva.
Cuando
todo esto termine, cuando volvamos a llenar las calles, cuando sonriamos en
medio de un atasco, cuando nos apretemos en el tendido de la plaza y nos demos
codazos ante un natural interminable, cuando nos abracemos jubilosos por un gol
en el descuento, cuando recuperemos nuestras vidas, no estaría de más que nos
acordásemos de los que lo dieron todo ayer y están dándolo todo hoy y les rindamos
el enorme tributo de admiración que se merecen.
Mientras
tanto, los que aún podáis, besad y abrazad a vuestros padres y a vuestros
abuelos. Saboread cada minuto de su compañía, decidles mil veces te quiero y
pedidles que os repitan otras mil esa historia que ya os sabéis de memoria pero
que les gusta contar, porque mañana puede ser muy tarde.
Dicen
los hombres de la mar que el momento más oscuro de la noche es el que precede a
la aurora. Aún desde esta ardiente oscuridad no debemos perder la esperanza en una
nueva amanecida. Detenernos, volver la vista atrás y repetir nuestros errores,
sería traicionar el mandato de nuestros mayores, desoir su exigencia, hacer
inútil su sacrificio e incapacitar la posibilidad de conquistar con su ejemplo
la dignidad de un nuevo mañana fraterno y solidario, que haga que
nuestros hijos se sientan orgullosos de esa empresa, grande y apasionante que
se llama España.
Luis Felipe Utrera-Molina
Abogado
7 de febrero de 2020
La mirada de los niños de Ryan. José Utrera Molina
El 6 de febrero de 1981 apareció el cadáver del Ingeniero José María Ryan en un camino forestal entre Zarátamo y Arcocha con un disparo en la cabeza. Atado atado y amordazado, fue asesinado cobardemente por la ETA tras siete días de tortura y secuestro. Ryan tenía 39 años y dejaba 5 niños huérfanos. El 8 de febrero de 1981, el Diario "El Alcázar" publicaba este artículo de José Utrera Molina.
20 de enero de 2020
El silencio culpable
Artículo publicado en La Razón el 6 de enero de 2020
El 22 de junio
de 1978, ABC publicaba un artículo firmado por mi padre, José Utrera Molina,
titulado “El silencio culpable”. Comenzaban a conocerse detalles preocupantes
de las negociaciones para la redacción del título VIII de la Constitución y
merece la pena extraer un párrafo que, leído hoy, cuatro décadas después,
resulta verdaderamente premonitorio. «El que afirma que el problema de
aceptar o no la voz nacionalidades se reduce a una cuestión terminológica, o no
tiene sentido de la política, ni de la Historia, o no obra de buena fe. En
política no hay palabras inocuas cuando se pretende con ellas movilizar
sentimientos. El término nacionalidad, remite a nación o Estado. Cuando alguien
dice que “Cataluña es la nación europea sin Estado que ha sabido mantener mejor
su identidad”, resulta muy difícil no ve que se está denunciando una «privación
del ser», que tiende «a ser colmado para alcanzar su perfección», y preparando
una sutil concienciación para reclamar un día ese estado independiente a que la
imparable dinámica del concepto de nacionalidad habrá de conducir hábilmente
manejada.»
Aquel profético
artículo le granjeó entonces el desprecio e insulto de una clase política que, afanada
en encontrar acomodo en las mullidas alfombras del consenso, le alistó para
siempre en la caverna del inmovilismo, apartándole de la vida pública. Hoy podemos
decir sin ambages, a la vista de la situación que vivimos, que algunos obraban
de mala fe, y la mayoría con una carencia absoluta de sentido de la política y
de la historia, abriendo un melón -el de las nacionalidades- que lejos de neutralizar
al separatismo, no hizo sino darle unas alas que no tenía, fomentando el
aldeanismo y la insolidaridad entre las distintas regiones de España.
La explosiva combinación
entre un título VIII jamás armonizado y una ley electoral hecha a medida de los
nacionalistas, ha acelerado un proceso de centrifugación que amenaza seriamente
la existencia de la nación más antigua de Europa. Las últimas cuatro décadas
han sido escenario de una constante cesión al separatismo por parte de los partidos
tradicionales que se han alternado en el poder, PP y PSOE, cada vez que han
necesitado los votos de las minorías nacionalistas para una investidura.
Felipe
González cedió en 1993 la corresponsabilidad fiscal (15% del IRPF) y dio paso a
las primeras transferencias. Mucho mayor fue el precio que pagó el PP de Aznar
en 1996: supresión de los gobiernos civiles (sustituidos por Delegados del
gobierno con muchas menos competencias), cesión de competencias de tráfico a
los Mossos d'Esquadra, transferencias en justicia, educación, agricultura,
cultura, farmacias, sanidad, empleo, puertos, medio ambiente, política
lingüística y vivienda, además de la sustitución de los topónimos oficiales españoles
de las ciudades vascas, catalanas y gallegas por los de sus lenguas vernáculas.
