"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
17 de septiembre de 2017
7 de septiembre de 2017
Cataluña: situación límite
Me perdonarán mis amigos catalanes, que los tengo y buenos,
este desahogo, precisamente en los días en que comienza a consumarse
materialmente en el Parlamento de Cataluña la voladura del Estado de Derecho y
la ruptura de la unidad nacional.
Vaya por delante mi indignación con la actitud cobarde del
gobierno español que no tiene parangón posible en la historia reciente de una
nación moderna, al haber renunciado desde hace tiempo a exigir coactivamente el
cumplimiento de la ley en dicha región española. La excusa de que hasta ahora
“no existía ningún acto jurídico” es verdaderamente sonrojante, pues nadie
imagina que un gobierno permaneciese quieto y a la espera de acontecimientos si
un general diese una rueda de prensa con la tropa formada anunciando un golpe
de Estado a un mes vista. Pues bien, los sucesivos anuncios del Gobierno
catalán, escenificados en ocasiones para hacer ver todo su poder, anunciando la
ruptura del orden constitucional, han sido consentidos de manera irresponsable
por un Presidente del Gobierno que no ha dado la talla en una de las
encrucijadas más graves por las que ha atravesado nuestra nación. Hoy, además, ya tenemos actos jurídicos
concretos en los que se cristaliza el desafío a la legalidad y el gobierno,
además de enviarnos a su Vicepresidenta con un mensaje de plañidera en la que
se lamenta de la vergüenza que ha pasado –como si no fuera con ella la cosa- se
limita a dar parte a la Fiscalía y al Tribunal Constitucional para que les
resuelvan la papeleta.
Pero al margen de las distintas responsabilidades políticas
de unos y otros en haber llegado a esta coyuntura, que arrancan del
irresponsable pacto constitucional de 1978, no podemos olvidar la enorme
responsabilidad que atañe a la sociedad catalana, en su mayor parte anestesiada
y en gran parte embrutecida por la mentira, el odio y la manipulación. El odio
a España inoculado durante decenios, ha conseguido que buena parte de los catalanes
de hoy no se sientan españoles y los que aún sienten a España como su patria
están, con honrosísimas excepciones, en su mayor parte callados y acobardados
ante el desamparo del gobierno de España. Demasiadas veces he tenido que escuchar
de personas supuestamente razonables solemnes estupideces relativas a supuestos
agravios o incomprensiones por parte de quienes vivimos fuera de Cataluña como
si se tratara de un planeta lejano o un territorio amazónico. Es verdaderamente
insoportable la suficiencia e irresponsabilidad con la que se han conducido muchos empresarios
catalanes que ahora se lamentan cuando, gracias a su silencio, han caído en
manos de ladrones y criminales de la peor estopa.
Amo a Cataluña por española, pero creo que la sociedad
catalana merece pagar las consecuencias de tantos lustros de mirar para otro
lado mientras sus políticos se dedicaban a robar a manos llenas mientras
procuraban adoctrinar con mentiras y patrañas a dos generaciones de catalanes
que costará mucho recuperar para España. Nos encontramos ante una situación límite que requiere de un gobierno firme y de una cirujía política profunda para comenzar a desandar un camino hacia el abismo que nunca debió permitirse transitar. España no se merece un gobierno que no defienda su grandeza y su unidad.
LFU
27 de agosto de 2017
José Utrera Molina, Una promesa cumplida.
(artículo publicado en Razón Española en el número correspondiente a julio-agosto 2017)
“No estoy dispuesto a olvidar lo que fui, ni me arrepiento por tanto de
lo que soy. El ayer, el hoy y el mañana enlazan mi irrevocable filiación
falangista. Me reconforta la seguridad de que mi vida no ha sido una promesa
incumplida o un destino traicionado y que todavía no tengo que poner en mi
esperanza ninguna negra colgadura. No podría, pues, hacer cuenta nueva porque
las cifras serían las mismas y, fatal o felizmente, el resultado habría de ser
también invariable; morir sin cambiar de bandera es el sueño que acaricio día
tras días y hora tras hora. Ante la realidad actual de la vida política
española, que frecuente contemplo con ojos atónitos, donde toda gallardía es
inexorablemente condenada y toda lealtad a lo que fue nuestro pasado maldecida
y proscrita, Dios quiera que este último sueño al menos se cumpla con honor y,
si es posible, también con ventura.”
