"Mi sueño es el de la patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero especialmente para los que no pueden congraciarse con la patria, porque carecen de pan y de justicia.". JOSÉ ANTONIO
22 de abril de 2017
En la muerte de mi padre, José Utrera Molina
A mi padre, José Utrera Molina
Te has marchado en primavera. No podía ser de otra manera. Te has ido como soñaste: cara al sol, mirando al mar y sin cambiar de bandera. Has subido al cielo rodeado del cariño de todos tus hijos y de tu querida Lali, nuestra querida madre, tu novia eterna.
Nosotros te lo debemos todo. Nos diste la vida, nos transmitiste la fe y un amor apasionado a España. Pero sobre todo un ejemplo de honradez, de caballerosidad y de limpieza que constituye el mayor patrimonio de los que con tanto orgullo llevamos tu sangre y tu apellido.
Llegaste a la política para servir y empeñaste tu corazón, tu tiempo y tu energía en ayudar a los que más lo necesitaban. Jamás miraste el color de los demás y nos enseñaste que no hay que mirar el color de la bandera sino la medida del corazón.
Para ti, el poder era solo la oportunidad para hacer posible los sueños de muchos. Muchos recuerdan aún las noches en vela que pasaste con los afectados por las inundaciones de Sevilla que se quedaron sin hogar hasta que desde los despachos de Madrid se dieron cuenta que no ibas a cejar en tu empeño. Podrán quitar tu nombre de las calles pero jamás la gratitud de tantos miles de familias a las que procuraste una vivienda digna, escuelas para sus hijos, y tantas y tantas cosas que no cabrían en un libro.
Tú no lo sabías pero fuiste, sin duda, el mejor de todos. Siempre apreciaste más el abrazo de los humildes que la palmada del poderoso. Porque tú siempre ejerciste la virtud de la humildad hasta el último día. Ahí residía tu verdadera grandeza.
No hay espejo mas limpio en el que poder mirarnos cada día para ser mejores . No he conocido jamás a ningún hombre tan bueno, tan leal, tan cariñoso, tan comprensivo como tú. Tan caballero y tan cristiano. Hoy te hemos puesto tu camisa azul y tus flechas para que ocupes el puesto que te corresponde sobre los luceros. Sobre tu cuerpo, tu bandera, la que juraste un día defender y has honrado hasta el último día de tu vida limpia y ejemplar. España está en deuda contigo.
Dios ha querido que estos últimos días te hayamos acompañado en el final tus ocho hijos con Mamá. Todos unidos como siempre quisiste. Una familia que siempre te querrá y para la que siempre serás referente y amalgama de su unidad y fortaleza.
Gracias por todo y hasta siempre, querido papá. Para mi jamás habrá otro referente mejor ni más completo. Pídele a la Virgen de la Esperanza y a ese Cristo de la buena muerte que te han acompañado en tu último día entre nosotros, que nos bendiga a todos y sobre todo, a tu querida España.
Tu hijo que tanto te quiere y admira, en nombre de toda tu gran familia que jamás te olvidará.
Luis Felipe
3 de marzo de 2017
Torcuato Fernández Miranda, camisa azul o camisa blanca.
Hace unos días, leía en ABC un
artículo sobre Torcuato Fernández Miranda en el que uno de sus hijos destacaba
el hecho de que Torcuato, siendo Ministro Secretario General del Movimiento
optase por vestir la camisa blanca en lugar de la camisa azul, marcando así distancias
con el régimen y el movimiento.
Por desgracia, es muy frecuente
que los descendientes de algunos protagonistas de la transición pretendan “lavar”
la imagen de sus deudos desvinculándolos de todo lo que tuviera que ver con el
régimen del 18 de julio, pretendiendo que su participación en el mismo fue
instrumental para su liquidación y presentándolos como apóstoles de la
democracia. Aunque para ello tengan que inventarse una “post-verdad” y
manipular la propia biografía de su causante.
Claro que se corre el riesgo de
enfrentarse con la hemeroteca, que sirve para rescatar la verdad y poner a cada
cual en su sitio. Afortunadamente me cuento entre los inasequibles al
desaliento que atesoran un archivo jugoso como antídoto contra la desmemoria.
Era el mes de junio de 1973 y Torcuato
Fernández Miranda quiso inaugurar el nuevo monumento a José Antonio en
Guadalajara. La crónica llena de lirismo y exaltación falangista de Fernando
Ónega –otro antifranquista de nuevo cuño- comenzaba así: “A José Antonio se le erigen monumentos por suscripción popular. Es el
mejor tributo que se puede rendir a una causa política. Es el mejor testimonio
de presencia y de entronque con el pueblo. Una doctrina no existe si no tiene
estos brotes. Una doctrina muere si no tiene ese arranque de soberanía” .