En 2004 un irresponsable Zapatero llegó al poder de la mano de los
independentistas catalanes prometiendo aceptar el Estatuto que aprobase el Parlament
cuyo texto adolecía de una palmaria inconstitucionalidad, parte de la cual se
tragó el Tribunal Constitucional en una sentencia salomónica que no contentó a
nadie.
La abierta
rebeldía que vive Cataluña no es sino el resultado de cuatro décadas de
adoctrinamiento en la mentira más abyecta y en el odio a todo lo español por
parte de una clase política, no ya mediocre, sino también instalada en una
corrupción sistémica. Decía Camús que había una estrecha simbiosis entre el
odio y la mentira y ya hace décadas el catalán universal Josep Plase preguntaba
si algún día tendrían en Cataluña “una auténtica y objetiva historia, que no
contenga las memeces de las historias puramente románticas que van saliendo”. El
resultado es que hay toda una generación de catalanes instalados en un
aldeanismo cerril que ya no atiende a los tradicionales estímulos económicos
que otrora caracterizasen a sus paisanos.
Sin embargo, en
los albores de 2020, lejos de tratar de combatir al separatismo con la fuerza
de la ley, asistimos atónitos al dramático espectáculo de un presidente errático,
mitómano y debilitado dispuesto a dilapidar el Estado de derecho y reconocer naciones
por doquier y otorgar mercedes imposibles con tal de mendigar el apoyo en la
investidura de quienes están en abierta rebeldía contra España. Con no menos
sorpresa nos contemplan el resto de las naciones, viendo cómo el gobierno de
España negocia con quienes quieren destruirla como nación.
Ante esta coyuntura
hay que afirmar una y mil veces, en alta voz, que la nación española es una e
indivisible. España creó hace más de cinco siglos una nueva fórmula de
comunidad humana, basada en una innegable realidad geográfica, cultural e
histórica que hemos heredado de nuestros mayores y que debemos legar a nuestros
hijos. Hay que armonizar la unidad y la diversidad, pero nadie tiene derecho a
romper la unidad nacional porque eso sería una traición a nuestra historia y a
nuestra libertad. Cataluña no es posible sin España y España dejaría de serlo
sin Cataluña.
Callar cuando la unidad de España está en
peligro es la peor de las cobardías. Yo, al menos -como hiciera mi padre hace
ahora 42 años- no quiero dejar de sumar mi voz a las que ya se levantan frente
al riesgo clarísimo de perderla. Quiero que se sepa que no todos los españoles
estuvimos de acuerdo en quedarnos sin Patria.
Luis
Felipe Utrera-Molina
27 de noviembre de 2019
José Antonio Primo de Rivera, patrimonio de todos los españoles
Artículo publicado en La Razón el 24 de noviembre de 2019, atribuido por error en la edición impresa a mi hermano César.
Fue Enrique de Aguinaga, Decano de los cronistas madrileños quien
acertadamente definió a José Antonio como arquetipo. Y al contemplar su figura
y trayectoria cuando se cumplen 83 años de su asesinato “legal” por el gobierno
del Frente Popular, su condición de modelo se agiganta con la simple
comparación con la clase política que padecemos en la que la mediocridad es la
regla.
La vida política de José
Antonio es lo menos parecido a la historia de una ambición. Muy al contrario,
es la nobleza la verdadera fuerza motriz que impulsa todo su itinerario
político y frustra sus planes de dedicarse por entero al ejercicio del Derecho.
Porque la verdadera vocación de José Antonio fue la de abogado, profesión que
jamás abandonó del todo y en la que brilló con luz propia desde sus primeras
actuaciones profesionales hasta la extraordinariamente lúcida y rigurosa
defensa que de sus hermanos, su cuñada y de él mismo realiza ante el Tribunal
Popular de Alicante que le condenaría a muerte, no en función de un criterio
jurídico sino en el cumplimiento de las órdenes políticas del gobierno de la
República.
Esa nobleza es la que le
lleva a asumir desde muy temprano la defensa de su apellido frente a los
despiadados e injustos ataques de los que está siendo objeto la obra de su
padre, con una elegancia y un estilo que serán siempre su seña de identidad.