Con este párrafo, tan auténtico
como el espíritu de su vida, concluía el autor de mis días el prólogo de su
libro de memorias “Sin cambiar de
bandera” en el año 1989, cuando aún le restaban 27 años más de vida para
hacer honor a su promesa, con más gallardía si cabe, en una España en la que la
mezquindad, la vileza y la cobardía se han institucionalizado hasta límites
difícilmente imaginables en aquel momento.
Mi padre es –me resisto a hablar
de él en pasado, pues su presencia llena mi vida en cada momento- un monumento
a la lealtad. Pero no a una lealtad ciega, servil o romántica, sino a una lealtad que es pura coherencia
con su propia trayectoria vital. Mi
padre fue uno de tantos niños a los que la guerra arrebató la niñez. Contempló
con asombro el odio desatado contra todo lo que rodeaba su existencia y a
menudo recordaba el olor a quemado que desprendían los templos quemados de su
Málaga natal. Jamás pudo olvidar las
macabras romerías que cada mañana subían hasta el lugar de los fusilamientos
para profanar con odio los cadáveres aún calientes de los fusilados al amanecer
y vio como caían algunos de los jóvenes que le habían hablado por primera vez
de una bandera nueva, de primaveras, de amaneceres y de rosas. Pero aquella guerra fratricida también rompió
su familia en dos, por lo que sus afectos también estuvieron en el bando
perdedor. Ésta circunstancia marcó su carácter abierto, siempre alérgico al
sectarismo y su capacidad para empatizar con los adversarios políticos. Buena muestra de ello fue su empeño en acoger
en su centuria del Frente de Juventudes a los hijos de los que mataron con los
hijos de los que murieron, en superar la contienda y dedicar todos sus
esfuerzos a levantar una España necesitada de patria, pan y justicia para
todos.
Sus dotes de mando, su autoridad
moral y su vibrante oratoria pronto llamaron la atención de un Gobernador civil
de Málaga, Luis Julve, que fue quien comenzó a promocionarle para tareas de más
alto calado. Con apenas 30 años se
convirtió en el Gobernador civil más joven de España. Ciudad Real, Burgos y
Sevilla fueron testigos de la pasión arrebatada y la firme decisión con la que
asumió unas tareas de gobierno que para él no eran sino la oportunidad de
servir a los demás transformando una realidad que no le gustaba para lograr el
bienestar de los más humildes. Abrió su despacho de par en par y pronto se
formaron colas para hablar con el gobernador, para exponerle las preocupaciones
más primarias. Se convirtió en visita incómoda de Ministros y Directores
Generales a quienes acababa desarmando con la autenticidad de sus argumentos y
la pasión que ponía en todas sus actuaciones.
Pero
de todos esos destinos, Sevilla sería finalmente, como él solía decir, el
paisaje que mejor le sonrió, “el lugar
–escribió- que más he querido y donde
siempre tuve el depósito de mi más noble nostalgia”. Una Sevilla a la que
llegó con el vértigo de su origen malagueño y que le abrió su corazón de par en
par cuando vio cómo se desvivía por aquella tierra y se identificaba con su
manera de ser. Durante sus ocho años de gobierno se crearon barriadas enteras,
entregándose 10.491 viviendas sociales a familias necesitadas que vivían en
infraviviendas o en corrales de vecindad en situaciones lamentables y podían tener
por fin un hogar digno. Mi madre siempre recuerda que, cuando llovía
torrencialmente por las noches, mi padre se desvelaba y le decía “hoy habrá mucha gente que se va a quedar
sin techo”, y se iba a su despacho para pedir el parte de incidencias de
bomberos y policía. Se erradicaron más
de 34 núcleos chabolistas y se crearon más de 80.000 puestos escolares en toda
la provincia. Todo esto se consiguió
pese a la precariedad de medios, por el entusiasmo de un hombre para el que la
justicia social era la base sobre la que debía sustentarse cualquier acción de
gobierno. Y Sevilla le correspondió con una entrega y agradecimiento que aún
perdura, siendo innumerables los testimonios de personas sencillas que durante
estos días hemos recibido sus hijos, en los que nos muestran la flor de la
gratitud a quien lo dio todo por las gentes de aquella tierra, en la que
siempre tuvo el depósito de su más noble nostalgia.