Pues resulta que D. Torcuato, en
un discurso vibrante de fervor falangista y lealtad al Caudillo, acaso
adivinando lo que pudieran decir de él en el futuro, se encargó de explicar sus
preferencias de color sobre su camisa en párrafos que no tienen desperdicio:
“Hoy visto nuevamente mi
entrañable camisa azul, porque rindo
homenaje al hombre que configuró mi pensamiento político en los años de
juventud y me condujo a una lealtad
absoluta, irrevocable y sin fisuras a quien mejor ha representado los
ideales firmemente arraigados en mi conciencia y mi corazón: el Caudillo Francisco Franco.”
“Vestiré esta camisa azul
siempre que la proclamación de mis orígenes políticos y el sentido de milicia
que simboliza sean una definición de mis inequívocas lealtades. Pero la norma común para mí será la camisa
blanca. La camisa blanca que José Antonio usó siempre que no era necesario proclamar
en la calle una militancia de riesgo y amor a España; y que representa una
voluntad de integración para todos los españoles, sin dogmatismos excluyentes;
una voluntad integradora que nace de la esencial raíz falangista joseantoniana
que nutre nuestro movimiento y que aspira a lograr la definitiva unidad entre todos
los hombres de España.”
Bastan estas pocas pero
significativas palabras, para darse cuenta que por mucho que se empeñen sus
hijos y sus nietos, el Torcuato de 1973 estaba lejos de despreciar la camisa azul. Lo que
pasó tres años después es otra historia, como también lo es la soledad en la
que murió, entre la ingratitud de los que se sirvieron de su rápida mutación y el silencio
caballeroso y dolorido de sus viejos camaradas. Quién sabe si en su última
morada, la camisa blanca fuera un tributo póstumo y secreto a quien inspiró su juventud y
su lealtad.
Azorín
28 de febrero de 2017
Aquél 4 de marzo. Por José Utrera Molina
Torcuato Fernández Miranda a la sazón
Secretario General del Movimiento, me llamó a su despacho una mañana de febrero
del año 1973, para encargarme que pronunciase el discurso conmemorativo de la unión
de la Falange con las JONS que se acostumbraba a celebrar en el Teatro
Calderón de Valladolid. Lo cierto es que aquella propuesta me sorprendió y tuve
inmediata conciencia de lo que podría acarrearme el aceptar una propuesta
semejante.
Una voz falangista fue siempre
una voz peligrosa, entre otras cosas porque los que militábamos en ella
sabíamos que el culto a la verdad era la razón de nuestra vida. Los tiempos
eran difíciles, las circunstancias aún más, los enemigos estaban ya dentro del
sistema y era muy difícil desmontar todo lo que de una manera sinuosa con
indudable cautela se estaba produciendo.
Yo sabía que había que rendir culto a
la modernidad, que debía dar un mensaje de esperanza. El Movimiento no podía
quedar obsoleto entre demandas líricas, poesías y rosas, aunque estuvieran en
la entraña de lo que fue la Falange.
Hay recuerdos que no se olvidan, que palpitan
en nuestro corazón y atraviesan nuestra alma como una flecha destinada a herir
o a producir sin embargo satisfacciones. Hablé de la necesidad de cambiar unas estructuras
obsoletas en un intento de apostar por la modernidad frente a lo caduco y que
había que tener el valor de acometer reformas esenciales si queríamos ofrecer a
los jóvenes un proyecto ilusionante de futuro. Confieso que lo intenté, pero
con éxito perfectamente descriptible. En mis palabras hay un acento innovador
indudable que no solo comprometían mis palabras sino que avizoraban un
horizonte lleno de problemas y de dificultades pero el ánimo fue siempre una
cualidad falangista que desgraciadamente no cristalizó en la debida unidad que
debió existir entre los que componían la
Organización falangista.
Hablar de revolución sin rellenar el
contenido de un cambio fulgurante era tal vez una utopía pero las utopías
sirven a veces para cambiar la historia. Son recuerdos que palpitan
permanentemente en mi corazón. Han pasado ya muchos años ¿Quién se acuerda de
ello? Yo sí, y rubrico en estas pocas líneas todo lo que entonces dije y
proclamé. Sobre todo mi llamada a la juventud, sin ella era imposible acometer
cualquier tarea profunda y yo sabía que la mayoría de los componentes jóvenes
aspiraban a un cambio que ofreciera una nueva lozanía a lo que en principio
estaba ya demasiado lejano.
