El mártir, la Guerra y la
Navidad.
Esta madrugada
a eso de las cuatro de la mañana me he despertado agitado por la intensa
conversación mantenida esa misma tarde noche con Andrés Trapiello, mi padre y mi
hermano Luis Felipe. Había perturbado mi sueño, habitualmente profundo y
alérgico a todo insomnio, las palabras cosidas de dolor de Trapiello al hablar
de la furia violenta, larvada por la insensatez de tantos, que se desató en
aquél verano.
Me he serenado
pensando y recordando esta foto estremecedora hecha a un sacerdote aragonés
(cuya identidad sigue discutida, algunos se la atribuyen a Martín Martínez
Pascual, véase entrada anterior) antes de morir fusilado en
los altos trigales de Aragón en el estío sangriento del 36.
En esta mirada
está la esperanza del mundo y la de mí patria, España. Ante la proximidad de la
muerte, el gesto reposado muestra sin jactancia que la muerte no es el final.
Que el encuentro y la intimidad con el Señor le sostiene y su serenidad es un
anuncio de que el perdón a sus ejecutores ya está en su corazón, del que su
rostro es espejo iluminado.
Toda la furia
desatada de ese verano que aún algunos insensatos revuelven sin prudencia,
tiene su antídoto en esta mirada. La del perdón. La que permite empezar de
nuevo y reconciliar la vida con el dolor, en nuestra vieja tierra y en
cualquier otra.
Hoy, día de
Nochebuena, volvemos a mirar la ternura del Niño que nace y mi corazón se conmueve
de alegría porque el amor de su cuna siguió siendo fecundo 1.936 años después y
lo seguirá siendo en el corazón de los abren su vida a Él.
Beato
desconocido. Feliz Navidad. Ora pro nobis.
César Utrera-Molina Gómez
24 de diciembre 2014
24 de diciembre 2014