Su
fecunda labor en los gobiernos civiles hizo que Franco quisiera tenerlo cerca. Su
nombramiento como ministro se debió directamente al Generalísimo quien había
sido testigo de su eficacia, de su lealtad y de su autenticidad, de la que pudo
hacer gala en la Subsecretaría del Ministerio de Trabajo, posteriormente en su
efímero paso por el Ministerio de la Vivienda y, sobre todo, desde la
Secretaría General del Movimiento, empeñándose en nadar vigorosamente contra
una corriente espesa de lodo decidida a sepultar para siempre las huellas de
una era de la historia de España que algún día se reconocerá como la más
próspera y fecunda de cuantas ha conocido nuestra convulsa y amada patria. Fue esta última responsabilidad la más
ilusionante por cuanto suponía para un miembro del Frente de Juventudes llegar
al más alto escalón del Movimiento, y al mismo tiempo la más dolorosa pues fue
testigo doliente del aluvión de deserciones y traiciones que se anunciaban
soterradamente a la espera de colocarse bien en la casilla de salida de una
nueva era que debía romper con el pasado.
Y
es precisamente en el momento en que las ratas se apresuraban para abandonar el
barco, cuando mi padre nos ofrece una lección magistral de lealtad que no puedo
calificar sino de heroica. Con apenas 50 años y 8 hijos pequeños a sus
espaldas, sin una oposición ni patrimonio alguno que le respaldara, decidió
rechazar los treinta denarios con el que pusieron precio a su silencio y su
mudanza. Muchos –casi todos- habrían entendido una elección más sensata y
prudente. Pero, como a menudo me decía, quería seguir mirándonos a los ojos sin
tener que bajar la mirada de vergüenza. Era consciente de que durante décadas
había guiado a miles de personas con la autenticidad de unos ideales que no
merecían acabar apolillados en el baúl de la comodidad, con tal de poder descansar
cómodamente desde las mullidas alfombras de los Consejos de Administración sin
preocuparse del futuro de sus hijos. Y en ese difícil trance, en el que tantos
encontraron tan diversas justificaciones, decidió seguir los dictados de su
noble corazón, manteniéndose fiel a su propia trayectoria y a la bandera que
siempre había servido, sabedor de que ello le granjearía el silencio, el desdén
y el desprecio de quienes no tenían un porqué para vivir, sino tan sólo un
cómo.
Fue entonces, con ese acto indudablemente
heroico donde José Utrera Molina alcanzó para mí la cima de su grandeza. Desde
aquella difícil decisión, que no hubiera sido posible sin el aliento de una
mujer abnegada y leal como mi madre, asumió el papel de paladín solitario de un
régimen cuya historia comenzaba a desfigurarse por la mentira, el odio y la
manipulación, pero sobre todo por la cobardía, el silencio y la indiferencia de
quienes todo le debían.
Fue Albert Camus quien afirmó que
“existe una filiación biológica entre el
odio y la mentira” y ya Orwell anunciaba que «quien controla el presente controla el pasado y quien controla el
pasado controlará el futuro». Mi
padre fue consciente desde un principio de que tendría que luchar contra
fuerzas titánicas para tratar de mantener vivo el testimonio de una verdad cada
vez más desdibujada, pero que seguía viva en su corazón y en su memoria. Le
dolían profundamente los silencios de tantos ante la falsificación sistemática
de nuestra historia reciente, ante la criminalización de toda una generación de
políticos y servidores públicos que acometieron con ilusión la ingente tarea de
la reconstrucción nacional. Pero jamás le ganó el desaliento. Se cuentan por
cientos los artículos que escribió hasta los últimos días de su vida para
contestar ésta o aquella mentira, para condenar los ataques injustos que día
tras día recibía la figura de Francisco Franco, para reivindicar la memoria de
quienes ya no tenían voz para poder defenderse del ataque cobarde y cruel de la
mentira. Jamás rechazó una entrevista,
jamás cerró las puertas de su casa a quien quisiera conocerle y he de decir que
se cuentan con los dedos de una mano –y sobran- quienes se aprovecharon de su
generosidad y gentileza para zaherirle.
Los que quisieron herirle en sus
últimos años tan sólo consiguieron emponzoñar su propio corazón de vileza y
mezquindad. Mi padre estaba muy por encima de las miserias humanas y tan sólo
sentía lástima de que una pasión tan aniquiladora como el odio se hubiese
vuelto a instalar en la vida española. Le dolió, sí, lo de Sevilla, porque allí
lo había dado todo y por todos y esperaba que al menos hubiera habido un
solitario gesto de nobleza, de dignidad. Pero ni la vileza de unos ni la
cobardía de otros pudieron arrebatarle jamás la alegría, porque hasta el último
día recibió a raudales con una dulce sonrisa el torrente de amor que siempre repartió.