Recuerdo para terminar mi alusión a
los caballeros de camisa azul. Hoy, al final de mi vida, cuando me quedan ya
pocos arrestos, sigo invocando a aquellos que vistieron con honor la camisa
azul de la Falange, que nos dieron el ejemplo de sus sueños, de su voluntad de
transformación patria y del deseo inmaculado de justicia para todos. Ojalá la
actual generación de jóvenes pueda recoger esa antorcha que no es mía sino que
representa el símbolo y la fe de unos hombres que creyeron fervorosamente en la
grandeza de España y no dudaron en ofrecer su vida por ella.
JOSÉ UTRERA MOLINA
20 de febrero de 2017
La leña y el árbol
Muchos habrán comulgado este domingo sin saber que la gracia ha podido abandonarles con tanta intensidad como la que ellos han empleado en disfrutar de la condena de Iñaki Urdangarin y lamentar la absolución de la Infanta Cristina de Borbón.
Confieso que me duele ver la afición de la masa por hacer leña del árbol caído. Aunque el proceder del marido de la Infanta diste mucho de la ejemplaridad y la condena, desde el punto de vista jurídico, me parezca justa.
Pero desde el punto de vista humano la caridad exige también ir un poco más allá de la causa judicial. Como decía ayer un buen amigo la infanta ha hecho honor a sus votos matrimoniales. Pese al brutal linchamiento mediático, se ha mantenido al lado de su marido en silencio y con dignidad, en las alegrías y en las penas.
Algunos monárquicos medulares le afean el no haber roto sus votos para salvar el honor de la institución, colocando a la institución monárquica por encima de la institución del matrimonio, pese a que ésta es un sacramento y aquella una tradición. Lo que nos dice mucho de su monarquismo y muy poco de su caridad.
Se echa en falta una mínima dosis de empatía en lo personal y no es pequeña la condena que para la infanta y sus hijos implica la de su marido y padre. Me resisto a alegrarme del mal ajeno aunque, como en este caso, esté justificado por sus actos propios. Jamás se me ocurriría repudiar a mi mujer por un hecho semejante y tampoco daría la espalda a una hermana por mucho que su marido fuera un miserable. Porque creer en Dios es creer en el amor y en el perdón. Entiendo que el rey Felipe se haya visto obligado a distanciarse de su hermana, porque llovía sobre mojado, pero a la vista de los globos sondas que hoy lanza la prensa, mucho me temo que los españoles no perdonarían al rey Felipe que volviese a abrazar a su hermana, a quien muchos piadosos querrían ver ardiendo en la pira junto a su cónyuge.
Azorín
10 de febrero de 2017
Sin Franco no son nada.
Aunque no estamos en noviembre, la gira de Pedro Sánchez
cantando la internacional puño en alto por toda la piel de toro ha hecho saltar
los resortes del antifranquismo retrospectivo en el PSOE. Al grito fecundo del “no-es-no” de Schez, el PSOE responde sacando el cadáver del viejo
general porque a rojos no nos gana nadie.
Nada de ofrecer un proyecto de futuro para el
país, la socialdemocracia se la dejamos mejor al PP que ya nos quita votos
por allí y a ver si arrancamos votos a la izquierda, arremetiendo contra el cadáver
momificado de Franco.
A los millenials Franco les queda tan lejos
como a mí la guerra de África, pero da igual, porque sin Franco la izquierda no
es nada. Nunca podrán agradecerle bastante haber muerto en la cama y haber
hecho tantas casas y cosas, sus inundaciones franquistas (antes llamadas
pantanos) y ciudades sanitarias de nombre reciclado. ¡Qué sería de ellos si no tuvieran
placas que arrancar, calles y hospitales que renombrar y medallas y honores que retirar!
En definitiva, aunque la coyuntura manda y las primarias se
acercan, tras la petición de que saquen a Franco de su última morada, en la que
reposa por orden del rey Juan Carlos, se esconde un terrible complejo de
inferioridad por no haber podido hacer por los españoles, con una presión
fiscal 20 veces mayor, ni una décima parte de lo que hizo el viejo general y
encima tener que soportar que el viejo jamás metiese la mano en la caja, lo que
no puede decir ningún partido del arco parlamentario.