Sirva como muestra su impecable réplica al Decano del Colegio de Abogados de
Madrid, Sr. Bergamín, ante una velada insinuación a su apellido en la Sala del
Tribunal Supremo:
“En cuanto a mí, señor Bergamín, que nunca olvido ni olvidaré mi apellido y
cuanto debo de cariño y respeto a quien me lo ha dado, lo sé perder en cuanto
visto esta toga. Si alguna antipatía, recelo o rencor tiene con él Su Señoría,
debió también haberlo olvidado, pues aquí no somos más que dos letrados que
vienen a cumplir su misión sagrada de pedir justicia para el que la ha menester
y hemos dejado—yo por lo menos lo hago siempre—con el sombrero y el gabán en la
Sala de Togas, cuanto sea ajeno a nuestra misión—la más divina entre las
humanas—para revestirnos, con este ropaje simbólico, de la máxima serenidad, la
máxima cordura, la máxima pureza.”
Es esa noble causa y no una
ambición de poder –que podía ser legítima- la que le lleva poco a poco a entrar
en política para defender, primero, la memoria y la obra de su padre, para
formular después con enorme brío y patriótica emoción, la síntesis de un
movimiento político que superase la secular hemiplejia de los partidos
políticos al uso; es ese impulso cabal el que lleva al joven Marqués de Estella
a granjearse la antipatía de rancios caciques y ociosos señoritos para defender
con pasión una justicia social superadora de la lucha de clases, para defender
en definitiva, frente a la insolidaridad de una derecha con resabios
caciquiles, el sueño de la patria el pan y la justicia, pero especialmente para
los que no tenían pan, pues carecían de patria y de justicia.
Con apenas 30 años, el joven
José Antonio inaugura un lenguaje nuevo. En la atmósfera turbia y espesa de la
república se abre paso el ímpetu juvenil de su movimiento por su frescura y
sobre todo, por su estilo, que comienza a granjear la antipatía de tirios y
troyanos. Al recelo y antipatía de la derecha, pronto se le une el odio frontal
de una izquierda violenta, sectaria y marxista que no tarda en causar las
primeras bajas entre sus jóvenes falangistas. José Antonio, el hombre de fe, se
resiste hasta la contumacia frente a quienes lo empujan a la venganza porque
adivina en el horizonte los negros presagios de la espiral de violencia que
comenzaba a sembrar de sangre los pueblos de España. Era perfectamente
consciente de su responsabilidad sobre unos jóvenes que estaban dispuestos a
seguirle hasta la muerte.
Es entonces, en respuesta a
voces amigas que le aconsejan retirarse y volver a cultivar con sosiego su
vocación primera, cuando la nobleza de espíritu aparece de nuevo como resorte
para contestarles: “me sujetan los muertos”. Y es que su vida estaba ya
irremisiblemente ligada al sacrificio de los que cayeron por una bandera que él
mismo había llamado a defender alegre y poéticamente.
Todavía tendría tiempo de
dejar en el mundo de los vivos un testimonio estremecedor de su nobleza de
espíritu. Fueron tal vez sus últimas horas las que encumbran definitivamente en
el olimpo de la historia a un hombre cuya memoria debería ser patrimonio común
de todos los españoles. Desde la sinceridad con la que se despide de su amigo
Rafael Sánchez Mazas: “Te confieso que me horripila morir fulminado por
el trallazo de las balas, bajo el sol triste de los fusilamientos, frente a
caras desconocidas y describiendo una macabra pirueta (…) Quisiera haber muerto
despacio, en casa y cama propias, rodeado de caras familiares y respirando un
aroma religioso de sacramentos y recomendaciones de alma, es decir, con todo el
rito y la ternura de la muerte tradicional…” , a la profesión de fe hacia
su tía Ma: “Dos letras para confirmarte la buena noticia, la agradable
noticia, de que estoy preparado para morir bien, si Dios quiere que muera, y
para vivir mejor que hasta ahora, si Dios dispone que viva. (…) Dentro de pocos
momentos ya estaré ante el Divino Juez, que me ha de mirar con ojos sonrientes”.
Y, finalmente la sublime declaración de su excepcional y emocionante testamento
que debería hacer sonrojar a los sectarios funcionarios del Ministerio de la
Verdad que ahora tienen su tumba en el punto de mira: “Ojalá fuera la mía la
última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara
ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la
Patria, el Pan y la Justicia”.
A José Antonio no le han
hecho justicia los unos ni los otros. Ni los que quisieron mitificarlo
olvidando que era un hombre y orillando parte sustancial de su doctrina, ni los
que decidieron petrificar su doctrina condenando cualquier desviación, ni los
que siguen odiando su nombre porque jamás quisieron entender su mensaje. José
Antonio era la negación del sectarismo, la perfecta síntesis de la revolución y
la tradición, epítome de la elegancia y del estilo y, en definitiva, de la
nobleza en lo político y en lo personal. Pero sobre todo, un ejemplo de un español
orgulloso de serlo y sentirlo hasta el final, del que todo español cabal
debiera sentirse orgulloso, porque por encima de sus ideales, José Antonio es
patrimonio común de todos los españoles.
Luis Felipe Utrera-Molina
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