Cada noche recitaba los nombres
de sus amigos muertos encomendándoles en su plegaria. “Más de 500” -me decía-.
Aprendí de él que nunca era tarde para abrir el corazón a nuevas amistades,
pues la amistad era para él una fuente nutricia esencial para el crecimiento de
la persona. Tenía alma de poeta y nos dejó escritos versos maravillosos
encerrados en esa cárcel del alma que es
el soneto, como estos con los que se refiere a su ideal:
Estoy de pie con mi ideal, y sigo
sin cansarme, llevándolo conmigo,
vivo el sueño, mas roto mi estandarte.
Si me pides que luche todavía
Sobre el pecho te juro que lo haría.
Me iré muriendo, sin dejar de amarte.
Fue un hombre esencialmente bueno
en el que la humildad y la generosidad brillaron siempre con luz propia. Amó
arrebatadamente a su mujer, mi madre, «que
alentó mis sueños, que compartió valerosamente mi esperanza y compartió con
amor mi empeño imposible»; a sus hijos y a sus nietos, en los que se sentía
«venturosamente continuado» y
siempre, siempre, tenía una palabra amable y gentil para todo el que se le
acercaba. Su enorme corazón ha resistido hasta el
final los más duros y amargos ataques, porque por encima de todo, mi padre ha
sido un luchador que jamás estuvo dispuesto a arriar su bandera. Leyendo todo lo que durante estos días se ha
escrito de él, escuchando lo que dicen gentes ilustres y sencillas, sintiendo
la admiración de tantos y el amor de su gran familia, no cabe duda de que mi
padre ha sido un triunfador, porque sólo los hombres grandes dejan tan profunda
huella de gratitud en los demás.
Termino con algunas frases de la
carta con las que quiso despedirse de nosotros:
“Quiero ser enterrado con mi camisa azul. No es un gesto romántico sino
la postrera confirmación de que muero fiel al ideal que ha llenado mi vida. (…)
“Quiero pedir perdón a cuantos ofendí en
mi vida y reiterar mi creencia en Cristo y mi fe en España, cuya bandera ha de
ser mi sudario”.
Tú ya has cumplido tu promesa,
con honor y con ventura. Te has ido con el honor intacto, por la puerta grande
y sin cambiar de bandera. A nosotros nos
queda ahora la difícil tarea de llevar con orgullo tu apellido hasta el final
de nuestros días, con la esperanza de poder mirar atrás con la satisfacción de
haber sido dignos de tu ejemplo.
Descansa en paz querido padre,
camarada y amigo. Guíanos siempre desde tu lucero y ruega siempre por tu
querida España.
Tu hijo que te quiere y admira,
Luis Felipe
23 de agosto de 2017
"CANCIÓN PARA DESPUÉS". Soneto inédito de José Utrera Molina
Transcribo a continuación el soneto encontrado entre los papeles de mi padre, a los cuatro meses de subir a la casa del Padre. Sus versos, absolutamente visionarios, cobran ahora su verdadero significado.
Cantadme el cara al sol cuando yo muera
si es que queda una voz para entonarlo,
si perdura el arrojo de gritarlo
con el alma y en alto la bandera.
Cantadme el cara al sol cuando yo muera,
acaso yo lo escuche todavía,
está en el cielo azul su melodía
como el grito del alba en primavera.
Cantadme el cara al sol en la esperanza
de arrebatar su sitio a la amargura.
Con tristeza el mañana no se alcanza.
Que la rosa en el puño aprisionada
recobrará mañana su tersura
del rencor y del odio liberada.
José Utrera Molina
2 de agosto de 2017
Así despidió Ciudad Real al gobernador Utrera Molina
No cabe duda de que la política, entendida como un noble ejercicio del servicio a los demás, hace décadas que cayó en desuso. Vivimos tiempos recios, en los que la actividad pública está tristemente desacreditada por el abandono absoluto de principios y valores y por el efecto nocivo de una oligarquía partitocrática que, lejos de premiar la excelencia, adjudica destinos y cargos en función de la componenda y el servilismo. Tal vez por ello, se manipula y borra con más ahínco la historia reciente de España para evitar comparaciones que resultan especialmente odiosas a quienes no ofrecen a los demás más que los desechos de su rencor y de su mediocridad. Pero al olvido y la mentira no podemos oponer la indiferencia o la resignación. Estamos obligados a rescatar la verdad y a airearla aunque ello implique ser desterrados a la caverna y sufrir el acoso de los miserables.