Si Franco hubiese fracasado, si hubiese muerto arrastrado
por los pies y con un país en la ruina como quedaron los países del socialismo
real, al PSOE le importaría una higa donde estuviesen sus restos. Pero no
pueden resistir que Franco muriera de éxito. Eso en España no se perdona. Es el pecado
nacional por excelencia, la envidia, aliada en este caso con la estupidez.
LFU
9 de febrero de 2017
LA LA LAND
Me llevó mi hija de
quince años. Ella quería verla y yo también, aunque los musicales no me
terminan de convencer por aquello de la credibilidad: uno no se pone a cantar
en plena calle por cualquier motivo y, desde luego, la reacción que eso provoca
en el prójimo tiene poco que ver con la emulación.
A estas alturas, todo el
mundo sabe que los protagonistas de la película son un músico de jazz puro que
aspira a abrir su propio club en L.A., y una aspirante a actriz que quiere convertirse
en una estrella y trabaja de camarera en los estudios Warner Bros. para pagarse
el alquiler.
Lo que entendemos por
éxito, lo que hacemos y -lo que es más importante- a lo que renunciamos, por
conseguirlo, y si eso termina teniendo algo que ver con la felicidad, es el
tema principal de la película. Y parece que el tratamiento del mismo interesa
de verdad a Damien Chazelle, su director, porque éste ya filmó la magistral
“Whiplash”, una película áspera, con aristas, de las que hacen pensar y se
disfrutan al mismo tiempo.
En “LA LA Land. La ciudad
de las estrellas”, los personajes son responsables; esto no quiere decir que
siempre toman las decisiones que podríamos considerar correctas desde nuestra
atalaya distante, sino que soportan, asumen y entienden las consecuencias de
sus decisiones. Y esto resulta curiosamente original en el cine comercial.
Esto no quiere decir que
la película sea dura en absoluto, de hecho es bastante “blanca”. Para
conseguirlo, la música amortigua el peso de la historia; su argumento, que al
principio parece un cuento de hadas sobre el sueño americano, es solvente. Todo
está tratado desde el compromiso con la verdad y la ausencia de concesiones a
la ñoñería.
La historia se desarrolla
principalmente en un año natural y se cierra unos años después. En las dos
horas casi justas que dura la película vemos cómo se conocen los protagonistas,
cómo se enamoran, cómo sus carreras empiezan a despegar y cómo eso afecta a su
relación y, en la misma medida, cómo sus sueños iniciales, puros, se adaptan a
las circunstancias, buscan compromisos, se renuncian en parte su pureza
original, vuelven a ella (con consecuencias) en un reflejo casi hiriente de lo
que ocurre tantas veces en nuestras vidas.
En definitiva, una
película madura, una gran película, en la que el aspecto formal tiene poco que
ver con la idea que la mayoría de nosotros probablemente tiene sobre lo que es
un musical clásico.
Lezo
6 de febrero de 2017
La verdadera Ley mordaza.
Artículo publicado en el ABC del 6 de febrero de 2017.
Una ley dictada desde el odio cainita, contra una parte de los españoles, no puede ser jamás una ley justa: de ahí la grave irresponsabilidad de quienes la promulgaron y de quienes la mantienen. Su aplicación ha llevado a la profanación de sepulcros, al derribo de monumentos, a la eliminación de cualquier recuerdo de una etapa que está ya sometida al juicio de la historia, en un intento liberticida de reeducar a toda una generación de españoles para que reniegue de sus ancestros conniventes con el franquismo.
A finales del pasado año, el
Pleno de la Diputación provincial de Sevilla, acordó, con el voto a favor de
los grupos socialista, comunista (Podemos incluido), Ciudadanos y la abstención
del Partido popular, retirar “de forma definitiva” la medalla de oro de la
Provincia concedida a mi padre, José Utrera Molina en el año 1969 por dicha
institución. La noticia no debiera trascender
el ámbito local o personal de la persona e institución concernidas si no fuera
porque constituye un peligroso precedente, claramente liberticida, de hasta qué
extremos de persecución ideológica está dispuesta a llegar la izquierda –con el
beneplácito o indiferencia del partido popular- con la aplicación de la
denominada Ley de Memoria Histórica, que alumbró la mente sectaria de Rodríguez
Zapatero y ha sido mantenida por la irresponsable abulia acomplejada del
Partido popular, posibilitando que próximamente pueda “celebrarse” la primera
década de la misma.