Por eso las imágenes que hoy rescato del archivo de mi padre cobran especial significado. Hace ahora 55 años, el pueblo de Ciudad Real se echó literalmente a la calle para despedir a un Gobernador de 36 años que abandonaba la capital manchega. Las imágenes no mienten. El día 2 de marzo de 1962 amaneció frío y lluvioso, pero eso no evitó que miles de manchegos llenasen la Plaza de Cervantes para dar su adiós a un joven gobernador que había entregado su juventud a aquella tierra con verdadera pasión y eficacia.
"Aquí nos tienes a todos los trabajadores desde el más potente empresario hasta el más modesto productor, para decirte con emoción y sencillez adiós. Un adiós profundo y sentido que nos entristece cuando con tus actos y servicios tan hondo has calado en el corazón de la Mancha; de esta Mancha que escuchó de los labios de este caballero andaluz, las frases más bellas y los cantos más sonoros (...)como un nuevo Don Quijote, Utrera Molina paseó nuestros pueblos, recogió sus inquietudes y por todos y cada uno de ellos, esparció con sus cálidas palabras y consejos, esperanzas y alientos que cuajaron en nuevas escuelas, viviendas, teléfonos, abastecimientos de aguas, electrificaciones, et..,. fruto todo ello de sus constantes desvelos."
Para terminar, voy a dar ese grito que tantas veces he oído de personas vistiendo ropa de pana y abarcas, cuando te hemos acompañado en tu caminar por las rutas polvorientas de nuestra tierra: ¿Viva nuestro Gobernador Civil!"
Y también, de su discurso de despedida:
"Os puedo decir que he amado esta tierra con delirio. Mis hijos han crecido aquí. Y he estado abierto a todos porque nuestra causa es una causa abierta a todos los españoles, y por ellos, sin discriminaciones sobre el color de cada cual, el despacho de un hombre de la Falange ha estado abierto a todos los que a el acudieron.
Lo importante no es vivir, sino llegar al alma de los demás. M
e llevo el recuerdo de las piedras viejas de Calatrava, del azul intenso de las Lagunas de Ruidera, de los pueblos pequeños, de las iglesias, de los escudos de las casas...todo lo llevo dentro de mi corazón en visión perpetua e irrevocable.
He conocido de vuestra lealtad castellana y manchega y sobre todo he aprendido mucho de vuestra humildad y sencillez, humildad que es precisa para que los hombres se entiendan.
Siento que mis hijos no tengan más edad para poder decirles: "Hijo levanta tus ojos y besa esta tierra que tiene un fondo milagroso de esperanza y eternidad."
40 años después de aquella despedida, un grupo de manchegos se trasladó a Madrid para entregarle la medalla de oro de la Ciudad que nunca se le había llegado a entregar. Mi padre sintió hasta el final un especial amor por aquella tierra manchega en la que lo dio todo siendo el gobernador más joven de España.
Mi gratitud y homenaje a los muchos ciudadrealeños que aún le recuerdan con cariño.
Luis Felipe Utrera-Molina
18 de julio de 2017
"Agresión al 18 de julio" por José Utrera Molina
(Rescato de la hemeroteca este artículo, publicado hace 36 años, por su indudable calidad y su rabiosa actualidad. Lo único que ha quedado superado por los acontecimientos es el título, puesto que el 18 de julio se ha convertido en una fecha no agredida, sino anatemizada, salvo para cobrar la paga extraordinaria, claro)
AGRESIÓN AL 18 DE JULIO
(publicado en El Alcázar,
18 de julio de 1981)
El destierro a la memoria de que hablaba don Miguel de Unamuno es sin duda el riesgo temerario del recuerdo. Por eso tuve desde siempre
un radical desacuerdo con los que hacían de los aniversarios plataformas habituales de proclamación política, convirtiéndolos en territorios de recreación retórica,
en refugio de nostalgias o en amparo de añoranzas
y de melancolías.
Pero hay ocasiones
en que es preciso y necesario recordar,
hay circunstancias en que el recuerdo se convierte en exigencia ética, en deber de conciencia, en compromiso moral, en demanda inesquivable, en urgente requerimiento. Ocurre esto cuando
peligra la verdad
que
un día honestamente
defendimos,
cuando secuestra un hecho y se manipula con su intención, cuando se desnaturaliza la historia y se
falsifica y corrompe la naturaleza
de la realidad,
alterando sensiblemente su nominación y su espíritu,
cuando
se descalifica y se injuria,
cuando se menosprecia y no se respeta
un caudal de sacrificio
y de
heroísmo.
Pienso que cuando
esto ocurre, conmemorar no es tan sólo volver
a pasar por la memoria
sino también volver
a recorrer el corazón, dar testimonio de fidelidad, levantar
justamente la voz para responder serenamente a
los agravios y ofrecer claramente nuestra voluntad
para combatir sin miedo la deformación y la injusticia.
En estos días presenciamos
una ofensiva
de determinados medios de comunicación social –convertidos en habituales vehículos de la difamación, de la calumnia y del resentimiento
–con el propósito de alterar la significación histórica
y política del 18 de julio
de 1936. Lo que fue el inicio de un afanoso y fecundo proceso de reconstrucción nacional, se presenta como una fecha sombría,
como
un hecho vergonzoso,
como un acto indigno,
como una traición a la llamada representación democrática. No se hace mención de la podredumbre de un sistema que cayó derribado
por sus propias culpas,
por la falsificación de su esencia, por la esterilidad de su representación social y política
y por el atentado que supuso su radical empeño de desmembración y de sometimiento a poderes extraños que operaron
a extramuros de los intereses nacionales.
Ante esta siniestra manipulación, ante este
vil y despiadado ataque no podemos
permanecer en silencio. Callar no sería otra cosa que replegarse cobardemente, con dimisión
humillante de nuestro
propio honor y dignidad.
Dejo a un lado la
repugnancia que siento ante los que
fueron durante muchos
años fervorosos apologistas
del Movimiento Nacional del 18 de julio y que hoy permanecen mudos, con sus plumas,
y sus palabras clausuradas, por el miedo a perder beneficios, a abandonar privilegios, a cesar en los consejos
de administración o a comprometer
su seguridad personal.
Para nosotros, el 18 de julio no fue la voluntad
de perpetuar un enfrentamiento, sino el comienzo de una
nueva era en la que pudieran
integrarse las razones dolientes del alma partida de España,
en un común impulso de superación
de
pasadas y amargas diferencias, fue un emocionante
proyecto popular
que sin duda en parte se frustró después por egoísmos
inconfesables, por mercaderes
y por arribistas de toda especie.
El 18 de julio no fue un movimiento de clase, ni el triunfo de
una tendencia partidista, sino el reencuentro con nuestro destino nacional en tantas ocasiones malogrado, el levantamiento de un pueblo
que no quiso morir estrangulado
por la tiranía del marxismo, la heroica y ejemplar
decisión de un Ejército que quiso impedir
la desmembración de España, y la voluntad joven, ardiente y revolucionaria de emprender todos juntos un
nuevo camino de sincera
y auténtica participación
popular, una vez probada
de forma evidente la esterilidad partitocrática.
Las razones de 18 de julio fueron lícitas; no
se combatió una legalidad,
la legalidad se había derrumbado ella misma.
De aquella fecha arrancó una etapa histórica que tuvo, como toda obra humana, errores, defectos
y equivocaciones, pero que ofrece sin embargo en su conjunto un balance colosalmente
positivo. Los españoles sintieron la alegría del reencuentro con una incitante tarea colectiva,
donde se armonizó la libertad con la autoridad para preparar una vida democrática sin artificios y una convivencia civilizada en un marco sereno
de diálogo
y no en un plano de beligerancia y de disputa. El orden social mejoró con el desarrollo
económico y el impulso industrial
fue uno de los más vigorosos y espectaculares que ha conocido el mundo
occidental. España recuperó
su impulso vital, su memoria
su ambición
histórica, de ser mediatizados por Europa, pasamos a tener prestigio, independencia y
dignidad, sobre
todo respeto, en extensos ámbitos
internacionales.
Resulta paradójico, pues, que desde determinadas
posiciones del régimen
actual se ejerza la crítica
demoledora del sistema anterior, cuando el vigente no puede ofrecer
nada más que un panorama
desolador,
donde,
podrida
la libertad,
sólo prospera la injusticia, la zafiedad, el mal gusto,
el desbarajuste social, la disgregación y el desencanto.