Se trata en este caso del primer
intento de remoción de honores concedidos a una persona viva, pues hasta ahora
las distintas administraciones han venido participando en una verdadera orgía
iconoclasta de carácter póstumo retirando honores, placas y menciones a
personas ya fallecidas, sin la menor oposición por parte de ningún grupo
político, sin duda por miedo a señalarse como afín o partidario del personaje
removido, evidentemente relacionado con la España de Franco, cuando no se
trataba del propio Jefe del Estado. Lo
más relevante es, sin duda, la motivación que emplea en este caso la Diputación
para justificar la revocación o remoción de la distinción concedida, pues
considera de forma abierta que el mero hecho de su participación activa en el
régimen franquista fue determinante en la concesión de la distinción u honor
concedido, por lo que, haciendo abstracción de cualquier merecimiento que
hubiera sido tenido en cuenta a la hora del reconocimiento y, por supuesto sin
alegar en modo alguno la existencia de una conducta posterior que desmereciera
los honores concedidos y justificase dicha retirada, el mero ejercicio de dicho
cargo público durante “la dictadura” es
motivo suficiente para su revocación o retirada de acuerdo con las previsiones
de la Ley de Memoria Histórica.
La indudable trascendencia de tal
precedente -que de recibir respaldo judicial podría determinar, por ejemplo, la
retirada de cualquier honor o mención concedido a los actuales reyes eméritos
durante su etapa como príncipes de España- adquiere tintes ciertamente delirantes
cuando la propia Diputación en el acuerdo mencionado, censura expresamente y
utiliza como elemento ad maiorem que Utrera
Molina haya osado manifestar en el trámite de alegaciones de forma explícita su
lealtad a la figura de Francisco Franco y haya hecho confesión de su condición de
falangista, manifestaciones éstas que en opinión de la Diputación de Sevilla “entran
en colisión con la Ley de Memoria Histórica”.
Que la lealtad y la coherencia
política de un hombre –sean del signo que sean- puedan ser consideradas un
descrédito o ser merecedoras de sanción, identifica el talante antidemocrático
de quienes lo afirman. Bajo el amparo de
la Ley de Memoria Histórica, se rinden honores e inauguran monumentos a
golpistas como Prieto y Largo Caballero mientras se destruyen con saña, no ya
los dedicados a Francisco Franco, sino a cualquier persona relevante del bando
vencedor, sobre el que se extiende el manto del olvido y el deshonor. Pero si
la visión maniquea de la contienda civil es ya censurable, resulta aberrante que
se condene y estigmatice a todo aquél que sirvió a España desde cualquier cargo
público entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de noviembre de 1975,
independientemente de su labor concreta, por considerársele miembro de un
“aparato represor”.
Tales dislates se amparan y
escudan en una verdadera ley mordaza que supone una enmienda a la totalidad del
espíritu de reconciliación que posibilitó la transición española y representa un
instrumento letal en manos de sectarios insensatos. Desde su sectaria y
falsaria exposición de motivos, que impregna e inspira su articulado, se establece
una condena injusta y vergonzante contra la memoria de millones de españoles
que hace 80 años tuvieron que luchar contra sus hermanos a raíz de un proceso
revolucionario que hizo imposible la convivencia pacífica de los españoles y
contra toda una generación de españoles que, actuando de buena fe, trabajaron
para levantar una nación de sus cenizas para legarnos un futuro en paz que
superase la cruel contienda fratricida.
Una ley dictada desde el odio cainita, contra una parte de los españoles, no puede ser jamás una ley justa: de ahí la grave irresponsabilidad de quienes la promulgaron y de quienes la mantienen. Su aplicación ha llevado a la profanación de sepulcros, al derribo de monumentos, a la eliminación de cualquier recuerdo de una etapa que está ya sometida al juicio de la historia, en un intento liberticida de reeducar a toda una generación de españoles para que reniegue de sus ancestros conniventes con el franquismo.
Fue Albert Camus quien afirmó que
“existe una filiación biológica entre el
odio y la mentira” y que “allí donde
prolifere la mentira, se anuncia la tiranía”. La ley de memoria histórica,
la más mendaz, maniquea y liberticida de cuantas se han aprobado en democracia,
ha vuelto a dividir a los españoles en buenos y malos, nos ha debilitado como
nación aventando nuevamente odios olvidados y sepultando bajo una pesada losa
la dura y esforzada conquista de nuestra reconciliación nacional. Por eso la
única celebración que merece es la de su absoluta y definitiva derogación para
bien de España y de los españoles.
Luis Felipe Utrera-Molina Gómez
Abogado
Suscribirse a:
Entradas (Atom)