Desde muy calificados y penetrantes medios
de comunicación social se aniquilan los fundamentos de la sociedad,
se caricaturizan nuestras tradiciones, se hace burla y escarnio
de nuestras creencias
religiosas, se atenta descaradamente contra
la institución familiar,
se presentan como lógicas,
normales y deseables las mayores aberraciones sexuales, se fomenta la prostitución y se destruye
con un sarcasmo que estremece
la
misma esencia del amor. Lo cierto es, y acaso lo más penoso, que nos encontramos indefensos ante esta invasión
negadora de todo principio moral.
Evito también referirme a los que, hoy enemigos
y adversarios,
pero correligionarios ayer, situados en
puestos oficiales de preminencia, no sólo callan sus antiguos fervores, sino que contribuyen con sus conductas
y con sus actuaciones a la desmembración de
España y, por lo
tanto, a abatir la razón integradora de aquella fecha, porque creo que tarde o temprano serán juzgados implacablemente por el rotundo juicio
de la Historia. En estas circunstancias yo sólo me limito, porque no
estoy habituado a mudar de creencias, a dar testimonio de mi lealtad y a no renunciar, aunque las circunstancias sean adversas,
al compromiso histórico que suscribí ante mí mismo y al juramento que un día presté de defender unos principios poniendo a Dios por testigo.
Yo no escribo
hoy del 18 de julio de 1936 con memoria
de protagonista. Por razones de edad no participé en aquella contienda y, por lo tanto, no me refiero a ella a través de vivencias
de luchador y de combatiente. No tengo, pues,
recuerdos de riscos conquistados o de trincheras
defendidas, escribo tan sólo con
la memoria de la paz y
de la concordia, con entera
fidelidad a un propósito de entendimiento y de solidaridad entre todos los españoles.
Muchos
de los hombres de mi generación entendimos con generosidad la significación de aquella fecha.
No hubo jamás en nosotros
descalificación de los hombres que se enfrentaron
en trincheras distintas
ni el menos asomo de agresividad a los
que resultaron vencidos en aquel
conflicto fraterno, ni por supuesto la más ligera condena
dialéctica a los que defendieron con valor y nobleza sus propios ideales.
Hubo, por el contrario, un enorme respeto por el caudal de decisión
y de brío que los
combatientes de una y otra parte
demostraron.
Cabe
preguntarse, ¿qué oscuro,
tenebroso e inconfesable proyecto se esconde detrás de estas campañas? Sólo cabe una respuesta coherente: se intenta la destrucción de todo un orden moral, la mutilación de toda vertiente espiritualista, la siembra del rencor y del odio, la negación, en definitiva, del respeto a la dignidad
y a la libertad del hombre.
Estamos en presencia de una profunda crisis económica, de una escandalosa elevación del gasto público, la unidad de España
se resquebraja, se grita la independencia en el Nou Camp de Barcelona, en Vizcaya se suceden
las demandas de
autodeterminación y
en Navarra, puño en alto en la plaza de toros,
se insulta al Ejército y se canta la canción del soldado
vasco. La representación
social baja, mientras se eleva a la más alta cota el terrorismo, que es, sin duda, el más grave de Europa.
Se falsea la democracia y paso a paso perdemos el pudor histórico y ganamos en indignidad colectiva. Se desconocen
las reglas morales, se rompe sistemáticamente nuestro destino comunitario,
no hay el menor respeto a los grupos divergentes, los grandes valores de
nuestra historia se ridiculizan, España se desvertebra, prospera el
enfrentamiento sobre el diálogo responsable, se acentúan los conflictos entre
el poder central y las autonomías, progresan las diferencias entre el ejecutivo
y el legislativo, se señalan diferencias entre políticos y Fuerzas Armadas,
entre Policía y Poder Judicial. Todo es provisional, indeciso e inseguro, y la
vida política está llena de peligrosas incongruencias.
Y yo me pregunto,
¿desde este miserable haber histórico, desde esta evidente realidad, se puede
denostar una época que fue fecunda en realizaciones y envilecer su sustancia
ideológica propiciadora de fraterna solidaridad, con falsedades y calumnias?
Desde esta
confortable perspectiva, ¿se tiene legitimidad moral para mancillar el honor
del 18 de julio?
José Utrera Molina
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